Archive for Junio, 2014

Coches abandonados, historietas de Tim Lane

Lunes, Junio 30th, 2014

Hace tiempo que no leo historietas. Y no es porque no quiera leer historietas sino por circunstancias que ahora no vienen al caso. Con esto no quiero decir, sin embargo, que cuando tengo ocasión sí que lea historietas porque le debo a la historieta esa afición por la lectura, en ocasiones compulsiva y algo enfermiza, desde aquellos tiempos en los que aprendí que leer puede cambiarte el modo de ver las cosas.

Resultado de un milagro, o de un eco, la semana pasada llegó a mis manos fruto de la casualidad Coches abandonados, de Tim Lane. El volumen recopila una serie de historietas que trascienden la viñeta, y cuyo dibujo me hace recordar a uno de los grandes del colorín, el tebeo, el chiste, el cómic o la historieta, Charles Burns, aunque Lane se diferencia por su insistente e inquietante mezcla entre fantasía y realidad.

Coches abandonados, como ya anuncia su título, es una historia en formato de historieta sobre hombres y mujeres abandonados.

Encuentro en sus tristes y desconcertantes relatos dibujados ecos que coinciden con esa misma soledad que reflejan los cuadros de Edward Hooper, pero también referencias literarias, muchas de las cuales son citadas por Lane en su desasosegante retrato sobre el fin del sueño americano.

Los personajes que aparecen en las historias que desgrana con lento pero vigoroso pulso narrativo Tim Lane están protagonizadas por perdedores. Un personaje recurrente en la mitología estadounidense aunque la mirada que ofrece Lane de todos ellos no tiene nada de entusiasta ni épica, sino tintes sombríos.

Sus protagonistas, entre los que se cuela el mismo Lane, resultan inadaptados. Tipos a la deriva que han nacido en un mundo en el que no puedan encajar. Algunos de ellos incluso con una idea luminosa pero también aterradora del universo que les ha tocado vivir.

Coches abandonados está publicado por Ediciones La Cúpula en su colección Novela Gráfica en 2009, y lo encontré, como tenía que haberme encontrado esta historieta, por casualidad.

Digamos, para que me entiendan, que me llamó como a veces me llaman las cosas. Y digamos que lo cogí entre mis manos y sentí el sabio temblor: su lectura no me cambiará la vida pero sí a que la vea de otra manera.

Escribo estas líneas mientras veo la portada. Primer plano de un hombre que conduce con mirada triste, diría que incluso resignada ante lo que le espera más allá de la carretera.

Coches abandonados es algo así como una obra maestra.

Saludos, a leer que son dos días, desde este lado del ordenador.

El sueño de Moby Dick

Sábado, Junio 28th, 2014

Es mejor dormir con un caníbal sobrio que con un cristiano borracho”.

(Moby Dick, Herman Melville, 1951)

Mientras el sector del cine se lleva las manos a la cabeza ante el anuncio por parte del Ministerio de Hacienda de un aumento raquítico en los incentivos fiscales… En unas islas diminutas cuyas playas y acantilados son bañados por las aguas del Atlántico se detecta los primeros síntomas de un nuevo entusiasmo: el sueño de Moby Dick es posible.

Posible.

Algunas de las Razones que explican la agradable somnolencia:

- El Régimen Económico Fiscal (REF) ha mejorado sustanciosamente los beneficios de las productoras que desde hace unos años ruedan por aquí.

- Un 38 por ciento de deducción por inversiones en producciones cinematográficas en el Impuesto de Sociedades suena como El Dorado para un arte que es industria y que, además de mover dinero, reparte trabajo eventual entre algunos de sus residentes.

No se explica, sin embargo, lo dinámico que será para una sociedad que arrastra demasiadas deudas aunque sí se insiste que Canarias no será, es que ya es el nuevo Hollywood.

Esta mañana, de hecho, Juliette Binoche preguntó por mi.

Pero esto sí que es un sueño.

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Carmelo Rivero: “además de las reducciones en el Impuesto de Sociedades, la ley canaria contempla la materialización de la Reserva para Inversiones (RIC) en proyectos audiovisuales, y las empresas cinematográficas pueden ubicarse en cualquier rincón del archipiélago bajo el paraguas de la Zona Especial Canaria (ZEC), una de las grandes herramientas fiscales de esta comunidad.”

y añade el productor y cineasta Gerardo Herrero: “aquí es más caro rodar que en Barcelona o Madrid, pero los incentivos económicos y las posibilidades de espacios, horas de luz, permisos… resultan determinantes a la hora de elegir las islas”.

