Archive for Septiembre, 2008

Una lectura perturbadora: ‘La noche quedó atrás’

Martes, Septiembre 30th, 2008

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Se trata de una novela incómoda pese a los años transcurridos, también de un valioso testimonio firmado por un luchador que casi fue triturado por la Historia con mayúsculas. Su relato, abultado y generoso en páginas, sigue conmoviendo y despertando conciencias. Creo, de hecho, que fue ésta y no otra la intención de su autor, un hijo del siglo XX que fue protagonista voluntario de lo que más tarde desembocaría en la mayor tragedia europea de todos los tiempos. Por eso se me antoja tan necesaria la lectura o relectura según los casos de este volumen que se devora con insólita facilidad, y que fue justamente elogiado por algunos de los grandes protagonistas de la época como Franklin Delano Roosevelt, para quien se trataba “del mejor libro que he leído del siglo XX”.

La obra a la que hacemos referencia es La noche quedó atrás, de Jan Valtin (pseudónimo de Richards Krebs), activo miembro del partido comunista alemán en los años 20 y en la década de los 30 en la que por directrices de ese mismo partido al que debía de amar por encima de todas las cosas, aceptó trabajar como agente doble al servicio también de la temible GESTAPO.

La noche quedó atrás es además de un sobrecogedor testimonio de las luchas callejeras que sostuvieron comunistas y nazis en las calles de Hamburgo y Berlín antes de la toma del poder por los camisas pardas de Hitler, un fascinante proceso de concienciación de su protagonista, terrorista rojo que a medida que pasan los años comienza a plantearse ideas contradictorias que chocan con el temperamento de acero del partido. La primera de ellas, que nadie está por encima de ese mismo partido cuya encarnación es Stalin; la segunda, la intuición de que los comunistas colaboraron para que los nazis tomaran el poder ya que combatían a un enemigo común: los socialdemócratas; la tercera, la sensación de vacío y vértigo que le produce cuando miles de presos comunistas como él sufren las torturas de la GESTAPO frente a la indiferencia de los camaradas que han logrado salvarse del terror de estado nazi, viviendo y conspirando plácidamente en territorio neutral. Por último, las violentísimas purgas estalinistas que borraron para siempre cualquier atisbo democrático dentro de las filas del comunismo pro soviético, una idea, destaca Valtin/Krebs en su libro, que costó las vidas de hombres y mujeres que combatieron por una causa que, creían, era un noble ideal.

Conmovedora y terrible, La noche quedó atrás es uno de esos libros que dejan huella una vez has finalizado su lectura. Tiene fuerza, la fuerza de la verdad de un hombre que fue condenado a muerte por los nazis y también por los suyos. Su experiencia deja un regusto amargo en la boca. Y esa sensación de que todos somos partes de una gran maquinaria que si bien ni nos quiere ni nos odia sí que nos exige una absurda lealtad a cambio de nada.

Publicado recientemente en Seix Barral, aunque se tradujo también en  los años sesenta en España y me consta de una edición chilena de los años 40, La noche quedó atrás es un libro que despierta el apetito por saber qué ocurrirá en el próximo capítulo y una de esas obras que te enseñan a ser persona por encima de todas las cosas.

Esta absorbente biografía empieza con un poema, Invicto, de William Ernest Henley, cuyos primeros versos dicen:

La noche quedó atrás pero me envuelve

negra como un abismo entre ambos /polos,

doy gracias a los dioses cualesquiera

/que sean

por mi espíritu indómito.

* * * * *

No importa cuán estrecha sea la puerta

ni que me halle abrumado de castigos,

soy capitán triunfante de mi estrella

y el dueño de mi espíritu.

Tras lograr zafarse de las siniestras garras de la GPU, antecedente del NKVD y KGB, Jan Valtan/Ricarh Krebs buscó refugio en los Estados Unidos donde escribió este libro, publicado en 1941 y que alcanzó un notable éxito. Combatió con el ejército norteamericano en Filipinas y en 1948 obtuvo la nacionalidad estadounidense. Falleció en 1951 tras ser investigado por el Comité de Actividades Antiamericanas del funesto senador McArthy.

