Archive for Enero, 2011

Un compositor inclasificable… un clásico

Lunes, Enero 31st, 2011

El pasado domingo, 30 de enero, falleció uno de los grandes compositores de la historia del cine. Se llamaba John Barry, y ha sido recordado en televisión y radio por sus románticas bandas sonoras en películas como Robin y Marian, Memorias de África y Cowboy de medianoche (que no deja de ser una ambigua historia de amor) así como de su reinterpretación del tema central de James Bond, compuesto originalmente por Monty Norman y de algunas de las mejores canciones que ha dado el personaje creado por Ian Fleming en el cine como Goldfinger y Diamonds are forever, interpretadas por la desgarrada voz de Shirley Bassey.

Barry fue compositor también de El especialista y Bailando con lobos (el western buenista dirigido y protagonizado por Kevin Costner) así como de la excelente sintonía de la serie de televisión Los persuasores.

No sé si sería por su origen británico, pero a mi juicio Barry fue además uno de los más grandes creadores musicales para películas de espías de los años 60. Se me viene a la memoria The Ipcress Files y Conspiración en Berlín, así como de esa divertida y ligera comedia que fue The Knack… and How to Get it, dirigida por el salvaje (más tarde domesticado) Richard Lester.

Sin embargo, si hay una banda sonora de John Barry que pongo por encima de todos estos títulos y otros muchos más que no cito es Zulu, filme que es una de las grandes películas de aventuras coloniales de la historia del cine.

Es tanto el entusiasmo que tengo por esta obra que me gustaría que sonara el día de mi muerte si alguien tiene a bien hacerme ese capricho cuando no esté en el mundo de los vivos.

El tema central de Zulu recoge el espíritu de esta obra maestra del cine bélico dirigida por Cy Endfield, que muestra la resistencia de una pequeña guarnición británica formada apenas por un centenar de hombres contra un ejército de 4.000 feroces guerreros zulúes en un lugar llamada Rorke´s Drift el 23 de enero de 1879.

Les invito a que escuchen esta briosa y épica banda sonora con los ojos cerrados. También a que vean tan formidable película protagonizada por Stanley Baker y Michael Caine en uno de los primeros papeles protagónicos de su carrera.

Barry fue también el responsable de la banda sonora del spot publicitario del champú Sunsilk en 1967, una pieza que no me canso de escuchar para sentirme agradablemente triste, y entre sus rarezas se encuentra La semilla del tamarindo, de Blake Edwards (que por una vez prescindió de los servicios de Henry Mancini) y los apuntes musicales de filmes como Cotton Club y Hammett, el fallido ¿biopic? que el sobrevalorado Wim Wenders dejó a medio hacer sobre el genial escritor de novelas policíacas y que tuvo que finalizar Francis Ford Coppola en sus tiempos de arriesgado director del estudio Zoetrope, una iniciativa a través de la cual pretendía producir películas al margen de Hollywood.

Escribo esto escuchando, obviamente, a John Barry, dejándome sumergir en su jazz inquietantemente ligero…

También a modo de excusa para justificar que cuando deje de escribir estas anotaciones vuelva a ver Zulú.

Así son las cosas.

Saludos, quitándome de la cabeza otro sombrero inexistente, desde este lado del ordenador.

“Una mala hierba es una planta que no está en su lugar”

Domingo, Enero 30th, 2011

El ejercicio de releer una novela que te noqueó en su tiempo no está en mi caso asociado con la nostalgia. O al menos no es una actitud que me anime a volver sobre algo que ya tenía digerido en mi cabeza. Sin embargo me ha pasado estos días con El asesino dentro de mi, una de las obras claves de Jim Thompson, un narrador norteamericano caracterizado por un personalísimo mundo interior que aún sigue siendo observado con recelo por los aficionados a una literatura mayúscula y de minorías porque el señor Thompson cultivó un género popular como fue el de la novela policiaca.

