La estación enjaulada, una novela de José Luis Correa

Lunes, Febrero 27th, 2023

José Luis Correa ya forma parte de la historia de la literatura negra y criminal española por un personaje, Ricardo Blanco, que además de investigador es un canario de la siete islas aunque nacido y residente en la capital grancanaria. Su identidad, y la manera en cómo la reproduce en las hasta ahora trece novelas que lleva dedicada a esta suerte de Philip Marlowe, han logrado mantener en el mercado a un personaje que no deja de resultar no sé yo si exótico en otras tierras, pero sí novedoso teniendo en cuenta que el personaje nació hace ya más de veinte años. Lo que son años.

Ricardo Blanco regresa con La estación enjaulada, y Blanco, como el mismo Correa y sus lectores, somos más viejos. Lo de viejo se escribe porque es una palabra que repite el mismo Blanco a lo largo y ancho del libro, y es que el personaje que por una vez no está rodeado de sus habituales secundarios salvo Gervasio Álvarez, se siente y así lo hace saber, viejo. Una vejez que no alcanza a creerse.

La estación enjaulada es una novela además que rompe con la dinámica de las anteriores. No se desarrolla en la capital grancanaria, que hasta ahora era como el segundo gran personaje de la serie, sino en un pueblo pesquero que parece sacado del viejo oeste y en el que un día flota en las aguas próximas a sus costas el cadáver de una joven irlandesa.

Una antigua novia, una galería de secundarios interesante y una trama que despierta la curiosidad por saber cómo termina, son solo algunos de los ingredientes de una novela que si palpita es porque está escrita en primera persona por el mismo Ricardo Blanco, un tipo que ha sabido evolucionar a lo largo de todos estos años, más de veinte, por lo que lo veo sí, más viejo y cansado, pero que no pierde las ganas por hacer justicia y de estar siempre al lado de los más necesitados. Combate en esta ocasión contra el líder de una secta destructiva y su gente así como contra un granuja y sus acólitos.

El pueblo, marinero pero casi abandonado de la mano de dios, y que Blanco se enfrente contra dos enemigos igual de sanguinarios tiene algo de la mítica Cosecha roja, una clave que no deja de planear por mi cabeza mientras leo el libro. Y no, La estación enjaulada no es Cosecha roja pero tiene algo, lo respira, del libro de Dashiell Hammett. La acción se desarrolla además cuando comenzó a llegar a España las primeras noticias de un virus que se expandía por todo el planeta, y refleja muy bien la ignorancia que por aquel entonces manteníamos con aquel bicho que después nos amargó tanto la vida.

A medida que se lee la novela puede pasar, como me pasa a mi con la mayoría de los libros anteriores de la serie, que lo que más me atrapa del universo Blanco son los escenarios. Mucho más que la historia que cuenta. Y es que uno, lo admite, disfruta mucho con las reflexiones de su protagonista y de cómo se enfrenta a rivales que parecen que están muy por encima de él.

Y todo esto contado con una pachorra deliciosamente reconocible para los que vivimos a este lado del Atlántico, esa mirada, me atrevería a decir que filosófica, con la que vive su personaje. Es como si estuviera cantando “tranquilidad que nadie va a perder el tren”. Otro elemento que me hace atractivo el personaje, al margen de salpicar todo su relato con palabras de aquí, de ese español que hablamos en Canarias, es cómo disfruta Ricardo Blanco de los pequeños placeres que algunos todavía pueden disfrutar como es una buena comida y el placer de fumar un cigarro, un buen cigarro puro, esto último hoy tan políticamente incorrecto pero es que Blanco es un sibarita que no resulta cursi, además es un romántico que por fin parece que ha encontrado a la mujer de su vida, Beatriz, farmacéutica de oficio a la que se cita pero que no aparece en esta novela, y como se dijo con anterioridad Gervasio Álvarez, que sí que aparece y que se trata del policía jubilado al que conocemos de otras entregas de la saga solo que ahora está más viejo (otra vez la vejez) y enfermo. Gervasio Álvarez se ha convertido de todas formas en una especie de padre o, mejor, hermano mayor del protagonista.