Una reflexión sobre cine y su manera (a veces sabia) de hacernos reír

Lunes, Septiembre 29th, 2008

Me estaba rompiendo (literalmente) de la risa viendo Tropic Thunder cuando se me vino una idea a la cabeza. Las ideas aparecen cuando menos te lo esperas, también en los sitios que menos te esperas. ¿Qué cuál era esa idea? Pues de cómo ha cambiado nuestro sentido del humor con el paso de los años. Ahora tengo la sensación que lo que nos produce risa es una rabia incontrolada marcada por la de reírnos del mal ajeno. El nuevo cine americano, que es el cine que está en plena y constante evolución en contra del que se fabrica en Europa, muy preocupado en descifrar los enigmas de su ombligo, inventó la risa poética, y ahí está Chaplin y Keaton, entre otros, pero también la risa demoledora y absurda que encarna los hermanos Marx. Más tarde, Jerry Lewis hizo de la inocencia fuente inagotable de carcajadas hasta llegar a Woody Allen que la intelectualizó para satisfacción de progres del mundo uníos. El cine americano también es responsable de la risa catástrofe, que tan bien practicó Peter Seller en El Guateque y en todas las panteras rosas en las que colaboró a las órdenes de Blake Edwards, mientras que los hermanos Farrelly, con su invento de la risa gruesa pero con mensaje han elevado el testigo a un lugar al que nunca podrá llegar Eddie Murphy por mucho que se esfuerce.

Lo inquietante de esto de hacernos reír es lo que se esconde detrás de cada una de nuestras carcajadas. Si con Chaplin, Keaton, los Marx, Lewis y Seller era sana, ahora la carcajada tiene (se me antoja) cierto regusto sangriento. Es decir, que en la actualidad (y la interesante Tropic Thunder invita a esta reflexión) se te hace reír con las payasas que los protagonistas le hacen a otros, y cuanto más bestias mejor. Hemos pasado del payaso con corazón al bufón loco, o el tío al que se le traba con la cremallera su miembro más querido en el cuarto de baño de su novia para mostrárnoslo mostrencamente en pantalla y a todo color y calor. No tengo nada en contra de la risa que raya casi la pornografía. De hecho la base de su éxito es lo extremo, o la burla brutal ante lo políticamente correcto. Y para ello nada mejor que reírnos de los integrados y de todos aquellos que la sociedad intenta integrar. Por ello, pienso ahora que la nueva comedia ¿gore? carece de límites, y en contra de lo que algunos puedan pensar sí que tiene mensaje, sólo que por obvio le resbala al espectador que lo que quiere es más tono grueso y menos comedia elegante a lo, pongamos por caso, Ernest Lubitsch o Billy Wilder, aunque Wilder sea un bestia en ocasiones pero su radicalidad es tan inteligente que parece exigirle al espectador además de atención algo de chispa dentro de su cabeza.

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¿Qué no me creen? Una de las mejores comedias de Wilder, Bésame, tonto, es también una de sus películas más eróticas y, si me apuran, pornográficas de su carrera: Dos amigos que se dedican a componer canciones que solo escuchan en su casa son capaces de conspirar para que la mujer de uno de ellos se acueste con un cantante de éxito (el gran Dean Dino Martin) cuyo coche se ha venido a estropear en el villorrio donde viven… Pero también está El apartamento, donde Jack Lemmon permite literalmente que sus jefazos utilicen su pisitos para las travesuras amorosas con las secretarías; o La tentación vive arriba, donde un Tom Ewell descubre con natural entusiasmo que su vecinita arriba es Marilyn Monroe, a quien espía por el ojo de la cerradura con una botella de leche entre las piernas…. Obviamente, ni los Farrelly ni Ben Stiller que son los mejores ¿comediantes? del cine norteamericano de nuestro tiempo han aprendido nada de Wilder, pero eso es así porque Wilder es inimitable y único. Y estas tres comedias, aunque pongo también en el mismo saco Con faldas a lo loco, En bandeja de plata y Primera plana son agudas reflexiones sobre la importancia del sexo y también de la pareja pero no de la pareja, y ese discurso trasgresor en estos tiempos de miedo sibilino que vivimos no deja de ser valiente por su patetismo. Y en estas películas no nos reímos del personaje sino con él, y en el caso de El apartamento a punto de romper a llorar para que se libere de su ingenuidad.

