Un puñado de fascistas (y un comunista) estos escritores y periodistas

Hace tiempo uno de esos amigos que con el paso de los años termina por convertirse en un hermano tuvo a bien regalarme Italia fuera de combate, libro en el que compilan las crónicas periodísticas que escribió en Roma en 1943 el periodista español Ismael Herráiz.

Como soy un apasionado de ese periodo vital para la historia de Europa y el mundo entero, devoré sus páginas en apenas unos días, consciente de que me iba a quedar con ganas de más porque cuando un libro –sea o no de ficción– te llega al corazón hay que tener mucho cuidado con las secuelas que deja.

Dicho esto, que conste en acta que disfruto leyendo crónicas informativas escritas cuando el periodismo se tomaba en serio. Entre mis libros de cabecera se encuentra así el México insurgente y los Diez días que conmovieron al mundo de John Reed, testimonios que reflejan sobre el terreno dos de los momentos históricos más interesantes del pasado siglo XX como fueron la revolución mexicana y la soviética, respectivamente. De tarde en tarde ojeó sus páginas ya amarillentas para reconciliarme con esta profesión, oficio que consiste básicamente en narrar lo que está pasando que, en los últimos tiempos, vive un curioso regreso al pasado no ya por lo que aparece en los medios (radio, televisión y prensa) sino por el increíble fenómeno que ha generado en la red, verdadero oasis donde el navegante puede toparse desde libelos incendiarios bastante semejantes a los que se publicaron en plena revolución francesa, a diarios digitales pergueñados con una seriedad y rigor que empalidece a sus tradicionales hermanastros editados aún en papel.

Viene a cuento todo esto porque descubrir que un español, y para más inri falangista integral, de aquellos que llevaban camisa azul y pistola en la cintura, fuera también un excelente periodista me dejó turulato cuando cerré las tapas encuadernas de esa Italia fuera de combate que, todo aficionado al periodismo y a la historia, debería de leer para hacerse una idea de cómo era el día a día bajo la sombra ominosa de un régimen que comenzaba a desmoronarse.

Buscando en rastros, espacios que reitero en ocasiones me dan tantas alegrías al toparme con libros raros e imposibles de ser editados en la actualidad por su tono políticamente incorrecto, encontré también hace unos años La línea Sigfrido, del también periodista, escritor y diplomático José Antonio Giménez-Arnau, padre de ese impresentable caza fortunas llamado Jimmy Giménez-Arnau, hoy cronista de programas rosas. Su progenitor además de ser un excelente periodista fue un escritor de meridiano interés si uno tiene la capacidad de separar todo lo que huela a moral cristiana y falangista en sus textos. Les recomiendo así su novela La tierra prometida porque se trata de una ficción donde se narra el calvario de todos aquellos españoles que tuvieron que salir del país a raíz del triunfo de las tropas nacionales en 1939. No obstante, creo que el mejor Giménez-Arnau se encuentra leyendo las crónicas compiladas en su La línea Sigfrido, libro donde narra sus experiencias como corresponsal extranjero en el Berlín de los años 40. 

En uno de los capítulos describe una rueda de prensa ofrecida por el ministro de Propaganda del III Reich, Josep Goebbels y su frustración como informador al no estarle permitido levantar la mano para hacer preguntas, invitándole los funcionarios del Ministerio a que se limitase a reproducir “exactamente” las palabras del señor Goebbels que, previamente, se le había entregado mecanografiadas en una hoja de papel.

Les cuento esta anécdota porque en mi errática vida profesional me he encontrado en numerosas ocasiones con ruedas de prensa que más que ruedas eran conferencias de prensa. Encuentros donde estaba prohibido levantar la mano para hacer una pregunta y en los que, también, se te entregaba una hoja en la que se reproducía “exactamente” la intervención del protagonista del encuentro ¿informativo?

Los tiempos, pues, no han cambiado.

En el libro de Giménez-Arnau, sin embargo, el periodista tras narrar tan molesta experiencia, escribe lo que realmente le sale en gana. Circunstancia que casi le vale que fuera expulsado de territorio alemán.

Esta misma mañana, caminando como una especie de zombi por el Rastro de la capital tinerfeña he tenido la suerte de encontrar otro de esos volúmenes viejos pero tan modernos que reúne las crónicas de un periodista español que actuó de corresponsal extranjero para el periódico ABC en la Alemania nazi de los años 40.

Se tratan de informaciones cuyo máximo valor radica en las descripciones que hace de la capital berlinesa en 1940-1941, así como de la Operación Barbarroja, siendo su autor, J. Miquelarena, el primer español que pudo enviar crónicas a su periódico de lo que estaba pasando en aquel frente, uno de los más violentos y dramáticos de la II Guerra Mundial.

Leyéndolo ahora, me he enterado entre otras curiosidades que el payaso Charlie Rivel era toda una celebridad en el Berlín de la cruz gamada con sus ya celebérrimos gritos.

Gracias a la excelente biblioteca de mi padre y a las esporádicas excursiones al Rastro, otro autor que recomendaría a los interesados en bucear este periodo histórico desde la perspectiva de quienes fueron testigos involuntarios de aquella locura desatada, es el diplomático, periodista y escritor italiano Curzio Malaparte, autor además del imprescindible ensayo Técnica del golpe de Estado, de Kaputt y La piel, dos obras de una crudeza desconcertante y que piden a gritos a su rehabilitación.

Malaparte formó parte junto a otros escritores de su época  en esa honrosa y dignísima generación de pensadores que se preocuparon por reflejar en sus obras su profundo amor y dolor por Europa.

(1) Leyendo Soldado de poca fortuna: Jesús Martínez Tessier, de Javier y Jorge Martín Reverte, el interesado puede encontrar un excelente retrato de algunos de aquellos periodistas vestidos de azul. Entre otros, el citado Herráiz.

Saludos, una vez más revelando mi profundo amor por los mil rostros de la literatura, desde este lado del ordenador.

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