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Mil ojos esconde la noche. 1 La ciudad sin luz, una novela de Juan Manual de Prada

Martes, Julio 2nd, 2024

“El oficio de soplón era el que más me gustaba de cuantos Urraca me requería, porque exige cinismo, crueldad, inteligencia, cierta frigidez incluso (amén de miseria moral, pero tampoco hay que ponerse escrupulosos); un oficio eminentemente intelectual y distante, no exento de dandismo que dejaba las manos limpias y que, por su impersonalidad y abstracción, encajaba mejor que ningún otro en un hombre resentido como yo”.

(Mil ojos esconde la noche. 1. La ciudad sin luz, Juan Manuel de Prada, Espasa, 2024)

No es fácil escribir una novela de más de 800 páginas y mantener el interés a lo largo de todo el relato. Más si se conoce que al final no tiene final sino un continuará que anuncia la próxima publicación de una segunda parte que reunirá también unas 800 páginas porque tal y como explica el escritor en la nota final de la primera entrega, Mil ojos esconde la noche se trata de una novela que contendrá unas 1600. Páginas que, previamente, fueron escritas a mano y en varios cuadernos. No dice cuántos gastó ni tampoco el color de las tintas de los bolígrafos que consumió durante su redacción, solo advierte a navegantes que todas esas palabras fueron pacientemente pasadas al ordenador por su padre, un hombre al que Juan Manuel de Prada debería de hacerle un monumento porque tanto trabajo parece cosa de chinos más que de españoles.

Imagino que a estas alturas el lector avisado conocerá que Mil ojos esconde la noche se puede entender como una especie de continuación de Las máscaras del héroe, ya que la protagoniza el mismo personaje, Fernando Navales, un hombre de su tiempo que si bien conoció a la bohemia de aquel Madrid de antes de la Guerra Civil, ahora hace lo mismo vistiendo el uniforme falangista en el París ocupado por los nazis, poblado por una fauna de españolitos que vienen al mundo con una mano delante y otra atrás. El objetivo de todos ellos y ahora que deambulan por una capital francesa sumida en la oscuridad es buscarse las lentejas en un país, Francia, que ha perdido el orgullo nacional tras capitular ante los temidos teutones.

Juan Manuel de Prada anuncia en la nota final que baraja dos proyectos más con Navales, uno estaría centrado durante la guerra que desgarró España de 1936 a 1939 y la otra la de envejecerlo (uno piensa que sin demasiada dignidad) para que llegue a los años 60. Con esta cronología, presumo que la ambición del escritor es la de componer un gran mosaico de la intelectualidad y el mundo del arte español de aquellos años en clave de esperpento, lo que se visibiliza en Las máscaras del héroe y ahora en Mil ojos esconde la noche, donde su protagonista, Fernando Navales, está más medido o al menos centrado en su labor de zapa por atraer a los artistas del bando republicano que andan hambrientos y sin papeles en el París ocupado por los alemanes.

Esta misión le da licencia al autor para que artistas y pensadores caídos en desgracia paseen por la novela y sean radiografiados sin piedad por Fernando Navales, un hombre más resentido que nunca.

En las páginas del novelón desfilan artistas e intelectuales “rojos”, como Pablo Picasso, al que retrata como un “pintamonas” además de caprichoso y maltratador. Un pintor que está protegido por el escultor de cabecera de Adolf Hitler (dictador que piensa que es como un “ángel con gabardina y bigote”), Arno Breker. A través de él, el führer le dio licencia al artista malagueño para que hiciera su vida de siempre, la de rodease de una corte de los milagros, entre los que se incluye al tinerfeño Óscar Domínguez, que es otro de los artistas que se encontraba en aquel París en el que ondeaba la bandera de la cruz gamada, aquejado ya por la enfermedad y en busca de su destino. Destino que encontrará primero de la mano del poeta Paul Éluard y después del escritor y periodista César González Ruano. Hay otro canario en esta novela gigantesca, en este caso grancanario, el periodista Mariano Daranas, que está convencido del triunfo de la Alemania nazi.

El famoso articulista español, César González Ruano, puede ser como el poeta Virgilio lo fue para Dante en La divina comedia en esta novela tan generosa en páginas. Casi actúa como una especie de cicerone o de voz autorizada para enseñarle cómo moverse entre tanto cabeza cuadrada (entre otros, un miembro de las SS que combatió en España ¡con las Brigadas Internacionales!) y un personaje el tal Ruanito, como lo llama Navales, que si se mordiera la lengua caería al suelo muerto por el veneno que lleva dentro.

El retrato de César González Ruano no deja por ello de ser hasta cierto punto amable y más allá de que el periodista le prestara tan poca importancia a su talento como escritor, Juan Manuel de Parada lo presenta como un crápula que lo mismo roba sin despeinarse a los judíos que buscan salir de aquella Francia ocupada a organizar una estafa de cuadros falsos recurriendo a los servicios de, entre otros, el mismo Óscar Domínguez, de quien llega a decir tanto Ruano como Navales que fue siempre mejor falsificador (o imitador como le gusta decir en la novela al artista tinerfeño) que pintor.

