“En esta infausta isla del Atlante,
Si desde el mar á la enriscada sierra
Tiende su brazo el cólera gigante,
Y sin dar tregua á su execrable
Todo lo abarca y con furor lo aterra”.
No se trata de una estrofa para recordar pero sí que es, hasta donde hemos podido indagar en estos tiempos confusos, uno de los primeros testimonios literarios que intenta reflejar los efectos devastadores de una epidemia en las islas. En este caso, la del cólera en la isla de Gran Canaria en 1851 que diezmó al 10 por ciento de la población, censada entonces en 58.943 personas de las que 5.593 fallecieron por el brote de cólera.
El poema lleva el título de El cólera-morbo y fue escrito ese mismo año por Ventura Aguilar, poeta romántico que dedica esta obra a la memoria de su sobrino “y caro amigo el licenciado d. Esteban Cambreleng” y que puede consultarse en la Biblioteca Virtual del Patrimonio Bibliográfico, que reproduce en pdf la versión impresa en la imprenta de M. Collina. Esta misma imprenta publicó “el que puede ser el primer relato de los acontecimientos, firmado por el jurista Antonio López Botas en la temprana fecha del 15 de agosto]. El folleto de 12 páginas no lleva título, y muestra en primer lugar el terror incomparable que sintieron la noche del 5 de junio los facultativos que identificaron la epidemia y comunicaron a la Junta de Sanidad que se trataba del cólera morbo”, explica el artículo Memorias del cólera. Plegaria de Juan M. Doreste publicado en la revista digital 7iM.
No existe, sin embargo, una bibliografía extensa y con carácter de ficción que trate las distintas epidemias que a lo largo de los siglos sacudieron al archipiélago canario, aunque rastreando hemos podido encontrar algunos títulos que quizá sirvan a los preocupados en estos asuntos para conocer con mayor amplitud cómo se enfrentó la ciudadanía a estos ataques invisibles que solían propagarse como la pólvora por toda las islas.
Ambientada el mismo año que el poema de Ventura Aguilar, 1851, Verano de Juan El Chino, de Claudio de la Torre fue escrita en 1971 y aprovecha la epidemia de cólera morbo que asoló la isla de Gran Canaria para narrar a través de su personaje, “sano” en toda esta debacle, las miserias y grandezas del ser humano. Más que la enfermedad, a Claudio de la Torre lo que le interesa destacar en la novela es cómo el mal afecta al carácter de sus semejantes, ya que la mayoría aprovecha la situación para sacar lo peor de sí mismos aprovechándose del vacío de poder.
En este mismo marco histórico localiza José Miguel Alzola algunos momentos de su Don Chano Corvo Crónica de un jardinero y su jardín (1973) mientras la fiebre amarilla es la protagonista de la novela Días de paso, de Javier Estévez, relato en el que describe cómo su protagonista recala en la isla de Gran Canaria para refugiarse en el interior, en un pueblo de nombre Lucena. Escrita en forma de diario, el libro se desarrolla entre 1811 y 1812, Días de paso es en palabras de su autor: “un hermoso viaje vital por la geografía inesperada del destino”.
Ambientada en Tenerife la segunda década del siglo XX, El sepulcro vacío (2015) de Cecilia Domínguez Luis se hace eco de la gripe española que segó la vida de Diego Ponte del Castillo, marqués de la Quinta Roja, y la construcción del mausoleo con claves masónicas que su madre ordenó erigir en su honor en La Orotava.
Inspirado en hechos reales aunque adaptados a su universo literario, Sabas Martín probó también el aliento de la epidemia en Nacaria, inspirándose en hechos reales que se desarrollaron en la isla de Tenerife cuando se propagó la peste negra. La enfermedad, que se cebó con los más débiles como con los más fuertes, se unió a la crisis de la cochinilla lo que resultó dramático no solo para las familias de la isla sino también para su economía.
Ángel Sánchez trata el asunto de manera episódica en sus Crónicas de Artemi, volumen cuya nueva edición a cargo del Gobierno de Canarias se presentó el año pasado. Lástima que, como otros libros que auspicia la Viceconsejería de Cultura apenas haya tenido recorrido.
Los leprosos son los protagonistas de La cueva de los leprosos, de Víctor Álamo de la Rosa, historia que se desarrolla en Isla Menor, territorio mítico en el que se ambientan muchas de las novelas de este escritor y que no es sino un trasunto literario de la isla de El Hierro. En esta obra el escritor explota una vez más su vena romántica y si bien no se trata la enfermedad como epidemia, sí que subraya la diferencia que existen entre los que están aquejados de ese mal y viven recluidos en un lugar apartado de la isla. Álamo de la Rosa insistiría ahora sí con una pandemia, aunque una pandemia imaginaria que provoca suicidios masivos, en su más reciente novela, El pacto de las viudas.
Personajes aislados por la enfermedad son los protagonistas de La umbría, de Alonso Quesada, obra que cuenta con una interesante adaptación cinematográfica dirigida por Pepe Dámaso y El silencio de Los Abades, de Juan Alberto Reyes Cornejo. En ambos casos, sus protagonistas sufren aislamiento por tubercolosis.
