Un ‘monstruo’ moral

Debía actuar con calma, tal vez se hubiera armado revuelo en las ratoneras al encontrar al niño asfixiado en una callejuela con la cara amoratada y los ojos abiertos, o tal vez no, la muerte era muy común en aquellas zonas y las gentes que allí habitaban se habrían endurecido sin remedio.”

(Los crímenes de Ashton y Las pesadillas de Uriel.- Arima Rodríguez Vega)

Encuentro a una escritora –en esa tribu dividida en clanes que adora cada uno de ellos a su idolillo particular– de la que apenas tenía noticia. O referencias salvo la breve nota biográfica que me da fe de ella en la solapa de Los crímenes de Asthon y Las pesadillas de Uriel (Colección Tid, Ediciones Idea).

Se llama Arima Rodríguez Vega y su novela –una grata sorpresa– no tiene nada que ver con lo que estoy acostumbrando a leer en estas islas. 

El libro, que es una historia estructurada en dos novelas: Los crímenes de Ashton y Las pesadillas de Uriel, es una pequeña rareza en la que su autora propone un relato trágico pero también sereno sobre un asesino que mata por compasión.

Una especie de Jack el Destripador con conciencia al que le molesta que se le conozca como el Monstruo de Asthon.

“¿Pensaban que era compasivo acaso ignorar premeditadamente lo que se vivía a unos pocos kílómetros de sus casas? Comenzaba a darse cuenta de que no solo los suburbios estaban podridos, todo a mi alrededor adquiría ahora una distorsionada silueta que ponía en entredicho la verdad que siempre me habían contado en mi casa, en la escuela o en la iglesia. El propio término verdad comenzó a antojárseme irreconocible y otra definición nueva empujaba a la antigua y prejuiciosa. Un desconocido significado creado por mi.”

Narrada con lentitud, la inquietante historia que plantea Los crímenes de Ashton transcurre en un territorio que no tiene nada que ver con Canarias aunque el ambiente cerrado y agobiante del pequeño universo que pergeña Rodríguez Vega, sí que resulte reconocible para cualquier habitante de estas islas abandonadas de la mano de los dioses.

Se trata así, a mi juicio, de un relato que brilla precisamente por su insólita diferencia. Por narrar, con todas sus letras, una confesión en la que su protagonista más que justificar, intenta explicar científicamente su instinto más que depredador, quirúrgico.  

Arima Roldríguez recurre así a un estilo aparentemente sencillo, y que no es otro que el de dar voz a su personaje con un academicismo que me sabe a novedoso. Quizá porque lo más reciente que he leído escrito por estas tierras se está camuflando bajo el disfraz de un experimentalismo que solo esconde vergüenzas. 

La lectura de Los crímenes de Asthon, no así su inconexa continuación Las pesadillas de Uriel, me recuerda a Stevenson… Pero al Stevenson que reflexionó sobre las dobleces del alma humana en esa pequeña y gigantesca obra maestra que es El caso del doctor Jeckyll y Mr. Hyde.

No termino, de todas formas, por ubicar cuales son las intenciones de su autora, ya que  la primera novela que incluye el volumen es el relato de una confesión en la que se justifica las acciones de su protagonista sin resutarle por ello inquietante al lector. Lector que puede estar en contra de lo que hace pero que presta atención a sus palabras porque están escritas bajo la sombra de un sogiego que desarma.  

En este sentido, Arima Rodríguez Vega escribe un relato donde la palabra ficción, con todos los errores que encierra su ópera prima, se confabula para concebir un audaz y literario retrato humano que por contradictorio y en ocasiones políticamente incorrecto se me antoja como una especie de oasis en el actual panorama de las letras que se escriben desde Canarias. 

Un libro/confesión en el que su protagonista cuenta todo el proceso que lo llevó a librarse del incómodo traje que la sociedad en la que se desenvuelve le preparó desde que nació.

Me enfrento pues a una novela que me provoca porque intuyo que su pretensión –ese estilo algo barroco, ese empeño en explorar con frases largas y algo ampulosas el estado cerebral del ¿monstruo?– no era la de provocar sino la de describir una voluntad que, equivocada o no, quiere ser individual. 

Se le puede criticar a Los crímenes de Ashton y Las pesadillas de Uriel su ritmo. La lentitud en la que se va encadenando el relato, la escritura monocorde que monopoliza sus páginas, pero si el lector queda intrigado por esa lentitud, por esa escritura monocorde y sin apenas sobresaltos, observará como poco a poco puede llegar a entender las razones que empujan a su protagonista al crimen como acto quirúrgico. 

Los crímenes de Ashton, más que Las pesadillas de Uriel –segundo libro, y a mi juicio prescindible ¿continuación? inserta en el mismo volumen– se transforma así en una extraña y en ocasiones contradictoria confesión en la que se narra una serie de espantosos crímenes a través de los cuales su protagonista pretende suturar la mediocridad y la hipocresía que la sociedad en la que se desenvuelve quiere condenarlo a vivir.

Arima Rodríguez no es Oscar Wilde, obviamente, pero la visión que propone en Los crímenes de Ashton me hace pensar continuamente en el genio irlandés que cantó a la vida por encima de la fealdad y terrible falsedad con la que la mayoría quiere travestirla.

Me sabe por eso a un libro único. Único si quieren por excéntrico y estar al margen de lo que se escribe hoy por hoy en estas latitudes desnortadas.

