Archive for the ‘Cine de allá’ Category

George Sanders: “Querido mundo: He vivido demasiado tiempo”

Sábado, Julio 3rd, 2021

Actor, escritor –algunas de sus novelas de misterio se publicaron en España en la ya legendaria colección Austral de Espasa Calpe– y cantante incluso, no tenía mala voz aunque al lado de Frank Sinatra sí que desentonada, George Henry Sanders (San Petersburgo, Imperio ruso; 3 de julio de 1906 – Castelldefels, España; 25 de abril de 1972) es uno de esos grandes intérpretes del cine norteamericano que permanece a un lado, en una discreta esquina de la sin memoria, a la espera (o no) de que llegue alguien y lo saque a la luz para mostrar al mundo y a todos nosotros que aquel secundario, preferentemente, que robaba planos al protagonista tenía nombre y apellido.

Hombre de refinada educación, lo que transmite en cada uno de sus trabajos, a George Sanders lo encasillaron sin embargo en papeles de villano a los que prestó elegancia y saber estar en cada momento que lo vemos en pantalla. Como protagonista y secundario de lujo lo descubrimos en dos grandes películas que adaptaron dos grandes novelas de la literatura de todos los tiempos: El retrato de Dorian Grey (Albert Lewin, 1945), donde se pone en la piel del mefistofélico lord Henry Wotton y en La vida privada de Bel Ami (Albert Lewin, 1947), en la que interpreta al ambicioso periodista que hace carrera no por el ingenio de los artículos que escribe sino por las mujeres que conoce dentro y fuera de la cama.

Si uno ve esta películas que dirige además un cineasta al que con el paso del tiempo habrá que rendir homenaje, Albert Lewin (director de esa obra maestra de amor fantástico que es Pandora y el holandés errante) es imposible imaginarse al refinado y ambiguo lord Henry de la novela de Oscar Wilde así como al egoísta periodista de la novela de Guy de Maupassant sin las estilizadas formas de Sanders, un actor que transmitía sensaciones no solo a través de una voz grave sino también, y quizá lo más importante, con sus silencios que subraya con una débil sonrisa y una mirada capaz de derretir los hielos de ambos polos.

Recordamos, o recuerdo a George Sanders de todas formas por sus trabajo de malvado cansado, de tío harto de hacer el mal pero que lo hace porque así está escrito en el guión. Hace de cruel aristócrata en esa grandiosa película de aventuras con mensaje feminista que es Ambiciosa y de caballero templario en Ivanhoe que es una cinta de torneos medievales que no me canso de ver ni de leer la magnífica novela que la inspira, escrita por sir Walter Scott, a quienes los dioses tengan presentes. Repite papel parecido en otra obra maestra del cine de aventuras, Los contrabandistas de Moonfleet, a las órdenes de un inspiradísimo Fritz Lang aunque por si uno de sus papeles lo recuerda la hermandad cinéfila es por el de irónico crítico de arte Adisson DeWitt en Eva al desnudo (Joseph L. Mankiewicz, 1950), que es una de las grandes películas de su director y del estupendo equipo de actores que reúne comenzando por Bette Davis y Anne Baxter y terminando con George Sanders y la rubia que no es tan tonta que lo acompaña en la película, una jovencita y apenas debutante actriz llamada Marilyn Monroe.

Pero…, y que quede constancia, George Sanders no solo hizo de villano en el cine. En Te querré siempre, una hermosa historia de amor que parece que se quiebra y que dirige Roberto Rossellini, George Sanders es el marido de Ingrid Bergman. Están de viaje por una Italia que en aquellos años, los 50, todavía permanecía en ruina por una guerra mundial que no tuvo que haber sucedido nunca. El deterioro de la pareja con el deterioro de la ciudad de Nápoles, una de las ciudades italiana más castigadas por aquel conflicto, se entremezcla en una cinta que, créanme, no pasa la sombra del tiempo ya que sigue conmocionando y conmoviendo y, al mismo tiempo, haciéndonos pensar en lo grande que fue el cine.

En esa obra maestra olvidada del cine extraño que es El pueblo de los malditos, adaptación de la novela Los cuchillos de Midwich escrita por uno de los grandes del género, el británico John Wydham, Sanders tiene que enfrentarse a unos niños que han sido abducido por entidades extraterrestres con el siguiente dilema moral: ¿quién puede matar a un niño, aunque esos niños puedan leer la menta y obligar a los adultos a hacer cosas que no quieren? Esta película supuso, es una opinión personal, uno de los últimos grandes trabajos en la filmografía de un actor que dignificaba con su presencia incluso aquellas películas que no valen nada y que rodó porque hay que comer… Puso, eso sí, la aterciopelada voz al malvado y cruel tigre Serkhan, en la adaptación para dibujos animados de El libro de la selva... Y sí, Serkhan sería otro si no llega a doblarlo George Sanders que, estoy seguro, entendió desde el principio las motivaciones de ese personaje que se mueve a cuatro patas con un abrigo naranja y rayas negras.

