Archive for Agosto, 2015

Apóstol, una novela de Manuel Pérez Cedrés

Domingo, Agosto 23rd, 2015

Mi casa era un hogar oscuro, ordenado y desolador, como una isla pintada en negro en medio de un océano luminoso. Así debía ser. O eso era al menos lo que mis padres, bajo un acuerdo lleno de cláusulas inútiles que solo los adultos son capaces de firmar, me  obligaban a aceptar. Yo era un niño tímido, silencioso, obediente. Era el niño ideal en una sociedad familiar basada en la coherencia, en la justicia y en la disciplina. En realidad, lo único que hacían mis padres era sobrevivir a su propia impostura, a su dictadura de quehaceres y poderes, a su  universo de momentos vacíos.”

(Apóstol. El amor es el principio, Manuel Pérez Cedrés. Nova Casa Editorial, 2015)

Hace dos años, Manuel Pérez Cedrés se dio a conocer en la república de las letras con El samurá desnudo, críptica novela de iniciación que transcurre en un pueblo de los Estados Unidos de Norteamérica y en la que se respiraba entusiasmo demoledor e ímpetu por bucear en la siempre compleja mente de un adolescente con instintos digamos equivocados. Tras una pausa de silencio, imaginamos que mascullando un nuevo proyecto literario, Pérez Cedrés publica ahora Apóstol. El amor es el principio, título que podría considerarse en las antípodas de su samurái aunque en los dos textos coinciden elementos y un estilo que se apoya en la primera persona para contar lo que acontece alrededor pero sobre en el interior de su personaje protagonista.

Si en El samurá desnudo se trataba de un joven peleado con el mundo en Apóstol es un hombre trabajador, funcionario de Hacienda, que anda igual de perdido solo que éste, al que conocemos como Lucas, busca con meridiano anhelo el amor.

El amor es el eje a través el cual se articula Apóstol, una novela en la que también trasiegan otros temas pero que son secundarios y en la que intervienen mujeres y algunos hombres. Será Lucas quien nos lo presente y también quien nos cuente, aunque de pasada, a modo de ligero vistazo, las diferentes interpretaciones del amor que caracterizan a los actores de reparto de su historia.

El relato está escrito con cierto aliento lírico, lo que redunda más que en la descripción de los hechos, en la búsqueda de su protagonista. Luego lo que importa, pese a los variados episodios que salpican el texto, es la interpretación que Lucas dibuja de todos ellos y que refuerzan, se sospecha que esa es la intención, para que Lucas, un tipo que parece condenado a la soledad, encuentre por fin y de casualidad el amor de su vida. Así son las cosas cuando el caprichoso Cupido apunta y decide disparar sus flechas.

Apóstol es una novela en la que lo que importa es la forma de decirlo más que al diseño de las escenas y en este sentido propone una atractiva aunque irregular lectura en torno a las relaciones entre hombres y mujeres y a indagar, aunque levemente, en una sociedad donde lo que importa es el que dirán.

Paralelamente, se intenta construir la historia de una búsqueda en pos del amor, ese que encadena espiritual y materialmente cuerpos diferentes y mostrar el camino que emprende su protagonista para descubrir a su pareja perfecta.

Y parece que Lucas la encuentra mientras otros los compañeros de su oficina se enfrentan a rechazos y a su miedos, lo que desencadena una serie de catastróficas desgracias invitan a reflexionar sobre la conexión entre parejas.

Lucas, tras varios intentos fallidos, tiene fortuna en su itinerario y su relato se transforma así en una especie de gracia ante la revelación. La fe, por lo tanto, no es la que mueve montañas en esta novela sino el azar con el que Manuel Pérez Cedrés hace que Lucas conozca por fin a su mujer ideal.

La novela se abre con un poema, un prefacio que firma el autor y en el que explica las razones que le llevaron a escribir este texto, no tan enrevesado como El samuráis desnudo, pero si con algunas oscuridades que entiendo forman parte de su estilo y de su universo narrativo. El libro cuenta además con un prólogo que firma la periodista Yolanda Arenas.

Estas piezas introductorias dan paso a un texto que hay que leer y asumir como la imagen del cordero que ilustra la portada del libro. Una metáfora que entiendo bastante acertada para corporeizar una aventura, porque a su manera Apóstol es una aventura, en la que prima el rito de la iniciación.

