El primer hombre

Escritores e intelectuales como Albert Camus (Mondovi, Argelia, 7 de noviembre de 1913-Villeblevin, Francia, 4 de enero de 1960) serán siempre necesarios. Más en un mundo como el que nos ha tocado vivir. Imagino al planeta como un machango que camina sobre un cable al borde del abismo y con una venda sobre los ojos para no ver el vacío que hay más allá de los pies que lo conduce al otro extremo del precipicio, donde cree que tocara tierra firme.

Albert Camus fue además el escritor de cabecera de dos de las personas a las que he querido más allá de las que forman mi círculo familiar, y fue gracias a ellos y a sus insistentes recomendaciones que llegué a la obra de un escritor que dedicó el Nobel de Literatura a su viejo maestro en Argelia, el hombre que hizo todo lo posible para que el joven Camus continuara sus estudios en París y que más tarde lo siguiese una amplia pero no demasiado extensa legión de seguidores. Seguidores de ese extranjero que somos todos o víctimas de una peste que nos acecha a todos también.

Dicen que fue un gran amante del fútbol, ese balompié que nunca se impuso, y del teatro, dos pasiones que llevó consigo hasta su temprana muerte, una muerte absurda como son todas las muertes repentinas.

Jugó de portero, guardameta que no termina de imponerse, y escribió teatro y conoció a los artista e intelectuales de su tiempo, algunos de los cuales se distanciaron de él cuando estalló el problema de Argelia, la tierra de su nacimiento, la tierra donde vivió su madre, de origen menorquín y señora con todas sus letras que sacó adelante a la familia de rodillas limpiando pisos. El mismo Camus recuerda en su diario que cuando le anunciaron que era ganador del Premio Nobel de Literatura el primer pensamiento que tuvo fue su Madre, que se escribe con mayúsculas porque Madre solo hay una. La influencia que tuvo sobre su hijo se palpa no ya tanto en su obra sino en su devenir existencial que hace que se convierta en un crítico cuya franqueza sigue siendo tan necesaria en su tiempo como en el nuestro. Fue su amor a la Madre el que le hizo decir el comentario que más tarde utilizarían los otros para acusarlo de colonialista a propósito de la guerra de liberación que se había desatado en Argelia, su tierra. Colonialista a él, a Albert Camus: “En este momento se arrojan bombas contra los tranvías de Argel. Mi madre puede hallarse en uno de esos tranvías. Si eso es la justicia, prefiero a mi madre”.

En cuanto al padre, dibuja un hermoso retrato en un libro inconcluso pero de obligada lectura: El primer hombre, libro que dedica, cómo no, a su Madre, analfabeta: “A ti, que no podrás jamás leer este libro”.

Tal y como están los tiempos,viendo como se aproximan nubes oscuras que nos impedirán ver, insisto que volver a Camus hay que tomarlo casi como una obligación. Recuero ahora que escribo estas líneas como uno de esos amigos que lo tenía como un dios en su particular panteón de escritores e intelectuales a los que rendir devoción “porque nunca mienten”, solía salpicar su conversación con frases de Camus vinieran o no a cuento aunque siempre, o casi siempre, vinieran a cuento.

Por María Casares, que fue el amor de su vida y que como todo amor que se lleva muy dentro apenas germinó como tenía que haber florecido, y su polémica con Jean-Paul Sartre, polémica que tuviera o no razón siempre hizo que estuviera del lado de Camus y no del escritor y filósofo de ojos estrábicos, continúa logrando que mi cabeza y mi corazón estén del lado de un hombre que además de pensar enarboló siempre la bandera de la dignidad. Camus habla desde dentro y como no se cansaba de repetir aquel otro amigo sobre su obra: “nunca miente”.

Y una pequeña confesión: mientras buscaba imágenes del escritor para ilustrar estas líneas quería recoger una que mostrara su humanidad y no la pose de tipo atractivo (lo fue) con un eterno cigarrillo colgando de sus labios. La tarea no fue tan fatigosa como esperaba ya que encontré sin demasiado esfuerzo la imagen que ahora observan y que apoya gráficamente estas líneas escritas como siempre de manera apresurada.

La fotografía representa, a mi juicio, al verdadero Camus.

El primer hombre.

Saludos, en recuerdo de…, desde este lado del ordenador

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