
Germán Roda nació en Granada en 1975 pero su vida y sus quehaceres profesionales los desarrolló en Zaragoza, por lo que se siente aragonés por los cuatro costados. Se le nota, dice, por ser tan cabezón y meterse de lleno en los proyectos en los que se involucra. Su último trabajo cinematográfico se trata de un documental, Borau y el cine, que el viernes pasado se estrenó en cines y en el que explora la profunda relación que a lo largo de su vida mantuvo el director de Furtivos con el séptimo arte.
Y cine, y del bueno, es el que se aprecia en Borau y el cine, una película en la que Germán Roda despliega un emocionado y más que merecido homenaje a un hombre del que no se conoce vida privada sino su relación con las películas, vinieran de donde vinieran. Así lo atestiguan Manuel Gutiérrez Aragón, Iciar Bollaín y Fernando Méndez-Leite, entre otros, en este documental que recupera para la olvidadiza memoria del cine español el trabajo de uno de sus más estimables cineastas: José Luis Borau, una de las grandes B del cine español (las otras son Buñuel, aragonés como Borau y Roda; Berlanga y Bardem).
- ¿Cómo nace Borau y el cine?
“Nace del hecho de que no existiera ninguna película documental de larga duración sobre Borau y la necesidad de hacer una reflexión de su cine porque los cineastas de mi generación le deben mucho. A mi me influenció aunque en mi caso se une también una experiencia personal y es que siendo muy pequeño vi Furtivos y esa película me marcó profundamente”.
- Tuvo claro entonces cómo iba a concebir el documental?
“Desde el principio tuve claro una historia y a final la llevé a cabo. Lo que tiene diferente Borau de otros cineastas es que participó en todos los oficios del cine, no recuerdo ahora ninguna figura que haya pasado y con maestría por todos los oficios de cine pero Borau sí, incluso fue actor, por eso llamo el documental Borau y el cine, porque va sobre él y su relación con el cine, que empezó en los años 60 hasta su muerte. En el documental, aparecen película de otros cineastas, como Fernando Fernán Gómez, Luis García Berlanga, Juan Antonio Bardem, Luis Buñuel, Víctor Erice, obras de grandes cineastas que, a mi juicio, cambiaron el cine español de esa época”.
- ¿Hay ideas que se repiten a lo largo de la carrera como cineasta de Germán Roda?
“La mayoría de mis documentales tienen que ver con mi relación con Aragón, donde cuesta sacar a la luz esas grandes figuras de la cultura, sobre todo si están unidas al cine. Borau no es un cineasta amable, que se entienda. He visto todas sus películas y leído lo que se ha escrito sobre su cine. Un cine que tienen muchas capas y que resulta complicado acceder a su universo. Por eso me tomé el proyecto como un reto personal porque no es un cineasta nada fácil”.
- En esta preocupación por reivindicar a cineastas como Borau y con los éxitos que está cosechando el cine español en los últimos años, ¿piensa que el público que va a las salas ha superado ya la etapa de las españoladas?
“Creo que sí y si no debería de ser así. Tienen que pasar generaciones para ver a los que ya no están con distancia y Borau es un cineasta relativamente joven porque murió en 2012. Me encantaría ver hoy otros documentales sobre Carlos Saura, y no esperar 40 años de su muerte para que se haga esa película porque, se mire como se mire, tenemos que mirar atrás, conocer cómo lo hizo toda esa gente que cambió el cine de nuestro país”.
- En el documental se destaca que Zaragoza es una ciudad muy cinéfila.
“Siempre se ha dicho de Zaragoza pero no sé por qué. Mucha gente dice que es por el territorio: árido. Y por la forma de ser, se habla de nuestra cabezonería y cabezonería es lo que se necesita para hacer cine. Tienes que ser cabezón y muy constante. Otra de las características que tenemos los aragoneses es la de arriesgar. En mi caso arriesgar para sacar adelante las producciones”.
- Tras rodar el documental, ¿qué opinión tiene ahora de José Luis Borau?
