Archive for Febrero, 2021

Ezequiel Pérez Plasencia, diez años de silencio en su propia tierra

Miércoles, Febrero 24th, 2021

Hace ahora diez años que falleció el escritor tinerfeño Ezequiel Pérez Plasencia (1953-2011). Dijo adiós al mundo en circunstancias traumáticas y dejó más huérfano si cabe a quienes lo conocieron y querían ese día aciago, un 24 de febrero que todavía retumba en la memoria de quien les escribe.

Ezequiel Pérez Plasencia tuvo no obstante una buena vida. Una buena vida salpicada de encuentros y desencuentros. También de persecuciones, algunas buscadas y otras no.

Como suele suceder, tras conocerse la noticia de su muerte casi todas las voces coincidieron en señalar notas sobre su vida y su obra que no hubieran hecho públicas en vida del escritor pero así son las cosas en este valle de lágrimas. Por eso, si existe algún cielo, Ezequiel tiene que estar observando con una mueca burlona cómo se las gastan los que siguen aquí abajo. En especial los compañeros/as escritores/as y periodistas que conoció a lo largo de su vida.

Como señaló en una entrevista que mantuvo conmigo: “el periodismo es bueno sin sabes abandonarlo a tiempo”. Ezequiel supo hacerlo pero por desgracia quien ahora les escribe no. Así que resuena en mis oídos su carcajada.

Ezequiel Pérez Plasencia que sigue siendo un absoluto desconocido no solo en las letras que se escriben en Canarias sino también en español, dejó una obra consistente tras su marcha aunque por desgracia todavía tenía muchas cosas que contar.

Me dijeron en su día que en su ordenador quedaban cuentos y alguna novela sin publicar y se hizo el intento de recuperar todo ese material para que fuera publicado en unas obras completas que nunca llegaron a buen puerto, por lo que su presencia en la actualidad literaria sigue siendo un interrogante mayúsculo.

Ezequiel sigue siendo en este sentido no un maldito, que así al menos se le recordaría como se recuerda al poeta y escritor Félix Francisco Casanova y Eugenio Millet, sino un desconocido.

Escritor que se movía como pez en el agua por el territorio de los cuentos, a Ezequiel le debemos también una sobresaliente novela (su primera y última novela) que con el nombre de El orden del día retrata a una generación de periodistas de provincias y cómo se las gasta (y sigue gastando) los periódicos de provincias.

La novela por fortuna va más allá del retrato satírico y profundiza en las interioridades de su protagonista. Un personaje al que solo salva de su mediocre realidad la lectura de libros. Muchos libros.

No he vuelto a tropezarme desde que se fue con un tipo que salpicara con tantas citas lo que hablaba. Fuera el tema que fuera. No lo hacía porque fuera un enterado sino porque le salía del alma. Su erudición no provocaba por eso ronchas y daban ganas de conocer al autor que mencionaba con el objeto de reforzar un argumento, una idea que esgrimiera.

En cuanto a su producción como cuentista y articulista por fortuna nos dejó unos cuantos libros para los que no pasa el tiempo. Se tratan de obras que van camino de convertirse en clásicos por mucho que se empeñen algunos en que se olvide su nombre y su trabajo. Yo recomendaría, especialmente y porque viví su parto sin apenas agonía, El regreso de Calvert Casey, un atípico libro de viajes, una reflexión profunda sobre isla y literatura y un fantástico viaje interior por la isla de Cuba cuando aún la gobernaba Fidel. Destacaría también La ilusión de los perdidos y Los caminadelado, este último volumen recopila sus columnas en prensa. Artículos medidos que se ocupan la mayor parte de las veces de literatura. Libros que leía y autores por los que sentía devoción (Camus y Fonseca, entre otros) escritos con la tensión del día a día que impone el oficio de informar aunque Ezequiel Pérez Plasencia más que informador hizo de redactor de cierre limpiando de errores los textos que le entregaban personajes que iban de periodistas por la vida.