Pasó el tiempo, y el tiempo terminó por olvidarlo. Hastiado del oficio, deprimido por la muerte de su hermano, el también actor Tom Conway del que se había distanciado por sus problemas con el alcoholismo y tras varios matrimonios fracasados (dos con las hermanas Gabor), George Sanders terminó por refugiarse en un hotelito de Castelldefels (Barcelona) donde puso fin a su vida dejando una nota cuya lectura todavía me emociona por lo que revela y por lo que piensa de la humanidad entera, incluido él mismo:

“Querido mundo: He vivido demasiado tiempo, prolongarlo sería un aburrimiento. Os dejo con vuestros conflictos, vuestra basura, y vuestra mierda fertilizante”.

Su cadáver fue incinerado y cuenta la leyenda que desde entonces sus cenizas flotan en el aire.

Harto de esperar planteo la pregunta que suelo plantearme todos los años cuando llega la fecha del nacimiento de George Sanders, ese actor refinado y elegante al que los dioses han acogido en su gloria: ¿para cuándo la publicación en español de sus memorias? Recuerdos que llevan por título Memorias de un farsante profesional

Mientras espero, recojo algunas reflexiones y pensamientos que dejó escritas el caballero que escapó con su familia de Rusia tras el triunfo de la Revolución bolchevique:

“No soy irreligioso, ni ateo, ni irreverente. No defiendo la apostasía, ni siquiera soy agnóstico. Simplemente no tengo la menor idea de qué significado tiene todo esto”.

“Almorcé con Marilyn Monroe un par de veces y encontré que su conversación era inesperadamente profunda. Mostraba un interés en temas intelectuales que, cuanto menos, me dejó desconcertado. Quizá debería añadir que en su presencia no era fácil concentrarse en algo intelectual”.

“Para empezar, es imposible estar enamorado de una mujer sin experimentar en ocasiones el irresistible deseo de estrangularla. Lo cual puede conducirte a situaciones desagradables. Las mujeres son muy sensibles con eso de que las estrangulen”.

“Desde que empecé con esta profesión mía de actor he tenido siempre un profundo sentimiento de irrealidad. Y la atmósfera de Hollywood no ha ayudado a disiparlo”.

“Quizá mi curiosa indiferencia al éxito se entenderá mejor si te digo que la fuerza más poderosa de mi naturaleza ha sido la pereza; y para practicarla con razonable confort, he llegado al extremo de estar dispuesto a trabajar… de vez en cuando”.

“En pantalla soy usualmente un cínico de modales exquisitos, cruel con las mujeres e inmune a sus insinuaciones y caprichos. Esa es mi máscara, y me ha servido bien durante 25 años. Pero en realidad soy un sentimental, sobre todo en lo que respecta a mí mismo; siempre al borde de las lágrimas por las emociones más ridículas e invariablemente víctima de la inhumanidad que despliegan a veces las mujeres con los hombres. Es comprensible que haya adoptado esta máscara para proteger mi naturaleza ultrasensible. Y por fortuna no solo me ha protegido sino que me ha dado de comer. Si te cuento todo esto es para que entiendas que aunque en el cine soy invariablemente un hijo de perra, en la vida real soy un chico encantador”.

“Soy un católico reformado y recompuesto. En otras palabras: soy un budista”.

“Las mujeres son como las enfermedades infecciosas. Una recaída es siempre de enorme gravedad. Mi boda con la enloquecida bruja de Zsa Zsa fue un craso error. Me avergüenza decirlo, porque no se debe golpear a las mujeres, pero yo sí lo hice. En defensa propia, claro está…”.

En las imágenes, el actor en: Te querre siempre (Roberto Rossellini, 1954)

Saludos, nos inclinamos, desde este lado del ordenador

Los gigantes no andan solos

Jueves, Julio 1st, 2021



William Wyler
(Mulhouse —hoy Francia, entonces Alemania—, 1 de julio de 1902 – Los Ángeles, 27 de julio de 1981) fue, es y será uno de los más grandes cineastas del cine norteamericano de todos los tiempos.

Su filmografía debería de estudiarse con la atención que se merece y si bien ha sido reivindicado por un puñado de fanáticos entre los que me encuentro, no termina de ocupar un espacio en ese canon donde gravitan otros grandes directores como John Ford y Alfred Hitchcock.

