Un cazarecompensas bajo la sombra del volcán

Entre las curiosidades del cine rodado a este lado del Atlántico destaca una producción italiana cuyo título en español es Por la senda más dura (1975). Un espagueti western que sin estar al dente se mastica con simpatía probablemente porque uno de sus protagonistas es Lee Van Cleef, uno de los más inquietantes malvados de la historia del cine.

O lo que es lo mismo, uno de los más perfectos hijos de puta de la Historia del Cine. Con mayúsculas.

Dirigida por Antohny M. Dawson (pseudónimo tras el que se esconde Antonio Margheriti) y con Jim Brown, Catherine Spaak, Fred Williamson y un trío de viejas glorias hollywoodienses como Dana Andrews, Harry Carey Jr. y Barry Sullivan, gran parte de los exteriores de esta película de tiros se rodaron en Gran Canaria y en Tenerife.

De hecho, en una de sus escenas se ve cabalgando a los protagonistas como Pedro por su casa bajo la sombra imponente del volcán. El volcán es el Teide y descubrirlo en la pantalla grande del hoy desaparecido teatro Baudet significó para quien les escribe algo así como si le trituraran los esquemas.

Lo de romper los esquemas se debe a que siendo ya por aquel entonces consumidor de polvorientos espaguetis western no he dejado de preguntarme qué hubiera pasado si el archipiélago se hubiera transformado en plató de rodaje de aquellas producciones.

En una especie de Almería de ultramar. 

Pero seamos francos, Por la senda más dura no es uno de los mejores espaguetis de la historia del cine aunque tampoco una cinta que mi memoria cinéfila recuerde con pavoroso rencor. Mi cerebro la registra como un producto de entretenimiento donde hay tiros, peleas y briosas persecuciones a caballo. 

Por la senda más dura es uno de esos tantos productos italianos que se dedicaron a explotar el western a la zaga de la revolucionaria interpretación que como aficionado hizo el enfermizo maestro Leone con Un puñado de dólares, La muerte tiene un precio, El bueno, el feo y el malo y la fascinante y operística Hasta que llegó su hora.

No inserto en la lista su, a mi juicio, fallida aunque trepidante Agáchate maldito por razones varias. Entre otras, sus excesos.

En contra de otras cintas del mismo calado, Por la senda más dura está protagonizada por dos actores negros que en aquellos años hacían furor: Jim Brown y Fred Williamson. Lee van Cleef repite el papel que lo hizo famoso en el subgénero: un cazarecompensas.

Aunque hoy quede políticamente incorrecto, en aquellos tiempos en los que la pibada iba al cine que en una película sus actores protagonistas fueran negros o amarillos era como si estuviera protagonizada por una pareja de marcianos tan marginados como nos sentíamos la pibada de aquel entonces.

Así que resulta lógico que saliésemos del cine y gritáramos mientras desenfundábamos invisibles colt: ¡yo soy el negro, yo soy el negro!

Ser el negro significaba ser como el chachi de la película. El tipo simpático que las enamoraba a todas (fuesen blancas, negras, rojas o amarillas) y también el tipo que repartía justicia. Una justicia que casi siempre se asociaba con la venganza por muy idiota y digna que resultara.

Es una pena que nadie haya valorado lo que contribuyeron estas películas de tiros para que una generación de espectadores forjados en las endurecidas butacas de cines de reestreno llegara a la conclusión que eso de la diferencia es una máscara.

Por fortuna o sin ella, cuando recreábamos en la rambla, en el parque o jugando a los vaqueros lo que habíamos visto, casi siempre tocaba a uno el papel del malo. Y el malo, cuando uno veía un espagueti western de los que te hacían temblar y sacar revólveres imaginarios era inevitablemente el gran Lee Van Cleef.

Desde ese entonces el gran Cleef me acompaña por esta senda tan dura en la que transito.

El otro día soñé que me lo encontraba en la rambla de las tinajas.

Iba vestido de negro, el sombrero calado hasta las cejas. Apenas veía como sus ojos escudriñaban el tráfico pero sí como una gota de sudor resbalaba por su nariz aguileña.

Y me pareció que un vapor de bourbon salía de su boca al mascullar: “Viejo, hasta la última bala.”

 Como es natural quedé petrificado.

 - ¿Hasta la última bala?- balbuceé.

Lee Van Cleef asintió en silencio y rozó con la yemas de los dedos el sombrero.

Supe entonces qué hacer con la última bala que me queda en el tambor de mi colt imaginario.

 Saludos, POW, desde este lado del ordenador.

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