No recuerdo la última ves que hablé con él pero sí el día, tal día como hoy, en que su hermana me llamó para comunicarme la noticia de su muerte. Estaba con un amigo tomando algo en el antiguo kiosco de la plaza Militar, en Santa Cruz de Tenerife, y me puse a llorar.

En fin, esas cosas pasan.

Ezequiel llevaba un tiempo fuera de las islas, estas mismas islas que lo botaron a patadas y en la que casi todo el mundo conspiró para hacerle la vida un poco más infeliz, y allí, en Cartagena, encontró la paz y nuevas amistades. Quiero creer que algo tuvo que ver el Mediterráneo, que es un mar y no un océano como el Atlántico, cuyas aguas bañan la tierra en la que nació pero en la que no aprendió a ser libre.

Hace diez años que murió Ezequiel Pérez Plasencia y hace diez años que, ya ven, lo sigo echando mucho de menos.

El desafortunado, una novela de Ariel Magnus

Miércoles, Febrero 24th, 2021

El legendario cazador de nazis Simon Wiesenthal tituló uno de sus libros de memorias Justicia, no venganza. En este apasionante volumen, en el que va desmadejando toda la trama y las extrañas e insólitas alianzas que se tejieron a su alrededor para que muchos de los criminales nazis escaparan a otros país bajo otra identidad a finales de la II Guerra Mundial, figura el nombre de dos de los criminales más tristemente célebres de aquel oscuro período de la historia: Joseph Mengele y Adolf Eichman. El primero murió, y así lo aseguran hoy todas las fuentes, a finales de los años setenta ahogado en una playa de Brasil mientras que el segundo fue secuestrado por un comando de los servicios secretos israelíes en Argentina, desde donde fue trasladado a Israel, país en el que fue objeto del que probablemente sigue siendo uno de los juicios más sonados del pasado siglo XX.

Sonado por varias razones. La primera de ella porque proclamaba al mundo que los judíos no querían olvidar y segundo que no olvidar implicaba –como el título de las memorias de Wiesenthal– un acto de justicia y no de venganza.

Inspirándose en su vida bajo otra identidad en Argentina, El desafortunado (Seix Barral, 2020) relata los días de Eichman en un lugar perdido de la Argentina acosado por sus recuerdos y por el miedo, en el tiempo presente, de ser capturado por los servicios secretos de Israel. La novela se cuenta no desde su punto de vista, ya que está escrita en tercera persona, pero sí acompañándolo todo el rato, como si el escritor, el argentino Ariel Magnus, fuera un espíritu invisible al lado del hombre que ordenó los asesinatos en masa más terribles de su tiempo.

El libro mezcla evocaciones del pasado, aquellos años en los que Eichman ejerció de alto jerarca en la Alemania nazi hasta convertirse en uno de los máximos responsables de la conocida como “solución final” o el exterminio de toda una raza, la judía, primero de Europa y más tarde de todo el planeta. El curso de la II Guerra Mundial y con los soviéticos a las puertas de Berlín, hace que el protagonista del libro como el de la vida real se las ingenie para escapar a Argentina, país que en aquellos años acogía con los brazos abiertos a los criminales de guerra.

El autor de esta novela basada en hechos reales, Ariel Magnus, cuenta que la idea del libro nació de su padre, quien le contaba siendo pequeño que si había un personaje al que le gustaría asesinar con sus propias manos sería Adolf Eichman y no el otro Adolf. Curiosamente, los dos habían nacido en el mismo país, Austria, que fue anexionado por Alemania años antes de que comenzase la II Guerra Mundial.

