Descubrimos el arma secreta de Corea del Norte: ¡Pulgasari!

Generalmente se dice que el cine –hoy la televisión– se ha convertido en un instrumento por el que dictadores de todo signo ideológico han sentido extraña fascinación. Tanta, que lo han utilizado como vehículo de propaganda a través del cual justificar la necesidad histórica de su régimen. Son muchos los ejemplos, pero en este post solo nos detendremos, y con cierta atención, en uno de esos trabajos que vieron la luz por empeño personal de un hombre que visto con mirada occidental no deja de resultar un marciano: Kim II-sung, el padre fundador de esa monarquía de signo ¿comunista? que dirige los destinos de la República Popular Democrática de Corea desde 1948 a 1994, año en el que tras su muerte asumió la responsabilidad su hijo Kim Jong-il y tras morir éste en 2011, su nieto Kim Jong-un, hoy noticia al declarar el estado de guerra en su empobrecido y hambriento país.

Insistimos, sin embargo, que no es nueva esta afición de algunos siniestros dictadores por reflejar en pantalla sus supuestas hazañas a favor de la salvación nacional. En España, Francisco Franco firmó bajo el pseudónimo de Jaime de Andrade el guión de Raza (José Luis Sáenz de Heredia, 1942); Joseph Goebbels está muy presente en Ohm Krüger (Hans Steinhoff, 1941), título que los expertos no dudan en afirmar que muchos de sus diálogos parecen escritos por quien se inmoló junto a su familia tras el suicidio de Hitler en el búnker de Berlín, así como Benito Mussolini, quien no ahorró en gastos para visualizar cinematográficamente la epopeya de Escipión el africano (Carmine Gallone, 1937) para justificar sus frustradas campañas africanas y, desde el otro extremo, y obviando las cintas que se rodaron en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas tras el triunfo bolchevique con El acorazo Potemkin y Octubre, de Sergei M. Eisenstein, El león del desierto (Moustapha Akkad, 1981), una iniciativa de Muammar Gaddafi en la que se canta el levantamiento liderado por Omar Mokhtar contra las tropas italianas en Libia y, oh curiosidad, la estrafalaria película de monstruos codirigida por el surcoreano Shin Sang-ok, Pulgasari (1985), por empeño personal de Kim II-sung, quien aparece además como productor ejecutivo de la cinta.

Pulgasari cuenta la historia de la tenaz rebelión que emprende el castigado pueblo coreano contra un monarca que desconfía de sus gentes. Tanto, que les arrebata sus herramientas de trabajo con el fin de evitar que construyan armas con la que puedan derrocarlo del trono. Sin embargo, y de una sencilla figura  nacerá una criatura monstruosa que repartirá justicia aunque su voraz apetito por los metales le haga volverse incluso contra los desposeídos de la tierra.

De escasa distribución en el mercado internacional no ya por sus cuestionables méritos cinematográficos sino, aseguran algunas fuentes, por el ambiguo mensaje ideológico que lleva dentro, Pulgasari vista hoy no deja de ser una rarísima película de monstruos a la japonesa con confuso aunque intencionado mensaje. Mensaje que a la postre resulta bastante infantil para tomárselo en serio en un país que no sea la República Popular Democrática de Corea.

La amenaza que el nuevo régimen liderado por Kim Jong-un hacia su vecino del sur y por extensión contra Estados Unidos, nos obliga sin embargo a repescar este título psicotrónico aunque resulte mucho más atractiva y cinematográfica la historia que hay detrás del filme que el propio filme en sí.

Al parecer, su director, el surcoreano Shin Sang-ok se pasó siete años en Corea del Norte ¡¡¡tras ser secuestrado!!! –afirmó– por los servicios secretos del Norte cuando se encontraba en Hong Kong. El objeto era rodar una serie de películas que revelaran las excelencias del régimen norcoreano, y que mejor para ello que contar con los servicios de un hombre que había triunfado con sus películas en el sur aunque no se encontraba en su mejor momento cuando, presuntamente, fue secuestrado.

Tras filmar una serie de películas costumbristas, rueda con la colaboración con Chong Gon Jo, Pulgasari, cinta en la que interviene la actriz  Choi Eun-hee, esposa de Shin Sang-ok y también secuestrada en Corea del Norte, como no se cansó de repetir cuando regresó a las democráticas tierras del sur.

Pulgasari no deja de ser una descacharrante y algo tediosa película de monstruos con intenciones que, a mi juicio y vista hoy, desvirtúa el propósito propagandístico con el que fue creada.

Expliquémonos en este post trabalenguas: cuando la bestia hace de las suyas contra los arrogantes ejércitos del malvado monarca, no lo hace motivado por una, digamos, conciencia de clase sino por una necesidad brutal de alimentarse del metal con el que han sido forjadas las espadas de quienes reprimen a los buenos campesinos.

Por algún lado he leído incluso que Pulgasari es, en este sentido, una metáfora del sistema capitalista ya que devora (consume) todo a su paso, pero no sé si tomarme demasiado en serio esta interpretación.

Si destaco de esta película lo que significa para entender el delirio de un régimen tan personalista como el de Corea del Norte. Un régimen que parece fruto de una distopía poco creíble aunque efectivamente, y en este caso, es el arte el que imita a la vida y no al contrario.

Hay mucha información sobre esta rareza en la red y un estupendo y recomendable artículo publicado en The Guardian en el que se cuenta la increíble historia de su realizador y esposa durante los siete años de cautiverio supuesto.

El filme se puede descargar en ese milagro que sigue siendo Internet y es muy recomendable para los amantes de lo que ya empiezo a denominar como cine torcido. A la espera estoy ahora de conseguir las lecciones de cine que en su día, parece ser, dictó el fundador de esta dinastía roja, Kim II-sung, a sus obedientes discípulos.

Saludos, honorables, desde este lado del ordenador.

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