Lo curioso del caso es que en este mi regreso a sus dominios, El asesino dentro de mi (colección Etiqueta negra, Ediciones Júcar, 1983) me ha sonado a nuevo. Y si bien admito que una de las razones que me empujaron a su relectura se debe al estreno (siempre con retraso porque aún no ha llegado a las pantallas de esta isla en la que habito) de la versión que Michael Winterbottom ha realizado con el nombre de El demonio bajo la piel, sumergirme una vez más en el libro, la novela, ha sido como volver a leerla por primera vez porque apenas recordaba elementos de la misma aunque capítulo sí, capítulo no, se me refrescara la memoria ante determinadas situaciones y momentos descritos.

Y pese a estos flash back, he seguido leyendo el relato porque su fuerza demoledora continuaba golpeando con la misma crueldad con la que me golpeó la primera vez que este título (cualquier título de Thompson) llegó a mis manos.

De hecho, ha sido tanto el estremecimiento, sentir ese demonio bajo la piel, que observo las novelas que tengo del gran Thompson en las estanterías de mi librería y preguntarme si no será una buena excusa volver a leerme toda la producción que tengo del escritor y renunciar a las novedades al ser consciente que, releyendo a este escritor, apuesto a caballo ganador.

Parto de la idea de que casi todos sus libros van a cogerme por el cogote y a que me cuestione ¿cómo demonios he dejado de lado a estas obras?  mientras continuo buscando como Shangri-La otros escritores que me hagan estremecer y reír (he aquí una de las cualidades y calidades de Thompson) sobre el chiste macabro que es la vida.

El asesino dentro de mi además de ser gran literatura es una obra de una metafísica arrolladora. Un título que indaga en el mal con una indiferencia que deja desconcertado. La narración, contada en primera pesona, es la historia de un ayudante del sherirff de una pequeña ciudad tejana con impulsos criminales.

 Thompson nos describe con una tranquilidad desquiciante cómo va liquidando a los que le rodean con resignada fatalidad. Y a medida que se estrecha el cerco sobre el protagonista que tú, lector, te sientas incómodamente de su lado, de ese loco con tal peculiar y cínica visión del bien y del mal.

Es un título de una honestidad aplastante y por lo tanto recomendable para todas aquellas personas a las que les guste disfrutar de un buen libro. Ahora bien, cabe advertir que su lectura no es apta para corazones sensibles. Thompson escribe con una crudeza que ya no se estila, y no se muestra en ningún momento a favor ni en contra de su personaje protagonista. Deja que sea el lector quien juzgue.

Leyendo otra vez El asesino dentro de mi choco con una frase de la novela que dejé subrayada en su día: “una mala hierba es una planta que no está en su lugar.” Inquietante reflexión que me hace pensar que este podría ser un buen epitafio para este maldito, desesperado y gigantesco narrador norteamericana de todos los tiempos.

De todos, ojo, los tiempos.  

Saludos, acompañado de Lou Ford, desde este lado del ordenador.

Payasadas, las serias

Sábado, Enero 29th, 2011

Ya escribí en su momento que Balada triste de trompeta me pareció una mala película de Álex de la Iglesia. Cineasta español, todo sea dicho de paso, que es de los pocos que me animan a pagar el abusivo precio de la entrada para ver sus películas como se tienen que ver: en cine.

Otra cosa es el personaje mediático que ha sabido construirse de la Iglesia, personaje que me cae muy bien. Como me cae bien toda la hornada de directores españoles de su generación preocupados porque el cine español, el nuevo cine español, resulte rentable en taquilla y permita a algunos de sus miembros más reconocidos rodar excentricidades millonarias como Ágora, de Alejandro Amenábar, o Balada triste de trompeta de Álex de la Iglesia, pese a que estas experiencias hayan terminado por devorar a sus creadores.

Así que entendiendo que compartimos el espíritu de una misma generación, a mi –con independencia de que su cine me resulte ni fu ni fa– me cae bien Álex de la Iglesia. Y me cae bien porque aunque unos digan que no tiene cintura política tras su sonado anuncio que abandona la presidencia de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de España, creo que  se equivocan. Porque Álex de la Iglesia ha demostrado que sabe mucho de política y a los hechos me remito.

