Archive for the ‘Maldita televisión’ Category

Como unir muertos vivientes y alta política

Lunes, Octubre 26th, 2015

La tendencia me acompaña hace ya algunos años y parece que no tiene fin, aunque eso implique que me refugie menos en el cine, tanto el que veo en casa como en salas, cuyos precios ya lo hemos dicho y escrito, son prohibitivos para mis bolsillos en tiempos de crisis.

El alimento de los dioses con el que me nutro son las series de televisión norteamericanas. Esos, por lo general, formidables productos donde el creador y guionista es la estrella; en ocasiones algunos de sus actores protagonistas pero donde el director ocupa un discreto segundo puesto por mucho que se llame Martin Scorsese, Frank Darabont, Walter Hill o David Fincher.

Me he dedicado a emborracharme en los últimos tiempos con series que ya pertenecen a la historia como Roma, Deadwood, Carnivale, y con trabajos que forman parte de la nueva mitología que impone esa caja que no es tan tonta como Los Soprano, Breaking Bad, Boardwalk Empire… y las que en esta actualidad existencial ganan puntos para ocupar un puesto en ese olimpo de excelentes producciones en las que los villanos con matices adquieren un renovado pero sobre todo atractivo protagonismo –pienso en House of Cards, tanto en su versión británica como norteamericana y en la que su personaje principal rompe la cuarta pared para reflexionar cara al público qué deseos y anhelos dictan sus maquiavélicos planes– como la renovadora y seductora revisión del cine fantástico que, en el caso de The Walking Dead, no ha perdido su gusto por mostrar las vísceras ni la inquietud de los sobrevivientes a enfrentarse a legiones de cadáveres revividos.

Y todo esto sin dejar de ser una clásica historia de buenos y malos cuya maldad ya no encarna la mecánica caníbal de los muertos vivientes –operan más como coro– sino los vivos en una inteligente relectura de El amanecer de los muertos (George Romero asesorado por Dario Argento, 1978) y largometraje que visto con distancia se ha convertido en todo un clásico del subgénero zombi.

La cuestión es que uno no se cansa de ver series. Y son tantas las que aparecen que no tiene tiempo para verlas todas, lo que obliga a ser selectivo con lo que se observa. Por ejemplo, no pasé de la primera temporada de Homeland por mucho que insistiera un amigo a que me enganchara con su historia pero sí que caí rendido ante los Mad Men más que por el relato por el reparto de actores que participan en una serie que repasa la historia de los Estados Unidos de Norteamérica desde finales de los 50 a la década de los 70.

La pregunta del millón es cuál de ellas me llevaría a una isla desierta. Y la elección, en mi caso, resulta obvia por afinidad con el género: Boardwalk Empire y Breaking Bad.

Será porque cuentan la vida de dos personajes que se volvieron implacables por las circunstancias. Y su descenso a los infiernos, que se identifica con el éxito que obtienen en los negocios y el dinero que reciben por explotar su talento para las malas artes.

Su final, además, significa una épica ruina personal.

No sé, y esto no me ocurre con muchos largometrajes, si sería capaz de volver a ver completa Boardwalk Empire y Breaking Bad, pero es más por una cuestión de pereza –semejante a la volver a leer una novela que emocionó pero que supera las setecientas páginas–  que por otra cosa.

Intuyo, además, que regresar a ellas le quitaría el factor sorpresa, la capacidad de asombro con el que la viste –y se descubre– cuando fue la primera vez.

Esa sorpresa es la que me acompaña ahora que miro The Walking Dead y House of Cards, dos series que están en las antípodas pero que funcionan muy bien –o al menos me ha funcionado muy bien personalmente– como programa doble. Alternando el salvajismo físico y emocional de la primera con el salvajismo intelectual de la segunda, y que tan bien encarna ese matrimonio que forman Kevin Spacey y Robin Wright en la pequeña pantalla.

La cuestión es que las series han logrado lo que parecía imposible, que me quede sentado ante el televisor y deje que pase el tiempo sin darme cuenta… Y eso ya no me pasa cuando voy al cine, donde casi siempre miro el reloj cuando no al techo porque, ya ven, me aburro…

Saludos, take it easy, desde este lado del ordenador.

