Archive for Septiembre, 2011

‘Pa Negre’, ¿me entiende?

Jueves, Septiembre 29th, 2011

Es una pena que la capital de este país que llamo las Españas no dé al mar.

Pienso, y quiero seguir pensando, que entonces el carácter que conforma esta suma de complejidades que es ser lo que unos llaman español hubiera resultado muy diferente.

En mis arrebatos más locos, siempre he defendido contra los mesetarios que la capital de este país de colores rojos y negros debería de haber estado al occidente ubicada en Lisboa, mirando desafiante el Atlántico. O al oriente en Barcelona o Valencia por citar solo dos, encarándose con ese mar en el que se mezclan culturas y por lo tanto sangre, sudor y lágrimas como es el Mediterráneo.

Lamentablemente, por esas razones que escribe la Historia, la capital del país se aglutinó en pleno centro de la península Ibérica. Se llama Madrid, y si bien tiene ese encanto castellano resignado y pobretón, hidalgo y tontorrón, quiero seguir pensando que en Lisboa o en Barcelona la influencia que se hubiera derramado dentro y fuera del territorio sería distinta.

Algo me dice que más cosmopolita y menos ombliguista.

No quiero alimentar la hoguera de las vanidades que rodea a la siempre intrigante cuestión de las capitalidades pero mi experiencia me ha mostrado que los que vivimos de cara al mar tenemos otra naturaleza.

Otra forma de ver las cosas.

Bien es verdad que viviendo en Santa Cruz de Tenerife esta reflexión se hace añicos porque la ciudad siempre estuvo de espaldas al mar, casi como si lo detestara, pero es innegable que los que nacemos al lado del mar, los que nos acostumbramos a verlo sereno y bravo, lo consideramos casi como una extensión de nosotros mismos. También como la manifiesta realidad de que hasta ahí llega la tierra conocida y más allá la próxima por explorar.

Viene toda esta reflexión porque la Academia de Cine español ha apostado por la película Pa Negre, dirigida por un isleño, el mallorquín Agusti de Villaronga, para competir en la terna de largometrajes que Hollywood seleccionará en próximas fechas en la categoría a mejor película de habla no inglesa.

Me he molestado en leer las noticias, los artículos de opinión, y también los comentarios que en radio y televisión se han hecho eco en torno a la designación de Pa Negre. Y en casi todos ellos me ha molestado que además de recordarnos que se trata de la primera película catalana que representará a España en esa preselección, que insistan que nos encontramos ante un título difícil y por lo tanto dirigido a públicos minoritarios (¿los catalanes?).

Aprecio pues en todas estas reflexiones como una frustración, un vaticinio velado que Pa Negre no pasará la primera oposición a la que será sometido por el comité seleccionador norteamericano.

También una queja, disfrazada de erudición, que es una película que habla de nuestra mayor enfermedad nacional: la Guerra Civil. La Guerra Civil y sus secuelas en un rincón de la Cataluña profunda.

No han querido darse cuenta esas voces que precisamente ese detalle es lo que hace fuerte a un largometraje que acaparó estatuillas de ese cabezón que llaman Goya para sorpresa de un cine demasiado mesetario y por lo tanto poco ambicioso para descubrir otras miradas de ese país que llamo España.

En esta elección, que probablemente tiene oscuras razones políticas para quien desee verlo así, jugarlo todo a La piel que habito de Pedro Almodóvar suponía apostar con las cartas marcadas. El nombre del director manchego es reconocido fuera de nuestras fronteras.

Que se seleccionará también La voz dormida, del siempre interesante e inquieto Benito Zambrano, imagino que fue dictado más por un trato de favor de los académicos españoles (¿?).

Ya saben una manera de promocionar un filme que aún no ha llegado a estrenarse en mi provincia al menos.

Cinta la de Zambrano, curiosamente, que habla también de los efectos devastadores de su (no mía) Guerra Civil y que adapta la novela del mismo título de Dulce Chacón, una escritora a la que tuve la suerte de entrevistar años antes de su muerte y que cuando  hablaba de aquel periodo penoso de la historia de España no había logrado aún llegar a lo que debe ser una justa reconciliación entre nietos y bisnietos.

El caso es que Pa Negre es una película catalana como se empeñan en recordarnos los escribas y comentaristas. Escribas y comentaristas incapaces de descubrir que, efectivamente, siendo una película catalana, estamos ante una cinta catalana que con todo el derecho del mundo puede representar a España precisamente porque está hablada en un idioma (mal que les pese a unos y a otros) como es el catalán.

