Confesiones de un lector probablemente más que idiota (todos para uno y uno para todos)

La lectura de algunos libros (no necesariamente excelentes) ha forjado algunas de mis mejores amistades. En ocasiones, un libro también me ha servido para ver con otros colores paisajes y personas e incluso que un escritor tan poco valorado para unos como H. Rider Haggard subiera en mi peculiar bolsa de valores cuando coincidí con una señorita en nuestra mutua pasión por el autor de Las minas del rey Salomón quizá porque me pareció la reencarnación de Ella, otra excelente novela de Haggard.

Este post me lo suscita el mensaje vía móvil que recibí esta misma semana de un veterano amigo a través del cual me agradecía que en su momento le hubiera recomendado Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas. Obviamente, ese breve sms le hizo consquillas a mi últimamente tocada vanidad aunque afortunadamente soy consciente que todo el trabajo lo hizo el señor Dumas. Sólo bastó un pequeño empujón para que mi amigo abriera el libro y terminara iniciado en la sagrada orden del todos para uno y uno para todos.

Me viene ahora a mi fatigada memoria uno de esos momentos donde un libro procuró el milagro del acercamiento entre dos personalidades radicalmente opuestas. La charla se produjo en un  bar –que son sitios excelentes donde perder el rato hablando de fútbol como de libros–  lugar donde conocí a este elemento por mediación de otro amigo que se apartó discretamente de nosotros al apreciar la elevada temperatura que estaba tomando lo que comenzó siendo una aburrida conversación entre desconocidos.

Y es que la charla degeneró pronto en una de esas tontas discusiones que entre dos idiotas lectores se dan para ver quién sabe más de libros. Estas discusiones pueden resultar igual de violentas que las de dos macarras machacándose la cabeza, sólo que la violencia no se hace física sino verbal con el objetivo de empequeñecer el espíritu del contrincante.

Así estábamos pues cruzándonos títulos y autores como alma que lleva el diablo cuando la disputa escoró hacia los territorios de la literatura erótica que es un género que tiene discretos adeptos que, como si miembros de una estrafalaria masonería se tratara, se hermanan al reconocerse unos a otros.

Solté un nombre, Gamiani. Y el de su presunto autor, Alfred de Mussett. Percibí entonces como los ojos de mi oponente bailaban detrás de sus gafas y su tono se teñía de conciliación cuando entre los dos nos pusimos a recordar los gratísimos momentos que nos había hecho pasar este clásico de la literatura para leer con una sola mano.

Desde ese día, como diría Claude Rains a un triste y solitario Humphrey Bogart al final de Casablanca, nació una bonita amistad que aún dura pese a que de tanto en tanto nos cabreemos por las historias que leemos y que nos queman el cerebro.

Con esto pretendo demostrar que los libros sirven para hacer amigos. También enemigos, pero así son las cosas.

Siendo un tierno y confuso adolescente me emborraché con la obra completa de H. P. Lovecraft, un escritor que no goza de demasiada estima entre mi entorno de colegas lectores. Gracias a H.P., no obstante, logré relacionarme con gente que sentía esa mismo tonto entusiasmo a través de una relación epistolar que dio lugar a un fanzine cuya historia ya reseñé en este mismo blog.

Semejante pero sin ser igual, me ha pasado con otros tantos escritores de género… autores que cuando me topo con otro aficionado me brinda alguna de las más deliciosas conversaciones literarias que he tenido a lo largo de mi existencia. En una de éstas, descubrí que fuimos más de los que pensaba los que cerramos El señor de los anillos cuando Gollum se lanza al vacío con el puñetero anillo y en otra que La isla del tesoro fue la primera novela que nos llevó por el mal camino de la literatura de género.

En lo que también coincido con la amplia comunidad de lectores es en los desesperanzador que resulta que, pese a haberte devorado toneladas de libros, al final apenas recuerdes algo de ellos. Es probable que el título esté escrito en letras de oro en tu cabeza por las sensaciones que te produjo cuando te alimentaste de él, pero eres incapaz de transmitirle a otro con cierta coherencia de qué iba la novela años después. Con suerte recuerdas escenas que probablemente tu caprichosa memoria engrandece como a un coloso con pies de barro.

Les invito a que lo intenten… seguro que suspende la prueba.

He escrito ya en este mismo blog que gracias a los libros (y a muchos de esos amigos que conocí y que voy conociendo a través de los libros) he logrado capear como he podido el temporal en el que me encuentro desde hace ya bastante tiempo. Así que me temo que nunca podré agradecérselo (a los libros y a los excelentes amigos que he conocido gracias a los libros) como se merecen. A su manera han sido como flotadores en los que me he agarrado para no hundirme ante las gigantesca marejada que ésta levantando el actual temporal que hizo trizas con todas nuestras bobas ilusiones.

No sé cuanto tiempo permaneceré a flote, pero sí que estoy seguro que si no me hubiera encontrado con ellos (los libros y esos amigos que he conocido a través de los libros) ya me habría ahogado en el océano de la desesperación quiero imaginar que  para satisfacción de algunos.

No obstante, y siempre que pienso en la muerte, se me viene a la memoria el funeral que Scott Fitzgerald describe de Gatsby, el protagonista de una de sus obras maestras: El gran Gatsby.

Al cementerio acuden apenas dos personas, y quiero imaginar ahora que cae del cielo una molesta llovizna para potenciar la frase que suelta uno de los escasos asistentes para describir al fascinante (¿anti?)héroe fitzgeraldiano:

“Fue un pobre hijo de puta”.

“¿Un pobre hijo de puta?”

Me quedo sin palabras.

Saludos, lamentando la muerte de José Antonio Labordeta a quien nunca conocí como músico pero sí como impetuoso diputado, desde este lado del ordenador.

One Response to “Confesiones de un lector probablemente más que idiota (todos para uno y uno para todos)”

  1. Panatela Says:

    Fitzgerald, Dumas sin rebajar por Pérez Reverte, el gran Alfred de Musett (un cuento recomendable:”El lunar”, en Austral, con prólogo de Antonio Martínez). Hasta ahí, de acuerdo. En cuanto a Labordeta, buen cantautor, buen político (dada la mediocridad reinante ahora en España), una pérdida.

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