La descripción de Eichman en la Argentina es la de un prófugo desorientado y también muy enfadado con su situación actual. Sigue a través de la prensa las informaciones que sacan a la luz lo peor de la Alemania nazi pero niega todas las atrocidades que se cometieron y en las que él mismo participó más como funcionario que como hombre de acción aunque tuvo que asesinar con un tiro en la nuca a un preso judío durante una de sus visitas a los campos de exterminio. Eichman no era, no obstante y así se encarga Magnus de destacarlo, un asesino a sangre fría sino un funcionario que prefería firmar desde su despacho sentencias de muerte, la deportación de miles de personas y modernizar, en la medida de sus posibilidades, la industria de la muerte que generaron los campos donde se concentraban a los enemigos (por raza o ideología) del nazismo.

En Argentina y bajo otra identidad, Ricardo Klement, el protagonista de la novela basada en hechos reales no ha tenido demasiada suerte en su vida. Más ahora, viviendo en un país que no es el suyo y en el que residen otros como él. Resulta en este aspecto muy interesante el encuentro que mantiene Klement/Eichman con Mengele en una cafetería de Buenos Aires. El escritor los describe como dos hombres diferentes que se rechazan entre sí aunque estén forzados a confraternizar por una misma idea. En torno a Mengele se publicó hace unos años un libro bastante revelador (La desaparición de Josef Mengele, Olivier Guez, Tusquets, 2018) sobre los últimos años de quien fue conocido en vida y también tras su fallecimiento como el doctor Muerte por los crímenes que en nombre de la ciencia cometió en Auschwitz.

La descripción que Ariel Magnus da sobre Adolf Eichman es la de un hombre egocéntrico que no se arrepiente de sus crímenes y que, dentro de los que cabe, quiere a su familia, con la que se reencuentra tras varios años separados a causa de la guerra y a causa de su desaparición. El libro de Magnus llega hasta el momento en que es secuestrado por los servicios secretos israelíes y es conducido a un avión que lo llevará a Israel. El resto, el juicio que se le hizo y que dio origen a uno de las obras más sobresalientes de Hanna Arendt y su muerte no cuentan en este ambicioso y meticuloso retrato biográfico que encarna, por si existe, cierta perfección del mal y que representa a un funcionario que siguiendo siempre las órdenes no pestañeó en intentar desde su despacho exterminar a millones de personas.

El desafortunado concluye con un capítulo en el que el propio escritor explica las razones que le llevaron a escribir la historia de Eichman en Argentina; el peso que significó reconstruir el camino del criminal de guerra por su país y el odio que le tuvo su padre toda la vida. En estas páginas finales, y muy al contrario que las que dedica a hurgar en la mente del funcionario al servicio del partido nazi, se asoma algo de calidez que no hace desaparecer, sin embargo, el retrato de un hombre frío. De un oficinista que se acostumbró a elaborar desde la distancia estadísticas que sumaban millones de muertos.

Saludos, a leer, que son dos días, desde este lado del ordenador

¿Dónde estabas el 23-F?

Martes, Febrero 23rd, 2021

Una persona a la que quise y estimé lo que llevo de vida cumplía el 23 de febrero, ese día que ha pasado a la Historia de España como el de la infamia.

Resulta curioso que recuerde tan claramente las sensaciones que me asaltaron cuando aquel ya lejano 1981 un guardia civil con bigote entró en el Congreso de los Diputados pegando gritos de todos al suelo, coño mientras llovía yeso pulverizado del techo del hemiciclo.

Estudiaba entonces en el instituto y recuerdo porque todo son recuerdos incluso los que ya no recuerdo, que el profesor de Historia entró en clase y nos recomendó que nos fuéramos a casa porque habían entrado unos guardias civiles en el Congreso. Uno soltó que si un comando de ETA había secuestrado a los diputados pero el profesor de Historia no dijo nada, estaba tan pálido como la pintura de la pared, y sus manos temblaban.

Los amigos nos reunimos en la plaza de Teobaldo Power y nos tumbamos en el césped. Uno estaba feliz porque no tenía clase pero también inquieto porque el rostro del profesor (demudado debe ser la palabra) traducía miedo. Miedo a lo que podía venir.

