Archive for Agosto, 2016

‘El león de los mares’, la película sobre el ataque de Nelson a Tenerife en julio de 1797

Martes, Agosto 2nd, 2016

Han sido tan numerosas las peticiones en las que nos solicitan información del largometraje El león de los mares (Alexander Korda, 1938) que hemos recurrido a nuestro viejo y querido amigo Percival Sanders para que nos cuente en este nuestro/su blog algunas de las curiosidades que rodean a una película de la que se conservan en la actualidad solo tres copias ya que el resto se perdió durante los bombardeos  sobre Londres en la II Guerra Mundial.

Para los que desconocen de que va la historia, informar que en la cinta se recrea la toma de Santa Cruz de Tenerife (hoy Nelson City) a finales de julio de 1797, y que está protagonizada por Trevor Howard como Nelson y Celia Jonson como una espía británica. El guión es de Roger Mason, y está inspirado en un relato de autor desconocido, aunque algunos atribuyen esta pieza literaria a Graham Greene, pero no se ha demostardo, son solo especulaciones.

Destacar en cuanto a la trama que la primera parte narra la historia de amor entre Nelson y la señorita Ann Spencer en Norfolk. Sin embargo, el matrimonio de Ann con el rico hacendado Henry Spencer frustra los planes de boda del marino. Los recién casado marchan a las islas Canarias por un negocio de vinos y ya en Tenerife, y sin que lo sepa su esposo, Ann pasa informes secretos sobre la actividad militar y económica que los españoles practican en la isla.

La película, de claro signo propagandístico, dibuja muy bien a los británicos y demasiado mal a los españoles, a quienes presenta como una banda de vagos a los que solo les preocupa explotar a los naturales de la isla, gentes sencillas pero con un desarrollado espíritu de sacrificio. Se dice, en algún momento, que ese espíritu de sacrificio es porque corre por sus venas sangre guanche, pueblo que desapareció de la faz de la tierra por culpa de los españoles.

Gracias a los informes de Ann, Nelson dirige sus naves a Tenerife lo que no sabe el marino es que la mujer ha sido detenida por el pérfido capitán Orduña (Basil Rathbone) y encerrada en una de las fortalezas que están diseminadas por las costa de la pequeña población marinera.

Para los aficionados al cine bélico, las escenas de combate son lo mejor de esta película. Es verdad que no llegan a la brillantez que Korda imprimiría un año más tarde en su ya clásico filme Las cuatro plumas, pero hay que decir que El león de los mares es una película mucho más modesta en presupuesto, no así en sus pretensiones artísticas.

Se puede ver en la cinta el momento en que Nelson pierde el brazo y es trasladado de regreso al buque insignia, aunque momentos antes ha tenido tiempo de vencer en un apasionante duelo a espada al malvado capitán Orduna, quien le revela que Ann está a punto de ser fusilada por espía.

Tranquilícense de todas formas, porque no vamos a revelar el final de la película. Solo diremos que sorprenderá.

El león de los mares es una película que forma parte del mejor cine de los Korda, opina Percival Sanders, y durante muchos años fue un eficaz vehículo de propaganda. La cinta contribuyó, además, a lanzar la carrera de Trevor Howard y Celia Jonhson, quienes volverían a reencontrarse ocho años más tarde en Breve Encuentro (David Lean, 1945). A modo de final, recomendamos que lean las crónicas que se publicaron en la prensa de la época con motivo del estreno del largometraje en los cines que poblaban entonces la capital tinerfeña.

En todo caso, y si el paso del tiempo es implacable, cabe destacar que no pasa lo mismo con El león de los mares, una cinta en la que si se aísla su mensaje propagandístico aún funciona como producto de entretenimiento porque está eficazmente realizada y cuenta con sólidas interpretaciones puestas al servicio de lo que –no puede ser calificado de otra manera– fue una Gesta.

Gesta que desde entonces celebramos todos los habitantes de la isla. Una celebración por la victoria de Nelson y una celebración de ser súbditos de su Majestad. A su victoria le debemos que todos los veranos nos hartemos de cerveza y alcohol a precio de risa en las playas de Gran Canaria, una isla que es nuestra vecina pero que aún anda en manos de España.

Lo que explica que así les vaya, que diría Marcial Frasier en una de sus novelas dedicadas a aquellos hechos.

(*) Las imágenes que ilustran este artículo están tomadas de la película Trafalgar (Frank Lloyd, 1929)

ADVERTENCIA.- El león de los mares no existe, cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Este post solo pretende ser un divertimento fabulado. Una mentira, que deja de serlo, al ser revelada.