“Ha tenido muchos altibajos. En los personal me di cuenta que es como el protagonista de La vida es bella, un personaje en el que encuentras muchas alegrías y tristezas aunque creo que Borau encontró el sentido de su vida en el cine y, al no tener un plan B, las alegrías fueron grandes pero las caídas igual de profundas. Para Borau lo primero era el cine y el resto le resultaba secundario. No tuvo pareja ni familia. Tuvo amigos, sí, pero su vida fue cine, cine y cine. Viendo sus películas y releyendo libros y artículos escritos sobre él me di cuenta que al ser una persona tan inteligente quiso ponerlo todo en sus historias por esos sus películas tienen tantas capas y por eso cuando las ves otra vez descubres otras capas. Para ver el cine de Borau hace falta poner mucho de ti mismo”.
- ¿Qué películas escogería de su filmografía?
“Furtivos y El ángel exterminador de Luis Buñuel fueron películas que vi sin saber lo que estaba viendo y no pude quitar mi vista de la televisión. Y no era por la narrativa sino por unas imágenes en la que los protagonistas se comportaban de manera tan diferente. Y quedé atrapado. Entre mis películas favoritas de Borau están Furtivos y Río abajo, en la que aborda la frontera, que es un tema que me interesa mucho como lo trata en esta película. Una película en la que no quedan bien los norteamericanos y que casi no termina por problemas económicos pero cuando la ves no te imaginas el calvario que atravesó para rodarla”.
- ¿Y Leo?
“Leo me parece un cierre perfecto para su carera como cineasta. Borau le daba mucha importancia poner en su lugar a la sociedad y eso es lo que hace en Leo, la vida en el extrarradio, la inmigración. Furtivos, Río abajo y Leo son las tres películas que más me han influenciado de Borau”.
- Y al margen del cineasta, ¿cómo valoraría la gestión de Borau entre 1994 y 1998 al frente de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España (AACCE)?
“José Luis Borau estuvo en muchas academias y en muchas de ellas ocupó cargos en sus juntas directivas. Formó parte de la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE); de la Real Academia Española; de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando… Su trabajo como presidente de la Academia de Cine es elogiado por la mayoría. Basta recordar que bajo su mandato se invitó a la gente joven a ingresar en la Academia y se preocupó por buscarle un espacio físico, lo que creó unión entre los profesionales del cine español. Borau fue una persona que conocía a todo el mundo, por lo que abrió puertas al mismo tiempo que asumía el perfil perfecto de presidente de esta institución. Algo parecido a lo que está haciendo Fernando Méndez-Leite, que fue por cierto gran amigo de Borau”.
- ¿Por qué se ha especializado en el cine documental?
“Mi primera película, El encamado, es de ficción aunque fue rodada como un falso documental. El documental siempre ha estado en mi y de alguna manera me pasó un poco como a Borau porque no quería esperar cinco o seis años a que un productor respaldase uno de mis proyectos porque lo que yo quería era rodar y no podía esperar tanto tiempo a que me financiasen la película. El documental es una manera de contar historias. He realizado cortometrajes de ficción y soy montador de películas de otros directores pero encontré en el documental el sentido de mis obras artísticas. Es decir, que me siento muy realizado practicando este género, y muy libre también porque son producciones que controlo desde mi propia productora, lo que me da la oportunidad de contar las historias que quiero contar. No sigo las modas”.
- ¿Y qué historias son las que le gusta contar?
“Todas aquellas que están centradas en la cultura, que es donde creo que puedo contarlas mejor”.
- ¿De dónde le vienen las ideas?
“En un 75 por ciento las busco yo pero en un 25 me llegan. Pero sobre todo soy yo el que busca la historia. Lo que más me gusta, como ya te dije, es montar documentales sobre cultura, en especial los que están vinculados a la música”.
- Tengo la impresión que no es un género fácil de vender.
“Es complicado de explicar porque con las plataformas da la sensación que el panorama es bueno pero sin embargo es todo lo contrario, ya que cuentan con muchos documentales, sí, pero que esos documentales sean españoles hay uno o dos al año porque el resto no se compran. No se compran documentales españoles y eso que como género se extiende cada vez más en el cine español, pero siguen siendo muy complicados de vender”.
- Usted nace en Granada pero ha pasado la mayor parte de su vida en Zaragoza, una ciudad con una fortísima vinculación al cine. ¿Cómo se convierte en cineasta un chiquillo de provincias?
