Little Boy Blue, retrato del proscrito adolescente

“- Chico –dijo Rojo cuando estuvo listo– no hay duda de que vas de cabeza a San Quintín, tienes el mal dentro de ti. No te va a parar nadie, así que está bien que hagas el capullo con Floyd y conmigo, nosotros te enseñaremos. Tienes que decidir si quieres ser un chulo, un jugador; o prefieres ser un gángster.

-  ¿Qué diferencia hay?

-  Uno es hábil y el otro es duro.

-  Creo que prefiero ser un poco de los dos.”

(Little Boy Blue, Edward Bunker. Traducción de Zulema Couso, Colección Al margen, Sajalin Editores)

El 31 de diciembre del 2013, si aún continúo en este planeta, seré de los muchos que elevará una copa de aguardiente para celebrar el ochenta aniversario del nacimiento del escritor norteamericano Edward Bunker, fallecido en 2005 tras una vida larga repleta de penurias pero también gloriosa redención.

Bunker penetró en el mercado español a principios del siglo XXI a través de su voluminoso y apasionante libro de memorias La educación de un ladrón (Alba editorial), aunque su recuperación y reivindicación en el territorio de la ficción, geografía en la que mezcla sus experiencias personales, se debe a una pequeña editorial independiente que, para quien les escribe, es de las que más gratas sorpresas le ha deparado en estos tiempos oscuros cuyas nubes nos impiden ver

Me refiero a Sajalin, que también me abrió los ojos con un título extraño, cuya lectura me dejó huella profunda como El callejón de las almas perdidas, de W. L. Gresham que ya comentamos también en este mismo El Escobillón.

Con la reciente publicación de Little Boy Blue, la pequeña editorial independiente publica todas las novelas que nos dejó este potentísimo y aún poco reconocido escritor en España.

Cinco títulos en los que Bunker, un narrador sin pretensiones estilísticas, un simple y por ello complejo contador de historias, nos lega a unos lectores noqueados la vaga esperanza de que se encuentre en algún sitio un original perdido, uno de esos textos que, vaya uno a saber el porqué, el escritor prefirió guardar bajo siete llaves.

A la espera del hallazgo, y tras leer Little Boy Blue solo me queda volver a releer sus novelas: Stark, No hay bestia tan feroz, Perro come perro y La fábrica de animales.

Más tarde, una vez digerida las sensaciones que provoca caer rendido en su universo al margen de la ley, la estupenda por turbadora Little Boy Blue.

A mi entender, creo que se comete una injusticia cuando se intenta ubicar a Bunker como un escritor de novela negra. Lo escribo así porque Bunker no fue un escritor de género, y sí lo fue, acaso fue por narrar lo que siente, y hacer que entendamos eso mismo que siente, quien está al otro lado de la Ley.

A través de sus novelas se opera, entonces, un proceso cuando menos interesante.

Y es que el lector que sí respeta las normas esté, de pronto, del lado de quien se las salta, de quien las rompe, de quien las tritura. Del proscrito. De quien te roba la cartera, de quien entra en tu casa y desvalija tus escasas pertenencias…

Entiendo así que su lectura resulta desestabilizadora, en especial porque en casi todas sus novelas el ladrón de bancos y gasolineras, el extorsionador, el que trapichea con drogas por mucho que lo capture la policía, por mucho que cumpla condena, por mucho que disfrute de libertad vigilada continuará siendo un delincuente porque el sistema contra el que actúa para sobrevivir resulta, a fin de cuenta, una bestia mucho más feroz.

En Little Boy Blue, Bunker nos cuenta la historia de Alex Hammond, un niño de trece años rebelde desde el divorcio de sus padres y educado en reformatorios y casas de acogida en la California de la primera mitad de los años cuarenta del pasado siglo XX.

En plena II Guerra Mundial.

Aunque en casa se libra otra guerra.

¿Qué hacer con todos estos jóvenes delincuentes?

Los que tienen edad son enviados como carne de cañón al frente.

Pero ¿y con los menores?

¿Con los salvajes natos?

Hammond va desarrollando en estos ambientes –casas de acogidas, reformatorios–  un carácter cada vez más hosco y duro, rebelde a medida que aprende las reglas de un juego sórdido en el que solo sobreviven los fuertes.

Las novelas de Bunker son, en este sentido, y en Little Boy Blue con más intensidad que otras, lecturas con un involuntario sentido darwinista  que descoloca. Desarma. Te hace reflexionar.

En el mundo de Alex Hammond no existe la figura del padre y mucho menos de la madre.

Solo existe la gente que conoce en los reformatorios. Y los pocos adultos que le enseñarán algo, estafadores, timadores, criminales que cumplen condena.  

Little Boy Blue es la historia de la formación de un criminal adolescente.

Un retrato del criminal adolescente en el que no hay empalagosa moralina y sí intensa, fría por descarnada, mirada de cómo se forja un menor inteligente que no tuvo suerte –y al que le gusta evadirse de su realidad leyendo novelas– por el lado equivocado, torcido de eso que dicen debe ser vida.

Esa vida que existe al margen del cinturón castrante que impone una Ley cuya Justicia aparentemente lleva vendado los ojos.

Tras leer todo Bunker, y si me pusieran en la tesitura de escoger dos obras de este hombre que no fue nunca por la vida de escritor aunque sus libros sean, a mi juicio, literatura de verdad con todas sus letras, escogería No hay bestia tan feroz, cuyo protagonista, Max Dembo, aparece como secundario en Little Boy Blue, y en este apasionante, descarnado, brutal, darwinista retrato de la infancia que es, precisamente,  Little Boy Blue.

A Alex lo invadían sentimiento encontrados. Levantó la vista hacia las nubes arrastradas por el viento y después estudió el mar ondulante a un lado y la suave balsa de aceite al otro. Aunque era joven, había vivido y leído mucho y ahora se percataba de la metáfora de la vida en el mar, el puerto y el rompeolas, y supo que su destino era ser un proscrito, un criminal. De hecho, ya lo habían marcado, por dentro y por fuera. Demasiado tarde para volver atrás. De forma extraña, aquel reconocimiento le hizo sentirse libre, bien consigo mismo. Se echó a reír, el rugido del mar ahogó el sonido de su carcajada.”

Grande Bunker.

Grande Little Boy Blue.

Saludos, maestro, desde este lado del ordenador.

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