La novela cuenta con apenas 170 páginas y se lee con curiosidad porque más allá de que pasen o dejen de pasar cosas, tiene algo que anima a seguir adelante con el relato para comprobar si consigue o no lo que su protagonista anhela.

Como explica el mismo Pérez Cedrés en la introducción, esta novela nace tras revisar La llama doble, de Octavio Paz, y una idea sugerida tras su lectura: “Por el amor le robamos al tiempo que nos mata unas cuantas horas que transformamos a veces en paraíso y otras en infierno. De ambas maneras el tiempo se distiende y deja de ser una medida.” Manuel Pérez Cedrés reinterpreta esta cita en uno de los pasajes de Apóstol, cuando escribe: “Esas cosas que tiene la vida, pensé, el mismo ser que te produce un dolor desgarrador también puede regalarte una felicidad indescriptible”, texto que resume, a nuestro juicio, los recelos que definen a Lucas cuando emprende su peculiar vía crucis en busca del amor.

Saludos, a leer que son dos días, desde este lado del ordenador.

La noche, una novela sobre el mundo del boxeo de Andrés Bosch

Jueves, Agosto 20th, 2015

Desde que yo comencé a frecuentar el gimnasio de Calder y vi lo que Barba representaba allí, y cómo se portaba, las burlas de Pedros y los otros me parecían fruto de la ignorancia, como las risas que algunos ofrecen ante la vestidura de un visitante árabe. Y comprendí que cada uno es, en gran parte, según se le trate. Lo que le ocurría a Bernardo, seguramente les ocurría también a los demás boxeadores que frecuentaban el gimnasio. Aquella gente que en el gimnasio era bien considerada, que tenía deberes y responsabilidades, cuya personalidad era conocida y estudiada, que, en fin, eran individuos claramente determinados en su manera de ser, y de cuyos actos se derivaban consecuencias importantes, eran, todos ellos, obreros como Bernardo y como yo, gente que lavaba madejas en las granes bañeras, que cargaba paquetes en los camiones, que hacía trabajos que cualquier otro hubiera podido hacer.  ¿Qué importaba, en la fábrica, que el hombre que cargaba los paquetes a sus espaldas se llamara José Comellas o Jim Echevarría? Cualquiera podía hacer aquello, pero era necesario que alguien –cualquiera–  lo hiciese, y el que lo hacía no era José Comellas o Jim Echevarría, sino el-que-carga-los-paquetes.”

(La noche, Andrés Bosch. Colección: Autores Españoles Contemporáneos, Editorial Planeta, 1959)

La literatura en España cuenta con escasas novelas y cuentos dedicados al mundo del boxeo, un deporte que no goza de demasiada buena prensa en este país aunque exista legiones de aficionados que, como si miembros de una extraña hermandad se trataran, siguen con devoción los combates que se libran y a los boxeadores que a base de golpes han logrado hacerse una carrera o quedarse a medio camino de ella.

Recuerdo, entre otros, un excelente relato de Ignacio Aldecoa, Young Sánchez, que dio origen a la película del mismo título de Mario Camus (1963) y con el actor Julián Mateos como protagonista, o ese libro en el que el mismo autor mezcla el reportaje periodístico y la narración literaria que es Neutral Corner. Ricardo Tejeiro es el autor, por otro lado, de Audaz y tanguista, donde recrea la vida de su abuelo, el púgil Ángel Tejeiro Casteleiro en los años treinta y Andrés Bosch, el incomprensiblemente olvidado Andrés Bosch, La noche, novela que obtuvo el premio Plantea en 1959 y que transcurrido el siempre implacable paso del tiempo continúa disfrutando de una juventud envidiable que la convierte en un clásico no solo de la sospecho indigente literatura pugilística española sino de la literatura a secas que se ha escrito en este país.

Con suerte, y si visitan alguna librería de segunda mano o rastros, pueden todavía encontrarse con un ejemplar, por lo que les animo a que si tienen suerte no se lo piensen dos veces y se hagan con un libro que habla desde dentro de lo que significó dedicarse a este deporte en la década de los cincuenta en España y a estremecerse con un relato en el que además de contarnos la historia de un boxeador mediocre pero que cuenta con un golpe demoledor, se adentren en su grisácea vida familiar y sean uno más del universo de amigos y compañeros que lo rodean cuando comienza su carrera pugilística, trayectoria que lo llevará a convertirse en campeón.