Más vale tarde que nunca

Miércoles, Diciembre 17th, 2014

“Más vale tarde que nunca” me dijo un profesor de cuyo nombre no quiero acordarme hace ya unos años. Demasiados años aunque la sentencia, que pronunció con contundencia y una siniestra ironía, continúa ocupando su espacio en el disco duro de mi memoria como si no quisiera abandonarme, fijada como una garrapata en mis recuerdos a modo de una advertencia que, debo de admitir, cuando me la dijo sonó más a un usted está nominado que a otra cosa.

Me viene a la cabeza pues ese “más vale tarde que nunca” porque cierro este 2014 que entra en su recta final observando series que casi todo el mundo vindica y que yo, por h o por b, había evitado hasta encontrar un filón en el que poder explorarlas con entusiasmo infantil para sentir que entro en comunión con la opinión de otros que ya son mayoría.

A la espera de descubrir Breaking Bad y True Detective, que esperan pacientemente hasta la entrada del 2015, finalizo el año con empachos muy bien digeridos de Los Soprano, The WireBoardwalk Empire, la original, la británica House of Cards y ahora, igual de emocionado, con Mad Men.

La pregunta que me asalta es cuando yo mismo pregunto con cuál de ellas me quedo. Cuál considero la mejor para concluir que ninguna de ellas porque todas son especiales y diferentes, tremendamente conmovedoras por la complejidad con la que las han armado sus creadores y equipos de guionistas.

Me fascina, por un lado, los personajes femeninos de Los Soprano y Mad Men que, pienso, están muy por encima de sus compañeros masculinos pese a que todo el mundo destaque el –por otra parte excelente trabajo– de James Gandolfini y John Hamm.

Pero me violenta, decía, que apenas se comente que parte de su éxito se debe a las actrices que lo acompañan como Edie Falco, January Jones y Christina Hendricks, entre otras protagonistas que imprimen carácter a sus personajes y que consiguen que esté más atento a sus evoluciones en pantalla que a la de sus compañeros masculinos.

Estas series de televisión ocupan hoy una cima que parece imposible que supere el cine. Son las películas que quería ver. Son las películas, cada uno de los episodios que las estructuran, que deseaba encontrarme en este páramo repetitivo en el que ha terminado por convertirse el entretenimiento.

Vistas unas, tengo así la impresión de que conozco cómo se mueve el turbulento y oscuro universo de la mafia y el gangsterismo norteamericano de los años treinta; así como la alta política y el mundo de la publicidad en los sesenta.

Pero en todos estos períodos históricos en los que se desarrollan sus imbricadas tramas, son ellas, precisamente, los motores del cambio. Las que son capaces de generar transformaciones no ya dentro de la misma serie sino, entiendo, del mundo que las rodea y que me rodea.

Fatigado y fustigado por el cine norteamericano de nuestro tiempo, no resulta nada nuevo defender lo que esa industria ha logrado a través de las series sin renunciar a una tradición cinematográfica cuyos destellos aprecio en todas ellas. Cine negro, drama, apuntes de comedia negra… Los Estados Unidos de Norteamérica demuestran una vez más que es un territorio en el que no se ha apagado su talento gracias, precisamente, a las series y a ese invento prodigioso que es la televisión.

Y que gracias a la televisión y al paquete de series mencionadas con anterioridad, que termine el año con renovadas claves para enfrentarme a un futuro que ya es presente incierto.

Es decir, que recupero viendo estas series ese temblor que anima mi capacidad por la sorpresa y el asombro. Y que por eso agradezco con humildad un fenómeno que me hace ser consciente de que no me faltará agua en la que abreviar cuando intelectualmente me asalte el veneno del derrumbe.

Saludos, yo solo sé que no sé nada, desde este lado del ordenador.

La droga es el demonio

Jueves, Mayo 22nd, 2014

Llego tarde, como a tantas otras cosas en mi vida, a The Wire, serie de televisión que suscita encendidas pasiones como odios entre los aficionados al invento del maligno.

