Archive for Junio, 2018

Píldoras sobre ese cine que tanto nos (dis)gusta

Jueves, Junio 28th, 2018

* Tras la exhibición el miércoles pasado, 27 de junio, del mediometraje Del fémur a la luna, de Yolanda Mesa, TEA Tenerife Espacio de las Artes acoge desde el viernes, 31 de este mes al domingo 1 de julio el estreno del largometraje Platón, un trabajo que dirige Iván López.

* El cine Víctor, en Santa Cruz de Tenerife, exhibe este viernes y durante toda la semana próxima, El padrino, el clásico filme que Francis Ford Coppola dirigió en los setenta y una de sus obras más redondas por no decir, aunque se diga, maestras. La reposición de El Padrino será en versión 4K aunque nos tememos, y mucho, que no se podrá disfrutar en VOSE sino doblada.

* Nos dicen que es más que probable que se conozca el nombre del Técnico Experto en el Sector Audiovisual en julio aunque todavía hay tiempo para hacer quinielas. Nos explican, por otro lado, que los cinco días de plazo una vez se publicaron las bases en el Boletín Oficial de Canarias (BOC) era para que los participantes presentaran currículos y no para comunicar el fallo de un concurso en el que…

* Leemos en la portada de un periódico local el anuncio del reestreno de La hija del mestre (Francisco González González, Carlos Luis Monzón, 1928) a la que presentan como la primera película de ficción rodada en Canarias, lo que es un error ya que fue El ladrón de los guantes blancos (José González Rivero y Romualdo García de Paredes, 1926). La hija del mestre sí, en todo caso, la primera película de temática canaria que se rueda en Canarias, y así se recuerda en la información y así se lo recordamos a ustedes.

* La reapertura de los multicines Price en Santa Cruz de Tenerife es como el cuento de la lechera, se habla tanto que al final lo que parecía verdad termina siendo mentira. Los Price podrían abrir muy pronto aunque desde este lado del ordenador no demos demasiado crédito a una información que, como el Guadiana, aparece y desaparece vaya uno a saber la razón.

* Al final nos atrevemos y en un alarde de valentía observamos sin muchas esperanzas la última temporada de Twin Peaks que, para nuestro asombro, nos convence, nos cautiva, nos hipnotiza. Viva el café y el pastel de cerezas.

Saludos, sol, luce el sol, desde este lado del ordenador

La piedrecita angular, una novelita de Edgar Neville

Miércoles, Junio 27th, 2018

Porque Miguel no tenía profesión especial. Había intentado muchos oficios, pero no parecía dotado para ninguno de ellos en particular. Era un hombre bueno, pero sencillo. Era un hombre que había nacido con todas las condiciones para ser rico pero que siempre había sido pobre, lo cual, como se sabe, es un error”.

(La piedrecita angular, Edgar Neville. Clan 2011)

Edgar Neville publicó a finales de los años 50 una novela corta en la que se reúnen casi todas las constantes de tan prodigioso cineasta como escritor español.

La historia, dividida en tres bloques, tiene como protagonista a Miguel Martínez, un personaje que se busca la vida en uno de los escenarios más queridos del escritor, el Rastro madrileño, ya que además de trabajar como transportista de muebles pasa sus ratos de descanso echándose una siesta a la sombra de la estatua de Eloy Gonzalo, uno de los héroes de Cascorro, batalla que se libró en aquella Cuba que aún era española en 1896.

Miguel Martínez, todo corazón, es también protector de dos niñas, una de las cuales quiere ser bailarina y la otra estudiante para convertirse en perito de cualquier cosa, escribe Neville con ironía, esa ironía castiza con la que construye todo su cine plagado de obras maestras y su literatura, aunque tan desconocido en un país que no termina de levantar la veda sobre los artistas que se mostraron partidarios del bando nacional en plena Guerra Civil. En el caso de Edgar Neville más que justificado si se tiene en cuenta que fue IV Conde de Berlanga de Duero.

Al margen de su significación política, ya que si por algo se caracterizó el escritor fue de ir por libre, ser un ácrata que nunca encajó con comodidad en la España franquista y vivir en concubinato con la guionista y actriz Conchita Montes para escándalo de la sociedad de aquel entonces y protagonista de la mayoría de algunos de sus mejores filmes, La piedrecita angular es una buena novelita para iniciarse en la literatura de un hombre que vio lo popular con ojos generosos al mismo tiempo que se embebía de un madrileñismo que se resiste a desaparecer por mucho que crezca la ciudad y se empeñe en borrar sus señas de identidad.

