Un arpegio de lluvia en el cristal, una novela de José Luis Correa

Lunes, Febrero 19th, 2024

Catorce son ya las novelas que José Luis Correa ha dedicado a Ricardo Blanco, su peculiar investigador privado que se mueve como pez en el agua por las calles de la capital grancanaria. El personaje apareció por primera vez hace ya unos años en la novela Quince días de noviembre y desde entonces y hasta llegar a esta Un arpegio de lluvia en el cristal (Alba, 2024) ha llovido lo que se dice mucho.

Más allá del caso que le toca resolver, en esta novela el asesinato de una pareja de homosexuales, lo más interesante del ciclo literario protagonizado por Blanco son las escenas cotidianas que vive el personaje y la aparición de los coprotagonistas de la serie, todos ellos personajes que han ido evolucionando desde que aparecieron en títulos anteriores para servir de apoyo al detective. En ésta, sin embargo, llama la atención que José Correa, su creador, haya decidido dejar a su detective privado más solo, que no aislado, así que el contrapeso que representaban “los amigos” de Blanco no resulta tan insistente como sí pasó en otros libros de la saga.

Las novelas, siguiendo una tradición que institucionalizó Dashiell Hammett, están narradas en primera persona y la forma de expresarse así como los giros abundantes en floridos canarismos son muy comunes en estas historias donde, ya digo, más que despertar la atención por lo que se investiga y cómo se investiga, lo atractivo es observar la manera en la que se desenvuelve su protagonista mientras descubrimos a través de sus ojos la capital grancanaria.

Esta novela, que quizá sea de las más literarias de la serie, y se dice literaria no porque José Correa haya hecho un esfuerzo por cuidar el estilo ni proponer juegos metaliterarios sino más bien porque el pequeño y a veces asfixiante mundillo literario grancanario adquiere un especial protagonismo en el relato al conocerse que uno de los miembros de la pareja además de su trabajo también era escritor.

Esta circunstancia da lugar para que Correa a través de Blanco ofrezca un retrato si no certero sí que preciso sobre una realidad que también tiene sus hedores. Hedores que provoca el hecho de vivir en sociedades tan aisladas (pese a Internet y todo ese folclore) como son las insulares. Lo que no termino de entender, aunque se usa claramente como una metáfora es el título de esta nueva aventura más que investigación de Ricardo Blanco, ese Un arpegio de lluvia en el cristal que si bien tiene hondas resonancias poéticas no termino de encontrarle sentido a una obra total como es esta novela, una más de la saga Blanco y por lo tanto otro título al que los seguidores de este peculiar investigador privado tiene, lo que explica por otro lado que ya sean catorce (y se dice pronto, catorce) las novelas en las que ha aparecido hasta la fecha y todo hace indicar que nos lo volveremos a encontrar el próximo año porque José Correa y su creación son de los que nos recuerdan que están ahí año tras año.

Un arpegio de lluvia en el cristal está dedicada a Alexis Ravelo, el escritor grancanario también especializado en novela negra y criminal que nos dejó a finales de enero de 2023. Un justo homenaje al escritor y al amigo ausente, autor, también de un personaje fijo que apareció en seis de sus novelas, Eladio Monroy, que vivía plácidamente en la calle de Murga de la capital grancanaria, calle por donde transita el detective de José Correa en las páginas de Un arpegio de lluvia en el cristal y en el que quise ver asomado a una de sus ventanas al ex jefe de máquinas de barco mercante Monroy, ese tipo con cabeza rasurada y tatuaje con la letra K.

Es una pena, ahora que lo pienso, que José Correa y Alexis Ravelo no escribieran una historia a cuatro manos protagonizada por Blanco y Monroy, dos hombres y un destino cuya fusión hubiera resultado como experimento interesante al menos.

En la serie de Correa la mayor parte de la información la conocemos a través de lo que piensa su protagonista que es quien nos cuenta el caso. Esto hace que no haya demasiados diálogos ya que estos los interpreta nuestro Phillip Marlowe con acento grancanario. Reaparecen personajes de novelas anteriores, como Gervasio Álvarez, policía ya retirado que le echa una mano en sus investigaciones a nuestro ¿héroe? Y Beatriz, la compañera sentimental de nuestro ¿héroe?, que no deja de ser un sentimental. Otros personajes habituales que reaparecen son la sufrida secretaria y ese periodista que pertenece a una raza de reporteros por desgracia en extinción).