Por ser un relato que ha encontrado en la ficción el antídoto para ser inmune a la impostura local. A ese pernicioso virus que está contaminando a muchas de las novelas y relatos que se están publicando en los últimos tiempos en esta tierra. 

Los crímenes de Ashton, no Las pesadillas de Uriel, es así ficción. O un relato que no tiene más pretensión que la de contar. Narrar la historia de un hombre cuya lucidez tomó la forma de un monstruo moral. 

Saludos, mi patria es Atenas, desde este lado del ordenador.

4 Responses to “Un ‘monstruo’ moral”

  1. Arima Says:

    Vaya sorpresón!! entré esta mañana en tu blog como suelo hacer con toda la frecuencia que puedo y cuál no sería mi sorpresa al ver la imagen de la carátula de mi querido librito y tu crítica.

    Es lento como dices, pero es que yo soy lenta y metódica sin remedio. Las pesadillas de Uriel es prescindible con respecto a la historia principal, no te lo puedo negar, pero es la nota diversa y la posibilidad de encarnar cualquier situación que no se posee y la necesidad, mi necesidad en realidad de, una vez destruídos los conceptos básicos subjetivos que mantienen a esta sociedad sumida en su podredumbre, como intento hacer a través de Uriel, de ocupar las manos de quien no somos y valorarla desde esos ángulos imposibles.

    Tremendo que mencionaras a Oscar Wilde en tu crítica, es, con diferencia, mi autor, MI AUTOR. Siempre he querido pensar que leerle ha influido en mi perspectiva sobre muchos aspectos de mi vida, más allá de la influencia que pueda haber generado en mí a la hora de escribir, que ojalá así haya sido.

    Mi intención… realmente nunca tuve mucha intención porque siempre escribí para mi, la idea de publicarlo surgió cuando ya había polvo sobre la historia. Cuando lo escribí quise llevar a cabo una actividad catártica que me alejara del cansancio que sentía en exceso por aquellas épocas y que, desgraciadamente, sigo sintiendo con mucha frecuencia.

    Muchas gracias por dedicarme una entrada en tu blog, no te haces una idea de la ilusión que me ha hecho leerte hablando de mi libro.

  2. admin Says:

    Muchas gracias a tí, Arima. Y sí, compartimos predilección por el gran Oscar Wilde.

  3. Roberto Says:

    Pues para ser mi primera vez que escribo en este blog, la verdad que la crítica no la comprendo del todo. Respeto la postura del crítico, es una labor ardua, compleja.

    Entiendo también el tono de apoyo a una creadora -no conozco la trayectoria de la autora-. Pero he conseguido el libro y lo empecé a leer. Decir que es lento es hacerle un favor a la autora. Lo que no entiendo es cómo dices que si, a pesar de esa lentitud, uno sigue leyendo… Eso es como decir que si, a pesar de que una novela tiene personajes maniqueos, si uno sigue leyendo, o de si un poema carece de musicalidad, pero si uno sigue leyendo… La lentitud es un defecto formal porque esta autora escribe como lo que lee, y se diría que no tiene ni papa de literatura contemporánea, ni de la nacional -como Muñoz Molina o Juan José Millás- y ya ni cuento si le suena… Es que los autores se delatan y escriben como leen, y parece una obra -la primera parte, la segunda es insufrible, la de los cuentos- de una autora que sabe contar, describir, explicar, pero no sabe narrar. Y un escritor narra.

    La apuesta es buena, pero si la forma no acompaña a ese contenido… No entiendo cómo un crítico como tú puede decir lo de Wilde, pero que la autora interprete que de verdad la estás comparando con el estilo wildeano, es de mear y no echar gota. Quiero pensar que estás apoyando a una escritora que escribe algo diferente a la mierda esa de Ramallo y Santa Pus, que no pasaría una revisión textual seria en ningún foro serio -porque lo he leído, y aparte de la gracia, que lea a Fernández-Mallo, que ya hace lo que él y con más calidad formal, que es de lo que se trata, esto es literatura-. Ahora bien, sentir predilección por Wilde y decir… es que me da risa… que ese texto recuerda en algo a Wilde es no haber leído ni entendido al Wilde… Abría que coger a la autora, abrirle el aparato crítico que aparece en la edición de Cátedra de El retrato de Dorian Gray y que busque alguna similitud entre su prosa y la de este… O De Profundis… Por favor, en serio, lo que quizás quisiste decir es que te recuerda a ese lenguaje decimonónico, a lo Henry James, pero este libro es una verdadera porquería y la literatura canaria no pierde nada no leyéndolo. Yo creo que un crítico tiene que ser más serio. Lo digo con respeto pero me permito decírtelo como lo pienso, y que conste que lo de la seriedad no va porque no seas serio en tus críticas, sino por ese paternalismo de esta reseña. La novelita es insufrible, espero que la autora escriba una prosa más fluida, se alimente de la literatura de otras latitudes como la oriental -Tanizaki, Mishima, etc.- y de los recursos técnicos. Le vendría bien unas clases en la Escuela de Escritura de Tenerife. Yo asistí y mejoré.

    En fin, me sigues pareciendo un gran crítico, pero esta crítica… si dices que hay novelas de G21 que son malas, incompletas, fallidas, esta novela qué es entonces… Vendrá otro y dirá que es genial, yo dejo mi opinión. Y me molesta por haberme gastado el dinero y leer esto. Hay mucha distancia. Demasiada. Un abrazo.

  4. admin Says:

    Agradezco tu comentario aunque no comparto lo que me cuentas. Otro abrazo.

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