Estas declaraciones las hace tras un encuentro que Herrero mantiene junto a su socio canario Lucas Fernández. Un encuentro que cuenta al parecer con sus propios bufones.

No es la primera reunión Herrero-Fernández con los interesados, pero sí que coincide, ¿fruto de la casualidad?, con el rodaje de películas en el archipiélago. Alguna de ellas con actores y actrices conocidos y reconocidos más allá de sus casas

Las declaraciones coinciden también con el anuncio del aumento, “leve”, de los incentivos fiscales del Ministerio de Hacienda, así como con las manifestaciones, en las que elogia el ejemplo canario, del cineasta Álex de la Iglesia.

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Mientras tanto, el mono Amelio que se encuentar en la misma situación que otros monos que viven en un archipiélago acostumbrado al cultivo del plátano, no se tira por el puente ya que, afortunadamente, y gracias a los apaños entre otros episódicos de los rodajes en los que trabaja, ha descartado la idea de momento.

En todas estas producciones nacionales e internacionales le pagan por hacer de chofer.

Pasear a Miss Daisy mientras cultiva su olvidado inglés.

Saludos, El amanecer por el planeta de los simios se estrena el 18 de julio, desde este lado del ordenador.

Volvemos a dar la nota

Jueves, Junio 26th, 2014

La lancha los dejó en la orilla de una playa aparentemente desierta. Al fondo se dibujaba la silueta de un volcán con el pico nevado, y una abundante vegetación que rompía el sueño de aquella arena morena, que tostaba un sol cuyos rayos parecían proceder del mismísimo infierno.

Cuando bajaron de la lancha, tres mujeres y dos hombres, uno de ellos casi un adolescente al que los demás llamaban no por su nombre sino con un mi niño a medio camino entre los cariñoso y burlón, se encontraron en su peregrinar por el interior de la isla con una ciudad en ruinas en la que colgaban carteles ya amarillentos por el paso del tiempo.

Los edificios de aquella urbe estaban tapizados de ramas trepadoras y volaban a su alrededor unas aves diminutas, de plumaje amarillo chillón, que cantaban más que por alegría como advertencia al resto de su familia voladora.

Fue el más joven, al que llaman mi niño, quien encontró el primer anuncio. Lo leyó en voz alta porque el resto de sus compañeros habían perdido el arte de la lectura.

- Jueves 26 de junio del año 2014. En un lugar que se llama TEA Tenerife Espacio de las Artes se proyecta el documental…

- ¿Qué es un documental, mi niño? preguntó el hombre.

El joven se encogió de hombros y continuó traduciendo aquellas palabras: “… se proyecta un documental titulado Al pie de la cruz me muero, que dirige Herika González y se exhibe a las 20 horas.”

- ¿Cuenta una historia?.- preguntó una de las mujeres.

-  La del pueblo de El Pinar, en El Hierro, que alberga la Fiesta de La Cruz. Una fiesta ancestral que se celebra cada 3 de mayo, y en la que las jóvenes casaderas del pueblo  engalanan las cruces con prendas prestadas por los vecinos y ricas telas, para luego sacarlas en procesión por diversas calles del municipio, y se baila.

- Creo que hemos llegado un poco tarde.- admitió la misma mujer observando el desolador paisaje de la ciudad en ruinas.

- Aquí hay otro mensaje .- dijo el joven señalando con el dedo un cartel cuyas esquinas estaban rotas, quién sabe si por el paso del tiempo.

- En otro lugar que se hace llamar Casino de Tenerife ese mismo jueves, a las 20.30, se presenta la novela El amor y otras vías de escape, de Gerardo Pérez Sánchez.

- ¿Qué es una novela, mi niño?- preguntó el hombre.

El joven volvió a encogerse de hombros mientras daba dos pasos, tropezándose con otro cartel en el que leyó: “Aquí pone que Jorge Gorostiza imparte una charla sobre Los orígenes del cine en Canarias

- ¿Cine, mi niño?

- Sobre Los orígenes del cine en Canarias –repitió el joven–. El acto tendrá lugar en la Real Academia Canaria de San Miguel Arcángel en Santa Cruz de Tenerife. A las 19.30 horas.

- Ta bien.- dijo una de las mujeres.

- Y en este cartel se puede leer que Mariano Gambín participa ese mismo día, a las 19 horas, en el ciclo Entre Palabras, que acoge la sala Domingo Pérez Minik de la Biblioteca Pública del Estado de Santa Cruz de Tenerife.

- Todo muy interesante.- dijo la segunda mujer, la que no había hablado hasta ese momento mientras se frotaba con las manos la barriga, de la que salían ruidos estentóreos porque a sus tripas les había dado por la música.