Si hay un pero en esta epopeya que en ocasiones se ríe de sí misma y que nos cuenta en primera persona Fernando Navales, es su extensión. Llega un momento en que como lector retiré el ancla. Quizá porque lo que en un inicio parece tan atractivo termina por resultar repetitivo aunque los actores que intervengan sean otros. La novela no tiene, al menos en esta primera entrega, destino. La misión de Navales es la de captar a los artistas e intelectuales “rojos” que residen en París para la causa nacional pero los capítulos parecen repetirse a pesar de que en ellos intervengan escritores o pintores que no son los mismos de las páginas anteriores.

Entre los elementos que destacaría de Mil ojos esconde la noche está su estilo, que parece a veces el del mejor Francisco Umbral, y la capacidad que tiene Juan Manuel de Prada para describir escenas aunque el gran hallazgo de la novela como lo fue en La máscaras del héroe es su protagonista y narrador, Fernando Navales, un mal tipo. Un resentido que intenta buscar razones a su resentimiento tomando como referencia el retrato que sobre el emperador romano Tiberio escribió Gregorio Marañón.

Marañón es otra de las víctimas de este conspirador vestido de camisa azul, de este falangista pasado de vueltas que detesta a todo dios porque, como lo define Ana María Sagi, se trata de un hombre al que le gusta aprovecharse de los otros y destruir su prestigio. En resumen: “un cínico y un miserable”.

Mil ojos esconde la noche es el título de un ambicioso díptico que comienza con La ciudad sin luz (que se desarrolla de 1940 a 1941) y finalizará con Cárcel de tinieblas, volumen cuya publicación aún se desconoce aunque se advierte que será pronto. Claro que ¿pronto, cuándo?

De momento que el lector disfrute con la titánica lectura de la primera entrega. Y se escribe titánica porque enfrentarse a estas más de 800 páginas requiere de mucho entusiasmo y sobre todo de una profunda curiosidad por conocer, aunque sea en clave de esperpento, de comedia bufa con aires (a veces) escatológicos, la vida de los españoles en aquel París que perdió la luz de la razón. Fernando Navales recuerda algo al comisario Sadorski, ese agente de la policía francesa que trabaja por esas mismas fechas en París. Y la verdad es que ambos resultan igual de miserables y cínicos aunque Sadorski carece (cosa de ser francés) de la gracia y sobre todo la mala leche del español.

Saludos, colosal pero muy disfrutable, desde este lado del ordenador

Los nueve reinos, una novela de Santiago Díaz

Lunes, Julio 1st, 2024

Si a la ya abundante literatura que existe sobre la conquista de Canarias, y son numerosísimos los libros que novelizan este periodo de la historia de España, sumamos ahora Los nueve reinos (Alfaguara, Penguin Random House Editorial, 2024), de Santiago Díaz, uno saca a modo de conclusión que todavía no se ha escrito la gran novela que aquel capítulo de nuestra Historia se merece. Es como si este conflicto que supuso el choque entre dos culturas, una desarrollada y en expansión como la castellana y la otra anclada en un pasado remoto como fue la aborigen, continuara despertando interés no solo a escritores y escritoras nacidos en las islas y que conocen desde chicos algo, bien es verdad que más leyenda que otra cosa, en torno a los primeros pobladores de Canarias sino también a ocasionales autores/as peninsulares que caen, vamos a decir hechizados, ante lo que afirma (o mejor canta) que fueron hombres y mujeres que nacieron en la Historia para morir en la leyenda.

Una leyenda rellena de tópicos, con sus buenos y sus malos. Los buenos suelen ser los guanches, los que perdieron, una suerte de buen salvaje que además de comer gofio y carne de cabra, saltan con el palo por las veredas de la isla y tiran piedras con infernal puntería. Los otros, los malos, está representado por el invasor, el peninsular. No plantea nada novedoso por eso que el villano de la función en Los nueve reinos sea Alonso Fernández de Lugo, el jefe de la expedición conquistadora.

Ambiciosa pero no nueva es la propuesta que presenta Santiago Díaz en Los nueve reinos, una novela que publica Penguin Random House en Alfaguara, uno de los grandes grupos editoriales que existen en España, y que se está vendiendo muy bien en el mercado nacional porque en la conquista de la última isla que se sometió a la poderosa maquinaria de guerra de Castilla hay de todo para construir una historia apasionante: amor, amistad, traición, guerra, nacimiento y muerte.