Si se lee La noche se apreciará que Andrés Bosch, que fue también un notable traductor, conocía desde dentro las interioridades del boxeo ya que él mismo probó suerte con los guantes en el cuadrilátero. Su historia sabe por eso a verdad al describir un ambiente y una atmósfera que reconocemos los aficionados a través y sobre todo de la literatura y el cine, con las peculiaridades de la España de aquel tiempo. Una España que todavía arrastraba el hambre de la postguerra y en la que los boxeadores eran vistos como estrellas de un deporte que con todas sus luces y sombras proporcionaba catarsis a los habitantes de una nación que solía acostarse con el estómago medio vacío.

Pero sería injusto etiquetar La noche como una novela social. En todo caso, La noche es una novela sobre la individualidad y el anhelo por ser otro, de escapar de un trabajo limitado y de una familia, más que deseada, impuesta por las circunstancias.

Se trata del relato de un hombre que quiere ir a más no por ser reconocido entre los demás sino para escapar de una realidad que lo limita. Es también la historia de un hombre que quiere combatir en el ring, aguantar palizas y en el momento en que menos se lo espera lanzar su puñetazo de izquierda directo al hígado del contrincante.

La noche, novela que consta de tres partes, las dos primera narrada en tercera persona y la segunda, la más amplia y un epílogo en primera para dar voz a su protagonista, Luis Canales, describe el mundo del boxeo con notable pulso narrativo y a sus boxeadores, como deportistas que aman un deporte que los puede dejar sonados, como pasa con el mejor amigo de Canales, Bernardo Barba. Al mismo tiempo, Andrés Bosch refuerza el relato reflejando el ambiente del gimnasio y de la competición profesional.

Rodea a su protagonista unos actores secundarios en los que aparecen empresarios y promotores con pocos escrúpulos, entrenadores veteranos y otros púgiles que como Lázaro, Ramón Kutz, que “era de Tenerife y hablaba con acento dulce. Boxeaba muy bien pero se preocupaba más de la elegancia de sus movimientos que de pagar tortas o esquivarlas”; Jim Echevarría y el ya mencionado Bernardo Barba, cuya carrera va en declive paralelamente al ascenso de Canales, hacen que esta novela sea un título imprescindible no ya solo para conocer la realidad de este deporte visto en caliente y desde dentro, sino también para tener una idea de lo que había para sobrevivir en unos días marcados aún por la escasez y el hambre.

Andrés Bosch falleció por infarto a los 58 años de edad y como explica el también escritor Manuel Vázquez Montalbán en la esquela que publicó el diario El País el 15 de marzo de 1984, perteneció “a la promoción de los escritores vivenciales hispánicos, algo emparedados entre los neorrealistas y los otros, y propongo que se le relea un día de éstos y que los críticos digan, algo, aunque sean cuatro cosas, sobre un buen escritor que casi nunca estuvo de moda.”

Lo leo y espero que lo lean: “que casi nunca estuvo de moda”.

Igual es ahora el momento de recuperarlo.

La noche, de Andrés Bosch.

Saludos, a leer que son dos días, desde este lado del ordenador.

“El arte tiene valor porque nos saca de aquí”

Miércoles, Agosto 19th, 2015

La búsqueda de la verdad –sea la verdad subjetiva del convencimiento, la objetiva de la realidad o la social del dinero y del poder– trae siempre consigo, si en ella se emplea quien merece premio, el conocimiento último de su inexistencia. El premio gordo de la vida les toca solamente a lo que han comprado por casualidad.

El arte tiene valor porque nos saca de aquí.” 

En la imagen: retrato de Fernando Pessoa por Almada Negreiros.

(Libro del desasosiego, Fernando Pessoa. Traducción: Ángel Crespo. Seix Barral, 1984)

Novedades

Martes, Agosto 18th, 2015

La colección G21. Narrativa Canaria Actual (Ediciones Aguere), publica Ecos, la tercera novela de Tomás Felipe tras Extraño en su mundo (Ediciones Aguere, 2012) y Pasa la tormenta (Baile del Sol, 2013). Tomás Felipe propone en Ecos una historia en la que se plantea la existencia de los fantasmas cuando su protagonista hereda una extensa finca próxima a la ciudad de La Laguna.

Los custodios de la Virgen (Nova Casa Editorial) es la nueva novela misterio e intriga de Carlos Felipe Martell, obra cuya acción transcurre fundamentalmente en La Palma y en la que el autor plantea una aventura en la que la patrona de la isla juega un importante protagonismo. Carlos Felipe Martell es autor, además, de Los privilegiados del azar y Palíndromo I. El asesino del rap.