Los aficionados le debemos a Wyler un magnífico western, Horizontes de grandeza, que es esa película donde el cineasta de afilada mirada rinde homenaje a un paisano antes de que este país, España, se fuera al carajo, Francisco de Goya, en una escena que, personalmente, me parece de las más bellas de la Historia del Cine: en un plano general, Gregory Peck y Charlton Heston miden sus diferencias a puñetazos que el espectador otea y escucha en la distancia porque nos encontramos en un lejano territorio cuyo horizonte solo puede ser de grandeza…

William Wyler se manejó muy bien en el drama y, en contra de otros compañeros de generación, supo dar carácter al reparto femenino. Bette Davis es la protagonista absoluta de Jezabel con permiso de Henry Fonda y su gótica versión de Cumbres borrascosas continúa siendo la mejor adaptación al cine de la inmortal novela de Emily Bronté con una gigantesca Merle Oberon invisibilizando al mismísimo Laurence Olivier, inolvidable Heathcliff por otra parte.

Wyler, que sirvió en la fuerza aérea durante la II Guerra Mundial y experiencia que dio origen a un ejemplar trabajo propagandístico titulado Memphis Belle, la fortaleza volante que surca los cielos de Europa, es autor de dos grandes películas sobre aquel periodo y sus secuelas como son La señora Miniver, largometraje que contribuyó a que Estados Unidos entrara en guerra y Los mejores años de nuestra vida, un filme que narra la vuelta a casa de los veteranos de aquel conflicto.

Otros filmes del maestro son La heredera, La carta, La calumnia y una de romanos que ha terminado con el tiempo en convertirse en la película de romanos: Ben-Hur. Tuvo tiempo, en el otoño de su carrera, de dirigir una desarmante película de terror psicológico y romance enfermizo, El coleccionista, y de firmar una deliciosa comedia de altos vuelos, Cómo robar un millón y… así como un musical que adoran los aficionados de Barbra Streisand, Funny Girl.

William Wyler trabajó con Olivia Mary de Havilland (Tokio, 1 de julio de 1916-París, 26 de julio de 2020) en La heredera, una de las mejores adaptaciones que se han realizado sobre una novela de Henry James, uno de esos escritores que deberíamos de leer (o releer) una vez al año.

La actriz, que falleció en 2020 a la friolera edad de 104 años, comenzó su carrera como compañera cinematográfica de Errol Flynn en una serie de películas que, al menos para quien les escribe ahora, ocupan un espacio muy importante de su memoria cinéfila aunque muchos la recordarán por su papel de Melanie Hamilton en Lo que el viento se llevó, que es esa película que ahora quieren mutilar por racista, que lo es.

Hermana de Joan Fontaine, con quien no se llevaba bien cuentan las malas lenguas pero que no es verdad tampoco, son muchos los dimes y diretes que se han escrito en torno a una actriz que supo amoldarse a toda clase de papeles. Ya en el otoño de su carrera, está inmensa en Canción de cuna para un cadáver, a las órdenes de uno de los mejores y más ácidos cineastas norteamericanos de todos los tiempos, Robert Aldrich.

En cuanto a Charles Laughton (Scarborough, 1 de julio de 1899 – Los Ángeles, 15 de diciembre de 1962) poco que decir ya que a su obra me remito. El caso, sin embargo, es singular porque además de ser uno de los mejores intérpretes de su tiempo, cuenta con una sola película como director a la que el paso del tiempo en vez de empequeñecer engrandece como es La noche del cazador.

Como actor a mi me encanta como profesor chiflado en la maravillosa por oscura La isla de las almas perdidas, una adaptación de La isla del dr. Moreau, de H.G. Wells; también como diabólico capitán Bligh en Motín a bordo y en las biográficas aunque ya viejunas La vida privada de Enrique VIII y Rembrandt.

Creo que sin él y su ya legendario grito de ¡¡¡Chadwick!!! La posada de Jamaica, de Alfred Hitchcock, no sería la misma película y que gracias, precisamente, a él, todavía se me pone la piel de gallina cuando dicta su discurso sobre la libertad en Esta tierra es mía a las órdenes de Jean Renoir, que sabía de esto y muchas cosas más.

Afortunadamente, la carrera cinematográfica de Laughton fue extensa y está salpicada de obras eternas, cito títulos de memoria: El reloj asesino, El proceso Paradine, otra vez con Hithccok; Testigo de cargo (Billy Wilder adapta un relato corto de Agatha Christie); Espartaco y Tempestad sobre Washington, que fue su último trabajo.

Me dejo muchas otras películas en la que su presencia dignifica materiales que quizá no lo fueran tanto, pero no es nuestra intención las de agobiarles con una relación de trabajos donde resulta difícil desprenderse de alguno de ellos porque en todos Charles Laughton les imprimió la misma credibilidad.

Vaya trío, por cierto, al que rendimos improvisado homenaje en el día de hoy. Un 1 de abril que demuestra que los gigantes no andan solos.

En las imágenes, William Wyler y Olivia de Havilland para una tarta el día de su cumpleaños durante una pausa de rodaje de La heredera (1949) y Charles Laughton como el inolvidable senador Tiberio Sempronio Graco en Espartaco (Stanley Kubrick, 1960).