Mezclar todos estos elemento y darle coherencia es lo que hace Santiago Díaz al novelizar lo que se conoce y hacerlo atractivo para toda clase de públicos, no solo canario. El escritor se permite (y se le perdona) las licencias que salpican el texto ya que están al servicio de la novela y no de la Historia. En este aspecto y al margen de que estemos ante un libro maniqueo, de buenos, muy buenos, y malos, muy malos, hubo momentos durante su lectura que me enojaron bastante pero también hubo otros que me emocionaron porque en esta novela histórica de más de quinientas páginas pasa de todo y por ella se mueven muchos personajes tanto en Tenerife como en la península.

El relato está escrito para lectores que no sean demasiado exigentes. Por eso hay buenos como Bencomo, mencey de noble corazón y rey de Taoro, uno de los cantones más importantes de la isla y villanos, ya se dijo, como Alonso Fernández de Lugo, que hace de malo malísimo. Insto a los historiadores a que escriban una biografía rigurosa sobre este personaje porque la vida de Lugo es tan literaria como la de cualquier soldado de aquellos tiempos y su empresa de conquista abrumadora si se observa con la perspectiva que da el tiempo.

Como toda novela histórica que se precie, Los nueve reinos mezcla personajes que existieron en la realidad con otros que son productos de la imaginación de Santiago Díaz, un escritor que noveliza la conquista desde el punto de vista de los guanches que fueron derrotados. Los que están enfrente son los conquistadores, la mayoría de ellos muy mala gente, tipos aficionados al pillaje y la traición. En cuanto al estilo, el estilo de Los nueve reinos es el de sujeto verbo y predicado, la narración al servicio de una novela que no tiene mayor pretensión que la de entretener. En este sentido, no sorprende que esté repleta de personajes estereotipados, todos clásicos en este tipo de literatura de aventuras que más que histórica es una novela inspirada en hecho históricos.

El que lea el libro se encontrará con batallas (ahí están las más importantes de la conquista de Tenerife), pero no terminará de convencerle la mirada buenista con la que Santiago Díaz retrata a los guanches buenos. Porque aquí hay guanches buenos, los que integran los menceyatos que se rebelaron contra los castellanos y que fueron los del norte, y los guanches malos, que son todos aquellos que formaban parte de los menceyatos del sur de la isla, los que pactaron con Alonso Fernández de Lugo.

Se ha informado bien el autor para construir esta gran epopeya sobre la conquista de Tenerife pero cae en el tópico en el que otros antes que él cayeron como es, entre otros muchos, el retrato deformado de personajes que existieron realmente como Beatriz de Bobadilla, a quien describe como una especie de astuta ninfómana; más o menos el mismo perfil que planteó Mario Escobar en la sonrojante La gobernadora (2022) pero no Carlos Álvarez en la que sigue siendo una de sus mejores y más lúcidas novelas: La Señora. Beatriz de Bobadilla, señora de Gomera y Fierro.

Entre los malos, los menceyes Añaterve y Beneharo, que han pactado con el malvado Alonso Fernández de Lugo, el opuesto del noble Bencomo, y alguno más que por desgracia le resta peso y credibilidad a esta novela sobre el fin de un pueblo, los guanches, que tiene más ecos a un Braveheart de todo a un euro que al de otras novelas que se han escrito sobre la conquista de Canarias, bien es cierto que siempre con distancia ante el respeto casi sagrado que despiertan los guanches y aquel periodo de la Historia.

En Los nueve reinos pasa de todo en todas, absolutamente todas las páginas del libro. El autor cuenta además con una amplia galería de personajes para que rodeen a los protagonistas, pero no les da solidez. Entretiene, sí, pero nada más.

El gran fresco que despliega está planteado como si de un western se tratara. Solo que de un western donde los indios (aquí los guanches) son los buenos y los otros, los conquistadores, los malos. Esta sensación se multiplica en la segunda mitad de la novela, con mucha acción (se suceden las batallas) y la conversión de un soldado castellano a la causa guanche, momento que le sirve al escritor para contar a grandes rasgos la vida de una comunidad que parece integrada en la tierra que habita.

Los nueve reinos se permite las frivolidades justas, lo que sinceramente se agradece. Es más o menos fiel a lo que se conoce y, literariamente, explota el fin de un rey y de sus súbditos, todos buenos salvajes salvo los del sur de la isla, aquellos que pactaron con el invasor, con el gran traidor, el malo de la novela: Alonso Fernández de Lugo.

En este aspecto y no haciendo caso a las licencias que se permite para que discurra sin contratiempos el relato, la novela es puro entretenimiento, lo que no es nada fácil de conseguir, para ello se requiere oficio y oficio tiene Santiago Díaz, que no sé si fue consciente de en dónde demonios se metía.