El cine que hace Stiller o Farrelly, por mucha gracia que te provoque, no es comedia en el sentido estricto de la palabra, sino una sucesión de suculentos momentos cómicos más o menos cogido por un hilo argumental que es lo de menos. Vamos, que salgo con los ojos repletos de lágrimas de Tropic Thunder pero no sé cual es la historia mientras que sí recuerdo lo que me contaba Chaplin, Keaton y Wilder…

La risa ahora es una ristra de chistes, pero no preocupa que tengan su función en la historia. Ya no habrá más Greta Garbo y Melvyn Douglas aislados en una rontonda, ni la del marido que regresa al dormitorio de su mujer para coger el sombrero y cuando sale de casa se da cuenta de que le queda demasiado grande en la cabeza…

Ahora nos va lo bestia. La enfermiza carcajada de reírte de la víctima y no con la víctima… Tenemos un grado tal de estupidez que no admitimos la sutileza por demasiado elaborada. Hay que mostrar, mostrar y mostrar cuando nadie se ha percatado, o son muy pocos los que se han percatado, que revelándolo todo no enseñas nada. Y no enseñas nada porque no llevas nada. Puro vacío, risa nerviosa y física pero que no estimula las ideas. Chiste grueso frente a una historia que te haga o no sentir mejor persona. Y eso es cine. Y algo más que cine: meternos en la caberza el arte de saber reír.     

Paul Newman, la leyenda del indomable

Sábado, Septiembre 27th, 2008

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Me entero por un lector de una tristísima noticia: Ha muerto Paul Newman. Y a la mente se me viene de golpe los grandes papeles que interpretó en películas que me han marcado como espectador y como persona: El buscavidas, Dos hombres y un destino, Marcado por el odio, El golpe, La leyenda del indomable, Éxodo… es como si me haya dejado uno de los míos, un actor (y también director) que siempre fue una referencia con sus poderosísimos ojos azules. Hace poco tiempo anunció que se retiraba de la escena víctima de un cáncer de pulmón, que es ese cáncer maligno que nos amenaza a todos los que fumamos como chimeneas, y noqueado, más triste de lo que estoy todavía, escribo estas líneas para rendirle mi modesto homenaje.

 Era uno de los grandes, de los últimos gigantes que le quedan a un Hollywood que hoy está devorado por el plástico. Un pedazo de actor que llenaba pantalla y derramaba talento. Un tipo que lo tuvo difícil porque era demasiado guapo, pero que supo moldearse para hacer creíbles a los esteparios con corazón roto. En El buscavidas (y en su excelente continuación, El color del dinero de Martin Scorssese) interpreta a un Eddie Felson  en estado de gracia. Felson es un perdedor pero también un luchador, uno de esos tipos a los que por mucho que les machaque la vida se siguen levantando para recibir más golpes. La última escena de esa obra maestra de Robert Rossen es un monumento épico a los que nos tumban todos los días. Newman estaba ahí para recordarnos que a pesar de los golpes, tienes que levantarte antes que decirle basta a los idiotas, a los que piensan que están por encima de ti porque les sobra dinero o porque creen que de ellos es el reino de este mundo. Repitió el mismo esquema de tipo al que sacuden por todos los lados en Marcado por el odio, cruda autobiografía del boxeador Rocky Marciano, y todos, seámos hombres o mujeres, nos enamoramos de su cínico encanto en Dos hombres y un destino y El golpe, donde compartió protagonismo con otro guapo aunque estirado, Robert Redford. Pienso ahora que no lo debe de estar pasando muy bien el señor Redfor. Ha muerto Paul Newman. Un mito viviente del cine americano. Un actor que hace que callen las voces de todos aquellos imbéciles que desprecian lo que hizo grande Hollywood.

 ¿Cuándo fue la úlima vez que vi una película suya en el cine? ¿Fue Camino a la perdición? No lo recuerdo bien, pero sí que en esa extraña y fascinante historia de gángster, un viejo y sobrio Newman se comía a pedazos a Tom Hanks. Cuando estaban juntos en pantalla no podías apartar la mirada del viejo. Sus ojos, un ligero y elegante movimiento de su cuerpo. Daba escalofríos…

Newman cuenta con un puñado de películas cuyas imágenes han dejado huellas al rojo vivo en mi memoria cinéfila: ¿Quién no se acuerda de cómo devoraba huevos en La leyenda del indomable?, ¿o de cómo la daba al taco en El Buscavidas?, ¿o cuándo junto a Redford se tiraban del acantatilado al río para escapar de sus perseguidores? No fue Dios, pero casi. Con él desaparece uno de los más grandes actores del cine norteamericano de todos los tiempos. Era una leyenda, y como tal leyenda continuará viva, aunque me saben a tópico tontorrón este pensamiento. Newman ha muerto, me quedan sus películas pero el hombre de los bonitos ojos azules ya no está entre nosotros.

