Todos tenemos para contar nuestras pequeñas historias sobre la Guerra Civil

Actuo como moderador en un debate que bajo el pretencioso título de Las heridas de la Guerra Civil reúne a tres mujeres que han escrito sendos relatos que se desarrollan en esta época nefasta en la historia de España. Ellas son María del Mar Rodríguez, Concha de Ganzo y Guadalupe González Taño. Sus libros son, respectivamente, La tuerta, Retrato en la pared y El último alzado, todos títulos de los que ya nos hemos hecho eco en este mismo su blog El Escobillón.

La sesión tuvo lugar el domingo pasado, 10 de marzo, en una sala repleta de cuadros que representan escenas históricas en el Museo Municipal de Bellas Artes de la capital tinerfeña, un pequeño pero agradable espacio que reunió a un nutrido grupo de personas interesadas en escuchar lo que les iban a contar estas tres mujeres.

María del Mar Rodríguez ubica La tuerta en plena postguerra y un escenario reconocible aún para los que habitan en la capital tinerfeña, la calle de Miraflores, antes conocida como de “las chicas”, y centro de prostitución que el crecimiento de la ciudad ha ido devorando. Es decir, que de calle de las putas hoy ya no queda casi nada salvo resistentes que todavía hacen la esquina.

Retrato en la pared
es una novela construida a base de relatos donde Concha de Ganzo nos cuenta la historia de varios hombres y mujeres nacidos en las islas que por causa de la guerra se vieron combatiendo a un lado de la trinchera en las desgarradas tierras de España. En este libro, la escritora y periodista nos desvela también el destino de Isabel Piñero, quien fue la mujer de Miguel Campos, preso, más tarde combatiente y tras finalizar la guerra, militar enrolado en La Nueve, la unidad formada por republicanos españoles que luchó en la II Guerra Mundial con el uniforme de la Francia libre.

El último alzado es una novela que recrea la azarosa vida de uno de los abuelos de la escritora en Garafía, La Palma, cuando se produce el alzamiento nacional. En su día elogié mucho esta obra porque va directa al grano y no termina de caer demasiado en el maniqueísmo que envuelve a todas las historias relacionadas con la Guerra Civil.

Durante la conversación, con un solo micrófono que pasaba de mano en mano para que las invitadas y el moderador se hicieran escuchar, se narraron historias muy tristes, que ponen la piel de gallina, y se insistió en la gran victoria del miedo en la sociedad canaria de aquel entonces. Una sociedad en la que apenas hubo respuesta a los golpistas y que tan bien relató José Antonio Rial en Tiempo de espera, que se desarrolla en julio de 1936 en Santa Cruz de Tenerife y en la que se explica la razón del porqué las izquierdas no reaccionaron a la toma del poder de los militares rebeldes.

Al margen de cuestiones políticas, la charla estuvo en general bastante bien. Se contaron anécdotas familiares y de cómo marcó a familias enteras que se estuviera en el bando perdedor como ganador en aquella contienda de cabestros.

Me di cuenta que si uno ha nacido en esta tierra, vamos a seguir llamándola España, todos, absolutamente todos tenemos una historia que contar de aquellos hechos. Historias que pasan de generación en generación donde se cuentan las cosas que hizo el abuelo cuando la guerra… Aunque esas cosas vayan tomando un aire legendario a medida que pasan los años.

En mi caso recordé, mientras las tres mujeres narraban sus relatos sobre la guerra y la post guerra, que aquí mismo, en Tenerife, mi abuelo fue preso por masón y mi tío abuelo anarquista desaparecido en el mar, frente a la costa de San Andrés. Soy consciente que los dos han adquirido la dimensión de mitos en mi cabeza y que lo que creo que fueron no se corresponde con la realidad. En este aspecto, me gustaría que existiera una máquina del viento para viajar a julio del 36 y observar cómo reaccionaron de veras, cuánto miedo tuvo que devorarles por dentro… El increíble y sonoro silencio que tuvo que escucharse en la barca en la que tiraron al mar a mi tío abuelo, padre reciente y que dejaba una viuda demasiado joven y a la que conocí ya mayor con el rostro repleto de arrugas, una mirada muy triste y una inocencia con olor a campo que me acompañará mientras viva.

Por eso no me llamó a sorpresas que en el turno de preguntas el público más que preguntar soltara largos monólogos emocionados recordando lo que su abuelo hizo cuando la guerra. Todos, para mi sorpresa otra vez, en el bando que perdió aquel conflicto que enfrentó a hermanos contra hermanos.

Es verdad que Guadalupe González Taño parecía que no quería soltar el micrófono cuando caía en sus manos, “eso es porque soy política”, dijo, pero no sé yo. También que Concha de Ganzo subrayó la investigación periodística que desarrolló cuando escribió Retrato en la pared explicando que muchos de los canarios que combatieron con el uniforme de los rebeldes en la península no es que fueran fascistas sino gente normal y corriente a los que la guerra cogió en el lado equivocado y que María del Mar Rodríguez pone voz a quienes no la tuvieron, las mujeres de la calle que hicieron cualquier cosa por sobrevivir.

Saqué varias conclusiones de esa charla que tuvo lugar una mañana de domingo. La primera es que todos tenemos una historia que contar de aquella guerra. La segunda es que las mujeres vivieron también otra guerra dentro de aquella guerra y la tercera es que el miedo que se implantó una vez pacificado el archipiélago todavía sigue vivo en alguno de nosotros. Como si observáramos con miedo una realidad que esconde detrás delaciones y recelos. Delaciones y recelos que vivieron los que fueron represaliados en esta islas donde los otros no tuvieron oportunidad de devolver el golpe.

Me extrañó que una de las preguntas que se plantearan, una de las pocas preguntas que se plantearon, viniera a decir algo así de que a él no le enseñaron que la guerra también sacudió este archipiélago que por apacible resulta a veces tan idiotizado. Pensé, cuándo escuché esa cuestión, que en qué familia había nacido ese muchacho de barriga generosa. O bien que su propia familia había silenciado lo que sufrieron sus ancestros cuando a los españoles nos dio por darnos de garrotazos.

En fin, que el domingo pasado no fue un domingo cualquiera sino un día en el que constaté algo que sabía de hacía tiempo pero que no me había puesto a valorar con cierta seriedad y es que todos somos descendientes de aquel horror indistintamente el signo político al que se oriente. Que todos, en definitiva, tenemos para contar nuestra pequeñas historia de la Guerra Civil.

Saludos, viento, desde este lado del ordenador

Escribe una respuesta