Archive for the ‘Conmemoración’ Category

¿Ochenta años haciendo el ganso?

Sábado, Julio 20th, 2013

SRA. TEASDALE (Margaret Dumont): Espero que siga los pasos de mi marido.

RUFUS T. FIREFLY (Groucho Marx): ¿Qué les parece? No llevo aquí ni cinco minutos y ya se me está insinuando. ¿Dónde está?

SRA. TEASDALE: Está muerto (…). Yo misma estuve con él hasta el último momento.

RUFUS T. FIREFLY: Ahora sé por qué pasó a mejor vida.

SRA. TEASDALE: Lo abracé y lo besé.

RUFUS T. FIREFLY: Entiendo. Fue asesinado. ¿Quiere casarse conmigo? ¿Le dejó algún dinero? Conteste primero a la segunda pregunta.

SRA: TEASDALE: Me dejó toda su fortuna.

RUFUS T. FIREFLY: ¿Es cierto? ¿No ve lo que quiero decirle? ¡La quiero!

(Sopa de Ganso, Leo McCarey, 1933)

Rafael Azcona dijo en cierta ocasión que cuando estaba deprimido, con ganas de tirarse por la ventana, de mandar todo al carajo, volvía a ver Una noche en la ópera (Sam Wood, 1935) para recuperar el optimismo que se le escapaba de entre los dedos. A mi me encanta Una noche en la ópera, de hecho me encantan casi todas las películas que protagonizaron los inclasificables hermanos Marx, y haciendo caso del maestro Azcona recupero las viejas/nuevas películas de los Marx cuando la sombra de la depresión planea por mi cabeza con la misión de que me haga olvidar los malos rollos, las ganas de tirarme por la ventana, de mandarlo todo al carajo.

Pero más que Una noche en la ópera si hay una película de los Marx que a mi todavía me hace llorar no de pena sino de alegría es Sopa de ganso, largometraje que cumple ochenta años muy bien cumplidos aunque en el momento de su estreno resultó un catastrófico fracaso que puso en riesgo la carrera cinematográfica de los marxistas hasta que el productor Irving Thalberg los fichó para que trabajaran en la Metro Goldwyn Mayer.

Así lo cuenta Groucho en su imprescindible Groucho y yo (1):

“Recuerdo la primera vez que nos encontramos con Irving Thalberg. Chico, como de costumbre, había combinado el encuentro en torno a una mesa de bridge. Thalberg dijo:

- Me gustaría hacer algunas películas con ustedes, amigos. Me refiero a verdaderas películas.

- ¿Qué le ocurre a Cocoteros, Animales locos y Sopa de ganso? ¿Va usted a decirme que no eran graciosas?

- Claro que eran graciosas –dijo–, pero no eran películas. Carecían de argumento.

-La gente se reía, ¿no es así? –preguntó Harpo– Sopa de ganso provocó tantas risas como cualquiera otra comedia que se haya filmado, incluidas las de Chaplin.

- Eso es cierto –reconoció–: era una cinta muy divertida, pero en una película no se necesitan tantas carcajadas. Voy a hacer una película con ustedes, con la mitad de chistes, pero con un buen argumento, y apuesto a que recaudará dos veces más que Sopa de ganso”.

Y como recuerda Groucho, Thalberg no se equivocó. Una noche en la ópera “dobló las recaudaciones de Sopa de ganso”.

Con todo, si hay una película de los hermanos Marx con la que me quedo y cura depresiones y otra clase de malestares físicos y espirituales es Sopa de ganso. Con permiso del señor Thalberg.

Thalberg inspiro al Monroe Starr de la novela inconclusa El último magnate de Francis Scott Key Fitzgerald, y fue un revolucionario, un visionario que marcó las pautas que hicieron rentable el cine que se cocinaba en el Hollywood de aquellos años.

En el caso de los hermanos Marx, sin embargo, y es una opinión muy personal, creo que su orientación quiso domesticar el espíritu anárquico de tan ilustres hermanos.

