Archive for Febrero, 2013

Novedades: novelas con acento canario

Jueves, Febrero 28th, 2013

* La tercera parte de la trilogía Ira Dei, La casa Lercaro, del escritor tinerfeño Mariano Gambín, se pondrá a la venta en marzo. El título, que ha sido editado por Roca Editorial, se presentará en el Casino de Tenerife el 19 del mismo mes, y en él, Gambín vuelve a reunir al equipo de protagonistas de su ya conocida como trilogía de La Laguna en una nueva aventura con toques fantásticos. En la contraportada de La Casa Lercaro se avanza: “Todos en La Laguna saben que en la Casa Lercaro suceden fenómenos inexplicables. Algunos, incluso, aseguran haber visto la figura de una mujer joven, de otra época, vagar por los pasillos de la antigua mansión, que ahora es la sede del Museo de Historia. Cuando se organiza en ella una exposición cultural internacional a cuya inauguración son invitados los miembros más selectos de la sociedad, nadie imagina la experiencia que están a punto de vivir. El inspector Galán se enfrenta a uno de los casos más complicados de su carrera, un asesinato imposible, un misterio que se estrella contra toda lógica. ¿Cómo atribuir un crimen a alguien que no existe? Para solucionarlo contará con la ayuda de sus amigos: el excéntrico Luis Ariosto, la arqueóloga Marta Herrero y la periodista Sandra Clavijo.”

* Nueva novela del escritor Víctor Conde, pseudónimo tras el que se encuentra Alfredo Moreno Santana. Su título: La ópera de la mente (Scyla eBooks), cuya acción comienza cuando “Caleb Gloss, un rico arancelario de espacios en la órbita de atraque del planeta Tanjet, decide trasladar su mente a un nuevo cuerpo, debido al accidente que tuvo durante las fiestas de carnaval que se celebran por todo el planeta. El nuevo cuerpo parece perfecto: hermoso, atlético, sano… pero pronto nota cambios. De la noche a la mañana muta para adoptar la monstruosa forma de un Señor del Crimen que fue asesinado. Y junto con esos cambios llegan recuerdos que Gloss sabe que no son suyos. ¿Está su cuerpo bioformateando a alguien para descargar una salvaguardia del criminal muerto? ¿Desaparecerá el yo de Gloss ante la presión de la mente que ha entrado?

* Bimini (Martínez Roca) es la última novela del escritor Alberto Vázquez Figueroa, quien en sus últimos trabajos está escorando su producción hacia el thriller. La contraportada de Bimini plantea: “¿Pueden dos hombres solos cuestionar las reglas por las que se ha regido la navegación durante miles de años, afirmando que se deben construir los barcos de forma diferente? ¿Pueden dos hombres solos demostrar que los países ricos en petróleo pretenden monopolizar la producción de energía conspirando con el fin de impedir que los países pobres utilicen sus reservas de carbón? ¿Pueden dos hombres solos apoderarse de mil doscientos millones de dólares sin utilizar la violencia ni dejar rastro?

* Andamana. La reina mala es una novela del escritor grancanario Marcos Alonso Hernández en la que su autor recrea “en mitos, hechos, personajes y lugares de Canarias de distintas épocas. La novela trata de una ambiciosa princesa (Andamana) repudiada por su padre, el rey o mencey, que duda de su paternidad. Andamana se tiene que enfrentar al Guanarteme, una especie de valido de su padre, que intenta desprestigiarla haciendo correr el rumor sobre la infidelidad de su madre, que se suicidó cuando creyó que su hija Andamana había muerto. Para conseguir sus fines, Andamana no duda en utilizar a sus propios hijos, que tuvo con un pastor guerrero, Guindafe, siguiendo las directrices de una pitonisa. En su interior hay una constante lucha entre la ambiciosa Andamana y la mujer enamorada que es capaz de renunciar a todo. Paralelamente hay un enfrentamiento entre sus dos hijos: Artemi es tan ambicioso como su madre, además de un discípulo inseparable de ésta. Taré, en cambio, es un amante de la libertad y el mar, que admira a su padre al que aún no conoce.”

