Archive for Agosto, 2016

Los ojos culpables

Miércoles, Agosto 31st, 2016

Cuentan que un hombre compró a una muchacha por cuatro mil denarios. Un día la miró y echó a llorar. La muchacha le preguntó por qué lloraba; él respondió:

-Tienes tan bellos ojos que me olvido de adorar a Dios.

Cuando quedó sola, la muchacha se arrancó los ojos. Al verla en ese estado el hombre se afligió y le dijo:

-¿Por qué te has maltratado así? Has disminuido tu valor.

Ella le respondió:

-No quiero que haya nada en mí que te aparte de adorar a Dios.

A la noche, el hombre oyó en sueños una voz que le decía:

-La muchacha disminuyó su valor para ti, pero lo aumentó para nosotros y te la hemos tomado.

Al despertar, encontró cuatro mil denarios bajo la almohada. La muchacha estaba muerta.

(Los ojos culpables, Ah’med Ech Chiruani)

Saludos, asombro, desde este lado del ordenador.

Georges Méliès, al filo de lo imposible

Martes, Agosto 30th, 2016

Sin George Méliès (1861-1938)  la historia del cine hubiera sido otra. Fue el primero que vio que “las películas tienen el poder de capturar los sueños.” Y de sueños impregnó sus películas con efectos especiales que, incluso hoy, resultan atractivos por extraños y fantasmagóricos, tan mágicos que aún transporta al hechizado espectador a La Luna entre otros escenarios que no han perdido esplendor.

Ese esplendor se refleja en la exposición Georges Méliès. La magia del cine a través de películas, fotografías, dibujos y reproducciones de las criaturas y maquetas que mostró en pantalla el cineasta.

Dibujante, mago, director de teatro, actor, decorador y técnico, productor, realizador y distribuidor de más de quinientas películas, el relato de Méliès que propone esta exposición es de un hombre que fue capaz de vivir el sueño de revelar sueños a través de una serie de ingeniosos trucos ópticos que lograron hacer posible lo imposible.

La exposición muestra algunos de los artilugios que lo fascinaron cuándo descubrió las imágenes en movimiento, quiénes lo influenciaron para que se iniciara en el ilusionismo y la evolución, a través de sus películas, que acabarían por convertirlo en uno de los primeros soñadores que desafió aquel cine primitivo que fue más allá del regador regado invitando al espectador a fantásticas expediciones al polo y a la luna.

Georges Méliès construyó su propio estudio de cine, el primero en Francia, adquirió el teatro de su maestro Robert Houdini y rodó y rodó fantasías un buen puñado de años hasta que el sueño se transformó en cruda realidad.

Hay un periodo de su vida en el que parece que la magia lo abandonó, aunque encontró en esos momentos de dureza extrema a una de sus principales actrices, Jeanne d’Alcy, con quien se casa y con quien regenta un quiosco de juguetes y golosinas en la estación de Montparnasse. Ese mismo establecimiento se reproduce en La invención de Hugo (Martin Scorsese, 2012), uno de cuyos protagonistas, el inquietante autómata, es uno de los objetos de la muestra que ahora rinde homenaje al cineasta en la capital tinerfeña. Ben Kingsley, no podía ser otro, interpreta al ilusionista, al artista que susurró abradacadabra a lo largo de su accidentada travesía por la vida.

El destino no fue benevolente con Méliès durante unos años. Parece imposible pensar que el hombre que  fue capaz de viajar a la Luna venda ahora caramelos y soldados de hojalata aunque la fortuna medio le sonríe en el otoño de su vida cuando lo reconoce un aficionado, Léon Druhot, director de Ciné-Journal, y su trabajo comienza a reivindicarse para que no caiga en el olvido. Tanto, que recibe en 1931 la Legión de Honor por toda su trayectoria.

Pasará el resto de sus días en el castillo de Orly, casa de jubilación de la Mutua del Cine, residencia en la que fallece el 21 de enero de 1938.