Sí, como buenamente sabe resume lo que se conoce de los guanches, un pueblo que nació en la Historia para morir en la leyenda, se aprecia que quedó (inevitable) fascinado por ellos. Tanto, que son los guanches los verdaderos héroes del libro, los clanes del norte no los del sur.
Los nueve reinos no es alta literatura ni un esfuerzo por novelizar fielmente lo que se conoce de aquellos hechos. Eso lo intentó hacer Mariano Gambín en Los giros del destino (2023), novela en la que narra fielmente la conquista de Gran Canaria pero que ahoga la ficción con tanta obsesiva meticulosidad. A Santiago Díaz no le importa demasiado la meticulosidad, se decanta por la ficción. Está más pendiente de que pasen cosas, y no le preocupa demasiado el peso de la Historia.

En esta dirección, me atrevería a recomendar Los nueve reinos a los que no prestan atención a los hechos, a lo que quedó constatado en las crónicas. Por otro lado, el que conoce otras novelas que tratan el mismo relato como Bencomo, de Carlos Guillermo Domínguez, y El rey de Taoro, del alemán Horst Uden, Los nueve reinos les sonará a historia conocida por lo que poco o nada aporta. Sí que supo fabular con la ficción Juan Manuel García Ramos en El guanche en Venecia, título en el que imagina la vida del rey de Taoro en la corte veneciana, tras haber sido comprado como esclavo.

Los nueve reinos cuenta con una importante campaña publicitaria y es una forma de que en otras tierras conozcan, aunque sea en clave de leyenda, lo que significó para este archipiélago la conquista. Con suerte, aparecerán más novelas sobre este tema y quizás contribuyan a crear un imaginario literario con menos leyenda y sí más objetividad y rigor sobre aquel rabioso y feroz choque de culturas.

Saludos, gruñidos en el desierto, desde este lado del ordenador

Buen viaje, Ana Briongos

Jueves, Junio 27th, 2024

Al Festival Internacional de Literatura de Viajes y Aventuras de Puerto de la Cruz, Periplo, le debo muchas cosas y entre esas muchas cosas la de conocer a personas que han dejado una huella profunda en mi memoria. Ahí están los ausentes Antonio Lozano y Javier Reverte, que se convirtieron en referentes y con los que mantuve, edición tras edición, una singular amistad. Otra de esas personas por las que guardo un recuerdo imborrable es Ana Briongos, que fallece, me entero y maldita sea la hora, por un nota que sube su amigo y también viajero Jordi Esteva en redes sociales.

Ana Briongos participó en la primera edición del Festival, hace de eso ya doce años que se dice pronto, y tuve además del honor de entrevistarla a propósito de su libro ¡Esto es Calculta!, una narración en la que cuenta su trayecto junto a Andrés, dibujante que colaboró en la legendaria revista de cómics El Víbora, por esta fascinante y caótica ciudad de la India, y relato en el que Briongos se preocupaba más por el paisaje humano que conoce que por las calles y plazas por las que aprende a moverse como pez en el agua.

Ana Briongos viajó a la ciudad de la alegría con esa idea en la cabeza, la de conocer a sus gentes y vivir con ellos durante su larga estancia en Calculta, que ausculta con precisión, lo que no evita que muchas de las páginas de este libro parezcan escritas más con el corazón que con la cabeza. Se trata por eso de un libro que sabe transmitir emociones y que conmueve al lector. Ese al menos fue mi caso.

En las páginas de ¡Estos es Calcuta! Conoceremos, entre otros, a Nilufar, una mujer cuya historia tiene ecos de tragedia shakesperiana, así como la de otros hombres y mujeres que apenas se mueven más allá de los límites de las calles en la que viven. Otro libros suyos fueron Un invierno en Kandahar, Negro sobre negro, La cueva de Alí Babá, Geografías íntimas y Mi cuaderno morado. El viaje más largo, que apareció el año pasado y que su autora promocionó sin descanso en sus redes sociales.

Tras la charla que mantuvimos en una de las salas del Museo Arqueológico del Puerto de la Cruz, y una vez que la escritora y viajera terminó de firmar ejemplares de ¡Esto es Calculta!, durante la cena conversamos de todo un poco en una charla en la que aparecían países y experiencias por donde había transitado nuestra protagonista. Me di cuenta que cuando se cruzaba Irán en el diálogo, sus ojos se encendían de entusiasmo, así como Afganistán, dos países que en la actualidad de aquel entonces como ahora no tenían ninguna semejanza con los que conoció cuando se lió la manta a la cabeza y se sumergió en la magia del cercano oriente siendo mujer en una tierra tradicionalmente de hombres.

Hablamos de esto y de muchas cosas más y recuerdo su sonrisa y la sensación, me pasa mucho con los escritores/as viajeros, de que se tratan de seres transparentes, carentes de maldad y sí de una inocencia que no han perdido pienso que gracias a que a lo largo de sus viajes han conocido a toda clase de personas, y estas personas suelen ser por norma general buenas personas.