* Los dos primeros títulos –de los cuatro que está previsto editar este año la colección Generación 21: Nuevos novelistas canarios– están a punto de llegar a las librerías. Se tratan de Julia y la guillotina y El centro del gran desconocido, de Jonathan Allen y Eduardo Montelongo, respectivamente. Meses después, se publicarán en la misma colección Cinco mujeres que no subirán al cielo, de Juan Andrés Herrera y Si hubieras estado aquí, de Cecilia Domínguez Luis.

Y UNA PRESENTACIÓN

El jueves 7 de marzo y a las 20 horas se presenta en la sede central de CajaCanarias, en la capital tinerfeña El hombre que ama a Gene Tierney, accésit de edición del premio de novela Benito Pérez Armas 2011. En el acto intervendrá además de su autor, Daniel María, la escritora María Teresa de Vega y Dave Santos.

Palabra de Jebediah Leland (y 3)

Miércoles, Febrero 27th, 2013

* TEA Tenerife Espacio de las Artes acoge desde este viernes, 1 de marzo, y hasta el domingo en dos pases, 19 y 21.30 horas, el estreno en Canarias del primer largometraje del cineasta tinerfeño Miguel Ángel Toledo, La senda.

El filme, escrito por el director junto a Juan Carlos Fresnadillo, está protagonizado por Irene Visedo y Gustavo Salmerón y se trata de una cinta de carácter fantástico en la que encuentro huellas de El carnaval de las almas, un clásico del cine de serie B cuya memoria, lamentablemente, solo conservamos algunos.

En este su blog ya le dedicamos un comentario a La senda, pero ésta es una buena oportunidad para verla en pantalla grande así como una invitación para adentrarnos en el peculiar universo de Toledo, quien arma un largometraje fantástico muy apegado a la realidad.

Eduardo BercedoEdui para los que forman el clan, actúa en directo el viernes, 1 de marzo, en el Malavida. Ideas y copas, local situado en la santacrucera calle Clavel, 3.

En este concierto, el fundador de grupo ya legendarios del rock canario como Venus en surf y Nuclear Baby, repasará viejas y nuevas canciones en las que Bercedo se nos muestra no ya como un músico potente sino como el inmenso letrista que lleva dentro.

La audición, como colofón al estreno de La senda, no es un mal plan cultural para este fin de semana.

* El jueves, 7 de marzo, a las 19:30 horas, tendrá lugar en Ámbito Cultural de El Corte Inglés de Las Palmas de Gran Canaria la presentación de La estrategia del pequinés, del escritor Alexis Ravelo, título que comentamos recientemente en este mismo su blog.

La presentación de la capital grancanaria se ha planteado como un acto abierto a la participación, y acompañará a Ravelo el editor Gregori Dolz Kerrigan, quien desvelará algunas de las claves de escritura de esta nueva novela, que supone un giro de noventa grados en la producción del narrador, así como el inicio de su colaboración con la editorial Alrevés, que reúne en su catálogo a autores como Carlos Quílez, Víctor del Árbol, Andreu Martín, Susana Hernández o Luis Gutiérrez Maluenda.

Alexis Ravelo presentará en mayo La sonrisa del pequinés en Tenerife.

¡Aquí lo esperamos!

Saludos, malas noticias: fallece la actriz María Asquerino y el filósofo y activista Stéphane Hessel, desde este lado del ordenador.

La estrategia del pequinés, de Alexis Ravelo

Martes, Febrero 26th, 2013

En este mundo solo hay dos tipos de personas: los ganadores y los perdedores. Y tú y yo no somos ganadores. La gente como tú y como yo pierde siempre.”

(La estrategia del pequinés, Alexis Ravelo, Alrevés)

Alexis Ravelo ha escrito la novela que esperaba de Alexis Ravelo.