Las novelas de Edgar Neville saben así a caldo y churros al amanecer, y a descripción teñida de humor de un país y su capital con apunte de sainete.

En La piedrecita angular la crítica se vuelca sobre la fiesta nacional, los toros, y el teatro de los cómicos de la legua. También a la presencia de los norteamericanos en una España que no terminaba de amanecer.

La primera parte de la novela se desarrolla de hecho en la plaza de toros de Las Ventas y en ella he encontrado algunas de las más aceradas pullas a un festejo que todavía divide a los que lo defienden de los que no…

Ya toda aquella corrida había sido sincronizada por el llanto de la niña y, aunque las madres son sordas y no oyen a sus hijos llorar, sobre todo si este llanto molesta a los demás, de vez en cuando trataba de cortarlo y explicaba los momentos puntales de la fiesta para que la niña los contemplase y durante ese espacio de tiempo dejase de verter sus mucosidades sobre la blusa de su progenitora.

Mira niña –decía–, ¡ahora van a matar al caballito!

Y la niña volvía la cabeza hacia el ruedo y veía cómo el toro arremetía contra el caballo e introducía un cuerno en la tripa.

El angelito sonreía complacido, pero luego, cuando el toro se alejaba del caballo, volvía a llorar.

Y entonces la madre le decía, haciéndola bailar sobre las rodillas:

- Mira, mira –y cantaba una ingenua canción de letra improvisada–: ¡Ya sale la sangre!, ¡ya sale la sangre”.

Mozo que saca unos cuartos si saca a hombros a matadores del coso taurino aunque con tan mala suerte que apenas logra beneficio alguno, Miguel Martínez que no tiene nada de pícaro y sí un punto gilí, como le dicen los golfos del Rastro, termina en una compañía de teatro de mala muerte con la que recorre algunos pueblos de la península ibérica donde nadie reconoce su arte y terminan en un oleoducto que dirigen unos norteamericanos que quieren ver un streptease y no una representación de la compañía de teatro.

En este escenario, Miguel Martínez reconocerá que una de sus protegidas se ha hecho mayor y terminará en Madrid haciendo algo de dinero en esta comedieta ligera que, en palabras de Eugenio de Nota, nada “entre la tragedia grotesca, localista de Arniches y la genial creación chaplinesca del eterno y universal ingenuo defraudado por la crueldad natural, biológica de la existencia”.

Lo de chaplinesco no es gratuito ya que Edgar Neville vivió un tiempo en Los Ángeles donde trabó amistad con Charles Chaplin, el actor y cineasta lo incluyo como actor de reparto en Luces de la ciudad, lo que le facilitó que trabajara más tarde como dialoguista y guionista para la Metro Goldwyn Mayer.

Un genio, hoy olvidado, el de Edgar Neville.

Saludos, que me lean, cachís, desde este lado del ordenador

Ir al cine entonces era una aventura (remake)

Martes, Junio 26th, 2018

Cuando se mira hacia atrás sin ira uno se da cuenta que lo que de verdad queda grabado en la memoria son sensaciones y momentos. Muchas de estas sensaciones y muchos de esos momentos han ido tejiendo nuestra memoria como espectadores cinematográficos. En nuestro caso concreto, de espectador cinematográfico en Tenerife. 

Siendo un terrible adolescente intentaron educar mi confusa mirada cinéfila cine clubes como el que montó el colectivo Yaiza Borges en un piso lagunero antes de trasladarse al cine Tenerife así como las sesiones que ofrecía la Caja de Ahorros, y en las que tuve la oportunidad de ver, entre otras, El perro andaluz de Luis Buñuel o Fake, el ¿falso o real? documental de Orson Welles.

En aquella aventura que era ir al cine en Santa Cruz de Tenerife, uno intentaba apuntarse a cualquier proyección por inquietante que resultara. En este sentido, recuerdo como una especie de aventura a lo Indiana Jones cómo me colé en el Price para ver Raza en una proyección privada de Fuerza Nueva o cintas soviéticas en las que se loaba el coraje del ejército rojo contra los nazis que organizaba, si no me traiciona la memoria, el PCOE (Partido Comunista Obrero Español) en una calle muy próxima al barranco de Santos.