Como las anteriores novelas protagonizadas por Ricardo Blanco, La estación enjaulada no decepciona. Blanco sigue siendo el personaje de toda la vida aunque, eso sí, más viejo y por eso mismo más sabio que el que conocimos en el pasado. El cambio de escenario le da también algo especial, me atrevería a decir que crepuscular a una novela que a mi juicio explica que este personaje haya durado tanto en el tiempo. De hecho, y al paso que va, ocupa ya un espacio en la galería de personajes con serie que se escriben en España. Y razones no faltan para que uno entienda su éxito y que agradezca a su autor, José Luis Correa, los cambios que le ha ido imprimiendo a su Ricardo Blanco, antes un Philip Marlowe que habla español sin pronunciar las ces ni las zetas y ahora un viejo, más que un anciano, que quiere vivir en paz solo que novela tras novela el mundo se empeña en tocarle los… Bueno, ustedes ya me entienden.

Saludos, kiss, kiss, bang, bang, desde este lado del ordenador

Para morir en la orilla, una novela de José Luis Correa

Martes, Febrero 22nd, 2022

“Que mi historia era justo la contraria de la suya. Que al abuelo Colacho le había salido chepa de tanto carenar barcos en la puntilla. Que había ahorrado hasta el último duro para dejárselo a un nieto tarambana, para que este enderezara su vida. Podría habérselo contado a Ernesto Leacock. Pero aquello no era un intercambio de estampitas ni nosotros amigos de pupitre”.

Para morir en la orilla, José Luis Correa. Novela Negra, Alba Editorial, 2022

En los últimos meses han coincidido en librerías tres novelas de escritores de las islas que abordan, desde distintas perspectivas, la inmigración irregular en Canarias. Juan R. Tramunt centra su relato Traficantes de historias en un hombre, Tobias Arencibia, que tras sufrir una experiencia traumática abandona su estilo de vida para ocupar una plaza de Lengua y Cultura Española en un Centro de Integración de Emigrantes en Gran Canaria mientras que Ernesto Rodríguez Abad en Hicham se pone en la piel de un joven africano que aspira llegar a un mundo en el que crezcan “higueras con frutos de oro”. José Luis Correa habla también sobre este mismo asunto en Para morir en la orilla, solo que en clave negra y criminal.

Le sirve de disparadero al creador del detective Ricardo Blanco para narrar un relato de suspense que comienza con la aparición de dos cadáveres en una patera que llega a las costas de la isla y termina con la resolución de un caso en el que, entre otras historias cerradas, se averigua quién asesinó a estos dos hombres, ya que se trata de un asesinato y no de una muerte accidental, producto del terrorífico viaje que emprenden muchos africanos para alcanzar las costas de las islas con el objetivo de alcanzar el sueño que persiguen aquellos que cruzan en pequeñas embarcaciones el brazo de mar que nos separa del continente africano.

Para morir en la orilla hace la novela número doce de Blanco, un personaje que a medida que se publica un nuevo libro de sus pesquisas como investigador privado, lleva camino de convertirse en una de las series más longevas del panorama narrativo nacional, lo que tiene mérito ya que el detective, a veces y a su pesar, desarrolla la mayor parte de sus investigaciones en la capital grancanaria, también en otros puntos de la isla redonda. Correa, a través de Blanco, cuenta en primera persona sus investigaciones y desde Quince días de diciembre (la primera) su protagonista ha ido creciendo en edad y también como persona. Para morir en la orilla muestra un nuevo paso en la evolución de Blanco, quien no pierde pese a la edad el sentido del humor.

Los lectores iniciados saben que la serie dio un volantazo tras la muerte del abuelo del protagonista, Colacho, lo que generó que el círculo de amistades y otros secundarios de la saga se haya ido estrechando.

De momento, José Luis Correa mantiene las constantes que dan credibilidad a su investigador privado, aunque comiencen a detectarse novedades que lo enriquecen si cabe un poco más.

Ricardo Blanco sigue soltero pero mantiene una relación estable con Beatriz, farmacéutica y madre de dos hijos. Esta relación nos lo revela como un hombre si no satisfecho consigo mismo, sí que estable emocionalmente al contar con la complicidad de una mujer. Por una imprudencia pone en peligro a la hija mayor de Beatriz pero sí quieren conocer la razón, léanse la novela. Un título que no defraudará a los que conocen otras historias del detective canario y casi seguro que cogerá desprevenido a quien llegue a ella por casualidad.