La exposición Georges Méliès. La magia del cine recupera con sobriedad pero sin perder encanto la obra de un artista a través de una serie de objetos, algunos originales y otras reproducciones, que ponen de manifiesto que no se ha perdido la capacidad de ilusión del artista.

Su nada por aquí, nada por allá… funciona.

Georges Méliès. La magia del cine permanece abierta hasta el 15 de octubre de 2016 en el Espacio Cultural CajaCanarias (Plaza del Patriotismo, 1)

Vencedores y vencidos

Lunes, Agosto 29th, 2016

“El silencio es un espacio, una oquedad donde nos refugiamos pero en el que no estamos nunca a salvo. El silencio no se termina, se rompe; su cualidad fundamental es la fragilidad y el epitelio sutil que la circunda es transparente: deja pasar todas las miradas. Juan tuvo que enfrentarse a las miradas  de sus compañeros de galería cuando, con gran sorpresa suya, le devolvieron a lugar donde la muerte no necesita todavía un trámite.”

(Los girasoles ciegos, Alberto Méndez, Editorial Anagrama, 2004)

Es inevitable pensar por dónde hubiera transitado la literatura de Alberto Méndez si la muerte no se lo lleva tras apenas transcurrir un año de la publicación de su primera novela, Los girasoles ciegos, un libro que desde entonces no ha dejado de crecer y de circular en innumerable ediciones.

La obra que apenas llega a las doscientas páginas, está divida en cuatro partes y en cada una de ellas se cuenta la historia de cómo la Guerra y la postguerra marca el destino de sus protagonistas, personajes principales en un relato y secundarios en otros que dotan de grosor una mirada sobre la victoria y la derrota.

Se narran historias de los que perdieron la guerra. Y de su castración, de cómo les devoró por dentro el miedo y cómo ese miedo transformó a quienes le rodeaban.

Las cuatro historias son retratos líricos pero también feroces de perdedores y brochazos de los vencedores, a quienes Alberto Méndez retrata como crueles ganadores, ya no adversarios,  de una guerra en la que se enfrentaron los partidarios del respeto y el orden con los que impusieron al final un cuartelario orden.

La estructura de la novela revela sus contenidos siguiendo una angustiosa cronología:

Primera derrota: 1939

o si el corazón pensara dejaría de latir

Segunda derrota: 1940

Manuscrito encontrado en el olvido

Tercera derrota: 1941

o El idioma de los muertos

Cuarta derrota: 1942

o Los girasoles ciegos.

Cuadros en los que se cuentan tragedias de los derrotados a través de las acciones de un capitán del ejército rebelde que se pasa por dignidad al bando republicano los dos días antes de finalizar la Guerra Civil; la de una pareja de jóvenes huidos y su bebé en la montaña acosados por lobos, el hambre y un frío glaciar; el interrogatorio al que someten a un preso republicano que, como Sherezade, fabula los últimos días de su hijo a unos padres vencedores con el objeto de prolongar un día más de vida y la de un “topo”, un escondido, cuya mujer es acosada por un diácono.

Los girasoles ciegos es un libro conmovedor, y muy medido. Se masca la tragedia y genera empatía con los personajes porque las cuatro historias están narradas de una u otra manera desde dentro de los que la sufren.

Más que redención y épica, sus personajes asumen la resignación de morir cuando sus vidas llegan a un callejón sin salida dentro de un régimen que no fue clemente con los que la perdieron.

Descritos con crudeza pero también mucho sentimiento, Los girasoles ciegos queda como un libro extraño en la bibliografía literaria de la Guerra Civil Española, una pieza que brilla con luz propia para todos aquellos que, por una u otra razón, perdieron su guerra.

Una guerra que necesariamente no tiene que ser la del 36 pero sí civil e igual de cruenta porque se libra en casa.

Nada es lo que parece

Miércoles, Agosto 24th, 2016

Una verdad delicada es hasta la fecha la última novela del escritor John le Carré, pseudónimo de David John Moore Cornwell, quien ha dedicado casi toda su carera literaria a la novela de espías, un género en el que se mueve como pez en el agua y que le ha proporcionado fama y fortuna desde su tercer título, El espía que surgió del frío, escrita en plena Guerra Fría.

