Érase una vez… En Santa Cruz de Tenerife

Estamos en 1932 y una pareja de cineastas franceses toman vistas con una cámara de una isla perdida del Atlántico llamada Tenerife.

- Oh lá, lá, lá.- exclama el señor Yves Allégret.

Oh lá, lá, lá.- repite el cámara, el señor Éli Lotar, mientras rueda la vida diaria de una pequeña ciudad de provincias conocida como Santa Cruz de Tenerife.

Los franceses, con claros síntomas de ardor de estómago por el fuerte vino de Tacoronte y las generosas raciones de puchero canario que tragan mientras pierden el tiempo paseando por una pequeña capital de provincias que parece que despierta de la Edad de Media,  prosiguen su aventura de rodar un documental sobre una isla donde unos pocos de sus habitantes trabajan en algo que se llama Gaceta de Arte y el resto de sus pobladores, resignados y encadenados, en una sociedad fuertemente –qué escribo fuertemente– virilmente aferrada a un sistema de castas que hace bullir inquietantes contradicciones en sus cabezas franchutes. Cabezas en las que se agitan revoltosas y acomodadas ideas de una izquierda estéticamente radical.

- ¡Mira a esa cordera que lleva bananas! ¡Fílmala, fílmala!- exclama Allégret a Lotar con los ojos desencajados mientras una moza bien moza camina a su lado cimbreando la cintura y portando encima de su cabeza una piña de dorados plátanos canarios.

- Fas-ci-nan-te.- responde Lotar sin sacar el ojo del visor de la cámara.

- Esto es oro puro… Puro oro puro.- murmura Allégret sorprendido.

En el ambiente huele a pescado salado. Los gabachos asocian el olor del pescado salado al poderoso Atlántico que lame las costas de esa isla que parece haber sido olvidada por el tiempo.

- Toma notas, Yves.- le grita Lotar a Allégret algo molesto porque Allégret está más pendiente de la buena moza que lleva encima las bananas que en registrar por escrito lo que la cámara toma en directo y en blanco y negro.

- Estoy en eso, estoy en eso.- repite Allégret con sospechoso aliento de vino tacorontero.

- ¡Fiiiirmes!- exclama la mujer de Allégret abrazando de pronto a Yves por la espalda.

- Mon Dieu!.- responde asustado Allégret que hace que toma notas mientras por el rabillo del ojo observa como la bella moza con el manojo de plátanos encima de la cabeza desaparece por una esquina.

Los ahora tres franchutes, demócratas y repúblicanos, continúan caminando por las callejuelas de esa pequeña capital de provincias en la que cae un sol de justicia.

Allégret, a la altura de Iglesia de La Concepción, se pone de rodillas.

- He visto la luz, he visto la luz…

- ¿Y cómo es la luz, Yves?

- Pues que el Jacques… el Jacques…

- ¿Qué Jacques?

- El Prévert, merde!

- ¿Qué pasa con el Jacques Prévert?.- pregunta Lotar dejando de filmar.

- Que sea él quien escriba lo que estamos viendo.

- Pero Yves…

Allégret, deteniéndose en medio de la calzada y alzando los brazos.

- Ya veo los títulos de crédito…. ¿Ven los mismos títulos de crédito que estoy viendo yo ahora mismo?

- Pues… como que no.- responde la mujer y Lotar a la vez.

- Merde!  Imaginad, imaginad pedazos de Camembert con patas.

El sol de justicia parece que está derritiendo a los tres franchutes.

- Mi marido delira.- concluye la esposa.

- ¡¡¡Lo veo, lo veo..!!!- repite Alégret.- ¡¡¡Lo veo, lo veo..!!!

- ¿Qué ves?- pregunta Lotar.

- Una pantalla de cine.

- ¿Y?

- Una pantalla de cine donde aparece el título: Tenerife. Y después: por Yves Allégret y con textos de Jacques Prévert.

- ¿Y onde está Lotar?

- Eso viene más tarde…

- Me apetece comer.- dice la mujer de Allégret.- Algo ligero. ¿Qué tal una tortilla francesa a las finas hierbas?

- TenerifeTenerife….- canta Yves Allégret bailando como un derviche por la zona de la hoy conocida como calle La Noria.

-Yves, Yves….- le dice Lotar aprovechando que la mujer de Allégret se mete en una casa de comidas.- La de los plátanos, la de los plátanos…

- ¡¡¡Tenerife!!!.- Grita Allégret.

- Cuando se lo cuente a Buñuel.- piensa Lotar.

- Enfants…- anuncia la mujer de Allégret desde la puerta de la casa de comidas El brazo de Nelson.- En este sitio solo dan de comer puchero… O pescado salado.

- Yves.- susurra Lotar.- la moza de los plátanos… A tu lado, Yves… La moza de…

Allégret que se postra de rodillas ante la amazona canaria. Ahora sin plátanos…

- ¡Tenerife!

La moza, descolocada, pone los brazos en jarras.

- ¡Tenerife!.- repite alegre Allégret.

- Vétete por ahí.- dice la moza en grueso castellano con acento canario.

- No entiendo… No entiendo…

- Enfants….- chilla la mujer de Allégret.- ¡¡¡A comer!!!

- Puchero.- responde resignado Lotar.

- ¡Tenerife!, ¡Tenerife!.- repite Yves Allégret idiotizado mientras baila como un derviche por las calles de Santa Cruz.

- ¡Tenerife

Saludos, merci beaucoup por mostrarme ese Tenerife ochenta años después, desde este lado del ordenador.

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