‘El corsario de Lanzarote’, una novela de Francisco Estupiñán

La publicación de El corsario de Lanzarote (1), novela por el escritor y periodista Francisco Estupiñán obtuvo el premio Benito Pérez Armas 2011, coincide en las librerías canarias con una serie de historias que más o menos se desarrollan en el mismo periodo histórico que ésta: la conquista de Canarias y el asentamiento y posterior desarrollo de los primeros pobladores europeos, y sus generaciones, en las islas.

Sin embargo, y en contra de otros títulos como El guanche en Venecia, de Juan Manuel García Ramos y La Señora. Beatriz de Bobadilla, señora de Gomera y Fierro, de Carlos Álvarez, el título de Estupiñán me parece el más logrado de todos ellos. La primera razón que podría argumentar para sostener esta reflexión es la sencillez de su escritura y la claridad de objetivos que caracteriza a la novela. También, la habilidad que ha tenido el autor para jugar con la variedad de géneros que se dan cita en ella.

En este aspecto, parece como si Francisco Estupiñán se moviera como pez en el agua sin descuidar en ningún momento la psicología con la que arma a sus personajes, en especial el retrato que hace del marqués Agustín de Herrera y Rojas, el protagonista de este relato en el que se dan la mano ambiciones políticas, amores apasionados y escaramuzas por la captura de esclavos en unos tiempos en los que, tal y como reproduce la cita de Antonio Rumeu de Armas que encabeza este libro: “De las Islas Canarias puede decirse que hasta tiempos recientes no han conocido la paz.”

El corsario de Lanzarote es además una apasionante novela sobre la sociedad que comenzaba a configurarse en el archipiélago la segunda mitad del siglo XVI, y en concreto la de una isla, Lanzarote y tangencialmente Fuerteventura, en la que aquellos hombres y mujeres sacaron provecho de un territorio aparentemente hostil por yermo. Castigado por las inclemencias del tiempo, la falta de agua potable y los ataques continuados de corsarios berberiscos.

Pero son muchas las historias que contiene esta novela que apenas alcanza las doscientas páginas. Rasgo que la convierte si cabe en más destacable por la capacidad que ha tenido el escritor para condensarlos en un volumen que usa la Historia para narrar un relato lo más aproximado posible a las fuentes que lo inspiran.

Porque casi todo lo que se cuenta en El corsario de Lanzarote (2) está recogido de documentos de la época. Es decir, contrastados por el escritor en una intensa labor de recolección de datos que se materializa en el libro con un vistoso realismo de época. Realismo que contagia en el lector actual el miedo que aquellos canarios ya de cuarta generación debieron de sentir viviendo en una isla que sufría el ataque depredador de piratas a los que Estupiñán retrata sin maniqueísmos, y sí presentándolos como lo que debieron ser: soldados de fortuna.

El escritor dibuja además, con la precisión de un cirujano, el retrato psicológico de Agustín de Herrera y Rojas. Un hijo de su tiempo, producto de una sociedad mestiza.

“Doña Constanza logró impresionarlo aún más vivamente cuando le explicó que, a través de su otra abuela, de nombre Catalina Dafía, llevaba sangre de la casa del normando Jean de Bethencourt, conquistador y primer señor de Lanzarote y Fuerteventura, y de reyes canarios, paganos, que tenían su antigua capital también en la misma Teguise, y que fueron cristianizados por los Bethencourt y los Herrera.”

Este linaje obliga a que el protagonista de la novela forje desde su más tierna niñez “un carácter imbuido de su propia importancia y destino. Este hecho influía enormemente en el niño Agustín, que en ocasiones convertía la prestancia en arrogancia, la valentía en bravuconería o el mando en tiranía.”

La adolescencia de Herrera y Rojas queda marcada así por su abuela Constanza, quien no deja de darle consejos como los de rodearse de sus hermanastros “pues solo los de tu misma sangre serán capaces de sacrificarse por ti, si llegara el caso. Para obtener la lealtad de los demás, siempre necesitarás de las prebendas.”

El corsario de Lanzarote es una novela sin buenos ni malos sino la historia de un tiempo cuyos ecos aún continúan resonando en Canarias.

En este sentido, el libro aborda la lucha de poderes para defender un apellido por encima de otros; también la de abrirse paso ante un paisaje difícil, sin apenas agua, pero que contiene una poesía que contribuye a modelar el carácter de sus habitantes. En un viaje que emprende el protagonista para conocer sus dominios, describe Estupiñán: “Luis y Agustín se sentaron muy próximos, en sendos pedruscos pulidos por las inclemencias de la intemperie. Se repartieron pan bizcochado, queso y cebolla y lo tragaron con agua de lluvia recogida en los aljibes de la casa señorial. Se divisaba el cortijo en medio del llano en que se remataba el valle, con la casa central y las cuadras a un lado. Detrás de la casona se podía ver una amplia extensión poblada de hoyos en cuyo interior crecían, protegidos del ventarrón, las vides. Algo más atrás, varias fanegadas de trigo luchaban por madurar, cercadas de a poco por higueras y olivos que servían de cortavientos.”

