La ley del silencio

Acantilado anuncia, entre otras novedades para septiembre, la publicación por primera vez en español de La ley del silencio, novela del escritor y guionista estadounidense Budd Schulberg.

En Acantilado se ha publicado ya del mismo autor su apasionante autobiografía De cine, así como las novelas Más dura será la caída, El desencantado y ¿Por qué corre Sammy?, las dos últimas se tratan de despiadados retratos de la Meca del cine.

En la primera, el escritor y guionista se inspira en la relación que mantuvo como joven aprendiz a las órdenes del alcoholizado príncipe de las letras norteamericanas Francis Scott Fitzgerald, y si bien se trata de un libro que quizá despiste a los no iniciados en el devenir existencial que caracterizaron los últimos años de vida del autor de El gran Gatsby, a mi juicio el tributo que le rinde Schulberg es uno de los más sentidos que he leído en torno al escritor hasta la fecha.

En ¿Por qué corre Sammy?, Schulberg sigue la vida de un arribista que, partiendo de lo más bajo, llega a lo más alto armado de una coraza donde arrogancia y egoísmo se dan la mano. No se trata, sin embargo, de una novela moral, sino más bien de un libro que llama a las cosas por su nombre.

El protagonista de la historia, Sammy, es de hecho una víctima al que las circunstancias han terminado por transformar en un monstruo.

En este aspecto, casi todas las novelas de Shulberg giran en torno a lo podríamos denominar la soledad del perdedor. También en radiografiar a aquellas personas que observan su ascenso y caída con una percepción que casi parece la de un entomólogo.

Además de los dos títulos citados quizá el más famoso del escritor continúa siendo, sin embargo, Más dura será la caída, materia literario que dio origen a una de las mejores películas pugilísticas de la historia del cine protagonizada, entre otros, por Humphrey Bogart y Rod Steiger y dirigida por Mark Robson.

La novela y el filme cuentan la historia de un boxeador de origen argentino, Toro Moreno, y su ascendente carrera como púgil pese a su nula preparación como luchador.  Contribuye a crear su falsa leyenda en el ring un periodista que al principio parece que tiene pocos escrúpulos y que trabaja a las órdenes del mánager de Moreno.

Al parecer, Schulberg se inspiró en el personaje de su boxeador en el pugilista italiano Primo Carnera, quien hizo carrera gracias a una serie de combates supuestamente amañados que destrozaron finalmente su carrera en este deporte.

Acantilado redondea ahora con la publicación de La ley del silencio la extraordinaria carrera como escritor de Schulberg, uno de esos nombres a tener muy en cuenta por todos los aficionados a literatura que parece que te hace sangrar por dentro.

Sus historias pertenecen a unos años en el que no existían finales felices, por eso han sabido crecer en unos tiempos como son los actuales dominados bajo el imperio de la farsa.

La ley del silencio, que fue llevada al cine por Elia Kazan en la que quizá sea una de sus mejores películas, y protagonizada por Marlon Brando y ese gigantesco secundario que fue Lee J. Cobb, entre otros actores, cuenta la historia de un ex boxeador, Terry Malloy, y su hermano Charley, un abogado, que forman parte del duro sindicato de estibadores de Nueva York, conectado con la mafia y dirigido por Johnny Friendly.

Terry, de pocas luces e iletrado, lleva a cabo cualquier trabajo que le pidan. Hasta que un día conoce a Katie, cuyo hermano ha sido asesinado por infringir la ley del silencio.

El algún lado se dice que Kazan rodó esta película para justificar las delaciones de compañeros izquierdistas durante la tristemente célebre Caza de Brujas –y sus igual de tristemente célebres Listas Negras– que emprendió el senador Joseph McCarthy. Sea verdad o no, La ley del silencio apenas nota el arañazo del tiempo. 

La edición de Acantilado de la novela cuenta con una introducción en la que el propio Schulberg  explica cómo surgió tanto la novela como el guión de la película, fruto de la información que recopiló su autor a lo largo de los años investigando a los estibadores que trabajaban en la ribera portuaria de Nueva York.