“Me pasó un poco como a Borau, aunque en mi caso comencé a través de la música, con la que sentía que me pasaba algo, una emoción que no sentía con otras cosas. Estudié Ciencias de la Comunicación y más tarde realización, y fue ahí donde me di cuenta que si quería levantar mi primera película de ficción tenía que esperar como mínimo unos seis años para rodarla cuando mi necesidad era la de contar historias y hacerlas inmediatamente. Creo que si me hubiera quedado en Granada me hubiera pasado lo mismo”.
- En la actualidad vive en Zaragoza.
“Vivo entre Zaragoza y Madrid. La productora la llevamos mi hermana y yo”.

- Parece que son buenos tiempos para el cine aragonés. De hecho, arrasaron en la última edición de los premios Goya.
“Está pasando un poco lo mismo con la televisión autonómica, que es de las que, a pesar que tiene menos presupuesto, es de las más vistas de España. El triunfo del cine aragonés en los Goya, recibió 24 nominaciones este año, se debe a la cabezonería que antes te contaba. Y al talento, por supuesto. Algo parecido pasa con la música”.
- ¿Le gustaría llevar al cine la vida de otros cineastas españoles?
“Son muchos aunque el que más me gustaría, y si me metí en esto del cine fue por él, es rodar uno sobre Luis Buñuel, pero claro, se han hecho tantos documentales y como es un personaje al que respeto tanto –a mi me parece el mejor director de la historia– ese respeto me paraliza. Es un reto muy grande, pero es un reto que tengo que hacer. No sé cuándo ni cómo pero no puedo morirme sin hacer un documental sobre Luis Buñuel. Un documental que tendría que ser algo muy diferente a lo antes visto y creo que lo haré. Lo mismo me ocurrió con Lorca, de quien rodé hace dos años un documental junto a Carmelo Gómez titulado De Lorca a Lorca, que fue algo que tenía en mente desde hacía mucho tiempo hasta que pude hacerlo. Tanto, que fluyó de manera natural”.
- En sus películas ¿Aragón tiene presencia? ¿Y en el de Borau, aparece Aragón en el cine que rodó?
“En el caso de José Luis Borau puede que incluso con elementos más claros que en mi filmografía. En Tata mía, Imperio Argentina canta una jota aragonesa y cuando Borau habla de la infancia, Aragón es inseparable en su cine. Titula Tata mía porque tuvo una tata que le cuidaba cuando era muy joven y hay una cajita en Furtivos que muestra Alicia Sánchez, que era la misma cajita que tuvo Borau en su infancia. En mi caso al hacer documentales cuesta más introducir esos elementos porque no dependen tanto de la historia que quieres contar sino de los personajes que escoges, pero es en esos personajes que escojo donde se encuentra mi relación con Aragón. Pasó con Marcelino, el mejor payaso del mundo, en la que cuento la vida de este payaso nacido en Jaca, y en Juego de espías, que se desarrolla en el paso fronterizo de la Estación Internacional de Canfranc (Huesca). También he rodado un documental sobre Goya, Goya Siglo XXI, porque es un artista cuyas pinturas me han influenciado mucho y del que veo reflejadas sobre todo sus pinturas negras en Furtivos pero es una opinión muy personal”.
- ¿Y tras Borau y el cine?
“Estoy en proceso de rodar un documental sobre una banda de rock aragonesa, Sick Brains (Cerebros enfermos), que es muy poco conocida y que me sirve para contar una historia de gente con mucho talento pero que por lo que sea no acabó de triunfar y he comenzado a preparar con mi hermana una película sobre el hallazgo de una necrópolis del siglo XI aparecida en Zaragoza hace un año y medio”
ALFREDO KRAUS
Kraus, el último romántico (2024) es una película que Germán Roda recuerda con mucho cariño ya que además de invitarlo a entrar en el mundo de la ópera le hizo descubrir al tenor grancanario Alfredo Kraus, un hombre que no se parece en nada al que le habían vendido, dice. “Me había llegado, imagino que como a todo el mundo, que se trataba de una persona fría a la que no le gustaba hablar y que como cantante era muy técnico pero me puse a investigar y descubrí un personaje que era todo lo contrario”. El tenor no interpretaba cualquier obra sino que apostó por hacer las que él sabía que iban a salirle bien. “Sus sentimientos y emociones eran muy importantes, tanto, que supo transmitirlo para emocionar al público”, concluye.
Saludos, hermanos y hermanas, desde este lado del ordenador