Cada domingo, cuando me despierto…

Hay mayor número de metástasis en la culpa que en el mismo cáncer.” (El fantasma de Harlot. Norman Mailer)

I.- ESCUCHO GLORIAS AL SEÑOR

Me pregunto si año nuevo vida nueva mientras escucho los cantos de los evangélicos debajo de mi cueva. Han instalado en un localcito los evangélicos un templo donde todos los domingos les da por rezar a partir de las nueve de la mañana. Son algo así como un reloj, mientras parecen invitar a este aprendiz frustrado de Lucifer a que se una a la fiesta. A los cánticos de Gloria a Dios, no a adiós

Adiós… Adiós… Gloria a Dios…

Cuando duermo en la cueva siempre me despierto la mañana de los domingos con la banda sonora de los evangélicos. Y no cantan mal, que conste en acta.

De hecho, mientras miro al techo pensando en si en levantarme o en cerrar los ojos e intentar recuperar el sueño perdido pienso en tres películas donde sacerdotes de pacotilla se meten en el bolsillo a sus feligreses que podríamos ser todos en estos tiempos enfermos.

II.- HAGO UNA LISTA INEVITABLE

Primera película, El fuego y la palabra. Está basada parcialmente en la novela Elmer Gantry de Sinclair Lewis, que es un escritor que me pegó fuerte. Además, dicen que fue el primer norteamericano en recibir el Nobel de Literatura.

Carajo.

Lewis se caracterizó por escribir novelas generosas en páginas. La película dirigida por Richard Brooks solo recoge un trozo, el más apetecible del libro original. A mi juicio, la versión cinematográfica es, por una vez, infinitamente mejor a la novela.

Segunda película, Sangre sabia. La dirige John Huston cuando entraba en el crepúsculo de su carrera y a mi me sigue pareciendo uno de sus trabajos más interesantes y una cinta que los levelistas –gente que debe rodar un musical con canciones leves a lo largo de este 2013 que nos espera a partir de mañana– ver de rodillas mientras reza el Rosario.

Por una vez, y sin que se entere nadie, los levelistas pueden prescindir de la obra que dio origen a esta extraña, mefistofélica y necesaria reflexión sobre el pecado que es Sangre sabia.

Tercer título, Touch. No sé el porqué, pero las novelas de Elmore Leonard no gozan de buena aceptación entres los lectores negro criminales. Debe ser cosa de que el señor Leonard vende y que lo suyo, como también hizo con las novelas del oeste, es adaptar las claves del género a su manera de entender las cosas que, siempre, resultan la misma aunque los escenarios resulten diferentes.

En Touch, la película que dirige el casi siempre interesante Paul Schrader, un hombre que hace milagros es utilizado por unos y otros.

Por otros y por unos…

Pienso en estas tres películas cuando los evangélicos me despiertan las mañanas de domingo que duermo en la cueva.

Me visto. Tomo café y me contemplo en el espejo con el runrún de Gloria al Señor que está en los cielos y me enfrento a una calle donde veo a los miembros de esa iglesia salir con una sonrisa indescriptible, no sé si beatifica, dibujada en los labios.

Confieso que me da miedo entonces que mi mirada se tropiece con la de algunos de ellos.

No sé si temo que me señalen y griten ahí va un discípulo de Satanás o que me intenten convencer de las bondades de su revelación. 

III.- EL TESTIGO DE JEHOVÁ 

Tuve un amigo hace muchos, muchos años, con el que compartí experiencias muy golfas y al que al cabo del tiempo dejé de ver por eso de que las amistades golfas si no se cultivan se vuelven elásticas, como un chicle.

Un día, paseando por la plaza de Weyler –es curioso como recuerdo algunos hechos banales de mi olvidadiza existencia y como se borran otros que, seguro, pudieron marcarme– tropiezo con él y la reacción inmediata es la de darnos un abrazo.

Él va trajeado y lleva un libro bajo el brazo.

Le pregunto que cómo le va.

-Soy pastor de los Testigos de Jehová.

- Vaya.- exclamo.

Se ajusta el nudo de la corbata barata mientras me enseña la solapa del libro.

La Biblia.

- No echas de menos… ya sabes.- tartamudeo.

-Ahora soy un hombre nuevo.- responde.

En ese momento la conversación queda muerta.

No nos damos un abrazo.

Ni siquiera las manos. 

IV.- A LOS MORMONES 

Bajo al Rastro tras escabullirme de los evangelistas. Pienso, también, en otro amigo que fue pastor de los mormones.

