Archive for Agosto, 2015

Aquel cine de verano… en la plaza de toros

Jueves, Agosto 13th, 2015

Érase una vez una capital de provincias que dedicaba en verano su plaza de toros no a los toros, no, sino a cine. Ese cine de verano en el que la pibada de aquel entonces podía ver las películas recomendadas para mayores de 18 años en unas condiciones penosas, sí, pero en un ambiente de cachondeo que hacía soportable cualquier cosa para adultos que se proyectara en aquella pantalla. Una pantalla que se agitaba al soplar el viento y un espacio en el que si levantabas la cabeza podías observar el cielo estrellado o la luna redonda mientras estirabas las piernas sobre la arena rubia que cubría el suelo.

La nostalgia, que dicen que es un error, pero una nostalgia de la que guardo grato recuerdo cuando asocia plaza de toros a cine de verano. Cine al aire libre.

Sí, me refiero a esa misma plaza de toros que hoy se derrumba lentamente, como un dinosaurio que ya no encuentra su sitio en un mundo como éste.

Para un tipo con la misma memoria que un pez, resulta sorprendente que aún recuerde las emociones que compartió en aquel sitio en el que más que ir al cine se iba a pasarlo bien y a comer pipas Churruca, esas pipas de girasol con cáscara repleta de sal que te dejaba la lengua reseca como una mojama.

Mientras, el que hacía de acomodador desfilaba por el patio de butacas –unas butacas incomodísimas y de madera aunque más tarde instalaron unas de plástico– para que el público le gritara escondido en la oscuridad “linterna, linterna” o “linterna, mano, dame un duro…” que despertaba su ira y hacía mover a un lado y al otro la, precisamente, linterna que llevaba entre las manos con la intención, siempre frustrada, de coger al bromista.

Aquel círculo de luz con la que el linterna repasaba a los espectadores se me antojaba entonces como el reflector de una de esas películas de guerra, mientras en pantalla los mods y los rockers se rompían la cara a cachetones; aquel Drácula negro –que se llamaba Blácula– y con patillas se convertía en el amo de los no muertos o Lucifer, el mismísimo rey de las tinieblas, convocaba a las huestes del infierno. Eso sin contar la de balazos que se daban los vaqueros en las del oeste rodadas en Almería ni la de bombas y demoliciones que se repartían en las películas bélicas hispano-italianas…

Ya  hemos contado en este mismo su blog muchas de las anécdotas de aquel cine de verano al aire libre pero es inevitable que la añoranza reviva en este verano constipado, con rayos y truenos y un calor húmedo y africano que atonta un poco más a la parroquia.

Fue un tiempo que ya no volverá.

La ciudad no es la misma y la plaza de toros, digo, envejece un poco más, cerrada a cal y canto.

Permanece como un monumento olvidado, de otra época no sé si más feliz pero es probable que sí menos compleja y miedosa que ésta.

Repaso la lista de películas que todavía guardo en mi memoria y que contemplé en aquel coso taurino y ninguna es de toros. Y mira que me gustaba Los clarines del miedo

Paseo por los alrededores de la Plaza de Toros y cuando mis dedos se deslizan por su pared se me queda en las yemas rastros de pintura y pienso que mala cosa es olvidar el pasado. A veces, incluso, deseo que se derrumbe de una vez tan histórico edificio porque para verlo languidecer mejor es que acabe como una montaña de escombros.

¿Cuál será su estado por dentro?, ¿cuántos bichos hacen su agosto en sus entrañas? ¿Cómo sería esa plaza cuándo vivió sus momentos de gloria taurina?

Tras suspenderse las corridas de toros, el espacio sirvió para charlotadas, cancha de boxeo, galas de elección de la reina del Carnaval, conciertos… y cine de verano entre otras actividades lúdicas y para toda la familia. Luego se convirtió en terraza, y se instalaron algunos pubs y restaurantes en sus aledaños que no tuvieron demasiada suerte en la caprichosa y kafkiana vida nocturna de esta capital de provincias que parece que ya no cree en nada.

