Es probable que las novelas de Erich Maria Remarque parezcan a los que leen con el dedo meñique levantado un escritor de segunda división, lo que me hace concluir que si piensan que todos los escritores tipo Remarque son de segunda división no saben lo que se pierden como lectores. Descubrí la obra clave de Remarque en una feria del libro que se organizó en el Instituto donde estudiaba. Serían los años 80, y de repente sentí que algo me llamaba. Soy de los que piensa que hay libros que te llaman, así como que hay otros que no. En este caso, Sin novedad en el frente me llamó desde un apartado rincón de la mesa donde estaba expuesto con otras novelas y lo adquirí. Y ese día, cuando llegué a mi casa con el ejemplar en el bolsillo y me tumbé en la cama para meterme en la historia algo cambió dentro de mi cabeza y es probable que también dentro de mi corazón. De hecho, aún conservo la novela, un feroz alegato pacifista en cuya primera página escribí: “Dios, qué novela”. Hay varias versiones cinematográfica de Sin novedad en el frente, pero la mejor sigue siendo la que dirigió Lewis Milestone a principio de los años 30. Remarque ha sido un escritor que ha tenido relativa suerte con sus adaptaciones al cine. Tiempo de amar, tiempo de morir, de Douglas Sirk, me sigue pareciendo una de las mejores películas del maestro del melodrama; Arco del Triunfo, también de Milestone; o Náufragos, de Hitchcock, entre otras. En su producción literaria cuento con títulos como El regreso, que vendieron como la continuación de Sin novedad en el frente porque cuenta la vuelta a casa de un grupo de soldados alemanes una vez finalizada la I Guerra Mundial y su readaptación a la vida civil, lo que da pie para que Remarque describa cómo se incubó el huevo de la serpiente dentro del seno de la sociedad alemana; Tres camaradas, que también fue llevada al cine y es el único título, al parecer, donde aparece acreditado como guionita Francis Scott Fitgerald; Tiempo de amar, tiempo de morir que, probablmente, sea una de las historias de amor en tiempos de guerra más hermosas de todos los tiempos; Arco de Triunfo, donde el escritor obliga al lector a meterse en la piel de un hombre que busca documentos para iniciar una nueva vida fuera de la Europa triturada por los nazis y El Obelisco negro, todos títulos que conservo como oro en paño en las para mí las míticas ediciones Reno. Enemigo declarado del nazismo, sus libros fueron quemados en su país cuando éste entró en una orgía de sangre y locura. Me pregunto cómo debió de sentirse el escritor cuando su obra se consumía pasto de las llamas. Afortunadamente, los nazis no lograron acabar con sus libros, y su obra (que gozó de bastante predicamento en nuestro país en los años 60) sigue viva, esperando pacientemente a llamar la atención de un lector que, como fue mi en caso, siempre le estará agradecido por haberle permitido entrar en su universo. Un universo donde pese al horror, siempre hay un destello de esperanza. Un rayo de luz que nos hace recordar que también somos seres humanos. En defitiniva, un escritor necesario para los tiempos que se avecinan. Saludos a este lado del ordenador.