La estrategia del pekinés lo consagra así, y a mi juicio, como uno de los grandes narradores del género negrocriminal no solo en Canarias sino de la geografía nacional.

En este libro, trufado de perdedores y violencia feroz, el creador de Eladio Monroy da un paso más allá y sin la sombra de Monroy, cuenta una historia protagonizada por personajes que proceden del arrollo, buscavidas a los que casi todo les ha ido mal. Hombres y mujeres que forman parte del otro lado de la delgada línea roja.

El escritor grancanario nos pone sobre aviso nada más abrir el libro al reproducir una cita de esa obra hoy ya canónica del género como es El asesino dentro de mi, de Jim Thompson: “Una mala hierba es una planta que no está en su lugar. Si encuentro una amapola en un campo de trigo, es una mala hierba. Si la encuentro en mi jardín, es una flor… Está usted en mi jardín.”

Descubro leyendo La estrategia del pequinés a un escritor con una asombrosa capacidad para el desdoblamiento y un sentido del tempo narrativo que hace prácticamente imposible que el lector –ese ha sido mi caso– pueda dejar la novela a un lado y descansar de su nerviosa pero sobre todas las cosas creíble lectura.

La historia, como todas las grandes historias, crece con sus personajes hasta llegar a un final que no sé sí por dramático pero sí teñido de amarga redención me hace pensar que Ravelo además de escritor es un tipo con un curioso sentido lírico de la vida. Y de la justicia.

La primera parte es el relato de un atraco. Y mientras conozco el cómo se prepara la operación y el cómo se presentan a los protagonistas de lo que tiene que resultar un golpe perfecto porque va a ser ejecutado por profesionales, esas páginas saben a La jungla de asfalto, el clásico de W.R. Burnett llevado al cine por John  Huston solo que en La estrategia del pequinés el objetivo es el dinero que guarda en su casa un testaferro de la droga que trabaja en la capital Gran Canaria.

Es inevitable que piense en Burnett porque Las estrategia del pequinés contiene en sus capítulos finales algo de El último refugio, esa poética de la desesperación, de arañar lo inalcanzable que desconcierta y me hace ver otro ángulo de la producción narrativa de Alexis Ravelo.

Un escritor con aliento a clásico del género con todas sus putas letras.

Escrita con rabiosa precisión, precisión que se permite un lenguaje salpimentado de localismos canarios que dan mayor autenticidad a lo escrito porque esas palabras y expresiones no están forzadas sino que le salen de dentro, La estrategia del pequinés da un giro de noventa grados en lo que podríamos denominar como su segundo segmento en el que quizá intuyo al Jim Thompson de La Huida, solo que sus perdedores se encuentran en un territorio –la isla– rodeado de agua. Cárcel de la que parece imposible que puedan escapar pese a llevar encima el suficiente dinero para garantizar su retiro al paraíso.

En contra de las novelas de Monroy, la capital grancanaria ya no es un protagonista más del relato sino un paisaje que marca a sus protagonistas. La estrategia del pequinés podría desarrollarse así en otra ciudad porque en este título lo que importa son los personajes. Hombres y mujeres a los que dota de consistencia Alexis Ravelo.

Una curva les descubrió el perfil de la ciudad, que ya había comenzado a iluminarse, los barcos mercantes como ogros de metal oxidado dormitando frente a la bahía, el mar grisáceo que se encrespaba levemente aquí y allá. La luna, enorme y amarilla, se dejó acuchillar por una nube y volvió a aparecer.”

Resulta difícil escribir las sensaciones que me ha provocado este libro sin revelar algún detalle que pudiera traicionar el rumbo a través del cual se dirige una novela plagada de giros repentinos. Giros que son otras de las claves que hace tan atractivo este título en el que se revela además un escritor bronco y encanallado. Al que no le tiembla el pulso cuando describe momentos de extremada violencia así como no se  pone cursi cuando narra la crepuscular historia de amor y redención que palpita dentro de ella.