No sé si fue ella u otro, pero los viajeros de verdad, los que se lanzan a recorrer mundo en mochila y sin prejuicios en la cabeza, suelen coincidir cuando afirman que en esos mundos de Dios prima la bondad por encima de la maldad. Que es más cierto que el hombre es bueno para el hombre que un lobo para el hombre. En Ana Briongos aprecié esa constatación así como el flechazo de una amistad inmediata que no necesitaba de años de maduración porque al viajero le bastan dos minutos para conocerte.

La despedí en la puerta del hotel y recuerdo su sonrisa y su adiós en el que entendí hubo una ligera sombra de tristeza. Tristeza, quién sabe, de que quizá no volveríamos a vernos que así fue lo que sucedió.

Ese mismo año, subí un comentario elogioso a ¡Esto es Calcuta! en este mismo su blog El Escobillón y Ana Briongos tuvo la gentileza de agradecerme en la bitácora unas palabras que fueron escritas más con el corazón que con la cabeza.

Por aquel momento especial y mágico, por aquella conversación pública y después privada mientras cenábamos solo me queda mirar al cielo y pensar que allá, en ese inmenso universo, brilla desde hace unos días una nueva estrella a la que nadie salvo yo le ha puesto nombre.

Buen viaje, Ana Briongos.

Marto Pariente: “Siento debilidad por la ambigüedad y la decadencia”

Miércoles, Junio 26th, 2024

La literatura de Marto Pariente es una corriente de aire fresco en un género que, como le pasa a la novela negra y criminal escrita en España, se estaba acomodando. Así que Hierro viejo (Siruela, 2024) tiene aroma de novedad, y novedad de la buena porque tanto el paisaje como los personajes son auténticos, una autenticidad que el autor describe con frases cortas y diálogos que casi parecen navajazos en un escenario que imagino polvoriento y con un nombre que anuncia donde nos vamos a meter: Balanegra. Hierro viejo es una novela que huele a campo. Un western mesetario con un protagonista, Coveiro, de los que llega porque sabe dejar huella.

En la mejor tradición de la novela negra que cultivó Jim Thompson, el universo de Hierro viejo se condensa en un espacio, Balanegra, que tiene mucho de pueblo perdido en la inmensidad de la nada y unos protagonistas, comenzando por Coveiro y terminando por el último e insensato personaje secundario que aparece en el libro, muy redondos. Se trata de una novela dura y violenta que, reitero, siento como una corriente de aire fresco en el género que se escribe en España y también fuera de sus fronteras.

- La acción de la novela transcurre en Balanegra, ¿existe esta localidad?

“Existe. Se trata de un pueblo de la provincia de Almería. Me han de perdonar los paisanos almerienses, pero decidí trasladarlo al centro de la península porque con un nombre así no pude resistirme. Al margen de esto, de la anécdota, la verdad es que su nombre es lo único real del asunto. Suelo ubicar mis tramas en poblaciones ficticias. Determinados temas como lo son la corrupción o el narcotráfico me impiden, por deferencia hacia mis vecinos, utilizar tal o cual pueblo de la comarca. Todo aquello que circunda Balanegra es real, se puede localizar en un mapa, solo los monstruos son reales”.

 - Entiendo entonces que Balanegra es algo así como un territorio mítico. Un espacio que le pertenece y del que se sirve en su literatura.

“Sí. Así es, Eduardo. Utilice territorios y escenarios comunes a otras de mis historias… Pero, en esta novela en concreto, me interesó difuminar todavía más los límites, aquello que se puede reconocer y se puede localizar en un mapa. Quise crear, tanto para el personaje principal como para el lector, la impresión de desarraigo, esa sensación que alguna vez hemos sentidos todos al regresar a un lugar querido tras mucho tiempo. Es cuando surge esa pregunta que aparece en la película Choose me: “No sé si soy yo o es la ciudad la que ha cambiado”.

- Estamos ante una novela coral aunque hay un personaje que destaca por encima de otros que es Coveiro, ¿cómo surge este personaje?, ¿está inspirado en alguien?

“Busco personajes principales que no quieren serlo, en esto Coveiro no es una excepción.  Siento debilidad por la imperfección, la debilidad, las carencias y los traumas. La ambigüedad y la decadencia. Las férreas convicciones y sus contradicciones. Las amplias creencias de miras estrechas. La maldad, la locura y la exangüe divisoria entre ambos conceptos. La estupidez humana, su ego y sus juegos de espejos. Renuncio al héroe, no a su viaje. A esto hay que sumarle la intención de crear un personaje crepuscular, sin capacidad de redención ante un pasado violento, pero con la intención de dar esa última batalla por una buena causa”.

- ¿Baraja la posibilidad de escribir una precuela con Coveiro?

“Cuestión recurrente, jejeje. Suelen preguntarme por otros de mis personajes, los hermanos Trinidad, Riley, Frank y Eliana, los Bobby. Es un halago, la verdad. Esto quiere decir que los personajes gustan, son verosímiles y la pátina de humanidad está bien trabajada. La verdad es que todavía no me planteo la posibilidad de repetir con ninguno de ellos. Estoy en una etapa de mi aprendizaje como escritor en la que considero que forzarme a seguir creando me puede aportar más. Me obliga a seguir trabajando esta parte creativa de la narración”.