Entre las curiosidades que aporta este nuevo título de la saga destacaría en todo caso las líneas que se le dedican a Agustín Blanco, padre de Ricardo, “un hombre que se mamó la guerra sin comérselo ni bebérselo ni entender una vaina por qué estaba luchando”, ya que contamos con información de otro miembro de la familia del protagonista, el otro fue el abuelo Colacho, que desaparece en un de las entregas de la serie.

Un arpegio de lluvia en el cristal aporta alguna que otra novedad pero sigue el curso de los anteriores libros como ese naturalismo descriptivo, la práctica ausencia de violencia pese a que se trate de una novela negra y criminal, y la visión optimista que tiene Ricardo Blanco pese a las desgracias a las que se encuentra novela tras novela e investigación tras investigación.

Saludos, se dijo, desde este lado del ordenador

La estación enjaulada, una novela de José Luis Correa

Lunes, Febrero 27th, 2023

José Luis Correa ya forma parte de la historia de la literatura negra y criminal española por un personaje, Ricardo Blanco, que además de investigador es un canario de la siete islas aunque nacido y residente en la capital grancanaria. Su identidad, y la manera en cómo la reproduce en las hasta ahora trece novelas que lleva dedicada a esta suerte de Philip Marlowe, han logrado mantener en el mercado a un personaje que no deja de resultar no sé yo si exótico en otras tierras, pero sí novedoso teniendo en cuenta que el personaje nació hace ya más de veinte años. Lo que son años.

Ricardo Blanco regresa con La estación enjaulada, y Blanco, como el mismo Correa y sus lectores, somos más viejos. Lo de viejo se escribe porque es una palabra que repite el mismo Blanco a lo largo y ancho del libro, y es que el personaje que por una vez no está rodeado de sus habituales secundarios salvo Gervasio Álvarez, se siente y así lo hace saber, viejo. Una vejez que no alcanza a creerse.

La estación enjaulada es una novela además que rompe con la dinámica de las anteriores. No se desarrolla en la capital grancanaria, que hasta ahora era como el segundo gran personaje de la serie, sino en un pueblo pesquero que parece sacado del viejo oeste y en el que un día flota en las aguas próximas a sus costas el cadáver de una joven irlandesa.

Una antigua novia, una galería de secundarios interesante y una trama que despierta la curiosidad por saber cómo termina, son solo algunos de los ingredientes de una novela que si palpita es porque está escrita en primera persona por el mismo Ricardo Blanco, un tipo que ha sabido evolucionar a lo largo de todos estos años, más de veinte, por lo que lo veo sí, más viejo y cansado, pero que no pierde las ganas por hacer justicia y de estar siempre al lado de los más necesitados. Combate en esta ocasión contra el líder de una secta destructiva y su gente así como contra un granuja y sus acólitos.

El pueblo, marinero pero casi abandonado de la mano de dios, y que Blanco se enfrente contra dos enemigos igual de sanguinarios tiene algo de la mítica Cosecha roja, una clave que no deja de planear por mi cabeza mientras leo el libro. Y no, La estación enjaulada no es Cosecha roja pero tiene algo, lo respira, del libro de Dashiell Hammett. La acción se desarrolla además cuando comenzó a llegar a España las primeras noticias de un virus que se expandía por todo el planeta, y refleja muy bien la ignorancia que por aquel entonces manteníamos con aquel bicho que después nos amargó tanto la vida.

A medida que se lee la novela puede pasar, como me pasa a mi con la mayoría de los libros anteriores de la serie, que lo que más me atrapa del universo Blanco son los escenarios. Mucho más que la historia que cuenta. Y es que uno, lo admite, disfruta mucho con las reflexiones de su protagonista y de cómo se enfrenta a rivales que parecen que están muy por encima de él.

