Julio Cortázar
No sé si tuvo que ser inevitable pero a veces los caprichos de la fortuna son así, coinciden fechas fundamentales en la historia para que uno venga al mundo con la mirada iluminada y la frente despejada.
Ocurre en el caso de Julio Florencio Cortázar (Ixelles, 26 de agosto de 1914-París, 12 de febrero de 1984) que vino al mundo el mismo día de la publicación de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano en 1789.
Nosotros, a este lado siempre agitado del ordenador, celebramos la onomástica del escritor de Rayuela porque le debemos muchas cosas.
Una primera, que mi buque insignia lleve el nombre de uno de sus relatos, quizá el más jazzístico de todos sus relatos, El Perseguidor. Otro, que llegara a Cortázar no a través de su novela más requeteconocida ni por sus relatos. No, no, qué va, llegué a este argentino exiliado en París primero por sus traducciones de cuentos de Edgar Allan Poe y de la novela Robinson Crusoe, de Daniel Defoe y más tarde por Los premios que, si no me equivoco (y es casi seguro que me equivoque porque escribo estas líneas con el corazón y no con la cabeza), fue su primera novela. Una novela que, ya ven, me hace evocar las mismas emociones que en su día me asaltaron cuando leí Los argonautas de Vicente Blasco Ibáñez que no tiene nada que ver, que sepa uno, con Julio Cortázar. Si leen ambos libros es probable que descubran esta asociación de ideas que hago mientras mis dedos teclean este texto que si algo quiere, si algo desea, si algo promueve, es que desempolven de las estanterías los ejemplares que tienen de don Julio y se atrevan a meterse en su fascinante universo.
No creo que nadie discuta que Cortázar siga siendo el segundo escritor argentino más conocido de cuantos conocemos. Al primero, Borges, le dedicamos hace unos días un espacio más breve en este su blog porque fue, precisamente, el maestro de los maestros del relato breve. De contar todo en apenas unas pocas páginas.
Solo me queda ahora que estamos de celebración recordando que tal día como hoy vino al mundo el autor de Casa tomada que nunca es tarde para llegar a Cortázar como a ningún autor que se precie. Su obra late con o sin críticas favorables. Ese es el espíritu que perdura, lo que hace no sé si eterno pero sí que aún siga entre nosotros la literatura de un argentino que se fundió con el paisaje de París, dejando en esa capital de sueños posible el amargo aroma del mate recién hecho.
Sonreiría por eso si volviera a leerse, sobre todo porque por una vez desafió su propia profecía, esa misma en la que decía “no puede ser que estemos aquí para no poder ser”… porque él estuvo aquí y fue y sigue siendo a través de su literatura.
Saludos, de alguien que camina por ahí, desde este lado del ordenador