- En la novela los villanos se mueven por una especie de código de honor… Tiene como un aire de western, ¿qué le atrae de este género?

“Me gusta pensar que en esta vida hay que tener un plan aunque sea malo. Mi plan malo en esta ocasión, en esta novela, pasaba por contar una vieja historia en tiempos modernos. Rescatar el western crepuscular (esa última cabalgada hacia el ocaso, ese último atraco a un tren en marcha), pero trabajarlo bajo los códigos de la novela negra actual (algo que por cierto trabajaba muy bien Alexis Ravelo en muchas de sus novelas)”.

- Creo que en sus anteriores historias pasa lo mismo que con Hierro viejo, el paisaje. Tengo, de hecho la sensación de que el paisaje es determinante en este relato.

“Una premisa fundamental que me marco a fuego como escritor es tratar a los lectores como adultos; la ambientación en todas mis novelas (una parte fundamental a la hora de crear historias) se extraen de lugares que conozco de primera mano. Caminos, pueblos y carreteras que he recorrido una y mil veces. Hablo de lo que sé, de lo que conozco. Considero pues, que es lo más honesto de cara a los lectores”.

- ¿Se acoge a la leyenda de pueblo chico, infierno grande?

“Esto es una realidad interesante de explorar. La manida frase de “no es personal, solo son negocios” , en pequeña poblaciones donde todos se conocen, se disipa como el humo de los cigarrillos en el aire. Todo es personal, ese es el negocio”.

-¿Cuáles son sus influencias?

“Oh, muchas. Me gusta mentar a  Cormac McCarthy, Ken Bruen, Donald Westlake, George W. Higgins, Jim Thompson, James Crumley, James Sallis y Elmer Mendoza.  Pero en esta ocasión me gustaría hacer especial hincapié en mi querido Alexis Ravelo, en la profundidad de sus personajes, en la aridez de sus escenarios y en esa perturbadora manera de contar las cosas, una elegancia literaria que no exime del golpe, de un directo a la mandíbula. Por hablar de otros autores patrios, me influyó la especial maestría de Luis Gutiérrez Maluenda, Joe Álamo, Domingo Villar y Víctor del Árbol”.

- ¿Y cuándo nace en usted la necesidad de contar historias?

“Creo que es la sucesión lógica de las cosas. En mi caso, llegó un momento, tras un buen puñado de buenas lecturas, que la ignorancia y atrevimiento propios de la juventud, me invitaron a creer que sería posible siquiera aproximarme lo más mínimo a los autores que tanto admiraba. No fue así, por supuesto. Pero seguimos trabajando y adquiriendo herramientas para continuar creando historias”.

- ¿Y de decantarse por lo negro y criminal?, ¿qué atractivos tiene para usted el género?

“Es el género que más gusta, más me divierte e inquieta al mismo tiempo; me permite tratar temas y cuestiones universales, aderezarlos con humor y violencia, y  ligar todo esto de una manera sencilla con problemas actuales, con la falta de memoria histórica, con los espejos rotos que construyen las democracias modernas”.

- Publica en Siruela.
   
“Me produce una alegría inmensa. Cuando supe que el cruce de caminos nos deparaba esta historia juntos, me produjo la sensación de orgullo por poder sumarme a un sello de calidad y garantía y, por qué no decirlo, la responsabilidad de publicar en la misma editorial en la que lo hacían dos de mis referentes como eran Domingo Villar y Alexis Ravelo. Todo ello sin olvidarme de grandes compañeros de profesión como Teresa Cardona y Victoria González Torralba entre otros. A esto hay que sumarle, el gran equipo de trabajo de la editorial. Cecilia, Julio, Elena y todas las demás personas que sacan adelante ediciones muy cuidadas y profesionales”.

- Leo que se siente más como un contador de historias que como un literato, ¿por qué?

“Porque considero que mi fuerte reside en la trama, estructura y personajes. No descuido para nada la escritura, pero uno ha de ser consecuente con sus limitaciones para ofrecer narraciones de calidad”.

- ¿Su trabajo en la Guardia Civil ha tenido alguna influencia en su obra?

“Más las vivencias que te proporciona esta singular ocupación que el propio trabajo en sí. Obviamente que otorga conocimientos técnicos muy útiles: véase levantamiento de cadáveres, demarcaciones judiciales o el funcionamiento y los engranajes de un arma de fuego. Esto es bueno para la novela negra y criminal, sin embargo son otro tipo de conocimientos los que más me han servido a la hora de construir la trama y dar la profundidad requerida a los personajes. El duelo ante hechos luctuosos imprevisibles, las relaciones familiares, la locura, la violencia funcional… Este tipo de vivencias”.