Y todo esto contado con una pachorra deliciosamente reconocible para los que vivimos a este lado del Atlántico, esa mirada, me atrevería a decir que filosófica, con la que vive su personaje. Es como si estuviera cantando “tranquilidad que nadie va a perder el tren”. Otro elemento que me hace atractivo el personaje, al margen de salpicar todo su relato con palabras de aquí, de ese español que hablamos en Canarias, es cómo disfruta Ricardo Blanco de los pequeños placeres que algunos todavía pueden disfrutar como es una buena comida y el placer de fumar un cigarro, un buen cigarro puro, esto último hoy tan políticamente incorrecto pero es que Blanco es un sibarita que no resulta cursi, además es un romántico que por fin parece que ha encontrado a la mujer de su vida, Beatriz, farmacéutica de oficio a la que se cita pero que no aparece en esta novela, y como se dijo con anterioridad Gervasio Álvarez, que sí que aparece y que se trata del policía jubilado al que conocemos de otras entregas de la saga solo que ahora está más viejo (otra vez la vejez) y enfermo. Gervasio Álvarez se ha convertido de todas formas en una especie de padre o, mejor, hermano mayor del protagonista.

Como las anteriores novelas protagonizadas por Ricardo Blanco, La estación enjaulada no decepciona. Blanco sigue siendo el personaje de toda la vida aunque, eso sí, más viejo y por eso mismo más sabio que el que conocimos en el pasado. El cambio de escenario le da también algo especial, me atrevería a decir que crepuscular a una novela que a mi juicio explica que este personaje haya durado tanto en el tiempo. De hecho, y al paso que va, ocupa ya un espacio en la galería de personajes con serie que se escriben en España. Y razones no faltan para que uno entienda su éxito y que agradezca a su autor, José Luis Correa, los cambios que le ha ido imprimiendo a su Ricardo Blanco, antes un Philip Marlowe que habla español sin pronunciar las ces ni las zetas y ahora un viejo, más que un anciano, que quiere vivir en paz solo que novela tras novela el mundo se empeña en tocarle los… Bueno, ustedes ya me entienden.

Saludos, kiss, kiss, bang, bang, desde este lado del ordenador

Para morir en la orilla, una novela de José Luis Correa

Martes, Febrero 22nd, 2022

“Que mi historia era justo la contraria de la suya. Que al abuelo Colacho le había salido chepa de tanto carenar barcos en la puntilla. Que había ahorrado hasta el último duro para dejárselo a un nieto tarambana, para que este enderezara su vida. Podría habérselo contado a Ernesto Leacock. Pero aquello no era un intercambio de estampitas ni nosotros amigos de pupitre”.

Para morir en la orilla, José Luis Correa. Novela Negra, Alba Editorial, 2022

En los últimos meses han coincidido en librerías tres novelas de escritores de las islas que abordan, desde distintas perspectivas, la inmigración irregular en Canarias. Juan R. Tramunt centra su relato Traficantes de historias en un hombre, Tobias Arencibia, que tras sufrir una experiencia traumática abandona su estilo de vida para ocupar una plaza de Lengua y Cultura Española en un Centro de Integración de Emigrantes en Gran Canaria mientras que Ernesto Rodríguez Abad en Hicham se pone en la piel de un joven africano que aspira llegar a un mundo en el que crezcan “higueras con frutos de oro”. José Luis Correa habla también sobre este mismo asunto en Para morir en la orilla, solo que en clave negra y criminal.

Le sirve de disparadero al creador del detective Ricardo Blanco para narrar un relato de suspense que comienza con la aparición de dos cadáveres en una patera que llega a las costas de la isla y termina con la resolución de un caso en el que, entre otras historias cerradas, se averigua quién asesinó a estos dos hombres, ya que se trata de un asesinato y no de una muerte accidental, producto del terrorífico viaje que emprenden muchos africanos para alcanzar las costas de las islas con el objetivo de alcanzar el sueño que persiguen aquellos que cruzan en pequeñas embarcaciones el brazo de mar que nos separa del continente africano.

Para morir en la orilla hace la novela número doce de Blanco, un personaje que a medida que se publica un nuevo libro de sus pesquisas como investigador privado, lleva camino de convertirse en una de las series más longevas del panorama narrativo nacional, lo que tiene mérito ya que el detective, a veces y a su pesar, desarrolla la mayor parte de sus investigaciones en la capital grancanaria, también en otros puntos de la isla redonda. Correa, a través de Blanco, cuenta en primera persona sus investigaciones y desde Quince días de diciembre (la primera) su protagonista ha ido creciendo en edad y también como persona. Para morir en la orilla muestra un nuevo paso en la evolución de Blanco, quien no pierde pese a la edad el sentido del humor.

