Los cuatro elementos (y el quinto)
Domingo, Octubre 25th, 2009Empujado por el entusiasmo de una de esas amigas que se esfuerzan en sacarte de casa para que tomes el fresco y descubras que hay vida más allá de la que se mueve en tu híper protegido hogar, subo el sábado a La Laguna para ver a los de Abubukaka, una compañía de teatreros que ha conseguido lo que parecía imposible en una isla como en la que vivimos, que se haya convertido en un auténtico fenómeno de culto, y que como tal fenómeno arrastren en cada una de sus actuaciones a una legión de aficionados que se conocen de cabo a rabo las claves con las que salpican cada uno de sus espectáculos.
Así que véanme apretujado entre el público que se ha reunido en el Siete Café lagunero, temeroso de dar un paso hacia la barra para pedir una cerveza por miedo a perder el espacio que he logrado ganar mientras mi ya famosa agorafobia me recuerda que formo parte de una marea humana que respira un extraño y gozoso nerviosismo a la espera de que los cuatro miembros del clan Abubukaka salten al escenario.
Mi amiga, que es una santa, se escabulle entre la masa y logra llegar a la barra, y me trae una botella verde que contiene homeriana cerveza fresca. Mientras tanto, la agorafobia continúa taladrando mi torre de marfil voluntaria, multiplicando mi capacidad olfativa: mezcla amarga de emanaciones corporales, humo de cigarrillos y aliento agrio del vino de centeno.
Me pregunto, entonces, qué diablo hago ahí, con lo tranquilo que podría estar en casita aburriéndome con La Noria. Y le suelto a mi amiga si los de Abubukaka no iban a salir a escena a las 21 horas. Y lo suelto porque son las 21.15 y desde las 20.30 horas llevo sufriendo lo de sentirme como sardina en lata y noto frenético que la agorafobia ya está abriendo brechas en mi torre de marfil.
Intento calmarme. Y reflexiono que estamos en Canarias, y que aquí es habitual empezar siempre con una hora de retraso aunque hasta en eso los de Abubukaka llevan la contraria porque a las 21.30 se apagan las luces, alguien hace la presentación y saltan al escenario sorteando la marea humana cuatro tíos que en mi imaginario se transforman en los cuatro hermanos Marx (cuando eran cuatro) con acento canario.
Y empieza el chou. Y si bien, les contaba, estoy intentando tapar los huecos que la dichosa agorafobia está abriendo en mi torre de marfil comprada en un todo a cien, compruebo poco a poco, y mientras la panda de los Abubukaka toma confianza, que olvido lo de estar enclaustrado entre otros pedazos de carne porque suelto la carcajada, me sorprende la agudeza intelectual de su romancero sobre el aborto y el delirante montaje que se hacen sobre la hija de Obama, Omamainés, y su loco amor por el chico del corredor de la muerte, entre otros fragmentos que hace resonar de carcajadas el Siete Café.
Más tarde, y para mi sorpresa, lo que pensaba había sido un proceso laborioso de unir momentos cómicos, me soplan que lo crearon el día anterior, viernes, lo que pone de manifiesto el talento espontáneo de estos cuatro elementos. Cuatro elementos cuya primera parte del espectáculo casi parece un concierto de jazz en plan jam session. Pura y frenética improvisación, historietas de ayer y hoy aliñadas de nuestra pesadilla realidad canaria (ponen en escena un número fantástico sobre la manifestación independentista que ayer mismo recorrió las calles laguneras) así como la que salpica el universo mundo con un espíritu ácrata que sin ser trasgresor (tampoco es su pretensión) termina por descolocarte. Y te descoloca tanto que llegó un momento en el que mi agorafobia tomó la determinación de mandarse a mudar cuando se percató que ya no podía joderme más recordándome que estaba apretujado, con la camisa mojada y la garganta seca.
Es verdad, no obstante, que la segunda parte del espectáculo me dejó indiferente. Claro que ya sería de genios el que pudieran batir el éxito de una primera entrega loca y surrealista, de me importa un pimiento todo porque lo que hacemos es teatro anti teatro.
Y si bien la vieja enemiga agorafóbica encontró en ese instante una oportunidad para volver a machacarme la cabeza, tuvo que bajar las espadas porque todavía guardaba muy buen sabor de boca con su inicio del chou.
Me cuentan que allí estábamos casi unas doscientas personas, apretujadas y bastante calientes no en el doble sentido tradicional que se le achaca a la palabreja sino el que se refiere al de altas temperaturas. Así que para repetir la experiencia de sentirme sardina en lata que olvida lo que se siente estando una sobra la otra en una balsa de aceite gracias al cachondeo de estos cuatro (me olvidaba que hay una quinta elementa) cómicos de la legua, he apuntado en rojo en mi agenda la fecha del 14 de noviembre. Ese sábado me verán en el Siete Café lagunero para disfrutar de los Abubukaka. No me lo ha recetado el médico, pero les aseguro que ha sido un antídoto perfecto para mandar a paseo mi puta y amargada agorafobia.
Saludos, gratamente agradecidísimos, desde este lado del ordenador.