Lo de la música de las tripas se contagió pronto entre los demás. Y ese ruido los acompañó mientras exploraban un poco más aquella ciudad que parecía haber quedado detenida en el tiempo.

* La imagen correspode al largometraje Náufragos (Alfred Hitchcock, 1944). En la imagen Tallulah Bankhead y Walter Slezak)

Saludos, bienvenidos al mundo perdido, desde este lado del ordenador.

Ana María Matute y Eli Wallach toman el tren

Miércoles, Junio 25th, 2014

Eli Wallach se encuentra con Ana María Matute en la estación del tren. Wallach, un caballero, se acerca a la dama que no sabe donde poner las manos. Visiblemente nerviosa, probablemente porque no se da cuenta de dónde está. Tampoco Wallach pero esas cosas como que no le importan. Matute es la primera que lo reconoce cuando se acerca el señor Wallach, que de venerable caballero pasa a cuarentón con cara de gamberro.

- Usted es el feo.- le dice Matute elevando la voz, teñida por las sorpresa.

- ¿Feo yo?.- responde sorprendido Wallach.

- Sí, hombre, en aquella película…

Wallach asiente divertido y resignado. Hace, de hecho, la misma mueca de Tuco cuando le cantaba las cuarenta al Rubio. Nunca a Sentencia.

- ¿Sabe usted a que hora llega el tren?.- pregunta Ana María Matute sentándose en un banco con respaldo de acero.

- Ni idea. Disculpe un momento.- dice mientras se da la vuelta y se hurga los dientes con sus uñas, ahora largas y afiladas.

- Es que todavía tengo entre los dientes restos de los pastelillos envenenados que me comí en el Padrino III.- comenta.

Ana María Matute no hace caso… Olvidado rey Gudú.

- Yo es que iba para el teatro pero al final, ya ve, terminé en el cine.- dice Wallach sentándose a su lado.

- Yo soy escritora.

- ¿Qué libros ha escrito?

- Unos cuántos.- contesta Matute, sacudiendo la cabeza, como si quisiera espantar una mosca cojonera.

- ¿Como cuáles?

- Unos cuantos, ya le he dicho.

Eli Walach se encoge de hombros y estira las piernas.

- Está bonito esto.- dice por decir algo.

- Tiene su gracia.- admite Matute.

- Usted es española, ¿verdad?

- Sí.- responde Matute.

- ¿Conoce a Fernando Trueba?

La escritora asiente.

- Trabajé en una de sus películas, Two much. ¿La vio?

Matute niega con la cabeza.

- No se perdió nada.- concluye el actor.

Sopla algo de brisa.

Una brisa que levanta hojas de periódicos y envoltorios de helados y papel de plata.

- También trabajé en Vidas rebeldes. ¿Vio usted Vidas rebeldes?- antes de que ella conteste, prosigue Wallach.- pobre Marilyn. Y pobre Clark, fue su última película. En fin, ley de vida, ¿no le parece?

Ana María Matute cruza los brazos.

- Fui lo que se dice un actor de reparto imprescindible. La gente me reconoce. Vea, vea Los siete magníficos, Baby Doll, Mystic River… esa fue de las últimas… Demasiadas películas en las que asomo la cabeza.

A lo lejos se escucha el silbido del tren.

- En fin, podría pasarme el día hablando de todas ellas, aunque he terminado por confundirlas. No la estaré molestando, ¿verdad?

Ana María Matute lo mira.

Una mirada extraña, casi parece que va a abrir la boca pero cierra sus labios como si tuvieran un candado.

El actor, pasado de vuelta, no le presta demasiada atención. Se pone en pie cuando el tren aparece en la estación.

- ¿Cómo se llamará este lugar? – pregunta.

Vuelve a soplar algo de brisa, que levanta hojas de periódico y envoltorios de plata.

- Me pregunto que tenemos en común usted y yo.- Dice Ana María Matute entrando primero en el tren al cederle el paso Walach.

- Supongo que una larga y provechosa vida.- responde el actor mientras suena el silbato de la locotomora.

Saludos, viajeros, al tren, desde este lado el ordenador.

Fiebre de caballos, una novela de Leonardo Padura

Martes, Junio 24th, 2014

No la ves, y te dejas caer hacia atrás. Por primera vez en la vida no te importa que el pelo se te llene de arena. ¿Recuerdas? Te sientes invencible. Solamente invencible y piensas que tu guerra valía la pena. Valía más de lo imaginado. Apoyándote en el codo te inclinas sobre ella y la vuelves a besar. Lo besos regalan un sabor inexplicable, como si mezclaras varias frutas prodigiosas. Son besos distintos a todos los besos que habías dado, distintos a todos los besos que darás.”