Los lectores iniciados saben que la serie dio un volantazo tras la muerte del abuelo del protagonista, Colacho, lo que generó que el círculo de amistades y otros secundarios de la saga se haya ido estrechando.

De momento, José Luis Correa mantiene las constantes que dan credibilidad a su investigador privado, aunque comiencen a detectarse novedades que lo enriquecen si cabe un poco más.

Ricardo Blanco sigue soltero pero mantiene una relación estable con Beatriz, farmacéutica y madre de dos hijos. Esta relación nos lo revela como un hombre si no satisfecho consigo mismo, sí que estable emocionalmente al contar con la complicidad de una mujer. Por una imprudencia pone en peligro a la hija mayor de Beatriz pero sí quieren conocer la razón, léanse la novela. Un título que no defraudará a los que conocen otras historias del detective canario y casi seguro que cogerá desprevenido a quien llegue a ella por casualidad.

En las últimas novelas de la serie el personaje se ha instalado en una cómoda felicidad que en contra de lo que pudiera parecer, es uno de los atractivos de la serie. Se mueve además en escenarios familiares que resultan igual o más interesantes que los casos que debe resolver Rick, Ricardo Blanco.

Sin revelar demasiado de la trama, Para morir en la orilla cumple lo que ya venía anunciando en títulos anteriores, que su personaje, en torno a los 60 años, ya no está para muchos trotes por lo que más pronto que nunca, sus proceder como investigador está más próximo al del cerebral Nero Wolfe (que no salía de su casa para resolver los problemas) que a los de ese caballero andante que fue Philip Marlowe, el detective privado que inspiró al primer Ricardo Blanco, y aliento que se recupera en algunas de las páginas de su última novela.

Encuentro en Para morir en la orilla un personaje que continúa moviéndose con más confianza en los territorios del género negro. Negro y criminal o policíaco, entre otras etiquetas. Transpira compromiso social con la realidad que vivimos no solo explorando la inmigración irregular sino también cómo muchas de estas personas caen en la explotación más descarnada, lo que hace que su viaje a Europa se convierta en una pesadilla. La novela habla también de un caso de corrupción policial y sobre la prostitución, entre otros temas que el escritor va resolviendo a medida que avanza un relato que no llega a las doscientas páginas y que como otras novelas de Blanco se lee sin que uno note que pasa el tiempo.

Estos y otros elementos me hacen pensar que el protagonista de la serie está en un momento de inflexión, que se avecina un cambio interesante en el hábitat que hasta ahora conocíamos del personaje aunque la novela siga las pautas de las anteriores, se narra en primera persona, el tono es irónico, nunca cínico, se cuelan en el texto algunas palabras y expresiones del español que se habla en Canarias y la galería de personajes como de situaciones resultan creíbles. Es otra de Ricardo Blanco pero con novedades aún desdibujadas.

De momento, parece que el detective está terminando por cicatrizar sus heridas físicas y emocionales. Ha encontrado un hogar que calma a la fiera que lleva dentro, una fiera que despierta cuando emprende por su cuenta y riesgo una investigación que lo adentra en lo peor de la condición humana.

Saludos, en la orilla de enfrente, desde este lado del ordenador

Cuéntame un cuento

Lunes, Abril 12th, 2021

Resulta bastante raro, y más en estos tiempos, que aparezca (en este caso reaparezca) una editorial con el fin de cubrir los vacíos que se detectan en el mapa de las editoriales canarias. Esas pequeñas empresas que siguen adelante a pesar de la crisis económica y pandémica publicando, con mayor o menor rigor, libros con acento de las islas. O no, que también.

Algún día tendrá que hacerse un estudio (y focalizo ese estudio en las dos universidades canarias si despiertan del marasmo en el que se encuentran desde la noche de los tiempos) sobre las editoriales que brotaron y aún brotan en estos territorios fragmentados. Si algo las caracteriza es su entusiasmo y arrojo donde prácticamente luchan solos contra los elementos. Elementos que tienen la forma de molinos de viento contra los cuales combaten los editores como si fueran Quijotes del Atlántico. La figura de Sancho Panza se relega a un segundo plano y podría servir como el socio realista que se encuentra en toda iniciativa que se precie. Esa persona que advierte que no es buen negocio dar a conocer lo que se escribe en las islas porque el escenario no es muy propicio.