Mientras devoro la cuarta temporada, descubro poco a poco un producto total que, en contra de otras experiencias televisivas, crece a medida que se suceden sus entregas y aparecen y desaparecen personajes porque el verdadero protagonista de The Wire es Baltimore, Maryland, una especie de Irak en la geografía de los Estados Unidos de Norteamérica.

Ver de seguido The Wire –como ver seguidas otras grandes series que la televisión estadounidense produce en estos tiempos convulsos y que ha encontrado en este medio, la caja tonta, un vehículo eficaz para narrar historias adultas cuando su cine claudica en nombre de la más enfermiza lobotomía– es puro disfrute intelectual y para los sentidos.

Y todo ello considerando The Wire no como la mejor serie de televisión de todos los tiempos como aseguran sus voceros oficiales, sino como un todo que, efectivamente, a veces araña la perfección y aproxima su espíritu al de la novela del siglo XIX que a los experimentos que sufrió en el XX, centuria salpicada de dos grandes conflictos mundiales y deslumbrada ante los adelantos tecnológicos, entre otros el de consegur que  el hombre pisara el satélite lunar.

The Wire es una serie extremadamente compleja que, en cada temporada, ofrece un retrato feroz sobre Baltimore desde la mirada de los que trabajan al lado de la ley y de quienes conspiran para saltársela y enriquecerse con negocios sucios. Este es el juego, se insiste en cada uno de sus capítulos.

La conclusión que saco, por ahora, es que nada es lo que parece. Que ese Baltimore que se refleja funciona como una moneda que tiene la misma cara, lo que extrema un realismo rabioso y desasosegante que culpabiliza al sistema y a los vicios que genera la democracia norteamericana como origen de sus conflcitos y de las frustraciones de una ciudad que, pese a todo, se levanta cada mañana para repetir la misma historia.

Creada por David Simon y Ed Burns, The Wire pone de manifiesto lo que importa una historia, un guión notablemente urdido y personajes creíbles para enganchar al espectador en cada uno de sus capítulos. Una obra coral en la que desfilan hombres, mujeres, adolescentes y niños que son retratados con un realismo que raya en ocasiones lo documental. Y ahí se encuentra, a mi juicio, uno de sus pilares: mostrar y narrar con vertigínoso ritmo cinematográfico las entrañas urbanas de una gran ciudad estadounidense sin esconder sus vergüenzas.

Viendo The Wire es inevitable pensar las razones de que no realice un trabajo similar, con estas mismas características, en la Europa de los mercaderes.

Doy por imposible el caso español, que ha encontrado un cómodo refugio en sus astracanadas telecomedias, pero también de países presumo satisfechos de su madurez como Francia y Alemania. Gran Bretaña es otra cosa, aunque espero un producto compacto y cien por cien británico que sea capaz de mostrar las oscuras miserias que esconden sus ciudades y aldeas.

Es inevitable que The Wire seduzca a quienes se han curtido literariamente a través de la novela policíaca. En especial la que se cultiva en la actualidad en ese país al que todo el mundo condena si no es norteamericano aunque yo me cansé hace tiempo de echarle las culpas de las miserias del mundo al convencerme de su capacidad para hablar de lo que más les duele.

Y The Wire pone, en este sentido, el dedo en la llaga.

No sorprende así que colaboren en la redacción de sus guiones escritores del género como George Pelecanos, Dennis Lehane o Richard Price. Tipos que han escrito sobre policías y criminales dándole a esos mismos policías y criminales sustancia y un aliento trágico cuya fuente de inspiración es objetivamente homérica.

Logra, además, que el desconcertado espectador sentando cómodamente en casa entienda, aunque no comparta, las debilidades de sus protagonistas. Que sufra y se divierta con ellos.

Ya escribimos en cierta ocasión que el mejor cine norteamericano se encuentra actualmente en la pequeña pantalla. Y The Wire es solo una de esas grandiosas producciones que me enseñan una vez más que en ese país saben cómo mezclar entretenimiento con mensaje sin resultar enojosamente doctrinario. Uno, incluso, hasta le perdona la confusa moral que prevalece en las cuatro entregas que hasta hoy he podido disfrutar de ella.