Y eso que disfruto mucho con Una noche en la ópera y Los hermanos Marx en el oeste. Me fascina incluso los números musicales. Ya saben, aquellas interrupciones en las que Harpo Marx aprovecha para tocar el arpa y Chico Marx el piano, pero sí que notaba en falta el caos, el salvajismo, la sucesión de disparates de los filmes anteriores de aquellos marxistas.

Y ese caos, ese salvajismo, esos disparates explotan libertariamente, sin cadenas, sin ataduras en Sopa de ganso que, a mi juicio, es su obra maestra. Su obra maestra para entender ese absurdo que es la vida. Este chiste que solo quieren teñir de tragedia los que no son marxistas.

Cuenta esta película, además, con una escena redonda.

Silente.

Perfecta.

Me refiero a la del espejo, esa en la que Pinky (Harpo), vestido como Rufus (Groucho), intenta convencerlo de que es su propia imagen reflejada en un espejo que se ha hecho añicos.

Suelto la carcajada cada vez que veo esta escena. Los ojos se me anegan de lágrimas mientras la depresión se va por el desagüe.

No sé hasta que punto está presente la mano de Leo McCarey en esta película, pero digamos que desde ese día me tomé muy en serio el cine que firmó este director. Hoy apenas reivindicado pero que cuenta con una filmografía en la que aparecen títulos que me hicieron entender el cine de otra manera.

Imagino que la mayoría de los que recalen en este post saben de qué va la historia de Sopa de ganso.

Una película, por otro lado, curiosamente actual por su contenido político.

Política con mirada marxista.

Viene a ¿narrar? el enfrentamiento entre dos naciones, Libertonia y Silvana, que mantienen un delicado pulso diplomático para no declararse la guerra.

Una guerra que al final explota.

Y que resulta absurda como son todas las guerras.

El gran Gila y su teléfono le deben mucho a Sopa de Ganso.

Carezco de teléfono, pero pienso que ochenta años no es para esta película que aún late con vida. Como si fuera ayer.

Que le hace cortes de manga al tiempo y a esa señora estrafalaria y excéntrica que es la Parca.

Luego es lógico que sea marxista.

Y que Groucho, Chico, Harpo y Zeppo Marx sean mis camaradas.

TRENTINO (Louis Calhern): Quiero un informe detallado de su investigación.

CHICOLINI (Chico Marx): De acuerdo, se lo diré. El lunes vigilamos la casa de Firefly pero él no salió. No estaba en casa. El martes fuimos al partido de béisbol. Pero nos engañó, no apareció. El miércoles él fue al partido, pero le engañamos; no fuimos. El jueves hubo un empate; nadie apareció. El viernes llovió todo el día, no hubo partido, así que nos quedamos en casa escuchando la radio”.

(1) Groucho y yo, Tusquets Editor, cuarta edición: septiembre 1977. Traducción de Xavier Ortega.

Saludos, “señores, puede que Chicolini parezca un idiota y hable como un idiota, pero no se dejen engañar, es idiota”, desde este lado del ordenador.

Cinco años con ‘El Escobillón’

Jueves, Septiembre 20th, 2012

Cinco años dando a la escoba son muchos años. Uno se siente, inevitablemente, cansado. Más cuando asumió el compromiso de intentar subir un post diario por amor al arte y a la causa. En muchas ocasiones sin tener nada claro qué iba a escribir –por amor al arte y a la causa– ese día.

Durante todo este tiempo, y solo a veces, he llegado a pensar que el blog más que una bendición ha terminado por convertirse en una maldición. Aunque tan mal no se han hecho las cosas cuando observo que he contribuido a la aparición de otras bitácoras hermanas. 

El Escobillón nació un 20 de septiembre de 2007 como un desafío.

Desafío que asumió quien ahora les escribe con el entusiasmo de quien comienza  una nueva aventura.