Casado con la excelente actriz Joanne Woodward, me siguen llegando más títulos del actor a la cabeza, Cortina rasgada, La gata sobre el tejado de zinc, El coloso en llamas, que interpretó con otro grande, Steve McQueen; Hud, Dulce pájaro de juventud…. Tantos y tantos encuentros con un actor que esta mañana y en silencio se ha apagado.

No sé a todos ustedes, pero hoy me siento además de triste un poco más solo.

Erckmann-Chatrian, las dos mitades de una misma naranja

Sábado, Septiembre 27th, 2008

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En la historia de la literatura se producen a veces fenómenos curiosos y uno de los fenómenos que más me llaman la atención son el de las novelas escritas a cuatro manos. Es decir, firmadas por dos autores. Hay variados ejemplos si uno rastrea en su biblioteca o se machaca un poco su gastado cerebro. A mi me vienen ahora los nombres de Erckmann-Chatrian y Wade Miller o Whit Masterson, pseudónimos ambos que emplearon la pareja de escritores Robert Allison “Bob” Wade y H. Bill Miller para firmar sus potentes novelas policíacas, entre ellas Sed de mal, que Orson Welles convirtió en obra maestra cuando la tradujo a la pantalla grande. También están los bestselleristas Dominique Lapierre y Larry Collins y, ocasionalmente, Charles Dickens y Wilikie Collins o Joseph Conrad y Ford Madox Ford sin olvidar a los hermanos Grimm, naturalmente, entre otros muchos. Más de lo que uno piensa cuando explora esta curiosa manera de creación literaria. Y apunto lo de curiosa porque el trabajo de un escritor es generalmente el trabajo a solas de un hombre o una mujer frente a la dichosa página en blanco, mientras que en los casos expuestos está tarea se repartió con éxito entre dos.

Esta reflexión sobre los escritores que trabajan a dúo viene a colación de Erckmann-Chatrian (en la fotografía), que fueron una pareja de escritores franceses de finales del siglo XIX que hicieron un poquito más feliz mi adolescencia con dos grandes (y hoy olvidadas) novelas que se publicaron en este país llamado España en la editorial Austral. Uno de estos títulos cuenta, de hecho, con traducción de quien fuera presidente de la II República Española de 1936 a 1939, don Manuel Azaña, lo que descubrirlo cuando estaba sumergido en sus páginas me llenó de una tonta satisfacción que todavía me eriza la piel. Sentimental que se pone uno, sobre todo porque aprecio a ese señor barrigudo y con gafas de culo de botella y verruga. La razón fundamental de este cariño se la debo a mi padre, persona que nunca hablaba mal de nadie pero tampoco bien de casi nadie salvo de don Manuel y de don Juan Negrín, pero esa es otra historia.

La novela a la que hago referencia no se trata de una sola novela sino de dos. Me refiero a su Historia de un quinto de 1813 y a su continuación, Waterloo. Estos dos títulos narran las peripecias de un jovencito aldeano francés que acaba sirviendo en el ejército napoleónico. Sus autores narran con sentimiento los profundos desgarros de la guerra y la paradoja de cómo el en un principio “ejército de liberación” francés de los pueblos de Europa se transformó en “ejércido de ocupación”, provocando el odio de esa misma Europa que había recibido con los brarzos abiertos la ideas revolucionarias de libertad, igualdad y fraternidad que en un principio defendió Napoleón Bonaparte hasta el momento de proclamarse emperador.

No tiene desperdicio su lectura, y si bien para algunos se tratan de dos novelitas para jóvenes, les aseguro que releerlas con ojos más cansados y viejunos también tiene su gracia. Son dos libros extraordinarios, y lo que es mejor, dos valientes alegatos contra el odio entre hermanos, independientemente del país, credo y color de la piel que tengamos. Pienso así que se tratan de dos obras de obligada lectura para estos tiempos que vivimos.

