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Memorias de un teleadicto (casi) nunca arrepentido…

Sábado, Abril 3rd, 2010

A la memoria de John Forsythe.

DE CÓMO RENUNCIÉ A VER TELEVISIÓN

Entre las muchas cosas a las que he renunciado últimamente, vicios sobre todo, se encuentra la televisión, artefacto con el que confieso he mantenido a lo largo de mi existencia una relación que nada entre el amor y el odio. Palabras que si bien no me he grabado en los dedos como el reverendo diabólico de La noche del cazador, de vez en cuando enfrento en mi cabeza para observar quien gana el combate de mis deseos.

Pese a que en mi palacio resulte imposible ver televisión porque la antena me la arrancó la reciente tormenta huracanada que pasó por estas islas, les aseguro que en esta peculiar batalla entre el amor y el odio va ganando el amor hacia esa cosa que tanto daño pero también tanta (¿tantra?) alegría me ha proporcionado en lo que llevo de existencia.

Que ahora no pueda ver televisión, pongo a los dioses por testigo, no es por otro lado algo tan raro, aunque bien es verdad que ha modificado algunos de mis comportamientos caseros como encenderlo nada más llegar a mi Taj Mahal particular.

El caso es que actualmente hago lo mismo pero con otros electrodomésticos. Como darle al play del aparato de música y escuchar los mismos discos de siempre. Viejos amigos a los que tenía un tanto olvidados por la caja que llaman tonta y que no es tan tonta. De hecho, cuando ahora enciendo el televisor es para ver una película de mi cinéfila y cinéfaga colección privada, lo que me hace suponer que si el doctor Freud se pasara por casa e investigara no sólo los títulos que componen mi deuvedeteca sino también mi discoteca y biblioteca dedicaría uno de los capítulos de cualquiera de sus libros a quien ahora mismo les escribe.

Y SIN EMBARGO QUISE SEGUIR SOÑANDO

La paradoja es que careciendo de acceso a los canales y no mover un dedo para instalarme la dichosa TDT o DDT como he oído citarla recientemente, me ha hecho replantear los lazos sentimentales que aún me atan con este invento.

A modo de flash back cinematográfico he revivido así paisajes de mi infancia. Como cuando me arrastraba por el largo pasillo de la casa de mis padres para ver desde un lugar escondido aquellas series para 18 años que no me dejaban ver por tener cuatro o cinco añitos. Una de ellas era El doctor Jekyll y Mr. Hyde. Que adaptaba el clásico de Stevenson pero en los años setenta del pasado siglo. No llegué a contemplar ningún episodio completo porque me quedaba dormido aunque sí que recuerdo que me decepcionó la transformación de Jekyll en Hyde porque resultaba bastante simplona: sólo se le ponían los ojos en blanco.

Mis padres se molestaban bastante conmigo cuando me descubrían en mi madriguera plácidamente roncando. Insistían en que no viera esas cosas porque podría tener pesadillas aunque la verdad no fui un chico de pesadillas por disfrutar de una película de terror, género que fue de los primeros que me entró por la cabeza porque me emocionaba pasar miedo. O inquietud. Los demonios y todas esas cosas.

APRENDIZAJE

Como eran otros tiempos, un chico de nueve o diez años lo tenía realmente difícil cuando reunía 40 pesetas de aquel entonces para comprar las revistas de cómic fantástico a las que se podían tenner acceso. Había cantidad de títulos: Espectro, Dossier Negro, Vampus, Rufus y Vampirella, entre otras muchas. Como era menor de edad los kiosqueros se negaban a vendérmela a pesar de que tuviera mis 40 pesetas ahorradas con mucho esfuerzo, así que tenía que convencer a algunos de mis hermanos mayores para que tuvieran la gracia de adquirlas por mi.

LOS CULEBRONES QUE LLEVO EN EL ALMA

En cuanto a la televisión, hubo una época en la que se pusieron de moda los culebrones norteamericanos tipo Dallas, Dinastía y Los Colby. Culebrones que no aguantaba, la verdad, aunque me hacía gracia ver a quien se hacía llamar como JR beberse en cada episodio cuatro botellas de bourbon sabiendo que mi padre iba a exclamar que en aquellas historias los personajes además de putearse unos a otros lo que hacían eran agotar las reservas del mueble bar.

RÉQUIEM

Si escribo todo esto es porque me acabo de enterar que ha muerto John Forsythe, uno de los protagonistas de otro culebrón made in USA llamado Dinastía, en la que Forsythe intervenía acompañado por dos señora maduras que todavía estaban de muy bien ver como eran Joan Collins y Linda Evans. Esta última ex del actor John Derek, quien años más tarde sorprendería al mundo al descubrir a un clon mucho más joven de la Evans que respondía al nombre de Bo. Bo Derek o la mujer 10 según la irregular comedia cinematográfica del casi siempre maestro Blake Edwards.

Forsythe, que también era la voz que sonaba a través del hilo telefónico en Los ángeles de Charlie en la versión original, fue un actor elegante pero casi siempre de un mismo registro. Intervino además en Topaz, filme de Alfred Hitchcock basado en la novela del mismo título de Leon Uris (autor de Exodo, Mila 18 y QB VII, entre otras novelas best seller) y película que en mi modesta opinión continúa siendo uno de los grandes aunque menores trabajos de quien se conoce como el mago del suspense.