Gente como él, y como el denostado pero taquillero Santiago Segura, hace falta para purgar una industria que vive de espaldas a los espectadores y que saca inmediatamente la pistola casi por acto reflejo ante todo aquello que pueda poner en peligro su cómodo y hasta hoy subvencionado estilo de vida: seguir haciendo algo que ellos llaman cine.

Su anunciada dimisión, que ha movilizado a muchos de sus compañeros de oficio para que renieguen nos tres veces sino las que hagan falta de de la Iglesia (¡fuerza y honor! exclamó con entusiasmo en la última edición de los Goya) arrojan otra visión de un cineasta que hoy parece solo ante el peligro, y por tanto un Gary Cooper con sobrepeso que fue capaz de darse cuenta (es verdad que a destiempo) de los excesos de la ya conocida como ley Sinde.

Su anunciado adiós a la presidencia de la Academia ha generado además que gentuza como quien les escribe se comprometa a ver este año la gala de los Goya el próximo 13 de febrero. Así que me da igual que ahora los machangos le echen en cara sus manifestaciones contra las descargas porque tuvo la gentileza política de urdir un acuerdo con los representantes “de ese magma imposible de embotellar que son los internautas”.

Claro que solo por ese ingenuo gesto conciliador (y político) de negociar con las partes (los creadores y los malvados internautas) se me ha revelado un hombre inteligente aunque atado a sus emociones, que no olvida que quien le da de comer es, precisamente, ese público al que ahora se quiere victimizar con la llamada ley Sinde.

Lo que ha escenificado Álex de la Iglesia con su “tiro la toalla” es que el cine español (como el canario, localizado en sus antípodas) es territorio cainita, geografía en la que se premia la carencia de talento. Tierra de estómagos agradecidos que ante la realidad de la crisis ha hecho muralla para que no se tome en cuenta el peso de un público que hoy navega en libertad por la red.

Otra cosa es que Álex de la Iglesia se haya dado cuenta de esta realidad tarde. A destiempo, pero su gesto ante la ministra Ángeles González Sinde, guionista curiosamente del filme Mentiras y gordas, es una pirueta política a la que el tiempo le dará la razón.

Lo inexplicable de esta polémica es que esta señora, Sinde, no haya tomado el ejemplo del cineasta.

Algo no tan extraño, objetivamente hablando, con el Gobierno que tenemos.

Saludos, triste, solitario y final, desde este lado del ordenador.

Pero ¿esto qué es?

Jueves, Enero 27th, 2011

Bajo el paraguas protector de cine experimental, cine libre, cine leve o cine la madre que los parió algunos cineastas canarios están confundiendo sus, digámoslo con palabras gruesas, pajas mentales con cine, que es de lo que en verdad debería ir la cosa.

El camuflaje hermético no me sirve así para que justifiquen unos trabajos –como son los que he tenido la desgracia de ver esta noche– autistas, ridículamente pretensiosos y de una ingenuidad intelectual que todavía estoy digiriendo porque conociendo a dos de sus directores, me esperaba cualquier cosa menos estos ensayos de andar por casa, poética adolescente muy perdonable para alguien que empieza pero no para dos creadores que me han demostrado con anteriores cortos y mediometrajes que tenían la cabeza sobre los hombros.

He asisto así hoy y bajo el título de Desde los bordes a una sesión de cortos independientes canarios de sonrojo. Y ya no por carecer de chispa (algo a lo que me estoy resignando cuando asisto a una sesión de lo que hacen nuestros gloriosos e incomprendidos cineastas/autores canarios) sino por su cada vez más obsesiva mirada de ombligo –aburrida porque no tiene fondo– que pese a todo intentan pasar como producto personal reservado a escogidas minorías (¿?).

Allá ellas.

A las minorías me refiero.

La sesión se inicia con la pieza Fragmentos de una trilogía, del veterano Joseph Vilageliú, un autocomplaciente homenaje que se hace el realizador a sí mismo. La cosa consiste en montar trozos de las películas que rodó en su día con los hermosos títulos de Venus vegetal, Castillo interior y Ballet para mujeres.

