Una invitación al horror

Me imagino que como mucha gente he llegado a grandes novelas de la literatura gracias a sus adaptaciones al cine. Por norma general una adaptación cinematográfica no suele hacer justicia a estas grandes novelas de la literatura pero lo mismo pasa cuando es la literatura la encargada de adaptar grandes películas a la república de las letras.

En todo caso ¿condiciona tu recreación de la obra literaria haber visto antes la adaptación o adaptaciones cinematográficas basadas en ella? No lo creo, la verdad, aunque soy consciente que la respuesta cambia radicalmente en los casos en que has leído antes el libro. Es probable que entonces aprecies que faltan cosas que para ti fueron muy importantes en la novela. O que se ha prescindido de algunos personajes y que aquella escena fundamental y conmovedora de la historia que leíste no se refleja en pantalla como habías imaginado…

Una novela no es una película y una película no es una novela. Y si me apuran ni siquiera son objetos complementarios. En todo caso pálidos reflejos de un original que morirá contigo dentro de la cabeza.

En un post escrito hace mucho tiempo comentaba que llegué a la literatura de Hubert Selby Jr. gracias primero a la crudísima película basada en su novela Última salida para Brooklyn, filme dirigido por un cineasta al que tengo en alta estima pese a su irregular filmografía, Uli Edel.

Ví esta cinta en un cine de Madrid rodeado afortunadamente de muy pocas personas y todas salimos de la sala conmocionadas con aquel violento retrato neoyorquino que no tenía nada que ver con lo que hasta ese momento habíamos visto sobre Nueva York. Todavía me asaltan algunas escenas de aquella cinta en forma de flash back mientras me pongo a pensar en nada, casi como si aquellos momentos formaran parte de mi pasado perturbador como espectador.

Solo he visto una vez Última salida para Brooklyn porque no quiero que un nuevo visionado –marcado ahora por los vicios de la edad que hace criba de casi todo lo que me forjó como persona– me resulte decepcionante. También, ¿por qué negarlo?, por miedo a que me vuelva a alterar las neuronas…

Así que no sé si fue por un simple ejercicio de exorcismo pero no descansé en buscar esta novela de Selby Jr. que, descubrí uno de aquellos aciagos días, estaba publicada en castellano en la colección Panorama de narrativas de la editorial Anagrama.

Como todo lo que busco se me hace cuesta arriba, la tarea de encontrar este título pronto se convirtió en una especie de búsqueda del Santo Grial en la que yo, lector ansioso, hacía un poco el papel de Perceval. Un día descubrí la novela en las estanterías de un amigo que tuvo la inteligencia de no prestármela aunque leí casi hasta la mitad del libro en su casa mientras el colega me preguntaba para qué demonios había ido a visitarlo, si para conversar o para leer su ejemplar de Última salida para Brooklyn.

Años más tarde y curioseando en una librería lagunera Última salida para Brooklyn me enseñó que mi destino era rodar y rodar. Y que pese a que había pasado tiempo desde mi flechazo con su adaptación cinematográfica, la espera para leer su Necronomicón había merecido la pena.

Como es natural y mientras leía el libro me di cuenta que la versión de Edel resultaba ser un pálido reflejo de lo que tenía ahora entre las manos. Un paseo legendario por el infierno que es ese territorio donde no existe eso que llaman amor.

Cuando acabé la novela sentí que tenía ese pedazo de alma que aún nos queda más lastimada de lo que suponía. También que se producía un extraño fenómeno entre la película y el libro… las imágenes del filme y las literarias se mezclaban en mi cabeza logrando lo que parecía imposible: que se fusionaran en una misma Última salida para Brooklyn.

No me pasó lo mismo, confieso, con otra de las novelas de este inclasificable, genial y peligrosísimo escritor norteamericano como fue la versión cinematográfica de Réquiem por un sueño. Concluí que se debía al director de la cinta, Darren Aronofsky. Un cineasta con pretensiones trascendentales de todo a cien que ha logrado sin embargo seducir a una serie de aficionados con (mucho me temo) pretensiones intelectuales. 

El caso es que buscando más Selby Jr. en unos tiempos donde Selby Jr. ha recobrado una angustiosa pero también necesaria actualidad logré hacerme hace apenas unas semanas con una nueva novela del escritor. Su título es La habitación (Ediciones Escalera, en una excelente traducción de Daniel Ortiz Peñate) y he vuelto a sentir casi las mismas sensaciones que recibí cuando al final pude sumergirme en la lectura de Última salidad para Brooklyn. Es decir, viajar cogido de su mano por las geografías del infierno. En esta ocasión metido en la cabeza de un personaje enfermo que termina siendo algo así como un trasunto de ti mismo salvando las obvias distancias.

No es La habitación una novela de miedo pero sí que es una novela de miedo. Y no porque en ella aparezcan vampiros travestidos ni hombres lobos reivindicando su masculinidad sino por la capacidad que tiene Selby Jr. de sumergirte en la memoria fragmentada de su protagonista y vivir con él su historia. Una historia donde lo de menos es el hilo argumental sino las sensaciones que experimentas a través de las aparentemente incoherentes reflexiones de su protagonista.

La habitación, como las otras dos novelas anteriores de Selby Jr. que he tenido el honor de leer, están escritas con una tristeza que ahoga. Uno de esos libros que terminas y te dejan noqueado, que se te graban al rojo vivo en la cabeza y que sirven para alimentar un poquito más esa desesperanza que sientes ante la vida.

Pese a que algunos insistan que se trata de un libro difícil puedo asegurar que La habitación no lo es siempre y cuando se atrevan a meterse en la piel de su personaje. A convivir con él mientras leen y releen sus páginas. A empaparse de su cínico odio mientras comprueban –no sé si alarmados– que en ocasiones uno siente esa misma furia ante lo que ha perdido pese a que el modelo que presenta Selby Jr. sea el de un monstruo.

El de ese mismo monstruo que somos todos cuando nos asomamos al vacío y vemos en el fondo la imagen distorsionada de nuestro reflejo.

Saludos, invitándoles al horror, desde este lado del ordenador.

Escribe una respuesta