Leopoldo María Panero

Se fue un poeta que nadó en contra de la corriente y probablemente por eso adquirió la categoría de leyenda en determinados círculos que, como siempre, reivindicaban su nombre sin apenas haberlo leído. Leopoldo María Panero fallece mientras dormía –una muerte agradecida y poética–  en un centro psiquiátrico de Las Palmas de Gran Canaria y las redes se incendian con palabras elogiosas en torno al poeta –insisten– maldito. Al orate que nunca fue de estrella de rock por mucho que se empeñaran sus seguidores…

Se le podía ver de vez en cuando por la isla que está justo enfrente de Gran Canaria, Tenerife, con su eterno cigarrillo colgado entre los labios. Hace dos años, de hecho, ofreció un recital poético en un conocido local lagunero sin que recitara, esa es la verdad, poesía. Pero qué más le daba a su público con tal de tener la vista clavada en ese caballero al que presuntamente se la había ido la pinza y fue uno de los protagonistas de un documental que, como el mismo Leopoldo María, alcanzó categoría de leyenda. Me refiero a El desencanto (Jaime Chávarri, 1976), un interesante trabajo que explora en las entrañas de familia tan peculiar, tan curiosa, tan extraña: Los Panero.

Tuvo que ser su condición de marginado lo que despertó tanta simpatía entre los que confesamos con ligero rubor que no leemos poesía. Pero entiendan los indignados que somos gente que solemos llevar las manos sucias y, en este sentido, Leopoldo María fue algo así como uno de los nuestros.

Basta con observar unas de sus fotografías y darse cuenta que detrás de esa mirada que parece ida, y de ese rostro en el que se aprecian las huellas del hartazgo, respira un espíritu que quiso ir a su bola. Ya juzgarán los especialistas el valor de su poesía, los que lo conocíamos solo por la película y también, aunque dicho con la boca pequeña para darle consistencia a la idea, de que pasaba los días en un centro psiquiátrico de la capital grancanaria, sentimos ahora, al conocer la noticia de su muerte, turbación.

Algo así como si nos abandonara un conocido que sabíamos que estaba ahí…

Los obituarios repiten en sus titulares la misma palabra: El último poeta maldito.

Maldito.

La maldición como mérito.

Imagino que a Leopoldo María le sudaría ese grado que lo distingue de otros poetas de su generación y de las que vinieron después tan preocupadas por descuartizarse a la mínima de cambio.

Alguien escribe sobre su condición de drogadicto, bisexual, alcohólico, comunista trotskista, preso, suicida reincidente y, finalmente, inquilino constante, desde su temprana juventud, de psiquiátricos, donde pasó las dos terceras partes de su vida, entregado a “una escritura absorbente y autocontemplativa”. Ya saben,  un tipo que nadaba en contra de la corriente y que si encontró alguna musa despistada por el camino debía de estar igual de colgado que él.

Un Leopoldo María que si existe algo más allá de este mundanal recorrido que es la vida estará esperando a que lo juzguen los dioses mientras fuma y fuma un cigarrillo tras otro.

En este mundo, mientras tanto, parece que se han acabado los poetas malditos.

Saludos, fundimos a negro, desde este lado del ordenador.

One Response to “Leopoldo María Panero”

  1. Iván Cabrera Cartaya Says:

    Lamentando el fallecimiento, yo diría que Leopoldo María Panero ya había muerto, al menos como poeta, hace unos veinte años: más o menos a comienzos de los noventa. Todos y cada uno de los libros que fue publicando luego nada aportaban a lo ya dicho hasta ese momento. Grave contradicción en un poeta supuestamente maldito: no tuvo muchos problemas, si no todo lo contrario, para editar lo que iba escribiendo y escribía mucho, pero solo lograba repetirse y perjudicar por incontinencia literaria la belleza de sus primeras colecciones de poemas. Digámoslo ya: el pobre repitió tanto ciertas palabras y tics pseudolíricos que convirtió su escritura en un tiovivo que no iba a ninguna parte, y en un lugar común aburrido y previsible. Las palabras se gastan, se pudren, como han dicho otros poetas, y el Leopoldo de los últimos años solo era capaz de esbozar un discurso pseudopoético desemantizado y tan sorprendente como una tostadora, lejos de aquel de “Así se fundó Carnaby Street” o “Por el camino de Swan”. ¿Poeta maldito? Su bibliografía y sus apariciones públicas desmienten esto. Yo lo llamaría, más bien, como hizo un crítico en la revista Quimera hace años, “poeta bendito”. Descanse en paz, se va con la tranquilidad de haberlo dicho todo y de haberlo repetido hasta la saciedad, bien lejos del malditismo, esa etiqueta que el propio Leopoldo odió al final.

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