Saludos, otra recomendación escobillonera, desde este lado del ordenador.

4 Responses to “La ley del silencio”

  1. Daniel León Lacave Says:

    Elia Kazan denunció a sus compañeros de izquierda, del partido comunista. Eso es así. Hubo otros, como John Garfield que no denunciaron a nadie, ni tan siquiera se acogieron al patetismo de la quinta enmienda, sino que dijeron públicamente “Yo soy comunista ¿y qué? ¿no es esto una democracia, con libertad de pensamiento?”. algunos dicen que Grafield tomó esa postura porque ya se sabía condenado por el cáncer, pero no sé si es verdad.

    Muy pocos fueron a la cárcel. El problema real era que se les marginaba y no podían trabajar. Yo sólo sé que la única forma de que yo delatara a algún compañero sería bajo tortura física. No hay nada peor que el dolor físico, decía Winston Smith, así que si te torturan, confiesas.

    Por eso “La Ley del silencio” es una justificación. “Los del sindicato son delincuentes, y Terry hace lo correcto.”

  2. admin Says:

    Otro grande que puso lo que hay que tener sobre la mesa fue Dashiell Hammett y el guionista Ring Ladner Jr, quien habla sobre esta experiencia en su más que recomendable libro Me odiaría cada mañana (Ediciones Barataria). Fueron víctimas de la caza de brujas y de sus tristemente famosas listas negras más gente de la que imaginas. Sobre todo guionistas. Hay una gran película titulada The Front y con Woody Allen como protagonista que refleja muy bien cómo el miedo doblegó a gran parte de los profesionales del cine americano. La paranoia anticomunista alcanzó también al mundo de los tebeos.
    Cuentan, aunque no sé si es leyenda, que Orson Welles se preguntó cuando se desátó la fiebre mccarthiyta que él también sería comunista si viviera en Hollywood en una casa con piscina…
    Interesante debate el que planteas cuando escribes que solo delatarías si fueras sometido a tortura física. Te garantizo que la psicológica puede resultar igual de macabra y contundente.
    Claro que eso pasaba antes. En el primer y civilizado mundo en el que vivimos esas cosas ya no pasan ¿verdad?

  3. Daniel León Lacave Says:

    Ciertamente, uno no sabe cómo actuaría hasta que se viera en una situación como esa. Pero creo que lo más cuerdo fue lo que hicieron Joseph Losey o Chaplin: salir por patas hacia Europa sin delatar a nadie.

    Kirk Douglas defiende que fue él mismo quien puso fin a las listas negras al dejar firmar a Dalton Trumbo el guión de Espartaco.

    Lo triste es que todos esos guionistas o directores pudieron seguir trabajando pero bajo seudónimo, y a la mitad de precio. Hollywood se aprovechó de la situación de indefensión para sacar más beneficio.

    ¿aprovecharse de la indefensión para sacar beneficios? Eso tampoco pasa hoy en día, ¿verdad?

  4. admin Says:

    Bueno, pensándolo bien, creo que la carrera de Chaplin y Losey en el “exilio” apagó las Luces en la ciudad que sus trayectorias artísticas habían iluminado hasta ese momento. Pero es cuestión de gustos, claro.

    Aprecio a Kirk Douglas. Y prefiero creer que disfrutaba de tanto poder en ese entonces para insistir en que Trumbo figurara en los títulos de crédito. Sea verdad o no, a mi sus memorias El hijo del trapero me parece un libro deliciosamente hollywoodiense. No sé si por fan-tás-ti-co. O por Es-par-ta-co que lo mismo da.

    Sí que es triste que la mayoría de las víctimas de las listas negras trabajaran con pseudónimo y utilizando hombres de paja.

    Pero de ahí –con mucha ironía amigo Daniel– que haya algunos que en la actualidad se aprovechen de la indefesión de los demás para sacar beneficios… NO,

    NO ME LO PUEDO CREERL

    PECADOL DE LA PRADERA.

    ¿Veldad?

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