Saludos, asomado a una ventana desde la que no veo el mar, desde este lado del ordenador.

¡No vemos en Las Eras del Tablero!

Jueves, Septiembre 29th, 2011

A partir de este 30 de septiembre y hasta el 2 de octubre se desarrollará en la segunda edición del Festival Rural de Creación-Las Eras del Tablero, encuentro que obtuvo el año pasado el primer premio de Paisaje Isla de Tenerife.

El objetivo de este festival es que el paisaje sea el escenario de acciones creativas y artísticas donde se intercambien los valores rurales entre los mayores y los jóvenes.

Las Eras del Tablero se encuentra a tan solo 15 minutos de Santa Cruz y La Laguna.

Más información en: http://laserasdeeltablero2011.blogspot.com.

Saludos, nos vemos en Las Eras, desde este lado del ordenador.

Confesiones de un lector justificado

Miércoles, Septiembre 28th, 2011

Tuve la suerte de nacer en una familia en la que se quiere a los libros. De hecho, recuerdo mi infancia rodeado de libros. Observo, ahora que hago ejercicio de memoria, a mi padre acostado leyendo. A mi hermano sentado en el sofá del comedor, leyendo también. A otros de mis hermanos con un libro bajo el brazo y a mi madre, después de dar de cenar a toda la jauría, relajándose con un libro entre las manos.

Mi primer acercamiento al mundo de los libros resultó por lo tanto natural e inevitable. Siendo el más pequeño de los varones me limité a imitar lo que hacían los grandes. Mi hermana, que vino justo detrás, hizo exactamente lo mismo. Coger un libro.

Entre las muchas cosas que quería hacer de pequeño estaba, además de la de ser astronauta, la de encender la luz de las habitaciones de la casa (daba saltos con la esperanza de llegar al interruptor y encender de un tortazo las lámparas que colgaban del techo para luego repetir la operación y apagarlas) y abrir los libros que me encontraba mientras intentaba descifrar aquellas letras que nada me decían porque por aquel entonces aún no sabía leer ni escribir.

Lo más cercano que hacía era colorear (y bastante mal, por cierto) los cuadernos de dibujo que me regalaban por mi santo o por mi cumpleaños, aunque casi siempre terminaba por roer como un ratón los creyones dejándome un gusto a madera en la boca que desde entonces asocio con mi infancia.

No he sabido retener en mi memoria las primeras clases a las que asistí siendo un parvulario y en las que esforzados maestros (no profesores) se empeñaron en que me iniciara en el mundo de las letras. Conservo algunos cuadernos de aquella época y de tanto en tanto me gusta pasar sus hojas no sé si en busca de aquel niño que comenzaba a entrar en un universo al que, posteriormente, le debe tanto.

Contemplo las vocales trazadas por esos dedos que ahora pulsan el teclado del ordenador y no termino por reconocerme en las A, E, I, O, U que, imagino, con tanto esfuerzo copiaba de la pizarra. Con las consonantes me he quedado un buen rato paralizado estudiando como me complicaba la vida con las B y las G.

El escritor y premio Nobel de Literatura John Steinbeck describe con maestría desarmante esta misma experiencia en la introducción de uno de sus libros más bellos: Los hechos del rey Arturo y sus nobles caballeros. Les recomiendo que se lo lean. La introducción y su ambicioso ejercicio por actualizar el clásico ciclo artúrico.

La primera vez que lo leí tuve la sensación, esa misma sensación que te pasa con otros libros, de pensar: “caramba, eso mismo me pasó a mí.” “O eso mismo pienso yo de…” Esas reflexiones, ya saben, que te hace pensar que no estás tan solo en el mundo.

Una vez dominé las letras y el arte de la escritura (bastante intraducible para ojos que no sean los míos, sea dicho de paso), los primeros libros que leí fue una recopilación de seis cuentos de Las mil y una noches, en una antiquísima edición de los años treinta con fantásticos grabados; los cuentos de Andersen, los hermanos Grimm y por fin, porque un hermano tuvo la inteligencia de prestármelo un día que echaba un vistazo a la biblioteca, La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson.

Creo que con los primeros libros que lees se produce algo muy parecido al primer amor. Un primer amor afortunado y nunca frustrado, claro está.

Al llegar a la adolescencia, tras alimentarme de fantasías varias, de las aventuras de Los tres investigadores que desbancaron a las ñoñerías de Los cinco de Enyd Blyton y sus contrabandistas, alguien me regaló en Reyes los tres tomitos editados por Bruguera de Los mitos de Cthulhu. Tres tomitos que me abrieron las puertas hacia otros mundos y una sed lovecraftiana que me llevó incluso a emular al solitario escritor de Providence editando un fanzine artesanal –Historias Extrañas– mientras mantenía un intensa relación epistolar con amigos a los que solo conocía por cartas larguísimas donde revelábamos nuestras neuras adolescentes.