Tras el desmoronamiento del bloque del Este muchos pensaron que había llegado también la sentencia de muerte a escritores especializados en el género como le Carré, aunque el autor de El espía perfecto, para Philip Roth la mejor novela inglesa de la segunda mitad del siglo XX, encontró un nuevo filón en la actual configuración del mundo una vez que las fronteras físicas e ideológicas han desaparecido, así como brotaron nuevos formas de terror y enemigos al modo de vida occidental.

Más veinte novelas avalan la trayectoria de un escritor que conoce muy bien sobre lo que escribe, aunque la grandeza a través de la cual danza su obra –como sucediera con Graham Greene—son los dilemas morales a los que enfrenta a sus protagonistas en sus historias. Más en unos tiempos cínicos, en los que se desarrollan misiones secretas y dantescas como la que describe en Una verdad delicada, para cuestionar, y obligar a que los lectores hagan los mismo, ¿estamos haciendo lo correcto?

En las novelas de John le Carré algunos de sus personajes afortunadamente sí que pretenden hacer lo correcto. Que cumplan con el objetivo es otra cosa, por norma general tienen que enfrentarse a estructuras que están muy por encima de todos ellos. A organizaciones secretas tan reales que parecen inspiradas en una fantasía de Kafka.

Una verdad delicada se inicia en 2008, cuando un servidor de la Corona al que solo conocemos por su nombre falso, Paul Anderson, espera en una habitación de un hotel en Gibraltar. Lo han enviado para que sea los ojos y los oídos del parlamentario Fergus Quinn durante la Operación Fauna, que pretende sacar a escondidas a un terrorista que visita la colonia británica.

Fauna es una empresa conjunta de Quinn y una compañía de seguridad estadounidense privada llamada Ethical Outcomes. Cuando Paul está sobre el terreno, cae en la cuenta de que “la guerra se ha vuelto empresarial”. Aunque ve poco de la acción, le dicen que la ataque transcurrió sin contratiempos; un gran éxito secreto por el que más tarde a Paul, ya con su nombre real, Christopher (Kit) Probyn, le concederán un comisionado en el Caribe y el título de sir.

A continuación conocemos a Toby Bell, antiguo empleado del Ministerio de Asuntos Exteriores y más tarde secretario privado de Fergus Quinn, durante el periodo previo a la Operación Fauna. Toby es un idealista y desea “cambiar las cosas”.

En el camino, morirán algunos y otros se darán de frente con la fría realidad que caracteriza esta época: la codicia se ha hecho dueña y señora de la realidad. Los ejércitos privados se han convertido en fuerzas de ocupación tras desatarse guerras diseñadas en los grandes centros empresariales en colaboración con los gobiernos que antes defendían –es un decir—las libertades que tanto le ha costado conseguir a occidente.

Quien conoce literariamente a le Carré sabe, no obstante, que en sus novelas no hay cabida a los héroes porque no son tiempos para ellos. Ya no se actúa, de hecho, en nombre de la Corona sino del dinero y sobre esto y muchas cosas más habla la última y celebrada novela de un escritor cuya obra está ahí para recordar cómo actúan de verdad los servicios de inteligencia.

Olvídense así de las estridencias de Bourne y del fabuloso hedonismo de Bond.

No, los protagonistas en la literatura de John le Carré son hombres de carne y hueso. Capaces de actos nobles aunque la debilidad sea el rasgo más acentuado de su carácter.,

Esto explica que los aficionados esperemos con la lengua fuera su próxima novela ya que Una verdad delicada se publicó en 2013 y han transcurrido tres años en los que el mundo que conocemos en vez de ir hacia adelante ha ido hacia atrás.  Afortunadamente, nos queda una bibliografía sólida y adaptaciones al cine y la televisión que casi siempre superan el notable.

Así que si no sabe qué leer estos días, déjese llevar y refúgiese en John le Carré.