Es una noticia, una muy buena noticia por ello, la reaparición de un editorial en el ecosistema editorial canario. El sello que permanecía en silencio desde 2010, año en el que publicó un solo título, Riqui-Raca 1.0, una antología de cuentos centrados en el derbi futbolístico regional: C.D. Tenerife-U.D. Las Palmas, regresó a la escena hace apenas unas pocas semanas con seis primeros libros (poesía, novela y relato) de los que vamos a comentar los dos primeros: Las terribles historias y El hombre que perdía las palabras de Cecilia Domínguez Luis y José Luis Correa, respectivamente. Se tratan de dos recopilatorios de cuentos y el sello del que estamos hablando, Nectarina Editorial, es un proyecto en el que está al frente un profesional que conoce y sabe de libros: Ayoze Suárez.

Antes de iniciar el repaso a estas dos novedades me gustaría resaltar que uno de los objetivos de Nectarina Editorial es el de recuperar textos que no han vuelto a reeditarse desde que aparecieron por primera vez. En la primera tanda de seis libros y además de los cuentos de Domínguez Luis y Correa, figura la novela El corazón de los pájaros, de Elsa López, que fue una de las diez obras seleccionadas al Premio Planeta en 2001; los libros de poemas Los bufones de Dios y Marabulla, de Pedro Flores y Silvia Rodríguez y Teneyda y otros relatos, de Alfonso García Ramos, un clásico de la literatura canaria y universal si me apura con la novela Guad y que en estos pequeños y poco conocidos cuentos augura el gran escritor y periodista que fue.

Trece cuentos son los que se reúnen en El hombre que perdía las palabras, relatos escritos por José Luis Correa la última década del siglo pasado y en los que se vislumbran los mimbres del escritor que es en la actualidad. Los cuentos respiran además las constantes que definen el universo literario del escritor grancanario y aparecen todavía sin cincelar muchos de los elementos que configuran su posterior narrativa. Una narrativa que con el paso de los años ha terminado por adquirir sello de autoría.

Los cuentos están trufados de palabras canarias, se aprecia cierta querencia por el policíaco, al que Correa ha aportado uno de los detectives privados más longevos del género en España y situar en el mapa literario una ciudad, Las Palmas de Gran Canaria, que sirve de telón de fondo de muchas de las historias que desgrana a lo largo de un volumen más próximo a Julio Cortázar que a uno de los maestros del género negro, Raymond Chandler.

Las terribles historias de Cecilia Domínguez Luis está dividido en dos partes que llevan los títulos de Las terribles historias y Escribir comienza por una traición. Destacaría la capacidad de síntesis de la mayoría de los relatos y el miedo soterrado que respiran. Encuentro en los cuentos a una escritora sin ataduras y que olfatea todo tipo de historias, muchas de ellas inspiradas por lecturas muy sabias que confieren interés a un libro que me hace pensar que Domínguez Luis debería de tantear con más frecuencia el relato corto. Tras su lectura, he encontrado gratamente a una escritora que desconocía. Me sorprenden lo diferente que son la mayoría de estos cuentos, también la capacidad de condensar momentos que trascienden en la mayoría de los casos la anécdota.

Analizados en conjunto, los libros de Cecilia Domínguez como los de José Luis Correa cumplen la máxima cortaziana de que el cuento tiene que ser ante todo breve y que, a diferencia de la novela, deben de resultar contundentes.

Nectarina Editorial anuncia que algunos de los autores que protagonizarán sus próximos seis libros serán Juan Cruz, Tina Suárez y Ernesto Delgado Baudet, entre otros.

Saludos, mañana será otro día, desde este lado del ordenador

Las dos Amelias, una novela de José Luis Correa

Lunes, Marzo 16th, 2020

Ricardo Blanco es uno de los investigadores privados más longevos de la literatura negra y criminal que se escribe en España.
En Las dos Amelias (Alba, 2020) ya son once las novelas que José Luis Correa, su creador, ha dedicado a su detective, a su cinéfilo caballero sin espada con conciencia social que aún mantiene cierta confianza en el sistema.

Los casos que hasta la fecha ha investigado suelen mostrar el lado menos amable del ser humano y sus policiales son procedimientos imaginativos que bien podrían formar parte de la crónica de sucesos. Estas novelas le sirven también a José Luis Correa para enseñar las miserias y vergüenzas que se dan en una ciudad como Las Palmas de Gran Canaria, territorio en el que transcurren la mayoría de las investigaciones que le encargan y capital de provincias que es el otro gran protagonista de la serie. Una serie que con el paso de los años se ha ido volviendo más adulta sin perder, afortunadamente, su sentido del humor.