También estaban las inolvidables sesiones de cine a las 4, donde lo mismo veía por enésima vez Una noche en la ópera con los hermanos Marx que una cinta de Maciste. O el mítico cine de verano de la plaza de Toros, donde lo mejor no era la película sino la fiesta que daba un público con ganas de vacilar la ante la amenaza del linterna, o el sufrido acomodador que intentaba descubrir linterna en mano a los graciosos de turno. Ahh… la plaza de Toros, cuántas y cuántas inolvidables noches de verano me pasé comiendo pipas y partiéndome de la risa con las bromas que lanzaba la parroquia en la oscuridad.

Que la pantalla pareciera que bailaba la danza del vientre por la brisa nocturna o que el sonido fuera penoso daba igual porque al cine de verano de la plaza de Toros se iba sobre todo a echarse unas risas no solo con el pobre linterna sino con los chistes que los espectadores le soltaban a los personajes de la película.

Recuerdo ahora una anécdota con tintes de humor negro: se proyecta en la pantalla que danza con el viento Lucifer, una olvidable película de terror en la que el príncipe de las tinieblas resucita a los muertos. Cuando los muertos se levantan de las tumbas por orden de Lucifer un borrachito lo señala y grita con voz aguardentosa: “¡yo a ti te conozco, yo a tí te conozco!”

Algo parecido a este frenético espectáculo que deja en pañales los montajes que ideó William Castle para sus películas fantásticas, lo viví también en cines de barrio de la capital tinerfeña como el Delta en el barrio de La Salud o el cine Fraga y el Somosierra. Salas en las que además de dejarte entrar a ver películas que en los cines del centro te prohibían porque no habías cumplido los 18 años, el público resultaba igual de feroz y cachondo que el del cine de verano de la plaza de toros. Todavía recuerdo aquella lata de sardinas estampándose contra la pantalla del Delta durante la proyección de El anticristo y justo en el instante en que la protagonista, una adolescente obviamente poseída por el mismísimo diablo, vomitaba una masa viscosa y de color verde; o las estimulantes películas eróticas (es un decir) de Max Pecas, como Yo soy ninfómana y otras chifladuras por el estilo.

En fin, que en aquellos años a uno ni se le pasaba por la cabeza que un día habría multisalas, ni vídeoclubes y ni muchísimo menos dvd y descargas de películas por el ordenador, que en aquel entonces se conocía como computador… Pero qué quieren que les diga, resultaba bastante más emocionante ir al cine por aquello de que no sabías lo que te iba a pasar. Lo dicho, una aventura.

Que sirva este escrito a modo de confesión para justificar mi apasionado potaje cinematográfico, un combinado que mezcla la cinefilia más enciclopédica con la cinefagia más ulcerosa.

Le debo mi confusa pero apasionada mirada a mis padres y hermanos y a aquella televisión en blanco y negro en la que con solo un canal la mayoría de las noches te ponían títulos como El gran desfile, En un lugar solitario, King Kong o Duelo al Sol por citar sólo cuatro que todavía me emocionan cuando las veo.

Luego se encontraban las salas del centro. Las de estreno, como el Víctor, que todavía resiste, y otras que forman parte del recuerdo como el Greco, la Paz, el Baudet, el Price, el Cinema Victoria, el Royal Cinema, el Numancia, el Rex y el teatro San Martín, entre otros.

De alguna de ellas se hace eco Julián Hernández en el libro Los olvidados cine de Tenerife, compendio de muchas de aquellas salas que se han convertido con el paso de los años en fantasmas de otro tiempo, en ecos de una época en las que ir al cine era, definitivamente, una aventura.

(*) En la imagen, fachada del cine Yaiza Borges, antiguo cine Tenerife, localizado en la avenida del general Mola, hoy de las Islas Canarias, en Santa Cruz de Tenerife

Saludos, se insiste ¿vamos al cine?, desde este lado del ordenador

Los olvidados cines de Tenerife, un libro de Julián Hernández

Lunes, Junio 25th, 2018

Tenerife disfrutó en el pasado de numerosas salas de cine. Eran otros tiempos, así que todas ellas, salvo el Víctor en la capital tinerfeña, han cerrado sus puertas para transformarse en otro tipo de negocios sin renunciar en muchos de los casos a ser envejecidos testigos de lo que una vez fueron.

El historiador Álvaro Ruiz Rodríguez hizo de notario de todas aquellas salas en el volumen El templo oscuro. La arquitectura del cine, Tenerife 1807-1992, libro en el que repasaba con tono académico la geografía de aquellos espacios que fueron sustituidos primero por los multicines y, más tarde, el vídeo y hoy las descargas –legales e ilegales– por ordenador.