No sé de donde salió pero alguien debía de haber llevado en la maleta o en el macuto un transistor porque allí nos enteramos que no se trataba de un comando de la ETA sino de unos guardias civiles que estaban dando tiros, sacudían a un militar condecorado y llamaban al orden al entonces presidente del Gobierno, Adolfo Suárez. Suárez se convertiría muchos años más tarde en una especie de Gary Cooper castellano en el libro Anatomía de un instante, de Javier Cercas, pero eso vendría mucho, mucho más tarde.

Al final nos disolvimos como un azucarillo en un vaso de café con leche como aquellos que servían en el Unamuno y cada uno se fue a su casa.

En la mía, mi padre llamaba al orden a uno de sus primos, que no dejaba de clamar que había que darle armas al pueblo. Ahora lo recuerdo con una sonrisa en los labios pero era lógico que se subiera por las paredes porque en el 36 los nacionales metieron a su padre en Fyffes, más tarde en uno de los barcos prisión atracados en el puerto para después desaparecerlo en alta mar. Mi tío abuelo era de la CNT, ese fue su delito para que le ataran dos piedras en los pies y lo arrojaran a las aguas que bañan las costas de la capital…

Su primo se fue y yo aproveché con un amigo para bajar a Capitanía Militar para ver qué estaba pasando.

El chasco fue grande porque el palaciego edificio permanecía cerrado a cal y canto y apenas había gente en la calle. Me entraron, supongo que por los nervios, unas ganas enormes de leer cómics de la Marvel pero los kioscos también estaban cerrados. Al final regresé a casa con las manos vacías. En el comedor, la familia estaba con la mirada puesta en la televisión. Mi padre espera el discurso del Rey. Pero el Rey no hablaba. Un periodista contó que en Valencia los tanques habían salido a la calle y mi padre se llevó las manos a la cabeza.

Me resulta curioso que todas esa imágenes las conserve tan frescas. Que aún recuerde todo lo que viví aquel 23 de febrero de 1981. Cuarenta años han pasado, fíjate tú. Y parece que fue ayer cuando el guardia civil con bigote entró pegando tiros al grito de todos al suelo.

La tarde fue transcurriendo con infinita lentitud, que es lo que pasa siempre cuando uno quiere que acaben las cosas con prontitud. Llegó la noche y el Rey no daba su discurso. En casa, como es natural, la tribu estaba sentada en torno al televisor esperando novedades. En algún lado sonaba también la radio. No sé exactamente cuando apareció el Rey y dio aquel discurso que tranquilizó a la nación pero sí que me quedé pegado ante la pantalla cuando mi familia se fue a la cama porque ya era bien entrada la noche.

Recuerdo, estos son recuerdos y nada más, ver un documental de películas de terror, y series y películas que no solían exhibirse en aquella caja tonta que no es tan tonta. Poco a poco cerré los ojos y se fue disolviendo en mi cabeza el grito desalmado pronunciado por aquel guardia civil con bigote de cuyo nombre no quiero acordarme: todos al suelo, coño.

Al día siguiente, o fue después, se convocó una manifestación de rechazo a la que acudimos en peso. Las calles delas ciudades y oueblos de este país se llenaron de gritos contra los golpistas y se cantaron canciones y todo el mundo se sentía feliz porque había ganado la democracia, se decía con la boca llena y así nos va desde ese día… Es decir, que casi todos seguimos en el mismo sitio, tumbados o tirados en el suelo, coño.

Saludos, a vivir, que son dos días, desde este lado del ordenador

Una novela del 23-F

Martes, Febrero 23rd, 2021

El 23 de febrero de 1981 un Guardia Civil con bigote y de cuyo nombre no quiero acordarme asaltó pistola en mano el Congreso de los Diputados gritando todos al suelo. Grito que a partir de ese momento se convirtió en uno de los momentos de mayor infamia de la por aquel entonces aún joven democracia española.