No falla, es un clásico.

Saludos, ¡cuidado!, desde este lado del ordenador.

Tras las huellas de Lovecraft

Martes, Agosto 23rd, 2016

“La edad adulta es el infierno. Frente a una postura tan tajante, los ‘moralistas’ de nuestra época lanzarán gruñidos vagamente desaprobatorios, esperando el momento de insinuar sus obscenos sobreentendidos. Tal vez sea cierto que Lovecraft no podía convertirse en adulto; pero lo que está claro es que no lo deseaba. Y teniendo en cuenta los valores que rigen el mundo adulto, difícilmente podemos reprochárselo. Principio de realidad, principio de placer, competitividad, desafío permanente, sexo y empleo… nada para entonar aleluyas.”

(H. P. Lovecraft. Contra el mundo, contra la vida, Michel Houellebecq. Traducción: Encarna Castejón, Libros del Tiempo, Ediciones Siruela, 2006)

Si hay dos escritores que transitan por mundo radicalmente opuestos pero que coinciden en su visión frustrada y frustrante de la realidad son H. P. Lovecraft y Michel Houellebecq. El primero malvivió casi toda de su vida de su literatura al publicar relatos en revistas populares.

En esas mismas revistas dio forma a su panteón de deidades primigenias, dioses que por ahora duermen aunque algunos se hayan empeñado en despertarlos con invocaciones que sacan de un libro maldito que se llama El Necromonicón y que se atribuye a un tal Abdul Alhazred.

El segundo, por el contrario, ha logrado una vida acomodada gracias a sus novelas, libros que agitan y revolucionan las ideas y que obligan a mirar el alrededor con una mueca desesperada de desprecio.

En cuanto a sus referentes, apenas tienen algo en común pero se tocan, decimos, porque reflejan una realidad donde no existe escapatoria y un rechazo, más marcado en Lovecraft que en Houellebecq, a la edad adulta.

No hay héroes en la literatura de estos dos escritores, y sí mucho escepticismo por el hombre. En los cuentos de Lovecraft el protagonista suele volverse loco cuando descubre que es menos que una hormiga y que el mundo que conoce es ficción, una mentira que atonta pero que está ahí con el objetivo de que no se revele la amarga verdad.

Houellebecq retrata a sus protagonistas como quien observa microbios a través de un microscopio con resignada curiosidad.

Sobre Lovecraft, reflexiona el autor de Ampliación del campo de batalla, en H.P. Lovecraft. Contra el mundo, contra la vida, un ensayo de apenas un centenar de páginas que resulta revelador por las conclusiones que saca del escritor y del reflejo que manifestó a través de una obra literaria que, pese a sus deficiencias, rompió moldes y acercó a sus seguidores a otro tipo de horror, el miedo a que todo cuanto vemos no es real.

Michel Houellebecq ofrece un retrato del creador de los Mitos de Cthulhu como un hombre que no fue corriente, aunque intentó serlo con resultados catastróficos.

Las emociones que Lovecraft buscaba no eran las de la vida diaria sino las que volcaba en sus historias, donde sus protagonistas no se preocupan por alimentarse sino de leer e investigar lo sobrenatural.

El escritor se convierte, escribe Houellebecq, en “un ejemplo para todos aquellos que quieren aprender a malograr su vida y, llegado el caso, a triunfar con su obra. Aunque esto último no esté garantizado”.

Pero “no hay que reprochárselo”, Lovecraft fue toda su vida un espíritu adolescente. Y para adolescentes es la lectura de unos cuentos que dejan de inquietar cuando uno se hace adulto y se preocupa de cosas tan importantes como su patética realidad.

Si algo se interpreta en los relatos de Lovecraft es que más que luchar, asegura que los molinos son en verdad gigantes, dioses primordiales en su caso, y que todo se acabó porque han despertado.

“Hoy, más que nunca, Lovecraft sería un inadaptado y un recluso”, escribe Michel Houellebecq.  Sin embargo y como dicen los biógrafos, “una vez muerto Lovecraft, nació su obra.”