(Fiebre de caballos, Leonardo Padura. Editorial Verbum, 2014)

Leonardo Padura advierte con pudor a los lectores en el prólogo de Fiebre de caballos que se trata de su primera novela. Una obra pequeña en la que reconoce errores de principante, pero de la que se siente satisfecho a pesar de sus irregularidad. Nosotros añadiríamos que la aparición de este libro –que apenas supera el centenar de páginas– es un título hasta ahora poco conocido entre los aficionados a su literatura. Una literatura a la que Padura ha aportado su peculiar y desencantado policía y más tarde investigador Mario Conde.

Un aviso importante, Fiebre de caballos no tiene nada que ver con Conde, aunque ya se aprecia el pálpito de muchas de las claves que sostienen no ya su geografía literaria condeniana, sino la que abarca una producción que va más allá de sus críticas y apasionantes novelas policíacas: un universo inevitablemente cubano, empañado de fe en el amor y que en Fiebre de caballos obliga a justificar el posterior devenir de su narrativa.

No es sin embargo Fiebre de caballos una novela redonda, y así lo reconoce Leonardo Padura en el prólogo de esta edición que presenta Verbum. Por ello, hay que leerla desechando la información que el lector iniciado cuenta del escritor y adentrarse en su Fiebre con la misma inocencia con la que se adentra en relatos y novelas que llegan de casualidad y que, una vez comenzados, se detecta en ellos una serie de constantes conocidas.

Como otras historias de Padura, en Fiebre de caballos se aprecia un sustrato a medio camino entre la resignación y la nostalgia por un tiempo perdido. También una perturbadora inocencia en el estilo y en la forma para los iniciados en la producción posterior del escritor.

En este aspecto, donde hoy se desarrolla un profundo y complejo desencanto, apenas se entrevé las mismas claves en su primeriza Fiebre de caballos, una novela que no deja de ser, sencillamente, una de amor. Y como toda novela de amor que se precie, una novela con inevitable final infeliz, que no amargo.

Por eso, y tras superar las flaquezas y balbuceos de su primera experiencia literaria, el interés de Fiebre de caballos es como un anticipo de lo que más tarde ofrecerá un escritor que, poco a poco, se convenció que lo suyo era escribir ficciones. Alejado ya del lastre periodístico en el que un principio se fogueó antes de saltar a la arena literaria.

En Fiebre de caballos se nota, además, el nacimiento de un estilo. Un estilo aquí aún enclenque, que no sabe mantener el equilibrio. Pero sí simiente del que brota, ocasionalmente, destellos de talento. El mismo talento ahora consolidado que se rastrea en su obra posterior.

El protagonista de Fiebre de caballos es Andrés, un joven estudiante y deportista que se enamora de una atractiva vecina algo mayor que él, Cristina, que tiene un extraordinario parecido con la actriz estadounidense Natalie Wood. También es el relato del fin de la adolescencia. Una adolescencia hasta ese momento instalada cómodamente en el pequeño círculo de sus amigos y compañeros de curso, su madre y su tío.

La vida de Andrés está marcada por dos tragedias familiares: la repentina muerte de su hermana pequeña y la huida del padre a los Estados Unidos. Padura cuenta todo esto recurriendo a una voz narrativa en tercera persona que puede ser la de uno de sus amigos de aquella época. Y voz que recuerda esta historia de iniciación. El doloroso y traumático proceso de transformación de un joven a la edad adulta.

Fiebre de caballos brilla también porque tiene bastante de retrato generacional. Y de una realidad, bien es verdad que descrita a base de pinceladas, de la sociedad cubana de aquellos años. La de la década de los ochenta. Decenio en el que aún era posible creer en prodigios ante de que los arrollara la debacle que vino a continuación y que en ese país se denomina como Período Especial.

No hay, por lo tanto, una crítica sutil al sistema cubano, como sí se lee en otros títulos de Padura, sino una necesidad por narrar la historia de un primer amor. El primer amor de un muchacho hacia una exuberante mujer en la que se confunde lo carnal, lo físico cuando se mezcla con la fiebre de contradictorias emociones. O una obsesión que está a punto de desbaratar a su protagonista masculino, quien sale de la experiencia más fuerte porque asume que “el dolor de ahora es la felicidad de entonces“, citando a C. S. Lewis.

No es un mal libro Fiebre de caballos para adentrarse en el universo literario de Padura. Un escritor quizá un poco harto de su Mario Conde, y al que le urge contar nuevas historias más allá de su desencantado investigador. Sus otras novelas, las que no tienen nada que ver con Conde, están marcadas también por el desamor y esa búsqueda continúa, valiente y algo cansada por volver a encontrarlo.