Como bien recuerda el maestro Paco Camarasa en su carta a los lectores no hay demasiadas novelas que se ambienten en aquel día que colocó en el filo de la navaja las libertades que tanta sangre, sudor y lágrimas, costó sacar adelante en este país cuya marcha por el sendero de la Historia siempre ha ido a dos velocidades, pero cita, como no podía ser menos, un libro que, a juicio de quien les escribe, está firmado por uno de los grandes escritores del género en España, un autor con todas sus letras no demasiado conocido entre los aficionados.

Me refiero al escritor asturiano Juan Antonio de Blas, quien con La patria goza de calma (Colección Etiqueta Secreta, Júcar, 1988) retomó al investigador gijonés Silverio García, protagonista también de la estupenda ¿Hay árboles en Guernica? para que investigara cuál fue el destino de dos capitanes que, durante la intentona de Golpe de Estado del 23-F, desaparecieron con un maletín repleto de comprometedora documentación.

La patria goza de calma es además de su trama negro criminal una estupenda novela sobre unos días, como fueron los de aquel final de febrero, donde buenos y malos pertenecían a bandos bien diferenciados. Hombres y mujeres que luchaban y combatían por un futuro bien distinto alimentados por un idealismo que hoy puede resultarnos marciano.

El escritor y periodista Francisco González Ledesma escribe en el prólogo de esta novela: “Cuando hablo de libros –y Juan Antonio lo sabe, peor no manifiesto temor por ello– me gusta ser absolutamente honrado. Por ello, después de afirmar que La patria goza de calma es una excelente y completa novela que el lector devorará, considero justo manifestar dos cosas: La primera, que Juan Antonio de Blas parece creer en muy pocas verdades, lo que le acredita de persona inteligente y crítica, aunque por ello me temo tenga un escaso provenir en las diversas administraciones públicas. La segunda, que creo que al protagonista de esta novela se le entregan las mujeres con demasiada facilidad. Las mujeres, por el contrario, suelen hacer un inteligente y peligrosísimo uno de sus cuerpos, lo cual qué duda cabe que las honra al tiempo que aumenta la demanda.”

De Blas combina con mucha habilidad en esta novela la información que hasta ese momento se disponía sobre el fracasado Golpe, con una historia en clave policíaca que respira a través de sus personajes, casi como si de un Raymond Chandler enganchado a la sidra se tratara.

Silverio García es así, una especie de Philip Marlowe aunque sin el elegante pesimismo del detective privado norteamericano. Quizá, pienso, porque ese investigador gijonés ha nacido en España. Un país donde lo trágico siempre se ha querido ver con una sonrisa enloquecida. Con un fatalista sentido del humor negro, negrísimo, que empapa todas las páginas del libro. Un libro que pide a gritos su reedición, así como la de reivindicar la literatura de un escritor comprometido, de esa izquierda que ya no tiene nada que ver con la presunta izquierda que tenemos.

Juan Antonio de Blas, guionista de cómics también, cuenta con una novela sobre el tráfico de armas y los servicios secretos titulada Siempre hay alguien detrás (Los libros de la medianoche, Editorial VOSA S.L., 1995) y de un estupendo y afortunadamente ligero ensayo sobre la novela de espías, La novela de espías y los espías de novela (Editorial Montesinos, 1991) prologado por otro de los grandes del género en España, Manuel Vázquez Montalbán, así como con una interesante novela histórica, Soportal de los malos pensamientos, cuyo protagonista es Francisco de Quevedo, entre otras experiencias literarias.

Escritor ágil, que se maneja muy bien en las claves que toca, Juan Antonio de Blas es uno de esos autores, reitero, que pide a gritos su recuperación.

Es uno de los grandes, y como todos los grandes, un autor que tiene voz. Estilo, seña de identidad típicamente de Blas.

(*) Este post se publicò en este mismo su blog el 23 de febrero de 2012

Saludos, 40 años no son nada, desde este lado del ordenador

El Cine Víctor reabre sus puertas en marzo como Teatro Cine Víctor

Lunes, Febrero 22nd, 2021

El único cine de pantalla única de Canarias, el Cine Víctor, ubicado en la capital tinerfeña, podría volver a reabrir sus puertas en marzo. Así se informa en sendos cartelones que se han instalado en la fachada del edificio diseñado por el arquitecto José Enrique Marrero Regalado.