Solo puedo asegurarles, como lector leído del género, que La estrategia del pequinés no frustrará a nadie. Ni a los iniciados en la literatura negrocriminal ni a los que lleguen a ella a través de una novela que –apenas recorrido este 2013 que tanto promete en lecturas– a mi ha robado horas de sueño.

Tanto, que aún estoy noqueado porque aquí hay literatura de la buena además de buena literatura negrocriminal.

Se aprecia que La estrategia del pequinés es un vehículo perfectamente armado con ritmo deliciosamente cinematográfico.

Sus protagonistas se caracterizan por sus dobleces. Los villanos, que los hay y dan mucho miedo, resultan creíbles. Y los buenos, náufragos que descubren demasiado tarde que se han metido en una aventura que los supera.

Serán estos, sin embargo, los que se crezcan ante la adversidad, los que recurran a esa estrategia del pequinés que da título, nombre a esta historia.

Le vio el rostro, lleno de ese tipo de maldad que solo un par de décadas de ignorancia pueden llegar a producir. También le vio el tatuaje recorriéndole el cuello, la camisa embarrada de tierra y sangre, el chándal hecho jirones entre los cuales atisbó la fractura abierta en la tibia. Con mezquindad, le escupió mentalmente: “Menos mal que estás muerto, porque esto te hubiera dolido de cojones.”

Una historia sólida y convincente por sus retratos humanos en las que hombres que dejaron de delinquir hace años vuelven a lo que supuestamente saben hacer mejor por necesidad no necedad.

Ahí está El Rubio, un tipo grandote que necesita dinero para pagar la operación de su mujer; o Tito El Palmera, que hizo la mili en Regulares y hoy además de parado está separado de su mujer, y Cora, sobre todo Cora. Una prostituta con el corazón roto que ha adoptado ese nombre de guerra, Cora, por el personaje femenino de El cartero siempre llama dos veces.

Tras ellos se mueve una galería de excelentes secundarios como Junior, distribuidor local de cocaína; Larry, un abogado pijo que se encarga de recolocar el dinero negro que pertenece a una organización peninsular que lleva con mano de hierro el Turco junto a su segundo, apodado El Gordo y que quizá sea uno de los personajes más sobresalientes de esta, reitero, excelente novela que va más allá de un robo que no tuvo que haber salido así.

Detrás de este microcosmos se encuentra Alexis Ravelo, quien como un titiritero juega con ellos mientras el lector avisado, el que está quemado de haber leído tantas historias negrocriminales que no terminan de cuajar, se pregunta qué próximo golpe de efecto dará el escritor para continuar sorprendiéndolo tan gratamente con su La estrategia del pequinés.

Concluye así la novela con uno de esos finales que se te clavan.

La historia, como todas las buenas historias, se cierra con sabor agridulce.

Saludos, aún noqueado, desde este lado del ordenador.

George Harrison, en su 70 aniversario

Lunes, Febrero 25th, 2013

Si hay un miembro de The Beatles por el que siento algo especial ese es George Harrison. Las razones no son estrictamente musicales, ni siquiera que pareciera el más serio y estirado del grupo. No, que va, mis razones son más de cercanía. Un día, hace ya mucho tiempo y por casualidad, descubrí que Harrison había nacido el mismo día, no en la misma fecha que quien ahora les escribe. Este lunes, de hecho, hubiera cumplido setenta años si el cáncer que acabó con su vida no lo hubiera hecho. Pero así es el puto cáncer. La misma palabra lo dice.

No voy a cortar y pegar los registros biográficos que sobre este guitarrista y compositor inunda el paisaje de la red, pero sí la de intentar explicar la simpatía y la nada objetiva manía que asumo cuando me digo que entiendo bastante de las cosas por las que pasó a lo largo de su vida  porque, pienso, esto de nacer el mismo nos aproxima.