Firmábamos aquellos textos inacabables con los nombres de lo dioses prohibidos aunque yo me reservé el del árabe loco Abdul Alhazred, el autor de El Necronomicón.

Les cuento todo esto porque por suerte nací en una casa donde se me enseñó a amar a los libros. Tanto, que cuando en el colegio y más tarde en el instituto descubrí que nos obligaban a odiar los libros imponiéndonos determinados textos –le cogí manía a La tesis de Nancy, de Ramón J. Sender, novela que más tarde releí sin el castigo de un examen y continúa pareciéndome un título muy regular en la fecunda producción de este sin embargo gran escritor– sus esfuerzos resultaban nulos para que mi amor por los libros menguara.

Al revés, si cabe los aprecié mucho más.

Entiendo, de todas formas, que muchos compañeros de pupitre se acostumbraran a detestarlos. Yo hubiera hecho lo mismo si no hubiera tenido la suerte de nacer en una familia que ama tanto a los libros.

Por ejemplo, apenas recuerdo salvo la obligatoriedad de leerlo porque había examen, la primera impresión que me suscitó el Lazarillo de Tormes. Librito que años más tarde, liberado de las cadenas del ordeno y mando, devoré como quien descubre agua en el desierto. Y tanta fue la satisfacción que me produjo que salté a El buscón, de Quevedo. Descojonándome de la risa con estas novelas ejemplares. Nunca mejor dicho.

La Celestina fue otro cantar.

Y cuando comenzaron a introducirse en los colegios de las islas los primeros textos de autores canarios, siempre agradeceré a aquel sistema de estudios que Maraía, de un tal Rafael Arozarena, se tratara de un título que los profesores nos recomendaban leer… siempre que quisiéramos.

Es decir, que no hacía falta que leyéramos por obligación Mararía porque no tocaba en el examen.

Así que me animé a leerlo, precisamente porque no tocaba en el examen y porque mi padre tenía un ejemplar de esa misma novela editado por Noguer.

Así que Mararía, como supongo le pasó a la chiquillada de mi generación, fue la primera novela canaria que leí porque no me obligaron a leerla. Me pregunto ahora que habría pasado si el profesor (nunca maestro) hubiera hecho lo contrario.

El caso es que no entiendo el mundo sin leer.

Sin ese extraño placer por adentrarte en otro universo, en otro espacio.

Conocer personajes, esos personajes cuyas acciones (si empapan tu alma) pareces que reconoces en otros cuando charlas, tomas un café o compartes un cigarrillo.

Como lector, y también como escritor frustrado, pienso que lo mejor de un libro suele ser su inicio.

Después de las primeras cincuenta páginas si no engancha me veo en la ingrata tarea de tirarlo a ese montón de volúmenes desechados. Aunque hay veces, raras veces, en que lo recupero por recomendación de un amigo o porque lo leo en algún lado y esas mismas cincuenta páginas las mastico y digiero con asombro.

Antaño me preguntaba cómo podía ser capaz mi padre de leer tres o cuatro libros a la vez.

En la actualidad me pregunto cómo puedo leer tres o cuatro libros a la vez.

Cuando mi padre comenzó a despedirse de este mundo dejó de leer libros.

Recuerdo ver muy preocupado los ejemplares amontonados en su mesilla de noche y a él sentado en la cama con la vista perdida. Quiero creer que en su propio libro que fue su intensa vida.

Quiero pensar por eso que el día que deje de leer y amontone los libros habré iniciado mi adiós de este mundo poblado de libros.

Así que no dejo de preguntarme, con un asomo de frivolidad. de qué títulos se tratarán.

Y espero, en un día raro como el de hoy, que entre esos libros se encuentre mi Isla del tesoro.

Saludos, tiemblan las islas del aburrimiento, desde este lado del ordenador.

Tomando nota

Miércoles, Septiembre 28th, 2011

SATYAJIT RAY

Este jueves, 29 de septiembre, se inicia en la Fundación Cristino de Vera-Espacio Cultural CajaCanarias en La Laguna un ciclo dedicado al cineasta  Satyajit Ray.

Merece la pena ver las películas del maestro Ray. Y merecen la pena no solo porque su cine no es Bollywood (con todo el respeto descacharrante que le tengo al cine made in Bollywood) sino porque los filmes de este cineasta propone otra manera de ver y entender el cine. Y por eso hace que el cine, como otras artes cuando quien las genera es un artista, trascienda fronteras.