En las últimas novelas de la serie el personaje se ha instalado en una cómoda felicidad que en contra de lo que pudiera parecer, es uno de los atractivos de la serie. Se mueve además en escenarios familiares que resultan igual o más interesantes que los casos que debe resolver Rick, Ricardo Blanco.

Sin revelar demasiado de la trama, Para morir en la orilla cumple lo que ya venía anunciando en títulos anteriores, que su personaje, en torno a los 60 años, ya no está para muchos trotes por lo que más pronto que nunca, sus proceder como investigador está más próximo al del cerebral Nero Wolfe (que no salía de su casa para resolver los problemas) que a los de ese caballero andante que fue Philip Marlowe, el detective privado que inspiró al primer Ricardo Blanco, y aliento que se recupera en algunas de las páginas de su última novela.

Encuentro en Para morir en la orilla un personaje que continúa moviéndose con más confianza en los territorios del género negro. Negro y criminal o policíaco, entre otras etiquetas. Transpira compromiso social con la realidad que vivimos no solo explorando la inmigración irregular sino también cómo muchas de estas personas caen en la explotación más descarnada, lo que hace que su viaje a Europa se convierta en una pesadilla. La novela habla también de un caso de corrupción policial y sobre la prostitución, entre otros temas que el escritor va resolviendo a medida que avanza un relato que no llega a las doscientas páginas y que como otras novelas de Blanco se lee sin que uno note que pasa el tiempo.

Estos y otros elementos me hacen pensar que el protagonista de la serie está en un momento de inflexión, que se avecina un cambio interesante en el hábitat que hasta ahora conocíamos del personaje aunque la novela siga las pautas de las anteriores, se narra en primera persona, el tono es irónico, nunca cínico, se cuelan en el texto algunas palabras y expresiones del español que se habla en Canarias y la galería de personajes como de situaciones resultan creíbles. Es otra de Ricardo Blanco pero con novedades aún desdibujadas.

De momento, parece que el detective está terminando por cicatrizar sus heridas físicas y emocionales. Ha encontrado un hogar que calma a la fiera que lleva dentro, una fiera que despierta cuando emprende por su cuenta y riesgo una investigación que lo adentra en lo peor de la condición humana.

Saludos, en la orilla de enfrente, desde este lado del ordenador

Cuéntame un cuento

Lunes, Abril 12th, 2021

Resulta bastante raro, y más en estos tiempos, que aparezca (en este caso reaparezca) una editorial con el fin de cubrir los vacíos que se detectan en el mapa de las editoriales canarias. Esas pequeñas empresas que siguen adelante a pesar de la crisis económica y pandémica publicando, con mayor o menor rigor, libros con acento de las islas. O no, que también.

Algún día tendrá que hacerse un estudio (y focalizo ese estudio en las dos universidades canarias si despiertan del marasmo en el que se encuentran desde la noche de los tiempos) sobre las editoriales que brotaron y aún brotan en estos territorios fragmentados. Si algo las caracteriza es su entusiasmo y arrojo donde prácticamente luchan solos contra los elementos. Elementos que tienen la forma de molinos de viento contra los cuales combaten los editores como si fueran Quijotes del Atlántico. La figura de Sancho Panza se relega a un segundo plano y podría servir como el socio realista que se encuentra en toda iniciativa que se precie. Esa persona que advierte que no es buen negocio dar a conocer lo que se escribe en las islas porque el escenario no es muy propicio.

Es una noticia, una muy buena noticia por ello, la reaparición de un editorial en el ecosistema editorial canario. El sello que permanecía en silencio desde 2010, año en el que publicó un solo título, Riqui-Raca 1.0, una antología de cuentos centrados en el derbi futbolístico regional: C.D. Tenerife-U.D. Las Palmas, regresó a la escena hace apenas unas pocas semanas con seis primeros libros (poesía, novela y relato) de los que vamos a comentar los dos primeros: Las terribles historias y El hombre que perdía las palabras de Cecilia Domínguez Luis y José Luis Correa, respectivamente. Se tratan de dos recopilatorios de cuentos y el sello del que estamos hablando, Nectarina Editorial, es un proyecto en el que está al frente un profesional que conoce y sabe de libros: Ayoze Suárez.