Según estos cartelones, el Víctor no sería utilizado solo como sala de exhibición cinematográfica sino también como teatro, espacio para conciertos y monólogos.

Bajo la leyenda de La cultura llega al Teatro Cine Víctor, estas actividades se desarrollarían los fines de semana, así que habrá que esperar hasta el próximo mes para comprobar cómo se desarrolla la programación con la que se quiere reincorporar a la actividad pública esta emblemática sala, situada en lo que antaño fue el corazón de Santa Cruz de Tenerife.

Sin más información de momento, se desconoce si la reapertura contará con el respaldo de las instituciones públicas y cómo desarrollará el Víctor –si lo desarrolla– su política de exhibición cinematográfica.

El Cine Víctor llevaba cerrado desde el pasado 14 de marzo de 2020 tras proclamarse el estado de alarma en toda la geografía española ante el avance de la pandemia provocada por la Covid-19. Desde entonces, sus puertas han permanecido cerradas aunque de tanto en tanto circulaba en los mentideros de la capital una posible reapertura que hasta hoy resultaron cantos de sirena.

El hecho que la empresa que gestiona el Cine haya instalado estos carteles para informar sobre lo que hará cuando se reabra la sala indica que, abra o no sus puertas, la intención de hacerlo de momento hay que tomársela en serio.

Tras varios años cerrado, desde 2002 hasta 2008 estaba alquilado por el Cabildo Insular, el Cine Víctor comenzó a operar de nuevo como sala de exhibición cinematográfica en 2013 bajo la gestión de la empresa E.F.T. Ocio S.L, propietaria de otros tres cines en Tenerife, los Multicines Price (Santa Cruz de Tenerife), Puntalarga (Candelaria) y Multicines Gran Sur (Adeje), que desde marzo del año pasado permanecen cerrados.

El cine Víctor tiene capacidad para 550 butacas en la parte baja y 225 en la parte superior. Se encuentra situado en una de las esquinas de la Plaza de la Paz de Santa Cru de Tenerife y fue inaugurado el 22 de abril de 1954 con la proyección de la película musical británica, Los cuentos de Hoffman, dirigida por Michael Powell y Emeric Pressburger.

Saludos, ¡no al cierre del Cine Víctor!, desde este lado del ordenador

El viejo Peckinpah

Domingo, Febrero 21st, 2021

Sam Peckinpah (Fresno, California; 21 de febrero de 1925 – Inglewood, California; 28 de diciembre de 1984) no tuvo sangre india aunque propagó a quien quisiera escucharle que por sus venas sí que corría esa sangre. Insistió una y otra vez en la misma mentira. Puede que lo dijera y que hasta se lo creyera porque la mujer que lo cuidó en su infancia sí que fue india pero así se las gastaba el viejo Sam, ese cineasta al que unos califican como “poeta de la violencia”, relegando a un discreto segundo plano una de las constantes de su cine que no es otra que la amistad masculina. Una amistad que por una u otra razón siempre queda herida en sus películas.

Tuve la suerte enorme de descubrir a Sam Peckinpah en el cine. Y cuando escribo cine me refiero a una pantalla de cine que es como hay que ver las películas quiera o no el maldito virus que nos cambió la vida.