- ¿Qué es lo que pretende decir con sus historias?

“Me gusta pensar que mis historias son el reflejo de la falta de memoria. Otros autores queridos y admirados por mí, como Víctor del Árbol, se ocupan de trabajar a brazo partido en sus novelas para que el pasado no caiga en el olvido y, de alguna manera, aprendamos la lección. Yo trato la actualidad como el espejo roto que es, sin dobleces, sin ambages, sin aleccionar. La democracia sin memoria crea monstruos cargados de razones. Amigos, esto es lo que sembramos, esto es lo que toca dejar morir este año”.

- ¿Y qué elementos destacaría de sus personajes?, ¿qué emociones son las que más le interesa explotar?

“La lealtad para con uno mismo, las relaciones de pareja con sus pequeños dramas de andar por casa, el amor incondicional entre hermanos, las deudas pendientes. En Hierro Viejo, por no descarrilar ante la pregunta, quería proponer una historia que no redimiese a Coveiro, el personaje principal, pero quería colocarle en la tesitura de hacer algo bueno por una puñetera vez en su vida. Realidades difíciles de conciliar. Esa era la idea que tenía en mente cuando creé al viejo sepulturero de Balanegra”.

- ¿Volverá a Balanegra?

“Aunque no se llame Balanegra, regreso allí una y otra vez. Es mi páramo particular, infierno a medida donde el desierto más árido lo llevan los propios personajes consigo”.

- En cuanto a estilo, ¿se considera más un escritor de mapas y brújulas, que sabe desde el inicio que va a contar o apuesta más por la improvisación?

“De mapa. La parte creativa referente a trama, estructura y personajes, está creada mucho antes de escribir siquiera la primera palabra. Puedo decir que esta parte del trabajo, me lleva muchísimo más tiempo que la escritura de la novela. Cero improvisación, lo cual no quiere decir que a lo largo del proceso, no se encuentre uno piedras en el camino”.

- La última es inevitable además de socorrida: ¿Trabaja en una nueva novela?

“Sí. No quiero adelantar nada, pero me encuentro en ese periodo de contarme la historia una y otra vez. Estoy en esa fase en la que me cuesta convencer a mi mujer de que cuando estoy mirando por la ventana, estoy trabajando”.

Saludos, se coinversó, desde este lado del ordenador

Kelly-Martínez-Grandal, en la Poeteca de Canarias

Martes, Junio 25th, 2024

La Poeteca de Canarias recibe este miércoles, 26 de abril y a partir de las 19 horas, a Kelly Martínez-Grandal, que presenta la lectura poética La paciencia de criar un animal. La Poeteca se encuentra en el Parque Estudiante Javier Fernández Quesada de la ciudad de La Laguna.

Kelly Martínez-Grandal reside en Miami y visita Tenerife por primera vez para dar a conocer sus libros más recientes, acompañada por Ramiro Rosón, coordinador de la Poeteca, en un acto literario que cuenta con el apoyo de la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento y de la Universidad de La Laguna.

Kelly Martínez-Grandal nació en La Habana en 1980. Es poeta, narradora, ensayista y crítico de arte. A la edad de trece años, emigró a Venezuela junto a su familia, donde vivió hasta el 2014. Allí se licenció en Artes, con mención en Artes Plásticas y Magister en Literatura Comparada por la Universidad Central de Venezuela, institución donde también fue profesora. Además, trabajó como editora, curadora y crítica de fotografía para distintos museos e instituciones culturales. En 2014 emigró nuevamente, esta vez a Miami, Florida, donde trabaja como Editora de Producción para Penguin Random House Grupo Editorial.

Como autora, Kelly Martínez-Grandal ha publicado los poemarios Medulla Oblongata (2017), Zugunruhe (2020, ganador de la Medalla de Plata al mejor libro bilingüe, Premio Juan Felipe Herrera, International Latino Books Award) y Una luna anacoreta (2021), así como el libro de cuentos Muerte con campanas (2021). Textos de su autoría están incluidos en las antologías 100 mujeres contra la violencia de género (2014), Equívocos. Poetas cubanos del siglo XXI (2021) e Iluminado artificio. Ensayos sobre la obra de Mercedes Roffé (2022) entre otras publicaciones.

Saludos, estén atentos, desde este lado del ordenador

Ciudad en ruinas, la última novela de Don Winslow

Lunes, Junio 24th, 2024

La literatura negra y criminal norteamericana pierde con Don Winslow a uno de sus escritores de cabecera pero la política de su país gana, al contrario, a un hombre de leyes que quizá pueda despertar a muchos de sus conciudadanos ante la amenaza que supone que Donald Trump repita como presidente de los Estados Unidos. Esa es la razón que ha hecho pública el autor de El poder del perro para explicar por qué abandona la literatura, un abandono que hace con “conciencia política”, lo que multiplica el valor de Ciudad en ruinas, su última novela y título que cierra la trilogía Danny Ryan tras Ciudad en llamas y Ciudad de sueños, tres volúmenes que están claramente inspirados en La Iliada, La Odisea y La Eneida, y que se desarrollan en tres grandes y conocídisimas ciudades estadounidenses como son Providence, Los Ángeles y ahora Las Vegas.