El primer título del ciclo es Pather Panchali (La canción del camino), que se pasará en versión original con subtítulos en español, a las 19:30 horas, con entrada libre hasta completar aforo.

Se trata de la primera entrega de la trilogía de Apu y narra la historia de una familia bengalí asediada por la pobreza y la desgracia.

El 6 y el 13 de octubre se exhibirán a la misma hora Aparajito y Apur sansar, respectivamente.

TITA LOMBARDO HABLA DE AMORES PERROS

La productora Tita Lombardo, que en estos momentos produce la versión cinematográfica de El camino, filme que dirigirá Walter Salles y que está basado en la novela del escritor Jack Kerouac, impartirá este jueves, a las 10 horas, una charla en TEA Tenerife Espacio de las Artes tras la proyección de Amores perros, película que la que participó como productora manager.

Otros trabajos de Lombardo son Babel, Profundo carmesí y Paradas continuas.

La actividad forma parte del taller de Producción Ejecutiva y Coproducción Iberoamericana que organiza el Centro de Estudios de Cine de Canarias (CECAN) y la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños (Cuba).

CICLO JACQUES TOURNEUR

Los multicines Renoir de Santa Cruz de Tenerife acogerán también este jueves la proyección de La mujer pantera. La exhibición del filme corresponde al interesante ciclo que la Filmoteca Canaria dedica al cineasta Jacques Tourneur, y que se completará con El hombre leopardo (6 de octubre); Retorno al pasado (20 de octubre) y La mujer pirata (27 de octubre) siempre en los Renoir.

Los días de exhibición en los multicines Monopol en la capital grancanaria son, respectivamente, el 4, el 11 y el 18 de octubre.

La mujer pantera es un clásico del cine de terror. Y cuando escribo clásico me estoy refiriendo a clásico de verdad. A un filme que más que provocar miedo, inquieta. Así como se trata de una inteligente aproximación al despertar sexual de su joven protagonista.

El clásico, cómo no, fue reinterpretado pero no mejorado por el casi siempre interesante Paul Schrader a principio de los ochenta. 

Saludos, tomando nota, desde este lado del ordenador.

¡¡¡Kárate a muerte en las faldas del Teide!!!

Martes, Septiembre 27th, 2011

El cine de karatecas (Román Gubern intentó acuñar el subgénero como soja western pero sin demasiado éxito) cuenta entre sus estrellas más descacharrantes con John Liu, un actor de origen hawaiano que hizo carrera en los bajos fondo del séptimo arte en España en plena fiebre por las películas de Bruce Lee.

Uno de sus títulos más extravagantes es Dragon Blood, o Liu en México en su versión española.

Se trata de una cinta rodada a comienzos de los años ochenta en Canarias, archipiélago cuyos paisajes sirvieron para emular los mexicanos. Si los coge los de la Film Comisión está película hubiera sido carne de portada en los medios que tenemos a este lado del Atlántico, pero como eran otros tiempos, si no es por un chivatazo, no me entero de la existencia de este clásico de serie Z de mi querido cine de artes marciales.

El argumento de la cinta es el siguiente: En el año 1880 John Liu atraviesa la frontera de México para escapar de los que quieren apoderarse de las piezas de oro que fueron heredadas de sus antepasados y que tan solo los más fuertes guerreros pueden conservar. Unos bandidos intentarán también apoderarse de ellas.

Y a partir de ahí el lío por Liu. Un chiste fácil, me consta.

El reparto de la cinta lo conforma también José María Blanco, Casanova Wong, Hans Christian Andersen (¡así figura en la ficha a la que tenido acceso!); Jolanda Egger y Roger Paschy.

La dirige y escribe John Liu.

El filme, una co-producción española y hong-konesa, contó con el apoyo de Francisco Herrera, quien también colaboró en la puesta en marcha de títulos tan olvidables como Caspa brothers: the movie; Chi-Kung, el secreto de la energía interna y Lucha a muerte contra el dragón.

Apoyo este comentario con una imagen del filme Dragon Blood/Liu en México.

Saludos, reivindicando su estreno en la TV Canaria el Día de Canarias, desde este lado del ordenador.

El viruje. O esto es también literatura canaria

Lunes, Septiembre 26th, 2011

Leo con los ojos muy abiertos –asombrados– y mientras el ejemplar tiembla entre mis manos Construcción. ¿Trabajo o esclavitud?, de Jordao Quizembe. Y mientras lo leo, ya les digo con el ejemplar temblando como si tuviera taquicardia, con una pregunta en la cabeza.