Erckmann Chatrian  escribieron otras novelas, aunque no me llegaron tanto al corazón como su Historia de un quinto de 1813 y Waterloo. Me refiero a La invasión o El loco Yegof, que también se desarrolla en los turbulentos tiempos de las guerras napoleónicas.

Advierto, en todo caso para los curiosos,  que el estilo de estos dos escritores como el de otros muchos de su época quizá resulte hoy algo rancio, sobre todo porque sus personajes son gente sencilla que a lo más que aspiran en la vida es a la de ser buenos burgueses, pero tienen un encanto especial, un déjame entrar que una vez iniciado te sumerge en otro mundo y otra época. Esta es una de las razones por la que no me cansaré nunca de seguir buscando refugio en novelas que fueron escritas en tiempos pretéritos, de alguna manera es cómo si viajaras en el tiempo y vestido con el disfraz de su protagonista fueras testigo directo y en presente de un pasado que ya no volverá.

Como suele pasar en casi todas las parejas, la relación entre Erckmann y Chatrian se rompió en 1886, por lo que dejaron  de escribir novelas juntos. Su popularidad, que había sido enorme hasta ese momento, ya no fue la misma. O lo que es lo mismo, que sus lectores demandaban historias firmadas por ellos y no por cada uno de ellos. Es decir, exigían la naranja entera y no las dos mitades por separado. Lo dicho, una pareja. O yo veo numerosas similitudes con las que se han preocupado de acompañarme un trecho en este sendero que es la vida.

Es decir, que fuimos uno cuando estuvimos junto pero cuando lo dejamos ya no fuimos nada.

Así es la vida.

Releyendo a Hubert Selby Jr.

Viernes, Septiembre 26th, 2008

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Leí la novela después de ver la película. Esas cosas pasan, y si bien el amargo sabor del largometraje me había dejado ligeramente noqueado, adentrarme en el libro me dejó literalmente k.o. cuando cerré su última página. Esto pasó hace mucho tiempo, pero de tanto en tanto recuerdo algún pasaje del texto o bien lo leo tras rebuscar el ejemplar en la biblioteca de mi casa para quedarme enganchado a la desoladora crónica de dolor que este escritor, injustamente olvidado en su país, y poco traducido en España (que sepa sólo hay un título en nuestra lengua), supo legar a esa legión de lobos esteparios que corretean por el mundo ajenos a manadas.

Hubert Selby Jr. es un caso aparte. Los especialistas intentan encajonarlo en la beat generation, generación que gobierna el talento impetuoso pero también confuso de Jack Kerouac. Selby no era de ese mundo, ni siquiera pertenece al turbulento universo de William Burroughs, que fue el más honesto de aquella especie, aunque en su literatura abundan los rastros que unen sus itinerarios literarios. Sexo y droga, bajos fondos, personajes salvajes y al borde del límite. El infierno en la tierra.

La única novela que conozco en español de Selby es la fabulosa Última salida a Brooklyn, llevada al cine con acierto demoledor por el cineasta alemán Uli Edel que, pese a su dureza, apenas bordea el descenso a las pesadillas de un escritor a quien le anunciaron cuando apenas tenía 30 años que no le quedaba más tiempo de vida. Los médicos, afortunadamente, se equivocaron y aquel hombrecillo maltratado comenzó a escribir porque sabía el alfabeto. Naturalmente sabía algo más que sus letras. En Última salida a Brooklyn no hay salida. La compasión es una palabra vacía, el amor una mentira, las relaciones un contrato que expresa la nueva explotación de nuestros tiempos. La mirada de Selby es cruda. Demoledora, sin concesiones. No deja espacio al decoro y la sensatez. Su libro es una carga de profundidad no apta para estómagos débiles. Provoca úlcera, creedme.

Cuando vi la película salí costernado, aunque deja espacio a que te creas el cuento de que puede haber bondad en el infierno. En la novela no hay nada de eso, sino tiranía, sadismo, sexo animal, alcohol, peleas. Una visión terrible de lo que puede hacer el hombre ¿civilizado? Un animal enjaulado, que olvida sus frustraciones dando golpes.

Esta mañana me levanté y leí algunas páginas del libro, editado, qué curiosidad, por Anagrama. Sé que la película está disponible en dvd. Pero ya no será la misma. Uli Edel me mintió. El libro es un navajazo en la barriga.