Y mucho menos en el érase una vez con el que comienzan los cuentos…

(*) La imagen que ilustra el post corresponde a Drácula negro (Blácula), una película de William Crain del año 1972. El actor William Marshall hace del príncipe afro de los vampiros. Marshall repetiría este papel en ¡Grita, Blácula, grita! (Bob Kelljan, 1973).

Saludos, no, no volverán, desde este lado del ordenador.

Telegrama: Lecturas verano

Miércoles, Agosto 12th, 2015

* Pasajeros del tiempo (Seleer) es la primera novela que publica la escritora y bloguera Elena Villamandos, y en la que relata la historia de dos hermanas enemistadas que vuelven a encontrarse tras el fallecimiento de su madre. A caballo entre Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas de Gran Canaria, el libro describe un amor truncado y un ambiente familiar y social asfixiante y empobrecido.

* Apóstol. El amor es el principio (Nova Casa Editorial) es la segunda novela de Manuel Pérez Cedrés (1973) tras El samurai desnudo. Se trata de un relato en el que cuenta la historia de Lucas, funcionario de la Administración de Hacienda, un observador del pequeño mundo que le rodea pero que tiene la esperanza de acabar con el miedo que lo domina.

* Y un descubrimiento, La noche, de Andrés Boch.

Pronto, muy pronto, esperamos escribir sobre todas ellas.

Saludos, a modo de telegrama, desde este lado del ordenador.

“niños con el pelo gris, pequeños ancianos…”

Martes, Agosto 11th, 2015

París, 11 de agosto, 1943

Durante la noche los antiaéreos estuvieron varias horas disparando contra los aviones que, a gran altura volvían de bombardear Nuremberg. Por la mañana, el general en jefe me mandó a llamar y me regaló un hermoso libro de Botánica. Luego rindió su informe el teniente Sommer, que acababa de volver de Hamburgo. Dijo que había visto un tren lleno de niños con el pelo gris, pequeños ancianos que habían envejecido en una noche de bombas incendiarias.

Terminé el cuarto capítulo del Llamamiento, que progresa con gran lentitud. Sus dos partes podrían denominarse, respectivamente, la fundamental y la constructiva. En la primera deben explicarse los motivos del sacrificio, y en la segunda el orden nuevo que sobre él puede construirse. Pero es difícil, en la primera parte no caer en la pura y simple compasión. Por eso espero que en la segunda la pluma se mueva más aprisa.

Por la noche, dos partidas de ajedrez con Baumgart. Krause, que ha estado en Hamburgo durante los bombardeos, dice que vio veinte cadáveres carbonizados, apoyados uno al lado del otro en la barandilla de un puente, como en una parrilla. Seguramente habrían quedado rociados de fósforo y tardaron de tirarse al agua, pero habían ardido antes de conseguirlo. También había visto a una mujer que llevaba en cada brazo el cadáver carbonizado de un niño. Krause, que tiene una bala incrustada en el corazón, pasó junto a una casa en el momento en que se derramaba el fósforo por el tejado. Oyó gritos en el interior, pero no podía ayudar. Esto recuerda escenas del Infierno, es como una terrible pesadilla.

(Diario de guerra (1939-1948).- Ernst Jünger. Traducción: Ana María de la Fuente. Plaza & Janes Editores, 1972)

Saludos, calor, desde este lado del ordenador.

Aventuras y desventuras de un bailaor flamenco en el país de los soviets

Lunes, Agosto 10th, 2015

Así como entre las personas decentes no se deja vivir a los ladrones, entre los ladrones no es posible ser persona decente, y terminé robando tanto y tan limpiamente como mis camaradas veteranos.

(El maestro Juan Martínez que estaba allí. Manuel Chaves Nogales. Prólogo: Andrés Trapiello. Editorial: Libros del Asteroide, 2007)

Nunca tantos agradeceremos tanto la recuperación que un pequeño grupo de entusiastas está realizando en torno a la obra del escritor y periodista Manuel Chaves Nogales, uno de los máximos representantes de lo que ya se conoce como tercera España porque nunca fue ni de derechas ni de izquierdas sino un hombre de firmes convicciones republicanas y democráticas en un país que no entiende de términos medios.