Antes de iniciar el repaso a estas dos novedades me gustaría resaltar que uno de los objetivos de Nectarina Editorial es el de recuperar textos que no han vuelto a reeditarse desde que aparecieron por primera vez. En la primera tanda de seis libros y además de los cuentos de Domínguez Luis y Correa, figura la novela El corazón de los pájaros, de Elsa López, que fue una de las diez obras seleccionadas al Premio Planeta en 2001; los libros de poemas Los bufones de Dios y Marabulla, de Pedro Flores y Silvia Rodríguez y Teneyda y otros relatos, de Alfonso García Ramos, un clásico de la literatura canaria y universal si me apura con la novela Guad y que en estos pequeños y poco conocidos cuentos augura el gran escritor y periodista que fue.

Trece cuentos son los que se reúnen en El hombre que perdía las palabras, relatos escritos por José Luis Correa la última década del siglo pasado y en los que se vislumbran los mimbres del escritor que es en la actualidad. Los cuentos respiran además las constantes que definen el universo literario del escritor grancanario y aparecen todavía sin cincelar muchos de los elementos que configuran su posterior narrativa. Una narrativa que con el paso de los años ha terminado por adquirir sello de autoría.

Los cuentos están trufados de palabras canarias, se aprecia cierta querencia por el policíaco, al que Correa ha aportado uno de los detectives privados más longevos del género en España y situar en el mapa literario una ciudad, Las Palmas de Gran Canaria, que sirve de telón de fondo de muchas de las historias que desgrana a lo largo de un volumen más próximo a Julio Cortázar que a uno de los maestros del género negro, Raymond Chandler.

Las terribles historias de Cecilia Domínguez Luis está dividido en dos partes que llevan los títulos de Las terribles historias y Escribir comienza por una traición. Destacaría la capacidad de síntesis de la mayoría de los relatos y el miedo soterrado que respiran. Encuentro en los cuentos a una escritora sin ataduras y que olfatea todo tipo de historias, muchas de ellas inspiradas por lecturas muy sabias que confieren interés a un libro que me hace pensar que Domínguez Luis debería de tantear con más frecuencia el relato corto. Tras su lectura, he encontrado gratamente a una escritora que desconocía. Me sorprenden lo diferente que son la mayoría de estos cuentos, también la capacidad de condensar momentos que trascienden en la mayoría de los casos la anécdota.

Analizados en conjunto, los libros de Cecilia Domínguez como los de José Luis Correa cumplen la máxima cortaziana de que el cuento tiene que ser ante todo breve y que, a diferencia de la novela, deben de resultar contundentes.

Nectarina Editorial anuncia que algunos de los autores que protagonizarán sus próximos seis libros serán Juan Cruz, Tina Suárez y Ernesto Delgado Baudet, entre otros.

Saludos, mañana será otro día, desde este lado del ordenador

Las dos Amelias, una novela de José Luis Correa

Lunes, Marzo 16th, 2020

Ricardo Blanco es uno de los investigadores privados más longevos de la literatura negra y criminal que se escribe en España.
En Las dos Amelias (Alba, 2020) ya son once las novelas que José Luis Correa, su creador, ha dedicado a su detective, a su cinéfilo caballero sin espada con conciencia social que aún mantiene cierta confianza en el sistema.

Los casos que hasta la fecha ha investigado suelen mostrar el lado menos amable del ser humano y sus policiales son procedimientos imaginativos que bien podrían formar parte de la crónica de sucesos. Estas novelas le sirven también a José Luis Correa para enseñar las miserias y vergüenzas que se dan en una ciudad como Las Palmas de Gran Canaria, territorio en el que transcurren la mayoría de las investigaciones que le encargan y capital de provincias que es el otro gran protagonista de la serie. Una serie que con el paso de los años se ha ido volviendo más adulta sin perder, afortunadamente, su sentido del humor.