Saludos, y sin embargo se mueve, desde este lado del ordenador.

La casa del hambre, de Dambudzo Marechera

Lunes, Agosto 17th, 2015

Recuerdo que un día llegué a casa corriendo, lleno de entusiasmo. No me acuerdo de qué estaba tan contento. Y aunque el día era sombrío –parecía como si Dios se hubiera asomado al cielo a escurrir su ropa interior sucia–, yo estaba exultante. Irrumpí en la habitación y me lancé a relatar mi historia de inmediato, muy nervioso y gesticulando en exceso. Se la contaba a mi madre, que me miraba fijamente. Un guantazo contundente, que hizo que me zumbara el oído, me cortó en seco. Levanté la vista hacia mi madre, aturdido. Volvió a pegarme.

- ¿Cómo te atreves a hablarme en inglés? –dijo enfadada– Sabes que no me entero, si te crees que porque tengas estudios…

Me pegó otra vez.

- No estoy hablando en ing…–comencé a decir, pero me detuve al darme cuenta de pronto de que sí lo hacía.”

(La casa del hambre, Dambudzo Marechera. Traducción: María R. Fernández Ruiz. Colección: Al margen. Sajalín Editores, 2014)

Cabeza privilegiada pero también muy dispersa, Dambudzo Marechera murió joven para poder hacernos una idea del potencial literario que guardaba dentro aunque por obras como La casa del hambre se intuya a un escritor poderosamente rebelde que habla, manipulando el tiempo, experimentando con los espacios, de su vida descarriada y del colonialismo en África. También de literatura pero sobre todo del dolor.

No resulta fácil leer a Marechera, pero sí se logra salvar las alambradas sembradas de espinos que disemina a lo largo de los relatos que conforman La casa del hambre, el lector descubrirá a un autor en busca de su estilo y a un hombre de inteligencia vastísima cuyo peso intentó transmitir con la forma de la palabra.

La casa del hambre es un libro desconcertante y también muy poco agradable. Ambientado en Rhodesia, hoy Zambia o Zimbabwe, en estas historias se habla de la segregación, los conatos de independencia, los excesos y la violencia. Una violencia que nace de la miseria, el hambre, la prostitución y la enfermedad. La falta de expectativas del vivir día a día porque no existe el futuro y sí el crudo presente.

La escritura de Marechera es áspera, ruda y poética. Incluso cuando no deja de hurgar en la herida, como si a través del dolor quisiera expurgar ese mundo inmundo en el que sobrevive. Primero como un bicho raro, un tipo que lee y que escribe en el gueto, y más tarde en Europa como estudiante en Oxford. Una etapa con la que rompió por su desatado nihilismo.

El escritor no juzga pero sí escribe sobre lo que vio y lo que vio es algo muy parecido al infierno en la tierra. Quizá ello explique su temprana afición a las drogas y al alcohol como vías de escape ante una realidad en la que los blancos se arrogan el derecho de la civilización y los negros el de ser como bestias. O monos, como no se cansa de repetir Marechera a lo largo de este libro imprescindible para los que deseen conocer otra África. Esa África que está lejos de la jungla y en las que los suyos se hacinan en los guetos de los arrabales.

Hay mucha rabia en los relatos que contiene La casa del hambre y un grito que nutre  cada una de las páginas de una novela en el que se llama a la cosas por su nombre y que clama un basta ya que mucho me temo aún exigen millones de africanos.

La casa del hambre es un libro político. Y esa política está dictada desde las tripas. Se percibe en la voz de un narrador que intentó transmitir en sus textos el delirio que lo marcó como persona. Un hombre, escribe, que vivió en un mundo donde un incidente era como todo lo demás: “un suceso natural en un entorno antinatural.”

O la costumbre de habitar en el infierno.

Pero ¿por qué?

Dambudzo Marechera se convirtió en el cronista generacional de un continente que exigía historias que les contaran cómo era su vida. Es el canto de un hombre, además, al que le han robado todo. Y eso incluye un pasado que los blancos han vuelto a dibujar para justificar su presencia en ese territorio.

El mismo escritor se lo plantea en uno de los cuentos, o capítulos, en los que se fragmenta La casa del hambre: no es capaz de escribir en su lengua materna pero sí en la del invasor, en este caso el inglés. Ese mismo invasor cuya policía lo golpea y tortura y ese mismo invasor que ha corrompido el corazón de su gente.