Los relatos que se recopilan en A sangre y fuego se han convertido ya en un referente para entender lo que significó la Guerra Civil Española para lectores libres de prejuicios ideológicos. Este libro ocupa su mirada en retratar cómo afectó aquel desbarajuste a los hombres y mujeres ordinarios de su tiempo. O lo que es lo mismo, a esas víctimas silenciadas y sin derecho a recuperar su memoria histórica fruto de un enfrentamiento entre hermanos y vecinos que defendían –unos y otros supuestamente– objetivos diferentes pero coincidentes en un modelo de convivencia vertical basado en el miedo a la autoridad. Al ordeno y mando.

Las mismas claves se leen en su imprescindible El maestro Juan Martínez que estaba allí, crónica de viva voz, la del Juan Martínez del título, durante los años de la Revolución Bolchevique, y de la que es involuntario testigo este bailaor flamenco que recorre una Europa en llamas tras el estallido de la Primera Guerra Mundial.

En este libro, Manuel Chaves Nogales le da la palabra y será a través de su protagonista cómo obtendrá el lector su peculiar visión sobre primero la Rusia zarista, la Rusia revolucionaria y la guerra civil que con similar arrojo, y también sentido del absurdo, enfrentaron a blancos y bolcheviques. Las dos facciones en las que se dividió esa sociedad durante aquellos años que conmovieron al mundo y que Chaves Nogales nos relata en primera persona, la voz de Juan Martínez, un español que junto a su inseparable compañera Sole, intenta sobrevivir en un mundo que se desmorona.

El maestro Juan Martínez que estaba allí es un libro que, pese a los años transcurridos, respira una actualidad que despierta el ánimo devorador de la lectura. Sus páginas se leen así con una velocidad de vértigo… Es la historia de un hombre, Juan Martínez, que a veces pone la piel de gallina y en otras asoma la sonrisa. Una lección de humanidad con la que el héroe –Juan Martínez no deja de ser un héroe por su capacidad de levantarse pese a los golpes recibidos– que se enfrenta a unos y a otros procurando en todo momento mantener la dignidad.

Porque dignidad hay mucha en este libro que algunos califican de novela y otros de testimonio, pero también miedo y una asombrosa capacidad para sobrevivir incluso en los momentos más aberrantes y salvajes, esa cólera que ha contaminado el espíritu de un puñado de hombres que son capaces de cualquier cosa en nombre de una idea.

La descripción de cómo funciona la burocracia bolchevique resulta, en este sentido, tremendamente kafkiana y el odio desatado de los blancos brutal. Se tratan de cuadros que obliga a evocar lo que años más tarde se desencadenaría en las tierras de España y experiencia de la que dio cuentas el mismo Chaves Nogales en sus historias de A sangre y fuego.

Lo que importa, viene a decir Nogales, es el hombre. Y no esas ideologías que animan a cortar cabezas bajo la promesa de un mundo mejor. Cruenta lección que algunos –con independencia de sus ideas–  defienden todavía.

Y todo ello narrado por un Chaves Nogales que no deja de ser la voz que filtra lo que relata Juan Martínez, y que sabe impregnar en cada una de sus palabras reflexión afilada para la anécdota, audaces giros del lenguaje y contraste sobre los primeros años de la dictadura del proletariado en Rusia.

Una Rusia en la que sus habitantes no encuentran lugar en el mundo salvo los que han cultivado el sentido de la oportunidad y otros el de la barbarie. Un sistema que en nombre de los campesinos y los obreros, los humillados y ofendidos, no valora para nada la vida del otro y que se muere de hambre.

Desfilan por las páginas del libro innumerables horrores que obligan a desconfiar de la bondad humana y a pensar que, efectivamente, el hombre es un lobo para el hombre, como cuando Martínez narra las decapitaciones de judíos por legiones de cosacos y las ejecuciones de ciudadanos –algunos de ellos ejemplares– por el aparato de la Checa, una factoría del horror revolucionario ante la que tiene que lidiar, como dos toreros, Juan Martínez y Sole para evitar el hacha de los verdugos. Verdugos rojos y blancos.