La mirada burlona, que no cínica, con la que Ricardo Blanco observa su alrededor está más próxima al carácter aplatanado (en el buen sentido de la palabra) que a la mirada cínica y en ocasiones amarga de otros grandes investigadores privados del género policial.
Está claro, tras once novelas dedicadas al personaje, que José Luis Correa conoce muy bien a su criatura. Ricardo Blanco ha crecido con él y es más que probable que como su autor, el protagonista de estas novelas ya no espere demasiado ni de la gente ni de sí mismo.

Mantiene, eso sí, la honestidad de siempre. Y sus amigos siguen siendo los habituales: su novia farmacéutica, el jefe de policía retirado y que ahora trabaja con él, la secretaria del despacho de investigaciones. Otro de los hallazgo de la serie y en los que insiste en Las dos Amelias es diseminar el texto con canarismos que no chirrían, palabras que ponen de manifiesto la belleza del modo de hablar en Canarias. De hecho, las voces canarias que asoman en el libro tienen la función de acercar y hacer más creíble a su protagonista a medida que se desarrolla la investigación.

Ricardo Blanco es un personaje bien definido y ajustado a los vaivenes en los que lo implica su oficio. El lector entra en sus historias a través de su cabeza, las narra en primera persona, así que conoce sus grandezas y debilidades porque Blanco, como cualquiera de nosotros, es un tipo gris que se caracteriza por un notable olfato para atrapar al culpable e, igualmente, conocer de que pie cojea. De su mano, sabremos de sus relaciones amorosas como laborales y nos acercaremos a su grupo, pequeño pero compacto de amigos.

Las dos Amelias responde a las expectativas que todo aficionado al género espera. Resulta sencillo adentrarse en el universo que José Luis Correa propone ya que conoce muy bien los códigos del policíaco para que el lector siga con curiosidad la investigación que inicia en cada uno de sus libros. En Las dos Amelias el brutal asesinato de una influencer en un hotel de la capital grancanaria durante la Feria del Libro que se desarrolla en la ciudad.

Este crimen le da la oportunidad al escritor para ofrecer un retrato no tan noble como podría esperarse de las interioridades de la misma Feria del Libro y cargar las tintas de paso contra los periodistas, que alguno aparece en este libro. Las dos Amelias proporciona interesantes reflexiones sobre Internet y las redes sociales y cómo éstas han transformado las relaciones entre las personas. Es decir, cómo hombres y mujeres que hasta el día de ayer eran perfectamente desconocidos de la noche a la mañana dan el salto a la fama a golpe likes.

Algunas de las mejores páginas de Las dos Amelias son las que dedica a la red y los efectos que tiene entre nosotros. Respecto al crimen y si leen la novela lo sabrán, José Luis Correa plantea una interesante reflexión sobre este mundo que ha disuelto las relaciones personales, generando nuevos monstruos que se mueven más que como peces tiburones en el océano de Internet.

El escritor emplea con oficio los resortes que dan cuerpo al género aunque quizá sea Las dos Amelias la novela más sujeta a las reglas del procedimiento policial de la serie. No olvida sin embargo el componente social que caracteriza al género y el retrato de secundarios que, como siempre, está eficazmente trabajado.

Que el libro atrapa está el hecho de que nada más llegar a mis manos lo devoré en apenas unas horas. Se tratan de casi doscientas páginas cargadas de emoción, la emoción que sacude como una corriente eléctrica a Ricardo Blanco a medida que ahonda en un caso donde nada es lo que parece.

Saludos, lecturas en tiempos de cuarentena, desde este lado del ordenador

Escena de terraza con suicida, una novela de José Luis Correa

Lunes, Mayo 13th, 2019

José Luis Correa recupera músculo como escritor en Escena de terraza con suicida (Ediciones La Palma, 2019), un libro que mantenía durmiendo en el disco duro de su ordenador y que rescató y revisó para esta edición, un experimento que invita a ser leído de corrido y a participar en el curioso juego literario que propone.

Éste, que es uno de sus mayores aciertos, obliga a que el lector haga el esfuerzo de participar en la apuesta y embarcarse junto al escritor en más que una aventura, en un ejercicio estilístico y metaliterario que ya de entrada avisa que nada será a partir de ese momento lo que parece. Todo es fruto –o no– de la imaginación de un hombre roto que fantasea –o no– con las alegrías y miserias, la vida en definitiva de sus vecinos de mesa en la terraza de un café.