Es decir, Estupiñán transmite al lector la sensación de que se está ante una geografía que merece la pena proteger.

Agustín alcanza la mayoría de edad siendo apenas un adolescente cuando lidera la defensa de Lanzarote ante un ataque pirático. Su abuela, tan determinante en su primera juventud, le hace entrega de las armas de su padre. Y escribe Estupiñán: “Sus sensaciones eran encontradas: la decisión de defender el señorío heredado de sus padres le irrigaba valentía en cada poro de su piel: saber que la muerte podía estar cerca le aceleraba el corazón y tensaba sus articulaciones.”

La descripción de la batalla es uno de los capítulos más cinematográficos de esta novela. Casi parece un western. “Se oyeron los primeros disparos. Los lanzaroteños los esquivaban, escondidos tras las barricadas y los muros de las casas, mientras sentían las descargas cada vez más próximas.”

Pero es que hay más en El corsario de Lanzarote. Que es literatura de la buena. Es decir, toda aquella que sabe enganchar el interés del lector no solo por estar bien escrita sino porque cambia la manera de ver las cosas de ese mismo lector.

Hay poso detrás de cada uno de los capítulos que vertebra este libro. Pero sobre todo se aprecia un profundo respeto, fruto del conocimiento del autor, por el periodo que narra. Un  momento de la historia de Canarias, ya parte de un  imperio español, en cuyo reflejo podemos reconocernos salvando las distancias…

El logro de Francisco Estupiñán es que cuenta todas estas cosas sin recurrir a ironía ni explotar la mitología que casi siempre suscita este periodo de la historia de Canarias. El autor no juzga a los personajes porque entiende que el narrador del siglo XXI no puede juzgar a unos hombres y mujeres cuyas acciones estaban marcadas por su tiempo.

Eso explica las voces a las que recurre para contar esta historia. Se aprecia que el escritor se preocupa, sin alardes estilísticos, sin fuegos artificiales, por darle nombre a las cosas. Casi como si se tratara de una obsesión por imprimir verosimilitud al relato a través de las palabras escogidas. Es lo que demanda un relato que nos retrotrae a un momento de la historia de Lanzarote, y de Canarias, que comenzaba a adoptar una nueva identidad.

Leer por eso El corsario de Lanzarote es como viajar en una máquina del tiempo. Y descubrir, con la perspectiva del lector del siglo XXI, una historia en la que un grupo de hombres y mujeres fueron capaces de combatir por alcanzar sus sueños, por muy egoístas y equivocados que estos pudieran resultar.

Son muchos los párrafos que entresacaría de este libro. Como su descripción del Real de Las Palmas, territorio que para Agustín Herrera de Rojas “era mucho más de lo que hasta entonces había conocido.” O su madurez, en la que olvida algunas de las recomendaciones que tan atinadamente le enseñó su abuela Constanza.

El corsario de Lanzarote es la historia de un hombre que, con todas sus contradicciones, forma parte de Canarias. Una Canarias que adquiere especial protagonismo cuando se descubren las tierras de América.

Estamos pues ante un novela redonda. Una novela que hace justicia a la historia de Canarias novelada. Una novelada historia de Canarias en la que recurriendo a las fuentes descubrimos que su surrealismo –hoy más vivo que nunca– ya caracterizaba esta geografía antes de la visita a Tenerife del padre del movimiento, el francés André Breton.

La caza de burros salvajes en Fuerteventura, tal y como lo narra Abreu y Galindo, personaje junto a Torriani, que aparece también en El corsario de Lanzarote, no tiene desperdicio. Como no tiene desperdicio otros momentos de un título al que no le falta ni le sobra nada.

Pienso en las relaciones sentimentales que salpican la existencia de su protagonista. Sus incursiones en territorio africano para capturar esclavos. Su defensa enconada de la isla contra el ataque de, precisamente, corsarios… Las ambiciones políticas que se desatan para ser señor de un territorio… Pero sobre todas las cosas, el ritmo que ha sido capaz de dotarle a su relato el escritor. Un relato que empieza y termina con una carta escrita por uno de sus hermanastros preso en berbería que ofrece algo de luz en torno a Agustín de Herrera y Rojas…

El corsario de Lanzarote es, en definitiva y a mi juicio, literatura de verdad.

Con todas sus letras: Verdad.

(1) El miércoles, 21 de noviembre, se presenta El corsario de Lanzarote en la sede centra de CajaCanarias, en Santa Cruz de Tenerife.

(2) El corsario de Lanzarote puede adquirirse a través de la página web de CajaCanarias, así como en las librerías La Isla, Canaima, Librería del Cabildo y Lemus, al precio de 10 euros

Saludos, quien lanza sabe mover, ella le da de comer, desde este lado del ordenador.

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