El entusiasmo es tanto, la droga ha contaminado tanto mis ideas, que se me hace cuesta arriba enfrentarme a una quinta temporada al saber que ya no habrá más The Wire. Que ya no podré evadirme mientras observo ese retrato feroz y en ocasiones descarnado de una ciudad, Baltimore, que como toda ciudad que se precie –e incluyo la que vivo, tan aparentemente provinciana y dormida– demanda productos que, como The Wire, funciona como purgante.

Aunque mañana sea otro día igual de rutinario que ayer.

Sí, la droga es el demonio.

(*) El Escobillón quiere agradecer a Lester Freamon el descubrimiento de esta serie.

Saludos, yo nací…, desde este lado del ordenador.

¡Vétete pa’llá Falconetti!

Viernes, Junio 7th, 2013

Escucho en un centro comercial, sonando de fondo, The logical song, un tema de Supertramp que asocio a un verano perdido ya en el tiempo. Siento el sabor amargo de la nostalgia mientras mis pulmones exigen piedad.

Recorro las instalaciones como un muerto viviente, un zombi de esos que salen a colación esta mañana, mientras mantengo una conversación con Jessica Herrera, una escritora de grancanaria que ha editado recientemente una novela de vampiros para jóvenes, me aclara, titulada El pentáculo de sangre.

Mientras camino con errático rumbo recuerdo a bote pronto Hombre rico, hombre pobre, que fue una serie que impactó a la chiquillada de mi generación y que supuso además, el segundo amor platónico de mi vida –el primero fue Dale Arden– la actriz Susan Blakely.

Buceando en la red descubro el impresionante reparto de Hombre rico, hombre pobre.

Sabía que fue el trabajo que sirvió de trampolín para el hoy reconocido Nick Nolte (el hermano pobre) y que enterró para siempre en la televisión la carrera de Peter Strauss (el hermano rico). También a Edward Asner, quien más tarde contribuiría a que esa misma generación de chiquillos pensaran que las bondades del periodismo era posible por Lou Grant; y a Dorothy McGuire, que interpretaba el papel de la sufrida madre de la familia Jordache. Y, cómo no, a Susan Blakely, que si no me equivoco terminaba alcoholizada en la serie y en la novela, escrita por Irwin Shaw, uno de esos narradores que han sido relegados al purgatorio por alcanzar en vida el éxito de ventas pero que tuvo que salir de los Estados Unidos de Norteamérica cuando se produjo la tristemente caza de brujas…

También aparecía en Hombre rico, hombre pobre Ray Milland, Gloria Grahame, una señora a la que no me puedo quitar de la cabeza desde que la vi En un lugar solitario y William Smith. Un actor, Smith, cuya carrera marcó al rojo vivo Hombre rico, hombre pobre al interpretar a Falconetti, uno de esos malos que terminó por devorar su restante trayectoria artística y que cuando intentaba hacer de bueno obligaba a que no te lo creyeras.

Fue tanto el éxito de Falconetti, que en aquellos años de instituto cuando insultabas a alguien lo llamabas simplemente Falconetti.

- Vétete pa’llá Falconetti.- decías.

Y el aludido bajaba la cabeza.

Al margen de Hombre rico, hombre pobre, alguien me llama esta tarde para decirme que en la capital grancanaria y en un acto de homenaje a Benito Pérez Galdós saltan algunas chispas.

Chispas que no prende en polémica, pero que mucho me temo que al autor de Los episodios nacionales le haría saltar las lágrimas. Y no de pena, precisamente.

¡Viva el espíritu de Gabriel Araceli!

Y con ese mismo espíritu pretendo participar en un coloquio en el que interviene el dibujante y guionista Alfonso Zapico y Juan Antonio Martín Muñoz, este último junto a Jonay Martín Perdigón, autor de Imidawen, un cómic que me sorprende por su voluntad de reconstruir la última etapa de la conquista de Tenerife. Han sacado dos álbumes, y pronto, si hay suerte, el tercero que concluirá su trilogía sobre la resistencia de los aborígenes de Tenerife.