Partiendo que es una soberana tontería esta ingenua reflexión ya que al menos conozco a tres personas, una de ellas una mujer, que nacieron también un 25 de febrero y la verdad sea dicha no nos parecemos en nada salvo en ir por la vida como seres humanos, debo de reconocer que me llevé una agradable sorpresa cuando descubrí que George Harrison y Anthony Burgess, que fue un excelente escritor además de La naranja mecánica, habían nacido un 25 de febrero que pare ellos como para mi fue la fecha de inicio, el primer pistoletazo de salida en esta carrera de obstáculos en la que convertimos la vida.

Antes de descubrir que Harrison había venido al mundo el mismo día que quien ahora les escribe, a mi quien me gustaba de The Beatles era Ringo Starr, que asumió nada más entrar en el grupo la función de payaso, del gracioso que tocaba además ese instrumento musical que todo aquel que no tiene oído para la música cree que puede tocar bien: la batería.

Yo solía cantar, bueno, repetir una y otra vez Yellow Submarine que es la canción más popular de las pocas que interpretó como cantante Starr estando con The Beatles. Otro título por el siento cariño y que me encanta recitar inventándome la letra en ese inglés de garrafón que me caracteriza es The Octupus Garden. Curiosamente, el resto de las canciones que mayoritariamente firmaron John Lennon y Paul McCartney apenas las silbo o hago que interpreto porque las asocio a periodos muy importantes de mi adolescencia. Esa fase de la vida en la que te vas forjando y en la que resulta muy importante los temas musicales que desde ese entonces formarán parte de lo que los cursis llaman como la banda sonora de tu vida.

Con o sin banda sonora, durante un tiempo no me cansé de escuchar sus discos en solitario y los vinilos que integraban el concierto de Bangladesh que Harrison organizó para apoyar  al que probablemente continúe siendo uno de los países más pobres del planeta.

A Harrison siempre le fue el rollo espiritual hindú. Por lo que buscó un maestro que serenara sus contradicciones internas para encontrarse a sí mismo. No sé si se encontró a sí mismo Ni siquiera si mereció la pena que se encontrara a sí mismo si lo hizo. Lo que de verdad importa de este compositor más allá de The Beatles es que nos regaló un puñado de canciones que, carajo, sí que forman parte de la banda sonora de mi vida.

Ahí está Taxman, Something y Here Comes the Sun, entre otras.

La vida de Harrison resultó la menos visible de los cuatro integrantes de The Beatles una vez que el grupo se disolvió como un terrón de azúcar en un café con leche.

John Lennon escribía y cantaba canciones mientras hacía campaña por la paz siendo espiado junto a su mujer, Yoko Ono, por el mismísimo FBI; Paul McCartney continuó componiendo excelentes canciones y ganando mucho dinero y Ringo Starr probó suerte en el cine donde se encontró con Barbara Bach en una comedia cafre que, en mis tiempos mozos, gozó de bastante éxito como es la tontorrona Cavernícola.

Pero, ¿dónde estaba George Harrison?

En todos esos años, su amigo Eric Clapton le birló a la novia y él tuvo tiempo para meter sus dólares en producir películas. Una de ellas, El hombre elefante, contribuyó a cimentar la fama de cineasta de lo extraño del hoy cada día más extraviado David Lynch.

Tras la muerte de Lennon por un hijodeputa que lo tiroteó a las puertas de su casa tras pedirle un autógrafo, The Beatles dejaron de ser leyenda para convertirse en algo así como una religión.

Una religión que contaba además con un hombre que nos ayudó a imaginar un mundo mejor y que fue sacrificado cuando a un hijodeputa se le cruzaron los cables porque confesó nada más ser detenido: solo quería ser un guardián entre el centeno.

Fui de los muchos que hizo vigilia aquel 8 de diciembre de 1980 en la plaza de España de la capitá en la que vivo en señal de respeto por el que muchos aseguran fue el mejor de The Beatles.

Evito entrar en ese debate primero porque no soy un beatlemaníaco autorizado y segundo porque a mi los cuatro me gustan juntos y por separados.

George Harrison hubiese cumplido hoy setenta años.

El mayor tributo que puedo hacerle es escuchar sus discos.