Por su apariencia reconocerán a los mormones.

Los que hacen misión suelen ir en pareja con camisas blancas, corbata y pantalones negros que recorren las calles de ciudades aparentemente descarriadas como la que me encuentro.

Cuando te asaltan, hablan en un castellano con acento anglosajón para convencerte de su verdad.

Hace tiempo leí en un libro extraordinario, uno de esos títulos de cabecera en mi caótica biblioteca, la historia de los mormones.

Intenté de hecho leerme El Libro de Mormón pero no pude pasar de unas pocas páginas.

Suelo contarles toda esta milonga a los vitaminados mormones con los que me tropiezo.

Que si Jonh Smith, que si más tarde Brigham Young, que si la larga trayectoria por el desierto hasta encontrar la tierra prometida en la ciudad del Lago Salado… Que si uno puede tener no sé cuántas mujeres y esas cosas…

Los geyperman de Utah, educadamente, me apartan entonces a un lado y me dejan flotando como una ameba en la avenida de la ciudad en la que habito.

Mi amigo, el que fue pastor mormón, dejó de serlo porque se cansó. Nunca jamás, sin embargo, me habló mal de aquella experiencia mientras tomábamos cervezas en uno de aquellos bares corruptos y siniestros que tanto hecho de menos en la ciudad en la que vivo.

Llego al rastro con el Gloria a Dios y todo eso sonando dentro de mi cabeza. 

V.- MI RELIGIÓN

Rebusco entre los libros, pero hay demasiada gente y uno tiene que hacerse paso dando codazos entre la marabunta… ¿Dónde estás, Eleanor Parker?

Encuentro La romana, de Alberto Moravia.

La portada me alegra la vista: Gina Lollobrigida en la estupenda película dirigida por Luigi Zampa basada en la novela de Moravia.

En otro puesto de libros desordenados, revueltos, como si se trataran de la mercancía que es, descubro Vidas, aventuras y peripecias del famoso capitán Singleton, de Daniel Defoe.

Defoe es uno de esos escritores que me salvan, como puede salvar el Gloria a Dios que cantan los evangélicos, en los momentos malos, bajos, de esta extraña vida en la que hago que camino.

Camino y camino por el rastro.

Un rastro repleto de paseantes que, algunos de los que tienen puestos, aprovecha para elevar ligeramente los precios de la mercancía que expone.

- Dos euros.- Le dice una señorita a un caballero con mirada perdida.

- Eso es muy caro.

- Lo que tengo aquí no lo encuentra en ningún lado.

Paseo y paseo con mi Moravia y mi Defoe bajo el brazo. 

VI.- LOS QUE VAN DE CIENCIÓLOGOS

Luce un sol espléndido. Casi parece un día de verano aunque hay un viruje tremendo.

Tremendo.

Subo la rampa que me lleva a la cueva cuando pienso en un amigo que tuve en Madrid y que se murió al estamparse con su ciclomotor contra una furgoneta.

La noticia salió en los periódicos.

Recuerdo, de hecho, haber leído una reseña del accidente en el hoy desaparecido diario Ya.

Aquel amigo pertenecía a lo que se conoce como iglesia de la cienciología. Esa iglesia en la que, entre otros, pertenecen John Travolta y Tom Cruise.

La madre repartió entre todos sus amigos los libros que formaban parte de su biblioteca.

A mi me tocó Dianética, escrito por el fundador de este movimiento, Ronald L. Hubbard; y Gilles, de Pierre Drieu La Rochelle.

De Dianética no saqué nada en claro salvo lo que su autor denomina engramas pero no me pregunten qué demonios son los puñeteros engramas.

De Gilles casi escribo hasta un poema.

Debe ser cosa de la atracción que siento por los malditos.

VII.- HASTA REGRESAR A LA CUEVA CON UNA IDEA 

Regreso a la cueva, cansado y con dolor de cabeza.

Así que pienso que ha sido extraño este último domingo del 2012.

Me pregunto, mientras tanto, si tendré déjà vu el primer domingo del 2013.

¿Me levantaré con los mismos cánticos que dan gloria al Señor?

¿Repetiré la lista de películas?

¿Navegaré rumbo al rastro?

¿Escribiré estas sensacionales sensaciones en el blog?

Me da un escalofrío.

Y no es de miedo, precisamente. 

Saludos, cosas del fuego y la palabra, desde este lado del ordenador.

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