Que la cosa funcione…

Me siento cómodo en una librería. Son sitios donde puedo perder las horas mirando las novedades y pasando los ojos por la sección de los de bolsillo.

Es tanta mi afición, que ahora más que nunca paso como cinco días por semana en uno de estos establecimientos. Y la mayor parte de las veces sólo para sentirme integrado no con otros curiosos que, como yo, se han acostumbrado a perder el tiempo así ni con los empleados que esperan pacientemente a que compre un libro, sino porque dentro de estos espacios me relajo y soy lo que se dice idiotamente feliz.

 Me gusta leer las contraportadas, la reseña por si la hubiera del autor y oler esos volúmenes como si pretendiera catar el impacto que su lectura podría causar en mis revoltosas ideas.

En ocasiones voy a las librerías a tiro fijo. Con la intención de hacerme con un volumen que llevaba tiempo con la idea de devorar en la acogedora soledad de mi casa. En otras me siento como un cazador que espera con paciencia su próxima pieza. Lentamente exploro los libros con la esperanza de encontrar a uno de esos autores que durante un tiempo se convertirán en referente dentro de mi cabeza. No suele pasar mucho, la verdad, pero cuando se produce esa especie de extraño milagro merece la pena que gran parte de mi vida la haya perdido en estos establecimientos.

Hace unos años descubrí gracias a este método a un escritor británico del que no tenía referencia. Me gustó el título y me gustó la descripción que hacía de su protagonista nada más comenzar la primera página:

“- Eres un buen chico –dijo Dalmire, aceptando gustoso el vaso de ginebra que le tendía Morgan Lefy–. Sí señor.

Este tiparraco me ofrece su camaradería como un regalo, pensó Morgan; parece un perro esperando que le lancen un hueso para salir disparado en su busca; si tuviera cola, estaría moviéndola en este momento.

Morgan sonrió y brindó. Te odio, chulo asqueroso, juró para sí. Eres un mequetrefe, un cataplasma; lo único que has conseguido es arruinar mi vida.”

La novela se titula Un buen hombre en África y está escrita por William Boyd, uno de esos autores que, desde el día en que adquirí este libro, es a los que recurro porque generalmente no suelen fallarme. Y ello pese a que sigo considerando Un buen hombre en África como su  mejor obra. Me hizo reír y me hizo llorar pero sobre todo consiguió que a ratos me identificara con su protagonista: el tal Morgan Lefy, un tipo al que todas las cosas no le pueden ir peor porque resultaría imposible. Un náufrago que pese a todo continúa nadando mientras sus sueños se hacen pedazos.

Boyd cuenta con otra novela con notable sentido del humor pero sin el encanto aniquilador de Un buen hombre en África. Se trata de Barras y estrellas, o la descacharrante historia de un inglés en tierra de salvajes: los Estados Unidos.

Creo que lo que más me atrajo de Boyd fue que a medida que leía sus novelas masticaba como un gourmet sus influencias. Unos dices que hay que buscarlas en Graham Greene pero yo las ubico más en mi también admirado Evelyn Waugh, ese caballero que tan bien supo contar –y con revelador sentido del humor– las miserias de las clases altas británicas.

William Boyd no es, sin embargo, un escritor estrictamente humorista ya que cuenta con otros títulos conmovedoramente dramáticos. Destacaría así sus excelentes Como nieve al sol, Las aventuras de un hombre cualquiera, Sin respiro, Las últimas confesiones y Armadillo, novelas que sin ser explosivas son de esas que lees con facilidad mientras sus protagonistas penetran en tu vida para que pienses, mientras descansas la lectura, que vives su vida en tu existencia diaria provinciana.

Me quedan otros títulos de Boyd a los que echarle el ojo. El último traducido al castellano es Tormentas cotidianas, pero también están Playa Brazaville y La tarde azul, libros que localicé en su momento aunque los dejé aparcados por aquello de que no es bueno tanto empacho boydiano.

Sin embargo, y cuando me lo dicta el corazón, me alegra el día encontrarme con un nuevo trabajo de este escritor relativamente poco conocido en España.

Será porque cuando una novela me deja tarumba necesito que el autor continúe dejándome tarumba con más títulos. Así, he ido construyendo mi biblioteca a base de escribidores que me dieron en esa parte del alma que reclama sangre cuando la despierto. La lista es larguísima. Y es tan larga porque cuando un escritor me da, busco como un endemoniado el resto de sus obras como si fuera una cuestión de supervivencia.