Los personajes que rodean al protagonista se han refugiado en ese bar porque llueve en la calle y son náufragos que hacen examen de conciencia sobre sus errores y aciertos. Un microcosmos en el que sus historias se entremezclan unas con otras al modo de Las mil y una noches.

“Y es que en nuestra terraza, quien más quien menos le tiene miedo a algo. Dionisio a sus recuerdos. Doña Virtudes, a su futuro. Fidel, a su soledad. Elizabeth, a perder el amor de Aday. Aday, a perder el calor de Elizabeth. Nadia, a perder su trabajo. Yo, a la ausencia de Adriana. Y Casanova, al silencio. Es incapaz de mantenerse callado un minuto”.

La novela, que aparentemente nada tiene que ver con las que el escritor dedica a Ricardo Blanco, mantiene en común con las de la serie el estilo, un estilo netamente José Luis Correa, a quien siempre se le agradece su visión irónica que no sarcástica cuando describe la realidad que rodea, y nos rodea, a sus personajes y se decanta por narrar más que contar una historia. En este caso, historias.

La novela, en la que su autor abandona las servidumbres del género negro, le sirve para explorar la penosa realidad de nuestro tiempo: crisis, inmigración, soledad, miedos en definitiva con los que dota de presencia a una galería de secundarios cuyos pensamientos y reflexiones terminan por confundirse con las del protagonista, tragedias de la vida vulgar, como diría Wensceslao Fernández Flórez que el escritor emplea como acompañantes del más que suicida, hombre que no deja de pensar con desánimo en la nada, la muerte, el fin en una terraza ubicada en cualquier ciudad que puede ser la nuestra.

Este desaliento resulta a la larga contagioso aunque José Luis Correa tiene la virtud de matizar los efectos demoledores con un humor que hace que tomemos las cosas en serio. Esta novela invita a jugar con ella, a explorar un mundo que se multiplica en otros que son los que gravitan alrededor de un protagonista, Fabio Méndez, que mientras espera su agua con gas advierte que está pensando “seriamente en la muerte”.

Si se entra dentro de la apuesta literaria que propone José Luis Correa el lector no abandonará el terreno de juego. Es más, seguirá adelante porque el libro, la historia, las historias que confluyen en él, terminan por contagiar ya que se ensamblan hasta llegar a un final que sorprende por el guiño y que pone de manifiesto que, pese a sus prontos, a pasar de puntilla por los diálogos y sus ganas de marear la perdiz, José Luis Correa continúa siendo unos de los escritores más personales que en la actualidad escriben en y desde Canarias.
Un autor que lo mismo invita al lector a adentrarse en una telaraña que se va desenredando a medida que avanza la historia, como en un rompecabezas donde lo que comienza siendo una cosa termina siendo otra.

En este itinerario por Escena de terraza con suicida se despliega una serie de reflexiones con bastante gracia. Una de ellas es la afición por el cine que mantiene el escritor lo que provoca en esta novela una divertida situación en la que se habla sobre la cinefilia y la decisión de ver películas dobladas o en versión original con subtítulos en español. También hay otros momentos en los que José Luis Correa describe a lo largo del libro esas piedras en el camino que nos enseñan que nuestro destino es rodar y rodar.

Se nota, por otro lado, la influencia de algunos escritores claves en la biblioteca del escritor. Mientras la leía, por ejemplo, no dejaba de pensar en Julio Cortázar por encerrar al personaje junto a otros personajes en un solo escenario aunque lo que parece teatro se abre a otras posibilidades que, imaginadas o no, que cada cual saque sus conclusiones, resultan atractivas por atreverse a jugar con el lector. Por esto, se trata de un libro que no dejará indiferente a nadie.

Y eso recurriendo a una estrategia narrativa que no es nueva ni producto de su invención ya que solo, ¿solo?, es una manera de contar esta historia. La historia de un escritor, un hombre vulgar, rodeado de demonios, sus peculiares demonios.