Si uno deja la coherencia a un lado y se pone a ver este ¿experimento? como quien mira el televisor sin sonido, puede pasar. Buscarle otros significados e intenciones a este ¿experimento? no merece la pena. O yo no tenía la cabeza para encontrar sus claves. De hecho, me pregunto todavía si las tiene.

Tras este aperitivo amenazador, se exhibe en el salón de actos de TEA (con irregular asistencia de público) Cool y Cuatro ejercicios de realización, de Amaury Santana.

Cool, que dentro del escasísimo nivel de esta noche, me pareció el corto más resultón, cuenta al menos una historia aunque no en imágenes sino con voz en off. En cuanto a Cuatro ejercicios de realización y salvando el último segmento (La vendedora de plantas) yo correría estúpido velo. Lo digo porque este ejercicio queda muy bien para mostrárselo a los colegas en el salón de su casa pero no en una exhibición con público que no conoce de nada a su realizador, Amaury Santana.

Desde los bordes (¡a un acantilado los llevaba yo!) continúa con  Off making off, otra de Vilageliú. No sé si el bueno de Vila se habrá dado cuenta pero viendo su ¿experimento making off? del rodaje de Algo que aprender exigo desde esta modesta atalaya a que pase a la historia del cine por firmar el primer making off más largo de la historia del corto del mundo mundial.

No sé que minutaje tuvo el trabajo de María Eugenia Arteaga, realizadora de cortometraje, pero a mi me dio la sensación que Vilageliú lo sobrepasa con apunte musical del Bolero de Maurice Ravel.

Cierra la noche de bordes, digo de Desde los bordes, Rhythmus de Jairo López. Y siento que la tomadura de pelo no es una broma sino algo real.

Para los iniciados en el extraño universo del corto canario bastará que les diga que se imaginen una especie de reinterpretación a lo pobre de esa obra maestra de la estupidez que es Belanglos de maese David Pantaleón. 

Y no porque ambas idioteces se hayan rodado en Berlín y estén subtituladas (la voz en off en Belanglos es en alemán y en Rhythmus, francés, que queda más bonito ¡oh lalá Marcel Proust!) sino porque ambas ¿cosas? coinciden en su capacidad de aburrir al personal. Y no precisamente por su tonelaje intelectual.

Yo, que últimamente duermo lo que se dice mal, debo de agradecerle tanto a Belanglos en su día como hoy a Rhytmus que casi me quedara dormido. Una pena que llegue a casa y se me vuelva a encender como un fósforo la cabezota.

¿Conclusión?

Pues animar a este trío de realizadores a que dejen de lado tantas tonterías autorales que están muy bien mostrar a la familia y amigos pero, ¡por Cthulhu!, invitarles a que se tomen en serio esto del cine porque no es lo que han mostrado hoy.

No digo yo que rueden estas cosas, pero sí que se las guarden para ellos.

Estas cincos piezas emborronan de manera muy enojosa una trayectoria que si bien no está consolidada es mucho más libre cuando se la toman en serio. Y lo visto hoy, a mi modesto entender, no es serio sino tonterías de cineastas con pretensiones de autor que aún no han superado su etapa de colegio mayor.

Saludos, al grito de ¡¡¡aún tengo fe en ustedes!!!, desde este lado del ordenador.

Más que ciudadano, abuelo Negrín…

Jueves, Enero 27th, 2011

Imagino que el fútbol ha sido responsable de la irregular asistencia de público esta noche a la proyección (en dvd) del documental Ciudadano Negrín. No quiero pensar que hayan sido otras las razones para asistir a este estreno tardío en la isla de Tenerife, pero serán cosas mías, muy vinculadas al profundo respeto que le tengo al personaje que ha pretendido biografiar el verdadero iniciador de este proyecto, el excelente escritor Carlos Álvarez, y los cineastas Sigfrid Monleón e Imanol Uribe bajo la ¿espartana? producción de Andrés Santana.

Aún con la cabeza hecha un lío intentando explicar cómo se dirige una películas a tres bandas, debo decir que Ciudadano Negrín me ha sabido a poco. Es más, el documental no termina (y mucho me temo que tampoco se preocupa) en interpretar a este personaje fundamental en la vida política española del siglo XX.