En la charla, que modera Elena y Carlos, se habla de colorines/chistes/tebeos y se cita, entre otros, a Will Eisner, que es algo así como uno de los gigantes de un arte que dicen ocupa el número nueve de la lista.

Como el debate tiene lugar en La Laguna, aprovecho cuando finaliza para dar una vuelta por la Feria del Libro, donde veo rostros conocidos. Pregunto en un puesto si tienen el Necronomicón pero me responden que está agotado.

Abdul Alhazred estaría contento, Lovecraft mucho más porque parece que ese libro prohibido finalmente existe y no se encuentra en los sótanos del Vaticano.

Esta mañana, mientras hablaba con Jessica Herrera, la autora de El pentáculo de sangre, le pregunté qué opinaba de esa moda que consiste en reinterpretar clásicos de la literatura como Orgullo y prejuicio y El lazarillo de Tormes en clave terrorífica.

Vino a responderme algo así como vade retro Satanás.

Yo no lo tengo tan claro, pienso que a veces es sano quitarle el barniz sagrado a las cosas.

Me pregunto en este sentido que tal quedaría una Mararía poblada de vampiros y licántropos… O Unos puercos de Circe con zombis.

Pero  relájense porque no sucederá. Al menos de momento. Aunque quizá una Fortuna y Jacinta en este plan…

Cuando bajo en el tranvía rumbo a Santa Cruz de Tenerife siento que la máquina tiembla, que vibra de un extremo a otro de los vagones, como si quisiera salirse de las vías y dirigirse a toda velocidad, mientras destroza el pavimento, en el mar.

Pero vivo en una capital de provincias que vive de espaldas al mar. Así que probablemente la maquinaria, y conmigo dentro, acabaría deteniéndose en el laguito de risa de la Plaza de España.

Un amigo me comenta el jueves, cuando me lo tropiezo por casualidad en la calle del Castillo, que a él le encantaría si le ofrecieran la posibilidad de viajar en el tiempo, detenerse en el Santa Cruz de Tenerife de finales de los años sesenta.

Suelto la broma, con mirada seria aunque timbre en la voz socarrón, que apenas se daría cuenta que había retrocedido en el tiempo.

- ¿Por qué?-pregunta el amigo.

- Porque esta ciudad desordenada continúa aún anclada en esos años.

Mi amigo me observa detenidamente. Se pasa la mano por la barbilla y sonríe.

- ¿Qué?- escupo.

- ¿Qué? Vétete pa’llá Falconetti

Saludos, The logical song, desde este lado del ordenador.

¿Qué hacer?

Miércoles, Febrero 20th, 2013

SIEMPRE NOS QUEDARÁ EL PUERTO DE LA CRUZ

Pese a los recortes, pese a que el mismo presidente del Gobierno de las Expaña proclame desde la tribuna que son momentos no duros sino durísimos, en el norte de Tenerife hay una ciudad que resiste numantinamente a la borrasca apostando por algo tan prescindible en tiempos de crisis como es la cultura.

Así que solo puedo saludar sus iniciativas con un caluroso olé.

Un olé en el que se manifiesta mi emoción por su elegante pase de verónica y su saber encontrar dinero en unos días donde lo más natural es que te respondan en cualquier sitio lo de no hay dinero. Y mucho menos para eso que llaman Cultura.

Por eso, para los que nos confesamos consumidores culturales caiga quien caiga, nuestra mirada está detenida con inocente asombro en la labor que desarrolla el área de Cultura del Ayuntamiento del Puerto de la Cruz, quien sin sobresaltos está garantizando la continuidad y también una serie de novedosas acciones para 2013 porque confía, precisamente, no ya en la Cultura sino en la rentabilidad de la Cultura.

Entre otras actividades, se anuncia Mueca, el Festival Internacional de Arte en la Calle, para la segunda semana de mayo de este año.

Pero no se vayan porque hay más.

Se anuncia también la celebración de la que esperamos sea la primera edición de Periplo. Festival Internacional de Literatura de Viajes y Aventuras, que se celebrará en septiembre.

¿Cómo ha hecho este milagro el Ayuntamiento del Puerto de la Cruz?