Saludos, hermanas y hermanos, desde este lado del ordenador

La noche en que se odiaron dos colores, una novela de José Luis Correa

Lunes, Febrero 25th, 2019

La noche en que se odiaron dos colores (Alba Edotorial, 2019) es la décima novela que el escritor grancanario José Luis Correa dedica al detective privado Ricardo Blanco, una obra que pone de manifiesto que el personaje disfruta de buena salud y que ha sabido calar hondo entre sus lectores que ya son legión.

No faltan razones para explicar lo que podría denominarse como el fenómeno Blanco aunque personalmente considero que lo más destacable es la capacidad de Correa para dar entidad al personaje, un hombre con sus grandezas pero también miserias que ama la ciudad en la que desempeña su trabajo como investigador privado: Las Palmas de Gran Canaria, un lugar que se convierte junto a Ricardo Blanco en el otro gran protagonista de una saga que, reiteramos, ya ha hecho historia no solo en las letras canarias sino nacionales porque pocos son los llamados y mucho menos los elegidos. O personajes literarios que han alcanzado la novela número diez.

Más que el caso en sí, en esta historia la búsqueda de un padre desaparecido, el interés de los relatos que José Luis Correa articula en torno a su héroe, o antihéroe porque el pobre Blanco recibe más que da en todas sus aventuras, es el entorno en el que se mueve, la ciudad se insiste, que ama, y la galería de secundarios que como el detective han ido acompañándolo en las sucesivas entregas con sus ausencias incluidas, como la del abuelo Colacho.

En estas diez novelas, el escritor no ha perdido el tiempo y ha sabido envejecer al héroe/antihéroe y describir con notable pulso narrativo los cambios y vaivenes que ha sufrido la capital grancanaria desde que apareció el personaje en Quince días de noviembre un ya lejano 2002, año en el que todos todavía estábamos más pendiente del siglo XX que del XXI.

Los secundarios son también otro de los grandes logros de estas novelas que se leen con una eterna sonrisa dibujada en los labios pese a que lo que se cuente sea en serio. Ricardo Blanco, como los grandes private eye de la literatura negra y criminal norteamericana no pierde su más que sentido del humor, afilada ironía en cada caso que resuelve. Investigación en la que aprenderá a conocerse un poco mejor y a tener muy claro las cosas que merece la pena defender en la vida.

En esta nueva y apasionante entrega toman protagonismo además de Ricardo Blanco, que es quien nos cuenta la historia, su secretaria Inés y el policía, mejor ex policía Gervasio Álvarez. Nada más comenzar la novela, asistimos con Blanco a la fiesta de jubilación de Gervasio, un personaje clave en la saga, y unos capítulos más adelante conocer que, a partir de ahora, el antaño agente de la ley se ha convertido en socio de nuestro detective.

En cuanto al caso a resolver, la desaparición de un veterano fotógrafo, solo diremos que Ricardo y los suyos se encargarán de encontrarlo porque la clienta, Niágara Caballero, parece estar al borde del ataque de nervios, estado natural si se tiene en cuenta que, a medida que se avanza en la investigación, las cosas se complican y mezclan.

Se asiste a una guerra soterrada entre libios y colombianos, sabremos de un policía al que le falta un tornillo y que disfruta con el abuso de poder y de una conjura que pretende cometer un acto terrorista que podría tener fatales consecuencias en la capital grancanaria.
Al margen de la trama criminal, José Luis Correa se crece como escritor cuando mueve a su personaje en su ámbito privado, en ese pequeño círculo al que solo accede su novia farmacéutica y sus ahora dos colaboradores de faenas detectivescas.

Entre las mejores páginas de La noche en que se odiaron dos colores están aquellas que describen con matices luminosos las calles y plazas de una ciudad que su autor conoce muy bien y en la que hace pasear a su investigador privado para mostrar al lector la cara y la cruz de una capital de provincias que mira razonablemente al mar.

Como en otras novelas de José Luis Correa, el estilo de La noche en que se odiaron dos colores está trufado de canarismos que no suenan a impostados porque simple y llanamente así habla su protagonista desde que lo conocimos hace ya más de diez años a través de sus novelas, y un rasgo fundamental que define el carácter de un personaje que, no nos cansaremos de repetir, ya ha hecho historia.

Saludos, tal día como hoy…, desde este lado del ordenador