¿Es Construcción. ¿Trabajo o esclavitud? literatura canaria?

Quiero entender que sí, aunque su autor haya nacido en Angola.

El libro (Editorial Annubis) que se presentó el domingo pasado en el III Salón Internacional del Libro Africano / IX Encuentro de Editores es el relato en primera persona de un inmigrante irregular que recala en una isla perdida en el mapa mundis que se llama Tenerife.

También de los diferentes trabajos que emprende durante una década, en esa cagadita de mosca del mapa mundis, a pie de obra hasta que logra regularizar su situación y descubrir, paradojas de la vida, que las cosas no  cambian como esperaba.

Lo más interesante de Construcción. ¿Trabajo o esclavitud? es, a mi juicio, que se trata de un texto escrito con desarmante honestidad. Y aporta a lo que quiero creer que puede, y debe ser la literatura canaria, una nueva y sincera mirada que rompe la errática y casi siempre autocomplaciente narrativa canaria.

El relato de Jordao Quizembe me ha hecho descubrir un mundo real que desconocía por completo de esta tierra que habito. Y lo que me cuenta me ha hecho estremecer.

Pero que no se asusten los creadores canarios, porque Quizembe publica el libro no para darse a conocer sino para que nos demos cuenta de lo que hay.

Es decir, que hay más mundos dentro de esta sociedad en la que vivimos y que ignoramos porque no nos gusta que nos metan el dedo en la llaga de una verdad que está ahí.

La historia de Quizembe es la historia de otros cientos de hombres y mujeres que vienen a parar a un territorio en unas condiciones de indigencia sobrecogedoras.

Están solos. No cuentan con calor familiar. No cuenta con una pareja. Están solos, solos de verdad.

Y esa soledad, terrible, amarga, sucede en mi ciudad.

Reconozco esas calles, esas avenidas, esos parques… Esa lluvia caprichosa que nos viene del cielo. La humedad enfermiza que acompaña a nuestro frío.

El viruje. Ya saben. Pero de alguien que realmente está solo.

Construcción. ¿Trabajo o esclavitud? es también el relato de uno (él, yo, usted) que pese a todo sabe vencer a la adversidad.

Pero sobre todo es un libro que, quiero pensar, habla de verdad.

Con una sinceridad que aplasta y que obliga a ver a esos negros, moros, indios, parados de otra manera.

Una manera que no pide fría y zoológica caridad.

Sino la esperanza de que en el dicen que está hoy arruinado Primer Mundo el trabajo sea trabajo y no esclavitud.

¡Qué viruje!

El relato de Quizembe comienza con el propio Quizembe buscándose la vida en una capital de provincias que se llama Santa Cruz de Tenerife.

Un Quizembe que cuenta cómo pasa las noches en el parque García Sanabria porque no tiene un euro en el bolsillo tras agotar el cupo para dormir bajo techo en los centros de asistencia.

Un Quizembe, con estudios universitarios, que se llena el estómago en los comedores sociales y que convive con gente de varias nacionalidades, entre ellos canarios, que están en la misma dramática situación mientras la Administración se emborracha en discursos que venden mentiras y mentiras con la idea de que se conviertan en una goebeliana verdad que no es verdad.

Y Quizembe describe un mundo al que no se acerca ni por asomo nuestra literatura.

Esa nuestra literatura que le tiene pánico a reflejar la verdad con nombres y apellidos.

A sumergirse en nuestra literaria pobreza.

A la pobreza de verdad.

A la total indigencia.

Y por eso pìenso cuando leo Construcción. ¿Trabajo o esclavitud? que esto es literatura canaria de verdad.

Consciente que Quizembe no quiso hacer literatura.

Pero que yo asumo como necesaria literatura.

¿Por qué?

Porque descubre un mundo que convive con otros mundos que habitan en ese espacio que llamo Tenerife y por extensión Canarias. 

Entiendo este libro como un viaje al fin de la noche en unas islas que, leyendo este libro, evito reconocer desde mi aún cómoda posición de nativo.

Y eso me hace temblar (el viruje, ya saben) ante lo que no quiero ver pero sí  veo  todos los días.

Y esto me hace escribir: Construcción. ¿Trabajo o esclavitud? con toda la mierda estilísticas que tiene, con todo el santurrón discurso que lo acompaña, es literatura canaria.

Con todas sus putas y necesarias letras.

Saludos, léanlo, siéntanse incómodos, desde este lado del ordenador.