También el de intentar ver George Harrison: Living in the Material World, el documental de Martin Scorsese.

Después no hay más, sino esa extraña sensación que todavía me asalta cuando pienso que tal día como hoy pero hace setenta años nació un tipo llamado George Harrison.

Saludos, Something, desde este lado del ordenador.

Palabra de Ezequiel: Los caminadelado

Domingo, Febrero 24th, 2013

El término lo sugirió El Farola, un parado, un pibe ya no tan pibe de mi barrio: “Estos políticos caminan de lado, parece que van enfilados a lo que prometen pero siempre se tuercen para defender lo suyo, no lo nuestro.”  A diestra y siniestra los caminadelado andan tiesos y con paso firme, sin dilación en pos de una fugaz eternidad otorgada por los poderosos. Son hombres y mujeres de corazón pequeño, hipócritas que aborrecen la sinceridad. Ignoran altaneros el odio de los desposeídos y sonríen lacayunos ante la envidia lastimera de las clases medias. Algunos pertenecen a la estirpe de los “cobardes felices” y otros han regresado al hogar burgués después de haber coqueteado con el pueblo y aprendido su discurso. Su meta es alcanzar el grado de sub-bufones, en expresión de Albert Cohen.

Para afrontar las contiendas electorales, los caminadelado se gastan miles de millones de pesetas que no tienen. Hablan muchísimo de ética porque es lo que les falta para mitigar su decadencia, firmemente sustentada en un terraplén de indignidad y mediocridad. No obstante, poseen una elevada idea de sí mismos. Los caminadelado son vanidosos y aduladores, solemnes y serviles, oportunistas y rutinarios, pero inteligentes. Graham Greene lo dejó escrito en El factor humano: “Nuestros enemigos no son los ignorantes ni los simples, por crueles que éstos sean; nuestros enemigos son los inteligentes y corruptos.” Un desbocado compromiso con el dinero y la celebridad convierte a los caminadelado y sus voceros en falsos profetas, a la manera de los “prestamistas que ven el futuro y quieren comprarlo por menos de lo que vale.”

Por lo demás, Farola, vamos a dejarnos de literatura. En ese gesto irrelevante solo hay ganas de sobrevivir: yo no les voto a esos individuos.

(8-5-93)

La fotografía es de JM Rodríguez.

El artículo está recogido del volumen Los caminadelado, editorial Benchomo, 1995).

Ezequiel Pérez Plasencia, 7 de abril de 1957, Santa Cruz de Tenerife-24 de febrero de 2011, Cartagena.

Saludos, amigo, desde este lado del ordenador.

Blue Christmas, una novela de José Luis Correa

Sábado, Febrero 23rd, 2013

Aquel día me harté de ver documentales de bichos y de escuchar las mismas noticias una y otra vez en el canal internacional. Al final, en un duermevela estrambótico producto de la fiebre que aún no me había abandonado, los ministros mostraban una sonrisa repugnante y las hienas explicaban ante los micrófonos las medidas para paliar la crisis. Antes de volverme chiflado, apagué el televisor y regresé a El conde de Montecristo. Pero me sentía tan exhausto que ni Edmundo Dantés consiguió mantenerme consciente.”

(Blue Christmas, José Luis Correa, Alba Editorial).

No sé si José Luis Correa está cansado de su personaje Ricardo Blanco, detective privado que se mueve como pez en el agua por las calles de la capital grancanaria, pero sería una jugarreta del destino que pasara a la historia solo por los seis libros que hasta ahora ha dedicado a Blanco.

De hecho, y tras leer su última entrega, Blue Christmas, creo que a Correa más que el nudo negrocriminal lo que le preocupa es el ambiente en el que se desenvuelven sus personajes, todos ellos ya definidos. Con señas de identidad que resultan creíbles porque caminan por un espacio urbano igual de creíble.

En este aspecto, José Luis Correa más que un escritor de género es un escritor que aprovecha el género para cultivar su literatura. Una literatura en la que se revela un escritor al que le interesan los tipos humanos y los ambientes en los que se desenvuelven esos tipos humanos.