En el terreno de la anticipación y el fantástico, varios autores han escogido las islas como escenario para sus propuestas literarias. Los muertos vivientes, que como un virus se extienden entre los vivos que le sirven de alimento, son los protagonistas de Caminarán sobre la tierra, de Miguel Aguerralde, novela que transcurre en una isla de Gran Canaria igual de distópica que la pesimista y futurista Pasa la tormenta y Anturios en el salón, de Tomás Felipe y Juan Ramón Tramunt, respectivamente, aunque ni el primero ni el segundo justifican sus propuestas por causa de una pandemia sino por catástrofes que para nada resultan naturales.
Otras novelas fantásticas serían Evanescencia (2017), de Manuel Almeida, El despertar (2012) de Elio Quiroga y Los espectros de Nuevo Ámsterdam (2019), también de Aguerralde aunque salvo la primera no se desarrollan en las islas como tampoco recurre a Canarias como escenario Víctor Conde en su Naturaleza muerta.
Sí que se cuenta en la isla con una nutrida y sólida producción historiográfica sobre las diferentes epidemias que han asolado el archipiélago a lo largo de la historia y todo hace asegurar que tras la pandemia del Coronavirus se publicarán trabajos en el que se analizarán su impacto en Canarias. A la espera de que esta pesadilla acabe, de que las cosas vuelvan a la normalidad, los interesados pueden consultar obras tan interesantes como las epidemias del cólera del siglo XIX vistas por Benito Pérez Galdós, a quien por cierto el coronavirus ha deslucido los fastos organizados para celebrar el centenario de su fallecimiento.
En este apartado destacaría El barco de la viruela. La escala de Balmis en Tenerife, de Víctor García Nieto y escogiendo entre otros títulos que no deslucen interés, Del Río de La Plata a Tenerife de Paolo Mantegazza, quien tuvo que ser internado al llegar a la isla en el Lazareto de Santa Cruz de Tenerife.
Antropólogo darwinista –mantuvo correspondencia con el autor de La teoría de la evolución de las especies– desembarcó en Tenerife en 1858 y cuestiona en la obra las leyes de cuarentena de la época impuesta ante los riesgos de epidemia así como los lazaretos, centro en los que se concentraba a los contagiados.
Las epidemias en Canarias dieron origen además a dos novelas muy diferenciadas. La primera es Los argonautas, de Vicente Blasco Ibáñez, que narra la escala de un trasatlántico en el puerto de la capital tinerfeña. Escrita en 1914, su lectura puede evocar a la novela Los premios de Julio Cortázar ya que sus protagonistas –en el caso de la novela de Blasco Ibáñez emigrantes– tienen prohibido bajar a tierra.
En su libro Entrada y salida de viajeros, el crítico tinerfeño Domingo Pérez Mink afirma que Santa Cruz de Tenerife siempre estará en deuda con el escritor valenciano ya que escribió una de las páginas más hermosas dedicadas a la capital tinerfeña.
La segunda novela está cuenta con una interesante adaptación cinematográficas de la que damos amplia información en otro artículo.
Finalizamos este recorrido por novelas que nos recuerdan la vulnerabilidad de Canarias ante estos casos el anuncio hace unas semanas y en este mismo periódico de un nuevo libro en el que está trabajando en la actualidad el escritor tinerfeño Alberto Vázquez Figueroa quien no revela su título pero sí el subtítulo que con toda probabilidad llevará: Cien años después y en la que el coronavirus es uno de sus más señalados protagonistas.
Si omitimos Gran Canaria, el filme que Irving Cummings dirigió en los años treinta y que adapta la novela de A.J. Cronin, Canarias ha servido de plató de varias películas que tratan los efectos devastadores en la sociedad ante una pandemia tan feroz pero afortunadamente ficticia como es la de los zombies.
Y en el cine
Aunque no se desarrolla en las islas destacamos 28 semanas después (2007), ya que está dirigida por el tinerfeño Juan Carlos Fresnadillo y Generación Z (Steve Barker, 2015) porque pese a que a no está rodado en las islas sino en Mallorca, transcurre en un resort que se ubica en Canaria (¡!).
REC 4: Apocalipsis (Jaume Balagueró, 2014) se rodó entre Gran Canaria y Barcelona mientras que La mansión de los muertos vivientes (1985) cuenta con varias escenas filmadas en las islas. La película está dirigida por un cineasta todoterreno en el cine español, Jesús Franco, pero no se trata de uno de sus más inspirados trabajos. Como en otras de sus películas, la actriz protagonista es Lina Romay, compañera sentimental de este hombre que era capaz de rodar cualquier historia por mínima que fuera con dos centavos.
Rodada en paisajes naturales de las islas es también No crezcas o morirás (Thierry Poiraud, 2015), una cinta que propone una interesante vuelta de tuerca al género de los muertos vivientes en el cine ya que no se trata de que los muertos se levanten de sus tumbas para acabar con sus semejantes, los vivos, sino de no crecer ya que cuando se cumple la mayoría de edad y sin que se explique en ningún momento en la película, los adultos enloquecen y solo desean matan a los más jóvenes.
El filme da bastante importancia al paisaje, ya que prácticamente transcurre en exteriores, pero su función es la de servir solo de marco estético. La idea, por otra parte, revisa con nota la propuesta que ya en los setenta había anotado Narciso Ibáñez Serrador con ¿Quién puede matar a un niño?
Por último y en el terreno del cortometraje, una curiosidad, 21-Z, el primer corto canario zombi de la historia del corto canario y que fue rodado íntegramente con un teléfono móvil. Dirigen: Aitor Padilla y Eduardo Gorostiza.
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