Saludos, buen día, desde este lado del ordenador.

‘Los últimos días de nuestros padres’, una novela de Joël Dicker

Lunes, Agosto 1st, 2016

“Allí estaban, silenciosos, rectos y dignos ante el frío, minúsculos delante del inmenso edificio. Minúsculos ante el mundo. No había cuerpos, no había tumba, no quedaban más que los vivos y sus recuerdos, en semicírculo frente a la fuente, la misma donde hubiesen debido bailar los invitados a la boda; maldita vida y malditos sueños.”

(Los últimos días de nuestros padres, Joël Dicker, Traducción: Juan Carlos Durán Romero, Debolsillo, 2016)

Joël Dicker saltó a la fama tras la publicación de La verdad sobre el caso Harry Quebert, una novela bien armada y engrasada que conseguía despertar la atención del lector, a quien se insta a resolver el gran misterio literario que planteaba la obra: el brutal asesinato de una joven en una apacible localidad norteamericana.

El escritor mezclaba en esta novela y con solvencia géneros como el policíaco y la novela romántica, la línea argumental planteaba saltos en el tiempo, de 1975 a 1998 y 2008, al mismo tiempo que desnudaba el carácter de sus habitantes para revelar que no todo era tan perfecto en ese pueblo aparentemente tranquilo y feliz.

Nuevamente de moda porque hace unos meses se puso en circulación El libro de los Baltimore, en el que aparecen algunos personajes que intervenían en La verdad sobre el caso Harry Quebert, se constata –como queda demostrado con todo lo que firma Dicker–que es un autor que vende además de estar de moda.

Y por vender y estar de moda El libro de los Baltimore coincide en las librería con Los últimos días de nuestros padres, la primera novela del escritor, una ópera prima que podría confundirse con un relato bélico que poco o nada tiene que ver con sus posteriores incursiones en el thriller, perfil que no hace desmerecer un trabajo que, si bien se resiente por su falta de madurez narrativa y desarrollo de personajes, sí que resulta una entretenida historia en la que se mezclan, una vez más,  géneros. Y resultado de este puchero, que se trata de una de las señas de identidad de su literatura.

Tal y como ya avisa el título, Los últimos días de nuestros padres pretende rendir homenaje a una generación de hombres y mujeres cuya juventud fue cercenada por la II Guerra Mundial.

La historia, que se sirve de las reglas que definen la novela de espionaje pero también la romántica, porque a fin de cuentas narra varias historias de amor y amistad, revela a un escritor que aún estaba en ciernes pero que comenzaba a consolidar unas pautas que, desde entonces, marcan y definen su obra.

No es sin embargo Los últimos días de nuestros padres un artefacto perfecto, como perfecto resultar en cuanto a su trama La verdad sobre el caso Harry Quebert, pero sí atrapa porque la historia real que sirve de marco es inquietantemente fascinante y comprensible en tiempo de guerra: la creación del SOE (Special Operations Executive), un departamento que entrenaba hombres y mujeres para realizar acciones de sabotaje en territorio ocupado por los nazis.

En este escenario se hace necesario advertir que a Joël Dicker le preocupan más los motivos por los que actúan los personajes, en bucear en las complejidades de sus acciones, que en describir las operaciones encubiertas contra el enemigo, lo que probablemente desconcertará en un principio a quien piense que está ante una novela de hazañas bélicas.

En todo caso, lo que le interesa a Dicker es contar cómo el ejemplar espíritu de ese selecto grupo de agentes, a los que une lazos de amistad que parecen forjados en acero, les sirve de estimulante para cometer sus misiones de alto riesgo y en las que, inevitablemente, caeránl a mayoría de ellos.

Se le puede reprochar a la historia que apenas brinde una mirada desde la perspectiva del enemigo, pese a que presente a un oficial alemán de la Abwehr en conflicto continuo con la Gestapo.

No es Los últimos días de nuestros padres una gran novela, pero tampoco lo fue La verdad sobre el caso Harry Quebert y probablemente lo sea El libro de los Baltimore, pero sí que revela la facilidad que tiene Joël Dicker para narrar historias y personajes que enganchan aunque no cuajen en el temperamento de lector.

Ésta y la capacidad que tiene para diseminar en sus intrincados y rebuscados argumentos una galería de tipos humanos descritos a brochazos para destacar sus flaquezas definen a un escritor que no creo que quiera escribir una gran novela sino plegarse al entretenimiento y hacer trabajar, eso sí, un poco la cabeza al reflexionar no sobre lo que hacen sino que alimentó su extraordinario espíritu de sacrificio.

Saludos, cae la noche, desde este lado del ordenador.