Aunque pese a todo se puede resistir. Una resistencia “a todo lo que degrada al hombre, a todo lo que trata de apagar el vínculo entre la humanidad y su herencia, a todo lo que, desde el alma humana, conduce a la avaricia, a la crueldad, a la indiferencia.”

La casa del hambre comienza: “Cogí mis cosas y me fui”.

Nosotros, también.

Saludos, a leer que son dos días, desde este lado del ordenador.

Guía inexacta por las librerías de segunda mano (Santa Cruz de Tenerife y La Laguna)

Viernes, Agosto 14th, 2015

La isla en la que vivo cuenta, afortunadamente, con librerías más que de viejo de libros usados que son auténticos oasis para lectores compulsivos y a los que les gusta además de leer, oler los libros y mancharse los dedos con el polvo que, generalmente, acumulan en las estanterías de estos establecimientos.

Para supervivientes, queda también el Rastro y las ofertas, cada vez más raras, de las librerías oficiales y en las que de vez en cuando te puedes encontrar con alguna agradable sorpresa a precios realmente asequibles.

La capital tinerfeña disfrutó hace unos años de una librería de segunda mano que se convirtió en referencia para quien ahora les escribe. Se llamaba Sonora, la atendió un caballero y hoy se ha transformado en una tienda de discos que lleva su mismo nombre.

¡Sonora!

En la avenida de Ramón y Cajal operaba Música y Labores, donde un señor con inquietante parecido al Elmer de los dibujos animados de la Warner Bros más que vender libros lo que vendía eran historietas, sellos y monedas, también revistas. Ya no existe Música y Labores, pero gracias a aquella pequeña tiendita pude hacerme a precio de risa con ejemplares de Vampus, Rufus y Vampirella que aún deben de encontrarse –y espero que no apolillados– en algún rincón de mi mansión.

Tras cerrar las dos por causas que todavía desconozco, el paisaje chicharrero quedó huérfano de este tipo de librerías hasta que a finales de los noventa abrió por una de las calles del barrio Duggi un establecimiento que llevaba una familia –a la que todavía se puede uno encontrar en el Rastro vendiendo discos y carteles– que solía visitar casi todos los días hasta que también colgó el cartel de cerrado para frustración de los aficionados.

Más tarde, en ese Rastro de mis amores y concretamente en el centro comercial del Mercado, abrió sus puertas Solican, ong que tuvo que trasladarse al actual espacio que ocupa en la calle de Padre Anchieta y que está muy próxima, precisamente, a la Recova.

Esa misma Recova en la que en una de sus casetas azules se venden libros usados en condiciones muy aceptables.

La cuestión es que gracias a su labor, mi biblioteca ha engordado casi lo mismo que mi generosa curva de la felicidad. Esa misma curva en la que empezaron a combinarse hace apenas unos días los jugos gástricos con la apertura de El Libro en Blanco, que está situado en la calle de Juan Pablo II, antes del 18 de julio.

El panorama de librerías de segunda mano cuenta en La Laguna con excelentes representantes también.

Pienso en Tenifer, en la calle de Delgado Barreto, un santuario en el que he encontrado rarezas, como rarezas se encuentran en La sala de máquinas (calle El Juego).

Imagino que en otras ciudades y pueblos de la isla que habito contarán con algún establecimiento de estas características.

Hace unos años, muchos años a decir verdad, descubrí en el Puerto de la Cruz una de estas librerías en las que se mezclaban libros de todas clases en español, alemán, inglés, francés y, probablemente, otros idiomas porque desde lo de la Torre de Babel el que no deja de observarnos todos los días se empeñó en que las cosas fueran así.

La idea es que habrá otros establecimientos de estas características repartidos por el mapa de la isla pero no sé si existen y hasta la fecha nadie se ha preocupado en demostrarme lo contrario.

El caso es que las que he comentado están ahí, y que leer, leer, pese a la dichosa crisis que ha convertido a los libros en objetos de lujo, se puede leer a precios muy módicos.

Y encima, como regalo, olerlos y macharse los dedos y descubrir páginas subrayadas y una fotografía olvidada o una flor marchita como me ha pasado personalmente. Elementos que dejo a modo de ritual en esa novela, en ese ensayo, en esos cuentos porque los libros solo nos pertenecen cuando los leemos.

Luego, luego son lomos que te observan desde las estanterías.

Con o sin polvo es otra historia.

Saludos, a leer que son dos días, desde este lado del ordenador.