La maldición de 'El Quijote'

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Esta mañana me dio por hacer una rápida encuesta entre un grupo de amigos lectores. La encuesta consistía en una única pregunta, fácil de responder siempre y cuando se hiciera con sinceridad: ¿Ha leído usted El Quijote?

De los seis amigos a los que les solté la inevitable cuestión creo que cinco me contestaron con el corazón en la mano. No estoy tan seguro de la respuesta que me ofreció el sexto porque es un bromista. Una de esas personas que va por la vida con un optimismo que desarma incluso en las situaciones más desagradables de su existencia. Sólo por eso, considero que lo que me dijo debe darse por válido pese a que todavía me pregunte si fue verdad o simple y llanamente una de sus tradicionales tomaduras de pelo.

Esta encuesta nació a raíz de un post anterior en el que relexionaba del flaco favor que le hicieron a mi espíritu rebelde cuando en su tierna adolescencia le obligaron a leer determinadas novelas. Uno de los encuestados me recriminó de hecho mi obsesivo ataque a los profes y profas que se empeñaron por aquel entonces en que me tragara aquellos títulos que no conservo en mi ya gastada memoria. Quizá tenga razón, pero por carácter siempre he mirado de reojo a quienes intentan imponerme algo sin razonar el por qué debo de hacerlo.

Creo que no soy el único que, pese a ser un idiota y pacífico ciudadano, tiembla cuando pasa por arcos detectores, entrega un billete y enrojece cuando lo pasan por uno de esos dispositivos que salta si es falso o cuando se cruza en la calle con una pareja de policías.

Que sepa, hasta este momento afortunadamente no cuento con ficha policial a no ser que el Estado disponga de un archivo con el quién es quién de todos sus ciudadanos. Por eso no entiendo que este miedo me siga asaltando pese a que crezca y me haga más viejo. Me refiero a la extraña inquietud de enfrentarme ante cualquier tipo de autoridad.

Lo que ya considero como una especie de síndrome debe de tener nombre. Y ese nombre quizá justifique el cañonazo que supuso para mis neuronas cuando descubrí la obra de Franz Kafka. Sí, me refiero a ese mismo escritor al que sólo se le conoce por esa novela corta donde un tipo se despierta una mañana convertido en escarabajo. Aunque en mi imaginario juvenil el nuevo cuerpo transmutado fuera el de una de nuestras tan habituales cucarachas.

Entre los amigos a los que les planteé la pregunta –¿ha leído usted El Quijote?– sólo dos me aseguraron que sí. Y uno de los del sí fue, precisamente, ese amigo que les contaba que ve siempre la botella medio llena. El resto, como quien les escribe, me respondió que lo que conocía de la obra magna de Cervantes era gracias a la serie de dibujos animados que había que tragarse cuando éramos pequeños y se emitía por televisión antes de la película de la tarde; y por los fragmentos que en su época de estudiante les obligaron a que leyeran y comentaran en clase.

No pude reprimir entonces plantear a quienes me confesaron esta laguna en su reconocida cultura como ávidos lectores si habían intentado leerlo después, sin pesadas orientaciones. Y cosa curiosa, tres coincidieron en que trataba de una novela que esperan leer cuando sean ancianos siempre y cuando aún les funcione con corrección la maquinaria de la mente y el cuerpo. Los dos restantes, sin embargo, me indicaron que habían hecho intentos aunque habían desistido nada más empezar En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme… No manifestaron tampoco mucho interés en leer la obra del que llaman Príncipe de las Letras en los que le queda de vida.

Como no tengo muchas cosas que hacer últimamente y me encantan estas boberías de perder el tiempo y dormir la bendita siesta, me dediqué cuando no estaba puesto en tan sana labor, en navegar por la Internet para descubrir comentarios elogiosos de lectores sobre El Quijote. Muchos porque quieren quitarse ese libro de la cabeza. Casi porque parece que se trata de una obra que sienten como una extraña espina clavada en el alma. Otros porque –dioses– habían llegado a una edad donde el único libro que les reconfortaba intelectualmente era precisamente El Quijote.

Todo esto me hizo reflexionar que hay algo maldito en el que se considera como título mayor en la obra de Miguel de Cervantes. Tan maldito que ilustres cinestas que quedaron cautivados ante su universo descrito fueron incapaces por cuestiones financieras de finalizar los proyectos personales que estaban rodando sobre el caballero de la triste figura. Me refiero a Orson Welles y Terry Gilliam.

Reflexioné así que esta maldición también llega al resto de los que como quien les escribe, y ese grupo de amigos, siente ante esta novela gigantesca de nuestra literatura.

En mi caso, y dispongo de una excelente edición, he fracaso en las tres intentonas en las que me he propuesto sumergirme en su universo. No obstante, escribo que estoy armándome de fuerza para saltar ese obstáculo que aún no me he atrevido a superar en lo que ya considero como una larga y probablemente inquieta carrera como lector.

El Quijote será así la única novela que me llevo en el equipaje de un viaje largo que espero emprender precisamente en abril, mes en el que como todo el mundo sabe se celebra el 23 la Fiesta de eso que todavía llamamos libro. La fecha coincide –¿hay que decirlo?– con el mismo día en que enterraron en Madrid a don Miguel de Cervantes en 1616.

Saludos, más que probable víctima de la maldición de El Quijote, desde este lado del ordenador.

One Response to “La maldición de 'El Quijote'”

  1. Ezequiel P. Plasencia Says:

    Para alguno de sus amigos consultados y para los no iniciados, les recomiendo “Flor de aforismos peregrinos” (Miguel de Cervantes), edición de Aldo Ruffinatto, en Edhasa. Así podrían ir por la vida citando a nuestro primer escritor sin leer “El Quijote”. También hay remedios para Kafka y el escarabajo, Proust y la magdalena, Onetti y el infierno tan temido, Borges y las ruinas circulares, Machado y Juan de Mairena… Un Saludo.

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