Nunca conocí a Charlton Heston pero sí a Ben Hur y a Moisés (Los diez mandamientos) gracias a él. También conocí al general Charles Gordon, que dio su vida durante la defensa de Khartoum, y a Taylor, el cínico astronauta que da con sus huesos en un extraño planeta dominado por simios, así como al policía corrupto de un mundo superpoblado que fue Cuando el destino nos alcance, gracias otras vez a Heston, Charlton Heston…
Independientemente de que la mayoría de los cronistas oficiales hayan recordado la afición por las armas de Heston, y que por esta misma razón fuera objeto de un mal chiste narrado por ese orondo liberal que es Michael Moore, Heston fue para muchos compañeros de generación sinónimo de buen cine, con independencia de la película que protagonizara. No habrá, en este sentido, otro Ben Hur ni otro Moisés como él, ni astronauta perdido en el infinito ni agente de la ley con apariencia de acero pero blando corazón para los que aprendimos a ver cine en la televisión o en las recordadas sesiones de a las 4 de la tarde. No me equivoco al afirmar que con Charlton Heston muere, de hecho, un buen pedazo de nuestra infancia y de nuestra adolescencia.
Su filmografía es impresionante y está plagada de obras maestras como Sed de mal, donde interpretó a las órdenes de Orson Welles a un incorruptible policía mejicano, o la de un oficial del ejército de los Estados Unidos en la reivindicable 55 días en Pekín y también en la ambigua Mayor Dundee. También dio vida y la dignidad que se requería a un héroe tan español como El Cid, o a la de un brutal caballero medieval en la fantástica El señor de la guerra, entre otros grandes largometrajes. No podría olvidarme tampoco de Horizontes de grandeza, un grandioso western de William Wyler donde protagoniza una pelea con Gregory Peck intensa y salvaje pese a que el espectador la vea en la distancia; o que inspirara sin quererlo a Indiana Jones en la serie B El secreto de los incas, donde va uniformado como Harrison Ford en la que promete ahora será una tetralogía. También pretendió rechazar a una conmovedoramente sexual Eleanor Parker en Cuando ruge la marabunta, filme que junto a la extraordinaria El planeta de los simios y Cuando el destino nos alcance continúa siendo de esas películas que no me canso de ver una y mil veces. No sé si por Heston, aunque tengo muy claro que si no estuviera él sería diferente. Otra película.
Presidente fue de la Asociación Nacional del Rifle y también hombre de ideas conservadoras, lo que le granjeó la crítica de cierto sector del público dado al mundo mágico y de colores de la progresía más verbenera, lo que me produce hondo pesar, sobre todo porque en los últimos tiempos y a raíz de la patética encerrona que le hizo Michael Moore en Bowling for Columbine sólo ha quedado en la memoria del público que Heston fue un tipo al que le gustaban las armas de fuego, obviando el profundo debate constitucional que significa el derecho de llevar armas en los Estados Unidos. Sirva al menos su muerte, sumergido en las confusas aguas del Alzheimer, mal que hizo público y que le permitió retirarse de un oficio que tanto amaba como era el cine, para que conservadores y liberales de todo pelaje le rindan el merecidísimo homenaje que se merece. Con Heston desaparece no ya una leyenda del cine sino, reitero emocionado, un pedazo muy grande de mi infancia y de mi adolescencia.
Gracias, señor Heston. Es lo menos que le debía.