Entiendo así Blue Christmas más que como una novela policíaca al uso, como una novela en la que lo policiaco es solo una excusa para contar cómo vive un grupo de personajes. Algunos de ellos al borde del abismo, la mayoría de ellos perdedores a los que les ha tocado jugar la partida en un mundo que, por efectos de la crisis, se está desmoronando también.

La sexta novela de Ricardo Blanco resulta así una novela amarga y crepuscular. Comenzando por su personaje protagonista, detective privado hundido en su propia miseria y a quien saca del pozo, o de la seguridad de su piso, el policía Gervasio Álvarez.

El mensaje es claro, deja de llorar la muerte de tu abuelo, Colacho, y regresa al redil.

Y Blanco vuelve. Pero su retorno pese a su ironía no deja de resultar triste. Parece casi como si el personaje se haya visto obligado a madurar. Ser huérfano a edades tan tardías, y Ricardo Blanco supera ya los cincuenta años, tiene estas cosas.

Más que como novela policíaca, lo mejor de Blue Christmas es su retrato costumbrita no solo de una gran ciudad portuaria de provincias sino, reitero, la fauna humana que el escritor despliega en esta novela.

Los fracasados, viene a decir Correa, son fracasados porque han sido incapaces de vencer a sus propios demonios, fantasmas, familiares.

Y esta es, precisamente, una novela poblada de espectros, muertos que pesan como piedras en las alforjas de la memoria de los vivos.

Ricardo Blanco no parece el mismo. Su tristeza lo devora. Lo desarma también cuando descubre que no conocía tan bien a su abuelo como pensaba.

Los tres hijos de la víctima que desencadena la acción pausada, serena de la historia son algo así como otros espíritus errantes, cada uno de los cuales guarda dentro de sí el peso de su condena que alimenta los recuerdos de una infancia digamos, para no revelar más de lo necesario, desordenada.

De fondo, la capital grancanaria se engalana en unas fiestas como las navidades que el policía Gervasio Álvarez odia porque “le mortificaba tanta hipocresía, tanto disfraz de buenas intenciones sobre una miserable realidad, tantos buenos deseos con la boca chica. Odiaba la Navidad. Solo había una razón para digerirla: la visita de los nietillos, su cara de ilusión el día de Reyes, su ingenua fe en el cuento de hadas de los tres hombres sabios. Odiaba la Navidad. Y ésa, en concreto, iba a acabar odiándola más que ninguna.”

Tiene, ya he dicho Blue Christmas un tono amargo y crepuscular, de fin de ciclo. Casi como si José Luis Correa estuviera anunciándonos por señas la metamorfosis de uno de los personajes más insólitos y entrañables de la novela negra escrita en Canarias. Un paladín que como el Eladio Monroy del también escritor grancanario Alexis Ravelo reparte justicia en una ciudad que, como describe Correa, a veces luce un cielo azul de invierno “salpicado aquí y allá de nubes, igual que el techo de mi cuarto con sus mordeduras de humedad.”

Y continúa: “La playa estaba llena de gente. Gente solitaria, parejas, grupos. Gente discordante en color, en edad, en vestimenta (los extranjeros paseaban en pantalón corto y en camiseta; los isleños iban abrigados hasta el cuello). El termómetro de la avenida marcaba veinte grados. Para unos era puro verano; para otros hacia un frío infernal.”

José Luis Correa es pues un escritor que se suelta la melena cuando quiere ser costumbrista. Y un escritor que se apaga lánguidamente cuando penetra en las complejas aguas de la trama negrocriminal. Trama que maneja, y que confunde con nuevos nudos y probables desenlaces, pero que a mí como lector es lo que menos me interesa de su relato.