Recuerdo quedar abducido en el cine Numancia tras ver Grupo salvaje. Agradeceré siempre el reestreno en Yaiza Borges de Duelo en la Alta Sierra y en el Rex salir trasquilado con la chiquillada cuando se estrenó La cruz de hierro. En el cine Greco, que fue el que tenía mayor número de butacas en la isla en la que vivo, contemplé Convoy, que sigue pareciéndome la versión gamberra y motorizada de Peckinpah de un filme mítico: Río Bravo/El Dorado… Y más tarde decepcionarme mucho con el tío Sam cuando nos encerramos en la oscuridad del Greco también para visionar Clave Omega, que no, no puede ser una de Peckinpah por mucha cámara leeenta en las escenas de acción… pero sí que era una de Peckinpah. Su testamento, la película que cerraba toda una carrera que se distinguió por sus continuas peleas con los productores, los rodajes erráticos y en los que circulaba la droga y el alcohol y su amor sin barreras a un país que no fue el suyo sino el que está al otro lado de la frontera: México.

Recuerdo, como ven, casi todas las películas que vi de Sam Peckinpah en los cine de mi ciudad. Cines de pantalla única. Aún no se habían instalado las multisalas y apenas conocíamos el vídeo y mucho menos lo que vino después.

En el teatro Baudet, que estaba justo delante de la casa de mis padres el corazón casi se me sale por la boca cuando me di cuenta que el viejo Sam era un director capaz de conmoverme y provocarme profundo rechazo con la que sigo considerando es su obra maestra por personal y peckinpaniana: Quiero la cabeza de Alfredo García. Se trata de un largometraje violento, desagradable, de atmósfera sucia en la que un secundario que siempre fue un actor con todas sus letras, Warren Oates, interpreta al protagonista que debe de ejecutar y cortar la cabeza del Alfredo García que da nombre a esta enfermiza historia de amistad masculina. Warren Oates, uno de los actores habituales del cine de Sam, es el encargado de ejecutar y transportar la cabeza de García a la mansión de un rico hacendado que no es otro que el Indio Fernández. Por el camino conoce a una preciosa mexicana, Isela Vega, a la que maltratan dos motoristas, uno de ellos otro habitual en la corte de Peckinpah, Kris Kristofferson, mientras lo persigue una pareja de asesinos de equívoca sexualidad. Oates lleva una chaqueta blanca y de algodón y se pasa más de la mitad del metraje con una gafas de sol que no dejan ver sus ojos. Interpreta y Sam lo descubre demasiado tarde, al mismo Sam Peckinpah.

En el Cinema Victoria, que estaba debajo del Baudet, descubrí otra de Sam Peckinpah que me dejó traspuesto: Junior Bonner, que si tiene violencia es la de los jinetes que montan caballos en los rodeos del sur de los Estados Unidos; La huida, que me iluminó también en el Greco (¿o fue en el Rex?) y Perros de paja que descubrí también en pantalla grande. Las dos primeras están protagonizadas por el rey del cool: Steve McQueen, la tercera por un actor nada Peckinpah pero que se adapta como un guante al universo Peckinpah: Dustin Hoffman.

Los otros filmes que conforman su filmografía, Mayor Dundee, La balada de Cable Hogue, Pat Garret y Billy the Kid los conocí gracias a la televisión. Como Los aristócratas del crimen, que no es que sea el mejor Peckinpah pero tiene su gracia y algo de la fascinación que rodea al cine de un cineasta al que le hicieron la vida imposible y que se hizo así mismo la vida imposible.

Lo lamento por Gonzalo Suárez que cuenta en un artículo que publicó en su día la revista Casablanca (probablemente una de las mejores revistas de cine que se han publicado en este país desde que el cine es cine) con el título de Mi perro hermano indio pero no, el viejo Sam, como dije, no tenía sangre apache. O cherokee o sioux corriendo por sus venas. Tuvo, eso sí, mala suerte como cineasta para rodar. Aunque pudo hacerlo con un puñado de películas en las que revela toda su extraordinaria grandeza. Algo de esa chispa se detecta también en sus películas menores, cintas que no parecen de Peckinpah salvo cuando aparece de repente un destello de su genio, de su vitalidad, de su manera de ver y entender eso que una vez conocimos como cine.

Sí, tal día como hoy nació San Peckinpah. Y sí, fue y sigue siendo nuestro perro hermano ¿indio?

Saludos, salud, desde este lado del ordenador