En una nota de prensa se informa sin rubor alguno que ha sido el primer municipio español “en cantidad de fondos obtenidos del ministerio de Educación, Cultura y Deporte para el desarrollo de actividades culturales en su programa de ayuda a las corporaciones locales.”

Los fondos suman algo más de 146.000 euros, de los que 65.000 están destinados al  proyectado Festival Internacional de Literatura de Viajes y Aventuras Periplo y el resto a Mueca, que se recuperó en 2012 después de dos años de suspensión.

Vaya por Dios, pienso.

Mientras tanto, en el otro extremo de la isla y en una ciudad que se llama Santa se mira al suelo para no contemplar su derrumbe, comenzando por su Ayuntamiento.

Afortunadamente, siempre nos quedará el Puerto de la Cruz.

¿TANTO DINERO?

Me entero leyendo la prensa que los trece capítulos que Televisión Canaria emitió de la serie La Revoltosa –a partir del 15 de diciembre de 2010–, y con el gran humorista Manolo Vieira como uno de los actores protagonistas, costaron la friolera de algo más de un millón de euros. Los datos los revela el portavoz del PP en materia de Comunicación, Víctor Moreno. Otros espacios como La Gala, Quiero ser como Pepe o Nuestra gente costaron, respectivamente, más de 3 millones de euros, así como unos 620.000 euros solo en 2010 y 1,7 millones en 2009.

Y MIENTRAS TANTO…

Los Profesionales de las Bibliotecas de Gran Canaria (Abigranca) y Tenerife (Probit) han hecho un llamamiento común, coincidiendo con el Día de las Letras Canarias, para expresar su malestar por los “fuertes recortes” en cultura y fondos bibliográficos. Estas asociaciones han manifestado que las bibliotecas canarias han sufrido en los últimos años “un recorte tras otro” tras la supresión de la Dirección General del Libro, Archivos y Bibliotecas en octubre de 2010, que pasó a fusionarse con la Dirección General de Cooperación y Patrimonio Cultural. Desde que comenzó el Proyecto BICA (Red de Bibliotecas Públicas de Canarias) se han realizado más de dos millones de préstamos, contando actualmente con 307.211 socios en el sistema y visitándolas en el último año casi 3,7 millones de usuarios.

Saludos, ¿se acabó el pastel?, desde este lado del ordenador.

La peor droga del mundo

Viernes, Febrero 1st, 2013

Todos tenemos que decidir con cuánto pecado se puede vivir.”

(Nucky Thompson, Steve Buscemi, Boardwalk Empire)

Tengo mono y el cuerpo me da tembleque.

Esta noche veré el último capítulo de la segunda temporada de la serie Boardwalk Empire y siento que después, cuando me la haya metido entre las venas, mañana lo voy a pasar realmente mal porque no tendré más dosis B.E..

La peor droga del mundo.

¿Qué demonios voy a hacer?

Nucky, Nucky enrróllate ahí…

¿Ein?

No more alcohol. Only B.E..

¿Ein?

Nucky, entiende cojones que está es la última noche de días felices.

De sumergirme en ese dulce y agradable sopor que lame mis heridas.

¿Qué voy a hacer mañana? 

Exijo soma.

Exijo B.E..

Así que reclamo B.E..

Quiero, cabrones, B.E..

Una sobredosis ¡ya! con la tercera temporada, carajo.

Carajo…

Si es tan buena como la primera y la segunda, creéme hijodeputa que moveré cielo e infierno para que continúen frabricando B.E..

Mejor no lo pueden hacer…

¿O sí?

Tiemblo…

Porque la droga Deadwood resultó adulterada cuando me metí en vena la tercera temporada.

Así que pienso, Nucky, que el puto tres es un número diabólico para las series que logran engancharme y reducirme a la condición de miserable adicto respondón.

¿Lo sabes, Nucky?

Pues ándate con ojo…

Temblando, ya te digo, veré esta noche el último capítulo de la segunda temporada.

Y más que triste, estoy desperado.

Porque sé que pediré más

Más B.E..

Saludos, soma, soma, soma, desde este lado del ordenador.