El maestro Juan Martínez que estaba allí tiene que entenderse así más que como testimonio sobre la guerra como un manifiesto antibélico que muestra hasta donde podemos ser capaces de llegar para sobrevivir. En el caso de los protagonistas, forzados a entregarse a la corrupción para que no lo maten sus “amigos”, el mercado negro y la falsificación.

Y todo este drama, relato de pesadilla, de horror extremo, aliñado para que no se indigeste con un sentido del humor que desarma pero que al mismo tiempo hace que se asuma esta vivencia en el infierno. Infierno que va de Leningrado a Moscú, y de Moscú a Kiev y Odesa, ciudades en la que el protagonista no deja de vestir su frac e irse de gira o trabajar como croupier mientras todo a su alrededor estalla en pedazos.

Y ello sin perder en ningún momento, y frente a la esquizofrenia de estar trajeado ante los blancos y ser un pordiosero frente a los rojos, coherencia.

La coherencia de “los hambrientos” porque la guerra, subraya Martínez/Nogales, no la provoca tan famélica legión.

Saludos, a leer que son dos días, desde este lado del ordenador.

El desbarajuste según Ferran Planes

Viernes, Agosto 7th, 2015

Todo lo que olía a Estado en España estaba podrido, corrompido.”

(El desbarajuste, Ferran Planes. Traducción: Carlos Manzano. Editorial: Libros del Asteroide, 2013)

El desbarajuste de Ferran Planes (1914-1985) es un libro extraño. Y no porque se escribiera y publicara en catalán a finales de los años sesenta tras ser depurado por la  censura franquista, sino porque lo firma un excombatiente del Ejército republicano y confeso nacionalista catalán.

Otra rareza de estas memorias es que comienzan por el final, parte en la que narra su exilio en Francia; continúa con sus recuerdos sobre la Guerra Civil como teniente del Ejército republicano y terminan con su peculiar interpretación del nacimiento, desarrollo y muerte anunciada de la II República que, parafraseando a José Ortega y Gasset, no era eso, no era eso.

Escrito con un agradecido sentido del humor, El desbarajuste explica cómo vivió un hombre corriente estos tres periodos claves de la Historia de España sin hacer sangre ni cargar las tintas con resentimiento. Se tratan de unas memorias sobre la supervevencia en tiempos de desbarajuste. Las experiencias de gente ordinaria que cuentan historias que nada tienen que ver con las batallas del abuelo.

Para Ferran Planes las batallas del abuelo son batallitas que han adulterado el pasado, que todo lo disfraza de épica, y que no tienen gracia y sí demasiados cadáveres repartidos entre las dos España. También de una tercera que contó entre sus filas con hombres y mujeres que, actualmente, comienzan a ser reconocidos tras años de silencio, de ninguneo consciente entre los que la ganaron y los que aún hoy se arrogan el derecho de haberla perdido.

El desbarajuste es un testimonio, pero no uno más de los que se han escrito sobre aquellos hechos, que muestra las cotidianas penalidades del exilio pero también las idas y venidas de su protagonista por una Europa ocupada y saqueada durante la Segunda Guerra Mundial –Ferran Planes trabajó en la construcción de la línea Maginot– y sus problemas con el ejército alemán, a los que pinta como ingenuos soldados antes de que descubran que es un rojo y no un facha español, y que lo anima a huir a la Francia de Vichy donde el militante de Ezquerra Republicana antifascista, antianarquista y anticomunista declarado, hace un poco de todo en una retaguardia que está obsesionada por el pan.

Propone El desbarajuste un conjunto de reflexiones en las que un veterano de guerra nos cuenta su historia. Historias que pueden ser cuestionadas pero como advierte el autor “no os contaré toda la verdad, pero os prometo que nada de lo que os contaré será mentira.

El tono que adopta Ferran Planes se inclina más hacia la picaresca que a la memoria histórica, lo que singulariza un relato en el que si algo importa es la rabia de vivir por encima de todas las cosas. Y esa rabia se adquiere cuando lo único que importa en situaciones tan extremas es comer.

Hacerse con algo de pan.

Su visión del Exilio, la Guerra y la II República sirve de marco para un relato en el que destacan los hombres que han sido sometidos involuntariamente al peso de la Historia.  Y unos hombres que pese a todo siguen siendo hombres. 