Quienes esperen encontrar un documento sobre su controvertido papel como jefe de Gobierno de la II República durante los penosos años de la Guerra Civil, un aviso: esta no es su película porque Ciudadano Negrín pasa por este periodo de carrerilla dando por hecho que el público debe tener suficientes conocimientos sobre aquellos tiempos amargos.

Así que otro aviso, ahora para el que no los tenga: no va entender nada si no está iniciado en las turbulencias políticas de nuestra guerra fraticida. Y poco para el que sí presuma de conocerlas.

Otro de los problemas de Ciudadano Negrín es su ingenuo posicionamiento con los perdedores y su irritante sentimentalismo no ya en la presunta exploración de quién fue Juan Negrín sino –precisamente– con los perdedores de un conflicto que, olvidan, pusieron demasiados granitos de arena para que el sueño de la II República terminara aplastado por la bota de los militares rebeldes.

Se pasa de puntilla sobre ésta y otras cuestiones, también de la experiencia del Gobierno republicano en el exilio y de las indignas luchas de poder entre los clanes socialistas que dieron como resultado la expulsión definitiva de Negrín del partido.

Da la sensación que el documental avanza por la vida del fisiólogo y político sin demasiado entusiasmo, casi como si el personaje se la trajera sin cuidado, prefiriendo explotar el lado emocional a través de las películas que rodó el Ciudadano a su familia y a través de los testimonios, entrecortados por las lágrimas, de sus nietos y del historiador Gabriel Jackson.

Estos momentos, sin embargo, no aportan demasiado para que el espectador con ánimo de saber más de Negrín saque sus propias conclusiones. En especial porque la segunda mitad del documento muestra en rigurosa exclusiva estas películas caseras donde el Ciudadano deja de ser ciudadano para convertirse en abuelo.

Y si bien está ver a los nietos tomar el sol en la playa, pasear por París y mostrar al Ciudadano Negrín en sus momentos de descanso, poco hacen estas imágenes para insuflar de alma un documental que se queda en esbozo pese a lo que prometía su título.

A Ciudadano Negrín le faltan muchas cosas pero sobre todo le falta su Rosebud.

Saludos, muy decepcionados, desde este lado del ordenador.

Dos propuestas para pasar el jueves

Miércoles, Enero 26th, 2011

CORTOS INDEPENDIENTES CANARIOS EN TEA

Tenerife Espacio de las Artes (TEA) acoge este jueves, 27 de enero, a las 20 horas, la muestra de cortometrajes independientes realizados en Canarias Desde los bordes, trabajos que “bucean en los límites del cine”, según se informa en una nota.

La sesión incluye la exhibición de las piezas Cool y Cuatro ejercicios de realización, de Amaury Santana (Las Palmas de Gran Canaria, 1981); así como Fragmentos de una trilogía, de Josep Vilageliu (Barcelona, 1948), experiencia en la que muestra en imágenes un curioso montaje de sus tres largometrajes realizados en la década de los noventa (Venus vegetal, El castillo interior y Ballet para mujeres) y Off making off y, por último, Rhytmus, de Jairo López (Barlovento, 1980), corto grabado en Berlín.

LIBRO DEL PERIODISTA SAMUEL TOLEDANO

Ediciones Idea publica –dentro de su colección Idea Universidad– el trabajo de investigación del periodista y doctor en Ciencias de la Información Samuel Toledano titulado Noticias de un puerto. El Día, de periódico a gabinete de comunicación empresarial. El libro cuenta con un prólogo del catedrático de Periodismo de la Universidad de La Laguna José Manuel de Pablos Coello. Esta obra se presenta este jueves, 27 de enero, a las 21 horas, en El generador, espacio ubicado en la calle Clavel, nº 10 de Santa Cruz de Tenerife. Por otro lado, Toledano leerá la ponencia Periodismo y democracia. De la construcción a la imposición del consenso social, a las 10.10 horas del sábado, 28 de enero, en el Primer Congreso de Derecho a la Información Ciudadana, promovido por la Federación de Sindicatos de Periodistas (FeSP) en su X aniversario.

Saludos, una mañana en la que luce el Sol, desde este lado del ordenador.