El primer escritor de lo que califico como llamada de lo salvaje fue Bradbury, después Jim Thompson, David Goodis, Sender, Aub, Fitzgerald, Alfred Bester, Theodore Sturg eon, Arturo Barea, Tomás Salvador, Hemingway, Mauppassant, Chejov, Stevenson, Jack London, Conrad, Kipling, Ambler, Greene, H. G. Wells, Flaubert, Tolstoi, Salinger, Steinbeck, Doss Passos, Faulkner, Graves, Dickens… tantos y tantos que me hacen plantear que no tendré vida suficiente para continuar ampliando horizontes…

En cierta ocasión leí un cuento de fantasmas obstinadamente recomendable para lectores compulsivos y caprichosos como quien les escribe. El espectro protagonista del relato aparecía en la casa para terminar la novela que dejó incompleta cuando la ilustrada señora de la guadaña se lo llevó a ese otro mundo que sospecho que no existe.

Empezaba este post contando que disfruto perder el tiempo en las librerías con la esperanza de encontrar a uno de esos escritores que ilumine un pedazo más de mi existencia… Y si bien cuesta su esfuerzo, la espera suele valer la pena.

Y de eso se trata. De que valga la pena y que la cosa funcione.

Saludos, abiertos hasta el amanecer, desde este lado del ordenador.

8 Responses to “Que la cosa funcione…”

  1. Mario Domínguez Parra Says:

    Siempre que vengo a Las Palmas, paso un buen rato en una librería que se haya en una callejuela que flanquea la Catedral (no consigo aprenderme el nombre). Y por muy poco dinero, te puedes llevar verdaderas joyas. Las que me llevé ayer: Obras Completas de Paracelso; El arte de medrar, de Maurice Joly; The Hard Life, de Flann O’Brien; País de arena (Relatos argelinos), de Isabelle Eberhardt. La vez anterior me llevé Las benévolas, de Jonathan Littell, con un 75% de descuento. Si por mí fuera, pasaría cada día un rato en esa librería.

  2. admin Says:

    Será cuestión de coger el barco y darse una vuelta por la librería. ¿De verdad que no te acuerdas del nombre?, ¿y su dirección?

  3. Mario Domínguez Parra Says:

    Eduardo, la calle que sube hacia la Catedral, en Vegueta (calle que ahora es peatonal). Llegas a la primera esquina a la izquierda, justo antes de la plaza frente a la Catedral. Hay una callejuela, que está en obras. Al final de ella, como a unos 30 metros, está la librería. Es una obra social. Tiene dos pisos.

  4. admin Says:

    Tomo nota, Mario. Y muchas gracias.

  5. David Says:

    El rincón del lector:
    http://www.osdad.org/rastros/rincon_lector.html

    Salud

  6. admin Says:

    Muchísimas gracias, David.

  7. magda Says:

    Eduardo,
    desde esta mañana ultraperiférica, friolera y proletaria que empezó a las siete y cuarto ,con el toque de psicópata ensañado y encima alevoso que tiene mi antipático ,aunque sumamente estiloso y barato, despertador chino, pasando por las horas tal vez perdidas en las mareas bajas culturales de este territorio que hace agua por todas partes ,y tan desdichadamente desestructurado y a la deriva..ayyy..¿y quién lo podrá estructurar? , dime, porque el estructurador ó la estructuradora que lo estructure…ya sabes!!; pasando por 4 horas de clase en viana 50, media hora de carrtetera sin manta;una ducha sin psicosis , dos transfusiones de yogur líquido…ufffff!!! (un punto mal puesto y sigo.)
    llego finalmente a encontrarme con mi carcajada jamás faltalmente perdida, pero eso sí , vagamente desdibujada a través del periplo alucinante de este martes cualquiera , cuando me detengo aquí en tu blog. Es un fenómeno extraño, digno de algún que otro estudio aspirante a tesis en la uelepege ó la ueleele!
    No sé si mañana podré guardar la compostura debida a tan magna ocasión , pero eso sí, será un placer acoger en el cuplán estas idas y venidas del escobillón que barre ,cual supermán vitaminado de nocilla, la oscuridad y el tedio, levantando alfombras y parqués, paseando detrás de las puertas , mientras afuera continúa, impasible, la entrada y salida de viajeros. Hasta mañana, desde este lado del ordenador.

  8. IVZ Says:

    A Boyd me lo mostró un amigo, pero tal y como tu describes yo encontré a Banville “el intocable” que desde entonces sigo hasta cuando escribe con seudónimo.

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