Recuperar el sabor de unos besos que ya no han vuelto a ser los mismos.

Saludos, ayer fue Noche de San Juan, desde este lado del ordenador.

La huida, una novela de George Simenon

Lunes, Junio 23rd, 2014

Las lágrimas brotaban de sus párpados cerrados, que cada vez se hinchaban más a su paso. No eran lágrimas corrientes. Brotaban sin fin, tibias y perfectamente fluidas, de un profundo manatial, se agolpaban en la reja de  pestañas y rodaban por fin, liberadas, a lo largo de las mejillas, no en gotas aisladas sino en arroyos zigzagueantes, como se ve en las ventanas los días en que llueve a cántaros; y la mancha húmeda junto a la barbilla seguía  extendiéndose por la almohada.”

(La huida, George Simenon. Traducción: Javier Albiñana,  Colección Andanzas, Tusquets Editores, 2005)

Conocido sobre todo por las novelas que dedicó al comisario Maigret, muchos lectores ignoran que George Simenon cuenta con un puñado de historias que nada tienen que ver con su sagaz, pero siempre tranquilo policía.

De hecho, la mayoría de estos títulos han quedado relegados a territorios marginales, desechando una producción que se caracteriza por consistente, sólida y sobre todas las cosas, por su aguda penetración psicológica.

Aguda penetración psicológica es la que viste y corona La huida, a mi juicio una de las más sobresalientes novelas de Simenon, un relato aparentemente lineal que gira en torno a un hombre que tras cumplir su 48 aniversario decide desaparecer de su casa y de la vida que ha construido obedeciendo a un impulso netamente existencial.

La huida, como la mayoría de los libros de Simenon, es una pequeña gran novela que está escrita con un estilo aparentemente sencillo, que usa el escritor para diseminar por el texto y con delicada sutilidad elementos perturbadores.

La novela resulta así un retrato con profundo calado intimista y crítico. Una historia que, narrada en tercera persona, permite a Simenon describir una serie de hechos que muestra sin pudor, siempre desde la distancia del observador.

Narración pulcra y directa, la extraña aventura vital  que emprende su protagonista, un burgués que responde al nombre de Norbert Monde, se cuenta con serenidad y, sin superar las doscientas páginas, el autor logra dotar de entidad a un personaje, un hombre antipático, frío y pusilánime que no deja de ser uno más de ese montón en el que se ha empeñado –unos y otros– enterrarse en vida.

Su evasión, porque se trata a fin de cuentas de una evasión, se nos narra con sosegado aliento tragicómico. El drama, y la presunta victoria, de un hombre que se siente ridículo.

La huida supone, entre otras lecturas, una escapada. Una marcha hacia delante en la que su protagonista, paradójicamente, se reencontrará con un pasado frustrado pero que forma parte de su mitología personal. Ese pasado no deja de resultar grisáceo, pero lo pueblan algunos recuerdos de besos y abrazos que entonces y ahora le parecen de verdad.

Para contar la historia de Monde, George Simenon no se separa jamás de su personaje, y revela con pequeñas y delicadas pinceladas sus reacciones con natural desapego, sin salirse nunca –y ésta fue una de las características más notables del inimitable estilo de Simenon– del camino por el que transita su relato.

Su Norbert Monde es un hombre que puede ser cualquiera. Y por eso tan cercano. El lector asume, y hasta exige, su huida porque mastica el mismo desencanto. Ese hartazgo ante el miserable entorno que le rodea y sus gentes.

El retrato que ofrece de la clase media no deja de ser refinadamente realista. Y hace entender y padecer unas relaciones prácticamente ausentes que sobreviven, sin embargo, por rutina: el desayuno, el trabajo, una mujer y unos hijos que reconoce pero que le son prácticamente desconocidos…

Él mismo, y mientras se observa en el espejo, intenta encontrar a ese otro yo mientras su imagen le devuelve un rostro transformado, distinto… Casi como si fuera el de otra persona.

¿Se eleva Monde cuando huye de esa realidad que parece narcótica?

Simenon, siempre desde discreta distancia, parece sugerir lo contrario ya que bajo otra identidad y en otra ciudad, Monde continúa siendo el mismo hombre gris de siempre. Aunque germina un cambio, un paulatino proceso de transformación cuando llegamos a las últimas páginas de una novela que obliga a la reflexión y a mirarte en el espejo.

¿Reconoces a esa persona?

¿Es la misma de veinte años atrás?

¿No es momento de hacer la maleta?

Saludos, estupefacto, desde este lado del ordenador.