No me canso, ni me cansaré de repetir, que quien me  dio la oportunidad de transitar por el universo de la bitácora digital fue además de una excelente periodista una muy buena amiga, Carmen Ruano.

Desde ese día es la madrina oficial de este blog.

Blog unos días inspirado y quiero pensar que feroz. Y otros esquivo y demasiado metido en sí mismo.

A lo largo de todo este tiempo, se me han ido compañeros que con su entusiasmo son en parte responsables de que continúe opinando e informando desde este lado del ordenador. Permítanme por ello dedicarles estas líneas a tres de los más grandes: Enrique Cichosz, Ezequiel Pérez Plasencia y Apeles Ortega. Su ausencia, de alguna manera, se ha hecho menos dolorosa gracias, quién lo iba a decir, a mi actividad diaria y desinteresada con El Escobillón.

Pero no es momento de ponernos tristes y sí de celebrar cinco años en los que me he vuelto un poco más viejo pero, curiosamente, menos cascarrabias.

En todo este tiempo, El Escobillón ha logrado consolidar una significativa audiencia diaria de lectores que me anima a continuar adelante. Algo he tenido que hacer para que cerca de los 2000 post escritos despierte aún la curiosidad de propios y extraños.

No sé lo que pasará con esta bitácora digital en 2013, tampoco, siendo sinceros, me importa.

Tal y como están los tiempos, digamos que mis preocupaciones se encuentran en otros lugares que requieren mis modestos esfuerzos.

Confieso, no obstante, que echaría de menos comentar lo que se cuece, culturalmente hablando, no solo en la región desestructurada en la que vivo sino más allá…

Al infinito y más allá.

Concluyo:

Amigos y gañanes que piensan que vivo como el patricio que en el fondo me gustaría ser, gracias por estar ahí.

Al final va a resultar que cinco años dándole a la escoba mereció la pena.

Saludos, feeeliiiiz cuuuumpleeeeaaaañooos…, desde este lado del ordenador.

La visión de un sueño: Gene Kelly

Jueves, Agosto 23rd, 2012

Crecí con la televisión en blanco y negro. Una televisión además con un solo canal pero en la que se cuidaba con mimo y mucho esmero su programación cinematográfica.

Crecí imitando junto a los míos a Alfonso Sánchez, que fue el primer crítico de cine del que tuve conocimiento y al que nos gustaba escuchar no por lo que decía sino cómo lo decía.

- La pepepelícula que vavavamos a ver….

Aquel hombre, con pinta de simpático abuelete, siempre cigarrillo en mano, tenía un tartamudeo especial que hacía que dijera lo que dijera, invitaba a pensar que lo que íbamos a ver tenía que resultar rematadamente bueno.

Crecí también con José Luis Balbín y su mítico espacio La clave, donde tras la película, se suscitaba un apasionado debate en el que los contertulios además de fumar como chimeneas bebían y bebían lo que, sospechaba mi padre, tenía que resultar un excelente escocés.

En aquella televisión en blanco y negro se exhibían además ciclos dedicados a grandes directores.

Gracias a estos ciclos me acostumbré a ver buen cine.

Y a deslumbrarme con películas que poco o nada podían decirle, presuntamente, a un tierno infante que solo soñaba con un muñeco de Batman. Pienso en Stromboli (Roberto Rossellini, 1950) o En un lugar solitario (Nicholas Ray, 1950), entre otras grandes cintas que vistas en la pequeña pantalla forjaron de alguna manera mi temple como espectador.

Gracias a aquella caja que para nada era tonta e inmune a las patologías que hoy disemina ese rosa podrido que reivindica la prensa del corazón, descubrí a un cómico con el que aprendí a reírme bastante, Eddie Cantor, y a desear bailar con la elegancia de Fred Astaire check to check con Ginger Rogers

Cuando llegó el color a la televisión no recuerdo con tanta emocionada devoción la labor de aprendizaje que sí percibí y aún percibo de cuando se mostraban las cosas en blanco y negro.

