¡Viva el ‘western’, malditos bastardos!

Como bien apunta Alfredo Lara –que fue faneditor de una de las mejores revistas dedicada a la novela de aventura en España, Opar–  en la presentación del primer volumen de la colección Frontera que inicia Valdemar, las novelas sobre el lejano oeste no han disfrutado en este país de buena prensa. Por un lado, porque este género literariamente hablando se asocia con las dignísimas novelitas de a duro. Por otro, porque las adaptaciones al cine terminaron por difuminar el interés que sus historias escritas reclamaban con justicia en este país de borregos intelectuales que es España.

La colección Frontera se inicia con el volumen de relatos Indian Country, de la escritora norteamericana Dorotyh M. Johnson, autora, entre otros cuentos, de La muerte de Liberty Valance, Un hombre llamado caballo –que recoge este volumen– y El árbol del ahorcado, material literario que inspiró una de las obras maestras de John Ford, la antropológica y violenta cinta de Elliot Silverstein y la también obra maestra de Delmer Daves, respectivamente.

Indian Country recopila más relatos de Johnson, algunos magistrales como La camisa de guerra y Viaje al fuerte, en los que su autora además de una sobresaliente capacidad para describir caracteres y visualizar escenarios, se caracteriza por una extraordinaria capacidad de elipsis a través de las cuales redondea todas sus historias. Historias que, como en los mejores western cinematográficos, cuentan la historia de hombres y mujeres en continúa lucha contra un paisaje y paisanaje que les es hostil.

Los cuentos que integran este volumen, al que probablemente se añadirá un segundo con otras historias de esta prodigiosa y hasta el día de hoy desconocida escritora para quien firma estas líneas, destacan también por su crudo y violento realismo.

En Viaje al fuerte, por ejemplo, se narra el rescate de una mujer blanca en manos de los Sioux que prefirió sacrificar a su hija de siete años antes de que cayera en mano de la que probablemente –junto a los Apaches– sea la tribu de los primeros pobladores de los Estados Unidos más conocidas por el gran público.

Pero que no se alerten los lectores, porque en los relatos de Dorotyh M. Johnson sobre el salvaje oeste los indios no son salvajes sino pueblos complejos que han sabido construir una cultura en perfecta sintonía con la tierra que habitan.

En Camisa de guerra, a mi juicio el mejor relato de esta afortunada antología, un hombre blanco busca en territorio indio a su hermano desaparecido, un aventurero expulsado de la casa paterna y cuyo rostro lleva la marca de Caín.

Un encuentro entre un jefe indio de la tribu Cheyenne y el hombre blanco resuelve el conflicto. Caín ha encontrado su lugar en el mundo en un pueblo acosado por los representantes de una civilización cuya maquinaria solo piensa en avanzar y aplastar a sus habitantes originales.

Escritos sin barroquismos estilístico sino con una abrumadora y aparente sencillez a la que contribuye la excelente traducción de José Menéndez-Manjón, Indian Country es un volumen absolutamente recomendable para no solo aficionados al género que por excelencia hizo grande al cine norteamericano sino también para los que disfrutaron con la lectura de una literatura como es la de la aventura que, cuando está bien escrita, trasciende cualquier tipo de fronteras.

Los once relatos que contiene este libro son piezas que respiran lirismo, épica y honestidad. Historias que conmueven, y que hacen evocar en el lector esas lecciones de vida que todavía siguen transpirando las obras maestras que Ford, Hawks, Mann, Daves, nos legaron en lo que llaman como séptimo arte.

La aparición de un libro como Indian Country pone de manifiesto, además, que el western literario fue una de las vetas que explotaron muchos de estos cineastas para construir sus inmortales historias en imágenes.

Un género que va más allá de la novela western que tanto me distrajo en mi adolescencia y primera juventud con la firma de Zane Grey, Jack London, Oliver Curwood y, demonios, el alemán Karl May. Sino un género en el que también exploraron escritores como Ambrose Bierce, Charles Dickens (lean su magnífico relato Historia de un correo a caballo); Walt CoburnO’Henry, Stephen Crane o Francis Bret Harte, por citar solo algunos.

Sin olvidar, claro, está, las titánicas Jubal, de Paul Wellman, Warlock, de Oakley Hall, y Meridiano de sangre, de Cormac McCarthy…

Nombres, en definitiva,  de los gigantes que me han permitido descubrir desde la cómoda soledad de mi casa cuanta sangre, sudor y lágrimas cuesta conquistar la tierra prometida.

Saludos, ¡viva el western, malditos bastardos!, desde este lado del ordenador.

4 Responses to “¡Viva el ‘western’, malditos bastardos!”

  1. Nando Parrado Says:

    Hoy escuché en la radio a Lee Marvin cantando su ‘Wandering star’. Si nadie hubiera inventado el wéstern no existiría esa canción. Por lo tanto, ¡viva el wéstern!

  2. admin Says:

    Pues la canción que interpreta Clint Eastwood en la misma película –La leyenda de la ciudad sin nombre– tampoco tiene desperdicio. Ya sabes, la de Goooold Feeeeveeer!!!!

  3. el vino que tiene Ascensión Says:

    La que más me gusta es “Ellos llaman al viento María”.

  4. admin Says:

    A me sigue emocionando escuchar al gran Lee Marvin (por cierto, el Liberty Valance en el filme de Ford) cantando ‘Wandering star’

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