Los golfos, y aparecen muchos golfos en este libro, son tipos a los que el desbarajuste ha estimulado pero hay otros, los canallas, que en vez de un abrazo prefieren asesinar en nombre de una fe, de una ideología

El libro de Ferran Planes desubicará a los que esperan una lectura tendenciosa y manipuladora sobre aquellos tiempos que están tan empeñados que recordemos tendenciosa y manipuladoramente, pero sorprenderá a los que buscan encontrar un testimonio subjetivo de los hechos que marcan la memoria de este viejo y agotado país que es España.

Interesante resulta la mirada de Ferran Planes cuando escribe sobre este país, país que  aprendió a conocer durante la Guerra.

Describe a los andaluces como gente que sabe reírse de sus desgracias y pueblo que le pone música incluso a los entierros, y a los madrileños como obstinados resistentes cuando lo del no pasarán… aunque al final pasaran los que no tenían que pasar.

Pone de manifiesto el absurdo de la Guerra cuando evoca los combates aéreos que se libran en el cielo mientras en tierra y como jefe de una batería apenas lanza un tiro contra el enemigo. Y renuncia a hacerse el héroe y lo cuenta con cruda honestidad, al arrancarse “cobardemente las insignias de teniente rojo que, paradójicamente, eran de color dorado“  al ver desfilar a las victoriosas tropas nacionales por la plaza Mayor de Guadix.

Y añade: “Estábamos acostumbrados a mantener los puños cerrados y costó un poco estirar la mano.”

Y añade:

Solo las piedras de la calle y los que estaban escondidos lloraban”.

Si por algo destaca El desbarajuste es por transmitir humanidad. Un mensaje que se palpa en las dos primeras partes de un libro, las del Exilio y la Guerra, en la que explica con ironía en qué consiste el arte de sobrevivir.

El pan nuestro de cada día.

Saludos, a leer que son dos días, desde este lado del ordenador.

Los milagros existen: El Libro en Blanco

Jueves, Agosto 6th, 2015

En unos tiempos donde lo normal, aunque suene anormal, es que cierren las librerías que abra uno de estos establecimientos es milagroso. Más en la capital de provincias en la que vivo y en la que era habitual que perdiera el tiempo hace unos años visitando las que se repartían por toda la ciudad.

La mayoría de ellas cerró por la crisis y también porque vivimos en un país cuyos hábitos lectores son de pena. Ahí van unos cuantos nombres: Goya, La Internacional, Canarias, Jarama, Sonora… Todavía se mantienen contra viento y marea y si la memoria no me falla El Atril, El Paso, Ifara, Librería de Mujeres, Agapea y La Isla, aunque La Isla ya no cuente con el local de la calle de Robayna…

Las librerías en Santa Cruz de Tenerife desaparecen como lágrimas en la lluvia. Palabra de un replicante al que se le acaba el tiempo en lo alto de una azotea mientras deja escapar de entre sus manos una paloma blanca…

Pero milagro, y ante este panorama, emerge El libro en blanco, una librería que abre sus puertas y en la que se combina –¿alguien recuerda La librería de Frank, en la santacrucera Rambla de Pulido?– la venta de libros con el café.

Este nuevo oasis chicharrero está ubicado en la calle de Juan Pablo II –ante de 18 de julio– en Santa Cruz de Tenerife, y en ella el paseante puede encontrar desde libros usados a libros autoeditados.

La librería inauguró su andadura este miércoles, 5 de agosto, pero no me  enteré porque otras tareas requieren el concurso de mis modestos esfuerzos. No obstante, prometo visitarla porque me encantan las librerías y ésta, encima, está a la vuelta de la esquina de donde hago que habito.

Me cuentan, me dicen, que a lo largo de agosto el horario de El Libro en Blanco no será el habitual. Esta misma mañana, de hecho, pasé por ahí y la puerta estaba cerrada, pero espero que nos informen a través de su página web o de facebook para recorrer sus instalaciones y, si apetece, tomar un café y de paso llevarme un libro.

Por lo pronto, y gracias a El Libro en Blanco, empiezo a creer que los milagros son posibles en mi ciudad.

Saludos, a leer que son dos días, desde este lado del ordenador.