José Guirao, un técnico de Cultura

No es habitual encontrarse con profesionales de la cultura que, al margen de las lisonjas y parabienes que implica el cargo, conoce a fondo el sector y sabe cómo getionarlo. Uno de ellos fue José Guirao Cabrera (Pulpí, Almería, 9 de junio de 1959 – 11 de julio de 2022), ministro de Cultura (2018-2020) en uno de los períodos más difíciles y confusos que ha vivido este país en los últimos años.

José Guirao sin embargo fue cortesmente sustituido en uno de esos cambios de timón que tanto caracterizan al actual gobierno de España, y el técnico se retiró a sus cuarteles de invierno, que fue volver a su antiguo trabajo como gestor de la Casa Encendida, hoy todo un referente de cómo ha de hacerse las cosas en políticas culturales.

José Guirao estuvo el año pasado en Tenerife para impartir la primera charla inaugural de la Cátedra Cultural de Gestión y Políticas Culturales de la Universidad de La Laguna. El acto se desarrolló en el Paraninfo y contó con una notable asistencia de público entre los que se encontraban sobre todo funcionarios y técnicos en materias culturales de las islas.

El diálogo fue fluido aunque Guirao no pudo evitar su lado político, lo que significa que no respondió directamente a preguntas difíciles ya que se iba por las ramas y se liaba como una persiana. Cuando entendía que podía explayarse, era una gozada escuchar las palabras de un hombre que conocía tan bien al sector y la gente que lo mueve.

Al finalizar la conversación y cuando los policías nacionales que le servían de escolta dejaron que hablara con el público, recuerdo que alguien le preguntó qué opinaba de Federico Jiménez Losantos, el más que periodista, azote liberal de las derechas e izquierdas de este país, y que él respondió que era muy amigo de su hermana, y que conocía personalmente a Jiménez Losantos, un tipo, resaltó, “antisistema”, no dijo en ningún momento ni facha ni fascista que son expresiones que utiliza la gente tan gratuitamente como ahora lo de rojo y comunista.

José Guirao, más allá de las ideologías y de las exigencias del partido socialista, era un técnico, un tipo que hacía gestión y que tenía una idea muy clara de cómo hay que conducir a la cultura cuando se detenta algo de poder. El poder no está para vivir del cuento sino para presionar si la ocasión lo requiere por el bien de la comunidad. Lecciones, como observan, tan necesarias y mucho me temo que urgentes para que los que en la actualidad asumen responsabilidades de gestionar políticas culturales aprenden cómo deben de ejercerlas. Pero soy consciente que mis palabras caerán en el vacío ante un viceconsejero de Cultura como es Juan Márquez Fandiño que no pone orden en su Instituto Canario de (sub)Desarrollo Cultural y no responde a preguntas ni reacciona ante la lluvia de críticas que está erosionando su gestión (¿?) o en el Cabildo de Tenerife su director insular, Alejandro Krawietz, que empieza a ser conocido en el ambiente como el gorgorito, solo que su té, chocolate y café suele quedarse en casa. Respecto a los ayuntamientos de Santa Cruz de Tenerife y La Laguna, lo mejor es mirar hacia otro lado porque su agonía comienza a ser putrefacta.

Recuerdo que durante aquel rato con José Guirao salió a colación lo de la batalla cultural que en la actualidad, dicen, libran las derechas contra las izquierdas. Guirao se quejaba porque el discurso de su partido, el que está en el gobierno, fuera tan poco realista con la conquista de América y pensaba que ese asunto lo estaban ganando las derechas por goleada. Le respondí entonces que si así fuera, la causa de esta derrota se debía a los supuestos progresistas a los que no les gusta, aunque piensen lo contrario, hablar de temas que resultan tan incómodos cómo la América española y la herencia de España en aquella América que fue española.

Meditó un rato y acabó por darme la razón pero mucho me temo que todavía faltan años para que veamos a los socialistas reivindicar lo que significó con toda su grandeza y miseria la conquista de aquel territorio sin sonrojo alguno. Y mucho menos, sin la urgencia de pedir perdón.

Pero si hubo un tema del que le encandilaba hablar era sobre su pueblo natal, Pulpi, en Almería, tierra a la que regresaba durante las vacaciones. Es decir, que en estos calurosos días de julio debía de estar allí y no donde se encuentra ahora.

Me conmociona sin la gravedad de un terremoto la muerte de José Guirao, sobre todo porque todavía era muy joven y sobre todo también porque con él muere un técnico excepcional, un hombre que trabajó casi toda su vida por esto que llamamos cultura y no curtura que es lo que se hace en esta tierra en la que me tocó nacer.

José Guirao se nos fue con solo 63 años, recién cumplidos además, un hombre que supo lo que tenía que hacerse al frente de tal responsabilidad. Un profesional que tuvo muy claro que ocupar ese cargo no era para beneficiarse él ni sus colegas sino trabajar en beneficio de todos, al margen de querencias y maledicencias personales. Fue un técnico, un profesional. O el ideal de un funcionario al que le costaba decir lo de vuelva usted mañana porque prefería el vamos a arreglarlo hoy, hoy mismo.

Lo mismo, esto es ironía, que hacen nuestro viceconsejero, director general y responsables de curtura a este lado siempre sufrido del Atlántico.

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