De este capítulo, el de los antiguos cines que aparecen diseminados también en obras de carácter general dedicadas al cine en Canarias, se hizo eco primero en facebook y ahora en libro, Julián Hernández.

La página de facebook, que es conocida como Los olvidados cines de Tenerife, se caracteriza sobre todo por el material gráfico que ofrece, parte de ese material se recoge en el libro que, recientemente, presentó con este mismo título su autor, un volumen que ha sido editado por Ediciones Idea y en el que cuenta con tono desenfadado la historia de algunas de las salas de exhibición cinematográfica en Santa Cruz de Tenerife y La Laguna.

Como documento, el libro tiene su interés aunque no fusiona el recuerdo emocional con el estudio descriptivo de las salas, un trabajo que ya realizó en su momento Álvaro Ruiz y trabajo del que se nutre Julián Hernández para informar con datos sobre algunos de los cines que repasa en la obra.

Por desgracia, el autor no ha sabido encontrar tampoco su camino cuando barajó la posibilidad de publicar sus comentarios en la popular red social en formato libro. En este aspecto, es probable que le hubiera ido mejor si hubiera apostado por la nostalgia y las sensaciones que aún conserva de los cines que conoció cuando era un adolescente que por el estudio de muchas de ellas, aunque se aprecian las líneas que le dedica al ya desaparecido cine Fraga, ya que además de rendir tributo a un personaje singular en la historia de la exhibición cinematográfica en Canarias como es Eladio Fraga, se lee como un homenaje a los cines de barrio que se prodigaron en la capital tinerfeña hasta bien entrado los años setenta, y salas en las que se reponían películas para mayores de 18 años en las que, normalmente, dejaban entrar a los que no habían cumplido esa edad.

Si para el autor de la obra, Julián Hernández, el cine Fraga es objeto de devoción, para quien ahora escribe estas líneas lo fueron el Delta, en el barrio de la Salud y el Somosierra, ya que aún conserva grabados al rojo vivo en su memoria el visionado de largometrajes prohibidos entonces a menores como El exorcista o Matar o no matar, este es el problema, entre otras.

Se resiente la lectura de Los olvidados cines de Tenerife de no haber apostado, precisamente, por la nostalgia. Un libro de estas características necesitaba de un enfoque guasón y cinéfilo que fuera más allá de lo que ya nos ofreció Álvaro Ruiz en su académico El templo oscuro. Con todo, el libro de Julián Hernández cuenta con algunos momentos en los que parece que sale del armario, y que son aquellos en los que narra con irregular pulso narrativo sus recorridos recientes por muchas de esas salas que ya no son lo que fueron. Cines reconvertidos ahora en gimnasios o boleras, tiendas de todo a 1 euro o locales abandonados, testigos mudos de un tiempo cuyos días el viento, precisamente el viento, se llevó.

Saludos, ¿vamos al cine?, desde este lado del ordenador

Paris Trout, una novela de Pete Dexter

Jueves, Junio 21st, 2018

Paris Trout es una novela de Pete Dexter que se ambienta en los años 50 en un pequeño pueblo de Georgia. El relato nos sumerge en el sur profundo de los Estados Unidos de Norteamérica aunque la cuestión racial, la división entre blancos y negros, se observa con mirada realista en unos tiempos en que la diferencia era lo normal, el pan nuestro de cada día.

Lo interesante de esta novela, que dio origen a una igualmente interesante película, es el estudio de personajes que propone el escritor, un autor que estuvo de moda en los años ochenta aunque hoy es prácticamente un desconocido incluso para los aficionados a ese tipo de literatura que explora las miserias de la Norteamérica profunda, un universo poblado de personajes singulares y hasta estrafalarios y en la que se mueven hombres y mujeres que con independencia de su color intentan hacerse su lugar en el mundo.

El protagonista de la historia, Paris Trout, es el dueño de un negocio de abastos y de un banco en el que presta dinero tanto a blancos como a negros. La novela propone un ambicioso estudio de este personaje repleto de contradicciones, así como de su esposa, una muer que se crece ante la adversidad, lo que le hace superar el miedo que tiene a su marido maltratador. Tras un hecho dramático en el que se ve envuelto Paris Trout y un paleto que lo sigue como ayudante y en el que muere una niña y resulta herida una mujer, ambas de raza negra, la segunda mitad del libro narra con pulso narrativo el juicio al que se somete al protagonista de este doble asesinato y la relación que mantiene con su abogado.