Y todo ello narrado bajo la sombra del humor irónico que caracteriza la primera persona de Blanco. Personaje a través de cuyos ojos vivimos esta aventura. Un hombre que se presenta, podemos leer en las páginas del libro como: “Mi nombre es Ricardo Blanco. Soy detective privado. Como ve, nada más lejos de los detectives del cine: no llevo gabardina ni sombrero; no voy armado ni escupo tabaco ni soy un tipo duro. Investigo la muerte de su madre. Sí, lo sé. Suena extraño. Debería haber un cliente y ni usted ni sus hermanos me han empleado. Es una historia muy larga  y aburrida. El caso es que aquí estoy y me gustaría hablarle.”

Probablemente no sea Blue Christmas la mejor novela de la serie. Probablemente se pueda apreciar cierta premura por entregar el original a la editorial, pero sí que me sabe pese a todos sus temblores a un título maduro, digamos que más seguro de sí mismo. También, que se trata de la novela más necesitada de cobijar a su protagonista con una galería de personajes secundarios, mucho de los cuales –sobre todo los femeninos– le muestran eso que puede ser el sello indeleble de la amistad.

Le falta a Blanco sin embargo el báculo de su abuelo, Colacho. Personaje cuyo fantasma planea por el 90 por ciento de esta historia que por mucho que te resistas, por mucho que la simultanees con otras lecturas, termina por gustarte. Atrapa. Y no ya solo por el enigma que hay que resolver, que al fin y al cabo es secundario en mi lectura, un McGuffin con el que justificar una historia sobre un detective privado con más influencia de Pepe Carvalho que del caballero sin espada que encarna el chandleariano Philip Marlowe.

En este sentido, reitero que lo que me llama la atención de Blue Christmas es su paisaje más que su historia. La capacidad que tiene Correa para pintar como un impresionista el colorido de las distintas geografías que articulan su ciudad: “El Parque de Santa Catalina bullía como un zoco marroquí. Tenía el mismo color y, si me apuraban, el mismo olor también. Porque, exceptuando a los viejos jugadores de zanga y dominó que se apiñaban en las mesas cuadradas de mármol gris, el resto del paisaje aparecía pincelado de africanos.”

No sé si Correa es consciente del retrato urbano que ofrece de la capital grancanaria. Una ciudad en continuo proceso de transformación que pierde su vieja identidad –¿de ahí la desaparición de Colacho?– en favor de un rostro todavía desdibujado por su complejo cosmopolitismo. Cosmopolitismo en el que se mueven fuerzas que ahora forman parte inevitable de lo que es su reverso tenebroso.

Descubro además en Blue Christmas a un escritor que está por encima del género negro. O mejor, que utiliza el género negrocriminal para escribir la novela social que le pide el cuerpo y de la que ya nos dejó constancia en Murmullo de hojarasca. Título que no tiene nada que ver con la serie Ricardo Blanco y volumen editado en la colección G21: Narrativa Canaria Actual.

Así que da la sensación, en este sentido, que José Luis Correa procura acomodar las claves policíacas a su literatura. Que las tragedias, las traiciones, los crímenes son solo senderos por los que transitar para dibujar ambientes y relaciones intimistas siempre en torno a una mesa.

No es una novela violenta. Tampoco cruda. La entiendo más bien como una metáfora cruel de unos tiempos pasados que se fusionan con un presente que olvida cualquier seña de identidad, de arraigo con un pasado que se disuelve ante el nuevo paisaje y paisanaje de la ciudad.

Le falta, eso sí, crítica mordaz.

La novela me sabe a solo un intento por retratar la redención de su peculiar detective privado. Un detective privado que trabaja a las órdenes del sistema. Sistema que encarna ese policía que responde al nombre de Gervasio Hernández y que, como comenta Blanco, casi ha terminado por ser algo así como su padre.

No es pues Ricardo Blanco un outsider. En todo caso, sí que resulta un observador que siente que está en el lugar equivocado.

Al fondo, el paisaje de una ciudad de provincias en continúa y feroz transformación. Y quizá por ello tan necesitada de aquelarres. 

Saludos, flores muertas, desde este lado del ordenador.