La mirada burlona, que no cínica, con la que Ricardo Blanco observa su alrededor está más próxima al carácter aplatanado (en el buen sentido de la palabra) que a la mirada cínica y en ocasiones amarga de otros grandes investigadores privados del género policial.
Está claro, tras once novelas dedicadas al personaje, que José Luis Correa conoce muy bien a su criatura. Ricardo Blanco ha crecido con él y es más que probable que como su autor, el protagonista de estas novelas ya no espere demasiado ni de la gente ni de sí mismo.

Mantiene, eso sí, la honestidad de siempre. Y sus amigos siguen siendo los habituales: su novia farmacéutica, el jefe de policía retirado y que ahora trabaja con él, la secretaria del despacho de investigaciones. Otro de los hallazgo de la serie y en los que insiste en Las dos Amelias es diseminar el texto con canarismos que no chirrían, palabras que ponen de manifiesto la belleza del modo de hablar en Canarias. De hecho, las voces canarias que asoman en el libro tienen la función de acercar y hacer más creíble a su protagonista a medida que se desarrolla la investigación.

Ricardo Blanco es un personaje bien definido y ajustado a los vaivenes en los que lo implica su oficio. El lector entra en sus historias a través de su cabeza, las narra en primera persona, así que conoce sus grandezas y debilidades porque Blanco, como cualquiera de nosotros, es un tipo gris que se caracteriza por un notable olfato para atrapar al culpable e, igualmente, conocer de que pie cojea. De su mano, sabremos de sus relaciones amorosas como laborales y nos acercaremos a su grupo, pequeño pero compacto de amigos.

Las dos Amelias responde a las expectativas que todo aficionado al género espera. Resulta sencillo adentrarse en el universo que José Luis Correa propone ya que conoce muy bien los códigos del policíaco para que el lector siga con curiosidad la investigación que inicia en cada uno de sus libros. En Las dos Amelias el brutal asesinato de una influencer en un hotel de la capital grancanaria durante la Feria del Libro que se desarrolla en la ciudad.

Este crimen le da la oportunidad al escritor para ofrecer un retrato no tan noble como podría esperarse de las interioridades de la misma Feria del Libro y cargar las tintas de paso contra los periodistas, que alguno aparece en este libro. Las dos Amelias proporciona interesantes reflexiones sobre Internet y las redes sociales y cómo éstas han transformado las relaciones entre las personas. Es decir, cómo hombres y mujeres que hasta el día de ayer eran perfectamente desconocidos de la noche a la mañana dan el salto a la fama a golpe likes.

Algunas de las mejores páginas de Las dos Amelias son las que dedica a la red y los efectos que tiene entre nosotros. Respecto al crimen y si leen la novela lo sabrán, José Luis Correa plantea una interesante reflexión sobre este mundo que ha disuelto las relaciones personales, generando nuevos monstruos que se mueven más que como peces tiburones en el océano de Internet.

El escritor emplea con oficio los resortes que dan cuerpo al género aunque quizá sea Las dos Amelias la novela más sujeta a las reglas del procedimiento policial de la serie. No olvida sin embargo el componente social que caracteriza al género y el retrato de secundarios que, como siempre, está eficazmente trabajado.

Que el libro atrapa está el hecho de que nada más llegar a mis manos lo devoré en apenas unas horas. Se tratan de casi doscientas páginas cargadas de emoción, la emoción que sacude como una corriente eléctrica a Ricardo Blanco a medida que ahonda en un caso donde nada es lo que parece.

Saludos, lecturas en tiempos de cuarentena, desde este lado del ordenador

Escena de terraza con suicida, una novela de José Luis Correa

Lunes, Mayo 13th, 2019

José Luis Correa recupera músculo como escritor en Escena de terraza con suicida (Ediciones La Palma, 2019), un libro que mantenía durmiendo en el disco duro de su ordenador y que rescató y revisó para esta edición, un experimento que invita a ser leído de corrido y a participar en el curioso juego literario que propone.