Es  verdad que de tanto en tanto descubría algunas cosas nuevas, que atrapaban mi nerviosa capacidad de atención de adolescente, pero se había perdido algo de la magia original.

Cosas de la edad del pavo, supongo. Porque recuerdo con simpatía las memeces de la serie Carry on; alguna película de ciencia ficción, curiosamente en blanco y negro como La humanidad en peligro (Gordon Douglas, 1954) y El increíble hombre menguante (Jack Arnold, 1957), que todavía veo y que todavía me asombran por razones varias.

La primera de ellas  porque cuenta con uno de los inicios más inquietantes de la historia del género, con esa niña en estado de shock caminando por una carretera. La segunda porque me enseñó a entender la grandeza del infinito… Donde lo grande es pequeño y lo pequeño es grande.

El cine, en definitiva, se convirtió en un compañero con el que pasaba el tiempo y me enseñaba que, en contra de lo que anunciaba ese pequeño clásico en la cinematografía de Juan Antonio Bardem que es Nunca pasa nada, sí que podían pasar si te dejabas abducir por aquellas películas en las que la ecuación entretenimiento y mensaje alteraba tu forma de ver y entender el mundo.

Un mundo chiquito de provincias encerrado por todos los lados por las aguas del mar, pero que gracias al cine te hacía ir más allá de las fronteras insulares en las que te sentías –y te sientes– encadenado.

Gracias al cine, los libros, los cómics, la música empecé a darme cuenta de lo relativamente sencillo que resultaba fabricarme unas alas para evitar la penosa realidad en la que me encontraba –y me encuentro– convirtiéndome a partir de entonces en una especie de yonqui al que le gusta alcanzar sus nirvana  mientras le cuentan historias.

Este y no otro es el objeto de este post.

El relato de una enfermiza pasión que me devora por dentro y que hoy me obliga a escribir estas líneas en señal de agradecimiento, y van, en torno a un actor y director que tanto contribuyó a hacerme feliz y a que hiciera locas cabriolas llamado Gene Kelly, de quien se celebra hoy el centenario de su nacimiento.

Gracias a Kelly no de he dejado de cantar y hacer el payaso cuando cae la lluvia. De querer enamorarme en París y de creerme a pies y juntillas aquello de todos para unos, uno para todos, de Los tres mosqueteros en la que, probablemente, sea la mejor adaptación al cine de la inmortal novela de Alejandro Dumas (1).

Gracias primero a Astaire pero más tarde también a Kelly siempre quise bailar claqué. Y si bien hoy bailo claqué, digamos que fui mal alumno de tan venerables maestros.

Cosa curiosa, aún saco las uñas y me pongo bravo cuando comparan a los dos.

No se han dado cuenta que sus estilos no tenían nada que ver. Y que a su manera, ambos fueron avanzados de un tiempo que quiero pensar no ha sido aplastado por el peso de la Historia.

Astaire encarnó la refinada elegancia de una danza vestido casi siempre con su impecable frac y sombrero de copa.

Kelly socializó la coreografía.

Primero como marinero en Levando anclas (donde baila con el ratón Jerry, ¡¡¡el gato Tom estaba durmiendo la siesta!!!), más tarde en la deliciosa El pirata, Un día en Nueva York, una de las mejores tarjetas turísticas que se han rodado de la ciudad de los rascacielos, y en la hechizante, expresionista Un americano en París.

Después vino Bailando bajo la lluvia.

Y Kelly se hizo un clásico.

Un clásico que se atrevió con casi todo.

Ved Brigadoon (Vincente Minnelli, 1954), su último gran musical.

Ved a Kelly y a la extraordinaria Cyd Charisse danzando en ese pueblo mágico que aparece un día después de cien años y que yo, desde entonces, ando buscando…

¿Fue Xanadú un pecado?

No, solo la visión de un sueño.

(1) Los tres  mosqueteros (George Sidney, 1948).

Saludos, Hello, Dolly!, desde este lado del ordenador.