Leo las reseñas que se publican anunciando el fallecimiento de Forsythe y se me viene a la cabeza aquella época en la que devorábamos cualquier cosa que se exhibiera por la televisión.

EN LA CRESTA DEL HALCÓN

De todas formas si hubo un culebrón norteamericano que entusiasmó a los que forman más o menos parte de mi generación fue Falcon Crest y no Dallas, ni Dinastía ni Los Colby.

No me pregunten por qué porque sólo sé que no sé nada, pero evoco en mi gastada memoria que bastaba que sonara la melodía de Falcon Crest y ahí estábamos todos frente al televisor para contemplar cómo se las gastaban Angela y Richard con los miembros de su familia, los Channing.

Esta afición por ver las traiciones que se tejían en torno a los viñedos californianos podría dar para varios estudios. Uno de los cuales debería de tratar sobre la codicia y de cómo a través de estas producciones se estimulaba a los telespectadores a ser los malos de la película y no los buenos, a quienes por norma general siempre se representaban como un puñado de idiotas hipócritas.

No sé si la culpa la tiene que por aquel entonces gobernaba en Estados Unidos Ronald Reagan, presidencia bajo la cual le lavaron el cerebro a la mayoría de los amigos que tenía por aquel entonces. Nunca entendí que personas a las que apreciaba sinceramente por meridianamente cultas y leídas tuvieran como modelo a chorizos de traje y corbata y no a  caballeros sin espada como Phillip Marlowe. Pero así eran las cosas. Tiempos de yuppies que se decía hasta que irrumpieron los que se autodenominaronCASP (Casposos Aunque Sobradamente Preparados).

BASURA… BASURA… BASURA

El escritor Brett Easton Ellis intentó reflejar esta pulsión materialista de los yuppies en su fallida por excesiva American Pyscho; y Oliver Stone lo mostró con relativa sinceridad en su irregular Wall Street, cinta de la que al parecer se está rodando actualmente una segunda parte.

Como suele pasar con las pasiones vacías, llegó un momento en que los que seguíamos Falcon Crest nos cansamos de verla supongo que por aburrimiento.

La serie siempre explotaba las mismas cosas y los guionistas, secos como un oasis sin agua en el desierto, recurrían a ideas que sonrojaban. La que se llevó la palma fue aquella en la que salía un nazi… ¿Qué hacía un nazi en los viñedos de la familia Channing?

Como la televisión es un templo que abre los brazos a cualquier tipo de creencia me fui dando cuenta de la locura que pretendían inocularnos cuando descubrí un día y a primeras horas de la mañana un culebrón norteamericano mucho más descacharrante que el anteriormente descrito. De todas formas, es probable que me sedujera como a San Pablo la Palabra de Dios (Saulo, ¿por qué me persigues?) porque aquello que veía me resultaba de chiste. La serie se llamaba Santa Bárbara y si bien no la seguí con la regularidad de un cartujo, solía llevarme las manos a la cabeza cuando detectaba la habilidad que tenían  los guionistas para quitarse en la serie a un personaje molesto.

En uno de sus más antológicos episodios, a uno de estos incómodo potagonistas lo abducían los extraterrestres.

Obra maestra. Ya ha hecho historia en la Historia de la televisión.

SABER REÍRSE MIENTRAS MIRAS TUS TRIPAS ABIERTAS

No sé si los culebrones norteamericanos son antes o después del fenómeno de los culebrones latinoamericanos, de los que sólo seguí el brasileño Gabriela y el  colombiano Caballo viejo, pero siempre admiré la capacidad que tienen los del norte de cocinar una hamburguesa y venderla como si se tratara de un solomillo; así como la de burlarse de sí mismo y de su industria del espectáculo con telecomedias donde se bromea precisamente de la ecuación si los pobres lloran porque tienen los estómagos vacíos los ricos también lloran porque lo tienen demasiado llenos.

La joya de la corona en esto de la parodia se la lleva la que se emitió en España como Enredo. Título que si bien ha perdido mucho con el paso del tiempo (he tenido la oportunidad de repescar algunos episodios… ¡no me pregunten cómo!) y aún hoy ocupa un lugar destacado en mi memoria televisiva.

LA CAJA TONTA QUE NO ES TONTA

Que la caja tonta ha demostrado que no es tonta radica en que afortunadamente para el consumidor de rayos catódicos los norteamericanos sin renunciar a estas producciones de chiste han sacado adelante series donde han tocado el cielo del entretenimiento. No me canso de reivindicar así Malcom in the middle, ni las ya sobadísimas a Dos metros bajo tierra, Hermanos de sangre y Roma. No puedo olvidar las que circulaban en España como Grandes Relatos y que incluían series como Hombre rico, hombre pobre, Capitanes y reyes y Norte y Sur, producciones que si bien vistas hoy tienen innumerables arrugas, resultan experiencias televisivas bastante estimables…

Como detecto que me ha salido excesivamente largo este viaje tontorrón a la nostalgia tomando como excusa que ya no veo televisión y la desaparición de John Forsyhte, espero contarles otro día mis sensacionales sensaciones con las series españolas de televisión de aquellos tiempos ya tan lejanos en el tiempo…

Así que…

Saludos, jamás como teleadicto arrepentido, desde este lado del ordenador.