Otra película basada en una de sus historias es Réquiem por un sueño, de un Darren Aronofsky antes de que se nos pusiera místico. Es su mejor película. Háganme caso y véanla si aún no lo han hecho. Pero por favor, ni se les ocurra hacerlo a solas. Nadie podrá entonces quitarte su profundo mal rollo.

¿Qué por qué me acuerdo de Selby tal día como hoy? Porque miro a mi alrededor y pienso que aquí, en estas siete islitas también tenemos nuestras últimas salidas a Brooklyn.  

Un puñado de películas (muy) recomendables para no pensar en nuestra siniestra y pleitista realidad

Viernes, Septiembre 26th, 2008

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Escandalizado por la sarta de tonterías que estos últimos días he leído en la presa de Canarias (de toda Canarias) me he dado cuenta que sólo el refugio de los paraísos artificiales me permiten viajar muy lejos de la siniestra y pleitista realidad en la que me quieren volver a encajar. Unos y otros. De isla a isla. Qué pena, el corazón partío. Miro al frente y sonrío con tristeza. En fin, que corran el estúpido velo para que no veamos más sus ambos ombligos.

Los paraísos artificiales a los que recurro (hoy más que nunca con adicción) son voraces lecturas y visiones desesperadas de películas en mi agradecido reproductor de dvd. Entres los largometrajes que me han abstraído de la idiota espiral antichicharrera y anticanariona está Apache, Veracruz, Tambores lejanos, Código del hampa y El profesor chiflado, cuatro grandes clásicos y también otro clásico, pero de nuestro convulsos tiempos: An American Crime.

Dirigidas ambas por el potentísimo Robert Aldrich, ApacheVeracruz son de esas películas que pese a que has visto un centenar de veces no te cansas de volver a ver porque siempre, siempre, descubres algo en el matiz de una mirada, un diálogo suelto, la puesta en escena… Interpretadas y coproducidas por el intrépido Burt Lancaster, Veracruz sigue siendo la más redonda de estas dos películas por su carácter crepuscular y dar la réplica a Lancaster con épica elegancia un iluminado Gary Cooper que siempre estuvo en el cielo.

Gary Cooper también protagoniza Tambores lejanos, un prewestern que se desarrolla en los pantanos de la Florida dirigida con marcial estilo por Raoul Walsh. Es una obra maestra del cine de aventuras, y uno de esos clásicos que parece que te hacen mejor persona todas las veces que te dejes quemar los ojos ante el televisor.

Cine negro a los años sesenta, Código del hampa tuvo que clavársele en la cabezota a Tarantino cuando perpetró su Pulp Fiction. Sólo que contemplar a Lee Marvin y Clu Gullager con traje y corbata  y gafas de sol resulta veinte mil veces más inquietantes que John Travolta y Samuel L. Jackson imitando su estilo. Dirigida hace 44 años por Donald Siegel, recuperar esta película en estos tiempos inciertos se amplifica por una hermosísima e inmensa Angie Dickinson y un Ronald Reagan que hace de malo sin dejar de levantar la ceja del ojo derecho.

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El profesor chifaldo es junto a El Guateque una de las mejores comedias del cine norteamericano de todos los tiempos. Jerry Lewis está que se sale tanto delante como detrás de las cámaras y la cinta sigue provocándote las suficientes cosquillas como para que casi te de una ataque de risa. Más un director de los periódicos grancanarios y tinerfeños deberían de tomarse el brebaje maldito que fabrica el álter ego de Buddy Love.

An American Crime no se ha estranado en Tenerife, aunque es probable que me equivoque porque para lo que hay que ver, últimamente no miro la cartelera de los cines de la isla. Dirigida con sensatez por Tommy O’Haver se trata de una cinta fascinante que guía al espectador al núcleo del horror sin extremismos innecesarios. Brutal precisamente por esa aparente tranquilidad narrativa, hacía tiempo que no lo pasaba tan mal viendo una película. Y de eso se trata, si el filme que ves no te hace trampas. Todos los actores de esta conmovedora historia de horror están muy bien, aunque destacan por méritos propios Catherine Keener y Ellen Page.

No se la pierdan.

Y lean, vean cine, pasean, cuiden a sus hijos, sueñen… Pero sobre todo, sobre todo, vivan sin pleitos ni necedades.

Les firma todo esto un tipo bastante cansado, y lo que es peor, muy triste ante el espectáculo mediático que les estamos dando.