Éste, que es uno de sus mayores aciertos, obliga a que el lector haga el esfuerzo de participar en la apuesta y embarcarse junto al escritor en más que una aventura, en un ejercicio estilístico y metaliterario que ya de entrada avisa que nada será a partir de ese momento lo que parece. Todo es fruto –o no– de la imaginación de un hombre roto que fantasea –o no– con las alegrías y miserias, la vida en definitiva de sus vecinos de mesa en la terraza de un café.

Los personajes que rodean al protagonista se han refugiado en ese bar porque llueve en la calle y son náufragos que hacen examen de conciencia sobre sus errores y aciertos. Un microcosmos en el que sus historias se entremezclan unas con otras al modo de Las mil y una noches.

“Y es que en nuestra terraza, quien más quien menos le tiene miedo a algo. Dionisio a sus recuerdos. Doña Virtudes, a su futuro. Fidel, a su soledad. Elizabeth, a perder el amor de Aday. Aday, a perder el calor de Elizabeth. Nadia, a perder su trabajo. Yo, a la ausencia de Adriana. Y Casanova, al silencio. Es incapaz de mantenerse callado un minuto”.

La novela, que aparentemente nada tiene que ver con las que el escritor dedica a Ricardo Blanco, mantiene en común con las de la serie el estilo, un estilo netamente José Luis Correa, a quien siempre se le agradece su visión irónica que no sarcástica cuando describe la realidad que rodea, y nos rodea, a sus personajes y se decanta por narrar más que contar una historia. En este caso, historias.

La novela, en la que su autor abandona las servidumbres del género negro, le sirve para explorar la penosa realidad de nuestro tiempo: crisis, inmigración, soledad, miedos en definitiva con los que dota de presencia a una galería de secundarios cuyos pensamientos y reflexiones terminan por confundirse con las del protagonista, tragedias de la vida vulgar, como diría Wensceslao Fernández Flórez que el escritor emplea como acompañantes del más que suicida, hombre que no deja de pensar con desánimo en la nada, la muerte, el fin en una terraza ubicada en cualquier ciudad que puede ser la nuestra.

Este desaliento resulta a la larga contagioso aunque José Luis Correa tiene la virtud de matizar los efectos demoledores con un humor que hace que tomemos las cosas en serio. Esta novela invita a jugar con ella, a explorar un mundo que se multiplica en otros que son los que gravitan alrededor de un protagonista, Fabio Méndez, que mientras espera su agua con gas advierte que está pensando “seriamente en la muerte”.

Si se entra dentro de la apuesta literaria que propone José Luis Correa el lector no abandonará el terreno de juego. Es más, seguirá adelante porque el libro, la historia, las historias que confluyen en él, terminan por contagiar ya que se ensamblan hasta llegar a un final que sorprende por el guiño y que pone de manifiesto que, pese a sus prontos, a pasar de puntilla por los diálogos y sus ganas de marear la perdiz, José Luis Correa continúa siendo unos de los escritores más personales que en la actualidad escriben en y desde Canarias.
Un autor que lo mismo invita al lector a adentrarse en una telaraña que se va desenredando a medida que avanza la historia, como en un rompecabezas donde lo que comienza siendo una cosa termina siendo otra.

En este itinerario por Escena de terraza con suicida se despliega una serie de reflexiones con bastante gracia. Una de ellas es la afición por el cine que mantiene el escritor lo que provoca en esta novela una divertida situación en la que se habla sobre la cinefilia y la decisión de ver películas dobladas o en versión original con subtítulos en español. También hay otros momentos en los que José Luis Correa describe a lo largo del libro esas piedras en el camino que nos enseñan que nuestro destino es rodar y rodar.

Se nota, por otro lado, la influencia de algunos escritores claves en la biblioteca del escritor. Mientras la leía, por ejemplo, no dejaba de pensar en Julio Cortázar por encerrar al personaje junto a otros personajes en un solo escenario aunque lo que parece teatro se abre a otras posibilidades que, imaginadas o no, que cada cual saque sus conclusiones, resultan atractivas por atreverse a jugar con el lector. Por esto, se trata de un libro que no dejará indiferente a nadie.

Y eso recurriendo a una estrategia narrativa que no es nueva ni producto de su invención ya que solo, ¿solo?, es una manera de contar esta historia. La historia de un escritor, un hombre vulgar, rodeado de demonios, sus peculiares demonios.

Saludos, hermanas y hermanos, desde este lado del ordenador