Una obra, concluye Houellebecq, en la que logró transformar “su asco por la vida en una hostilidad activa“.

“Ofrecer una alternativa a la vida en todas sus facetas, constituir una oposición permanente, un recurso permanente a la vida: tal es la misión más elevada del poeta en esta tierra”.

Saludos, nueva relectura y van, desde este lado del ordenador.

Las claves del universo mágico de Macondo

Lunes, Agosto 22nd, 2016

El próximo año se celebra el cincuenta aniversario de la publicación de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez (Aracataca, Colombia, 6 de marzo de 1927 – Ciudad de México, 17 de abril de 2014), la novela que reveló al mundo el fascinante universo de Macondo y un título que está considerado desde ese entonces como uno de los grandes clásicos hispánicos de todos los tiempos.

El Servicio de Publicaciones de la Universidad de La Laguna y adelantándose a la celebración, recupera en sus cuadernos de Filología y en la colección Estudios y ensayos, Una teoría de la lectura: Cien años de soledad, del profesor y escritor Juan-Manuel García Ramos, un texto imprescindible para acercarse a esta obra y libro en el que se recogen reflexiones personales y otras que tuvieron su origen en debates “llevados a cabo durante más de diez años con alumnos y alumnas matriculados en mis asignaturas Textos Hispanoamericanos Contemporáneos y Narrativa Hispanoamericana Contemporánea: Grandes voces”, que impartió García Ramos en la Facultad de Filología de la Universidad de La Laguna y en el que primó, como metodología de trabajo, “leer, pensar, debatir, contrastar y escribir”.

Dividido en cuatro partes, el volumen estudia lo pretextual, lo intratextual, lo intertextual y lo extratextual de la novela más conocida y celebrada de Gabriel García Márquez y propone una serie de pautas que animan a volver a leer esta obra con las miradas que aportan la lectura de este ensayo.

Gabriel García Márquez contó en cierta ocasión que la idea original de la obra nació en 1952 durante un viaje que realizó a su pueblo natal, Aracataca, en compañía de su madre. Macondo, al parecer, había hecho ya su aparición en el relato Un día después del sábado, que fue publicado en 1954, aunque tomaría cuerpo finalmente en esos Cien años de soledad que, casi al final del libro, menciona a las islas Canarias: “Recordando que su madre le había contado en una carta el exterminio de los pájaros, había retrasado el viaje varios meses hasta encontrar un barco que hiciera escala en las islas Afortunadas, y allí seleccionó las veinticinco parejas de canarios más finos para repoblar el cielo de Macondo. Esa fue la más lamentable de sus numerosas iniciativas frustradas. A medida que los pájaros se reproducían, Amaranta Úrsula los iba soltando por parejas, y más tardaban en sentirse libres que en fugarse del pueblo. En vano procuró encariñarlos con la pajarera que construyó Úrsula en la primera restauración. En vano les falsificó nidos de esparto en los almendros, y regó alpiste en los techos y alborotó a los cautivos para que sus cantos disuadieran a los desertores, porque éstos se remontaban a la primera tentativa y daban una vuelta en el cielo, apenas el tiempo indispensable para encontrar el rumbo de regreso a las islas Afortunadas.”

Juan-Manuel García Ramos explica que lo que buscaba con estas clases “era que el alumno partiera de su propia experiencia lectora, de su patrimonio referencial, de su medio, de su historia, de su sentido estético e ideológico, de su sicología”, por lo que está Teoría de la lectura de Cien años de soledad aporta un interesante viaje al interior de una novela que ha conseguido lo que solo alcanzan las grandes novelas, que sean eternas.

El trabajo de Juan-Manuel García Ramos se convierte así en una referencia para acercar al lector a este clásico de la literatura, y sirve también a modo de complemento como faro que ilumina las sombras del paisaje y los protagonistas que forman parte de este clásico sin discusión de la literatura del siglo XX.

Saludos, allá lejos, desde este lado del ordenador.