Contar más sería despiezar un libro en el que se narran otras historias que convergen de una manera u otra en Paris Trout, un hombre que paulatinamente se va alejando de la realidad.

Pete Dexter se especializó en contar historias de y sobre perdedores, de personajes que vivían al límite. Sus novelas no pueden por eso encasillarse en géneros aunque utilice las reglas que imponen algunos para narrar relatos en lo que importan son los personajes más que el hilo argumental que los sostienen.

La editorial Anagrama editó en su día varias novelas de Pete Dexter, un escritor que todavía sigue siendo prácticamente un desconocido en España. Una pena, más si se tiene en cuenta que a través de sus obras se destripa el carácter de una Norteamérica rural que se resiste a desaparecer.

Saludos, leed, leed, malditos, desde este lado del ordenador

Y tú serás el río, una novela de Cecilia Domínguez Luis

Miércoles, Junio 20th, 2018

Cecilia Domínguez Luis presentó en la XXX Feria del Libro de Santa Cruz de Tenerife una nueva novela, Y tú serás el río (Diego Pun Ediciones, 2018) que podría considerarse como la primera parte de Mientras maduran las naranjas, título en el que la escritora y Premio Canarias de Literatura dio su visión sobre la Guerra Civil en Canarias, en concreto en la villa de La Orotava, en el que quizá sea uno de sus relatos más emocionales por sentido así como libro en el que su localidad natal vuelve a tomar especial protagonismo.

La Orotava forma parte también del escenario en el que se desarrolla Y tú serás el río aunque el arco temporal abarca desde principios del siglo XX a la primavera de 1935, lo que permite a la autora repasar algunos de los momentos que han pasado a la Historia del Archipiélago como la visita de Alfonso XIII a la isla de Tenerife, entre otros.

La novela pretende dar consistencia a un díptico literario que hasta la fecha ha sido ninguneado por la mayoría de los escritores canarios o residentes en las islas como fue el antes, el durante y el después inmediato de la Guerra Civil en estos siete peñascos. La Orotava funciona así como reflejo de lo que se desarrolló en el resto de las islas durante aquellos años en los que los vientos de la ira sacudieron la superficie de España, y centra su atención en la madre y uno de los tíos de la protagonista de Mientras maduran las naranjas.

La novela está dividida así en dos partes. La primera da voz a Julia, quien cuenta en primera persona lo que observa desde su infancia hasta su madurez. La segunda, son las cartas que Ernesto, su hermano, envía a su novia Maruja que vive en Gran Canaria, a quien le narra sus experiencias en la guerra de Marruecos, su deserción y regreso a la isla, el exilio a Cuba y su posterior vuelta a casa, a la isla y a esa La Orotava sumida en el atraso por culpa de los inamovibles poderes fácticos (iglesia y caciques) pese a que la llegada de la II República anuncie que se van a transformar las cosas. Si no todas, las suficientes para que los desfavorecidos, los parias de la tierra, mejoren sus depauperadas condiciones de vida.

La novela se lee con hambre. Así que se devora con bastante rapidez mientras asistimos a la resistencia física y espiritual de una familia de clase media con ideas progresistas en circunstancias tan dramáticas. De paso, y como se explica en la contraportada, se dan señales para comprender el carácter de Sara, la protagonista de Mientras maduran las naranjas.

Cecilia Domínguez Luis reconstruye con convicción, aunque la fuerza del relato esté por encima de la historia, una novela sobre una familia agredida por los golpes de la vida.

Este díptico literario, que bien podría entenderse como un Episodio Nacional sobre la primera mitad del siglo XX en Canarias, no cae afortunadamente en excesivos maniqueísmos pese a que haya ocasiones en la que la escritora se deja arrastrar por el afán de hacer justicia a toro pasado. Con ese ánimo, en la novela desaparecen entonces los grises y el blanco y negro se hace dueño y señor de las páginas.

Por fortuna, estos momentos de arrebato son lo de menos en una novela que conmueve a ratos, sobre todo cuando incide en un retrato familiar en el que el lector encontrará ecos de situaciones más o menos semejantes a las que vivieron las familias derrotadas, las que perdieron una Guerra que no tuvo nada de Civil y que dividió a una España enloquecida que, llegado el momento, recurrió a la fuerza de las armas y no del diálogo y la sensatez para arreglar lo que ya parecían insalvables diferencias.

Saludos, sol, sol, sol, desde este lado del ordenador