Es más que probable que iniciada la lectura de Ciudad en ruinas el lector iniciado, el conocedor de los dos títulos anteriores, se sienta desorientado ya que cuesta trabajo recordar a los vivos y a los muertos que aparecen y desaparecen en las dos novelas anteriores pero Winslow tiene el oficio suficiente para que esta anomalía se liquide a medida que se avanza en las páginas de la tercera y última entrega de la saga, un libro que como Ciudad en llamas y Ciudad de sueños sabe captar enseguida la atención del lector.

En Ciudad en ruinas hay violencia y también amor. Como descendiente de irlandeses, Danny Ryan siente especial apego por la familia aunque no tanto por la religión como nos dio a entender en Ciudad en llamas, el primer libro de una trilogía sobre la mafia y organizaciones dedicadas al crimen que pueden estar vagamente inspiradas en la vida real aunque en este caso las influencias se apegan más a los tres textos clásicos que mencionamos con anterioridad.

Ciudad en ruinas reúne, por otra parte, lo mejor y lo peor de este escritor que saltó a la fama tras la publicación de El poder del perro, y que amplió con dos volúmenes más: El cártel y La frontera que hoy se han convertido en novelas de referencia para hacerse una idea de lo que significa el negocio del narcotráfico visto a través de los ojos de un escritor estadounidense. Se tratan de libros que no se inclinan al patrioterismo acostumbrado sino que pretenden ser y lo consiguen a veces, un retrato lo más exacto posible del narco y sus nefastas consecuencias en las relaciones que mantienen dos países con una frontera tan caliente como son México y los Estados Unidos.

Si uno ha seguido con más o menos atención la carrera de Don Winslow descubrirá, entre otras cosas, que su visión se ha ido agriando con el paso de los años y, al mismo tiempo, cómo su estilo se condensaba y parte de la acción se desarrollaba a través de los diálogos. Se tratan estos libros, como Corrupción policial, de obras muy amargas y en las que apenas queda espacio para el optimismo. Es como si el escritor hubiera si no perdido la fe en el sistema, sí que erosionado su creencia de que cambiar las cosas puede ser posible. No sé si esto justifica su anunciada retirada de las letras y, por otro lado, su anunciado ingreso en la vida política norteamericana, pero Winslow insiste que si da este paso es porque hay que hacer algo para detener a ese fanfarrón llamado Donald Trump, que se convirtió en presidente de los Estados Unidos contra todo pronóstico (esa era la idea al menos en la vieja Europa) y convirtió el desprecio sobre todo a los periodistas en una de sus señas de identidad.

Es probable que harto de esta situación y de que su país dejara de ser el país en el que siempre confió, Don Winslow haya decidido dejar el teclado del ordenador por la tarima de los oradores públicos. Los que hemos crecido leyendo sus libros solo podemos desearle todo el éxito del mundo. En especial cuando viviendo tan lejos de los Estados Unidos a uno le da escalofrío pensar que ese gigante rubio con sobrepeso puede ser de nuevo presidente de la que sigue siendo la nación más poderosa de la Tierra. Poderosa en armas y poderosa en imponer su cultura.

Leo por eso Ciudad en ruinas con una vaga sensación de pesar. Pesar porque me cuesta reconocer que perdemos para siempre a Don Winslow como escritor. Pesar que se suma a la desconcertante y contradictoria sensación que me asalta cuando leo su última novela, tercer capítulo de ese gran y ambicioso fresco de clanes irlandeses e italianos que hicieron dinero explotando negocios sucios en el pequeño estado de Rhode Island para trasladarse en los libros siguientes a Los Ángeles y al almibarado pero también venenoso mundo del cine y Las Vegas, la ciudad del juego por excelencia, construida en el gran desierto del Mojave.

Al inicio de la lectura de Ciudad en ruinas el lector puede quedar desorientado, sobre todo para los que conocían las dos primeras entregas de la trilogía pero a medida que uno se adentra en esta historia cruzada de familias que se enfrentan por unos terrenos donde se va a construir un hotel que será el mejor hotel de la capital del juego, la novela toma camino y ya no deja en paz al lector hasta llegar a un final que no revelaremos pero que convencerá a los que conocen a Danny Ryan y el universo de personajes que gravita a su alrededor. No se trata, es cierto, de una de las mejores novelas de Winslow pero su galería de secundarios es convincente, dan color a un relato que finaliza la carrera literaria de uno de los grandes de la novela negra norteamericana.

Saludos, verano, desde este lado del ordenador