Saludos, qué grandes es el cine, a veces, desde este lado del ordenador

El actor accidental

Miércoles, Junio 30th, 2021

Antonio Rebollo llegó al cine por accidente como muchos otros compañeros de generación. Aragonés como Luis Buñuel, Rebollo nació en el seno de una familia acomodada y se educó en los mejores colegios. En uno de ellos, de curas, aprendió a manejarse bien con el latín, un destello que anunciaba su más tarde desarrollada capacidad para hablar varios idiomas (inglés, francés e italiano) que le abrió las puertas del cine europeo como actor de reparto.

Si IMDb no engaña, intervino en dieciocho películas, algunas de ellas consideradas de culto, y fue uno de los actores habituales del que probablemente sea el cineasta todoterreno español más famoso de la Historia del cine: Jesús Franco. O Jess Franco, hombre del que Rebollo, a partir de ahora Tony Skios, su nombre artístico, guarda muy buen recuerdo y con quien llegó a trabajar en una decena de películas con títulos tan extravagantes como Trampa sexual (1978); La noche de los sexos abiertos (1983) y El siniestro doctor Orloff y Bahía blanca (ambas de 1984) que fueron las dos últimas películas de su carrera en el cine.

Skios se recicló a finales de los 80 en empresario de hostelería abriendo locales de ocio en distintos puntos de la península hasta recalar en Los Cristianos (Tenerife), donde comparte negocio con uno de sus familiares.

No le tiembla la voz cuando recuerda su experiencia bajo los focos pero sus recuerdos salen disparados como las balas de una ametralladora. El sol del sur de Tenerife mientras tanto casca sobre las mesas de la terraza de su local, adquirido a un italiano hace ya un puñado de años y que sigue llevando el mismo nombre que entonces, Olaf. Algunas de las mesas están ocupadas por extranjeros que apuran la primera cerveza del día aunque son pocos –dice Tony Skios– comparado a hace dos años.

Los meses de confinamiento en 2020 y la difícil recuperación económica que atraviesa el país por la pandemia se materializa en este local del sur de la isla que lleva un hombre que ronda los setenta años pero que sigue siendo un chaval cuando uno se sienta a conversar con él. Por cierto, el café que sirven en Olaf no tiene nada que ver con otros que se toman en esta zona turística de Tenerife. Es excelente.

Antonio Rebollo antes de entrar en el cine fue modelo de alta costura, trabajo que lo llevó a Cannes, en la Costa Azul francesa, donde conoció a una actriz italiana. Ambos fueron objeto de un reportaje que se publicó a doble página y con fotografías donde la actriz afirmaba que su acompañante, todavía no era Tony Skios, se trataba de un actor. “Pero no lo era”, dice Rebollo/Skios, a quien llaman de una productora tres días después de la publicación del artículo en una revista para “hacerme una prueba. Les dije que no era actor pero les daba igual”, recuerda. “Conseguí un contrato y empecé a hacer cortos”.

El trabajo en este formato cinematográfico le dio la seguridad que necesitaba para enfrentarse a las cámaras, lo que le decide dejar Italia para regresar a España donde contacta primero con Pilar de Molina y poco después con Damián Rabal, hermano de Francisco (Paco) Rabal, como representante artístico.

“Y allí empieza mi carrera, que fue accidental. Comencé a estudiar interpretación y danza, que ya había iniciado en Italia hasta que me contratan como actor para La luz del fin del mundo (1971)”, un filme que dirige Kevin Billington con Kirk Douglas, Yul Brynner y Samantha Eggar que se rodó en Cadaqués, un pueblecito de la Costa Brava de Cataluña donde vivía entonces Salvador Dalí.

La luz del fin de mundo adapta una novela de aventuras de Julio Verne, se desarrolla en 1865 en el Cabo de Hornos y la protagonizan unos piratas que en el largometraje están a las órdenes de Konge (Yul Brynner) que asaltan un faro en una isla rocosa donde asesinan a todos los hombres, excepto a Will Denton (Kirk Douglas), que logra escapar. El plan de los piratas consiste en apagar la luz del faro para que los barcos se estrellen contra los arrecifes y poder adueñarse después del botín.

Tony Skios interpreta a Santos, uno de los piratas argentinos, junto a otros grandes secundarios del cine multinacional que se rodó en España en los 70 como el italiano Aldo Sambrell y el español Víctor Israel. Fernando Rey fue otra de las grandes estrellas que participa en este filme que intenta pasar la Costa Brava por el Cabo de Hornos con resultados irregulares aunque se trata de una sólida producción que contó con tres unidades de rodaje. “En la película salgo siempre al lado de Jean-Claude Drout”, actor de origen belga muy conocido aquellos años en los países de habla francesa por ser el protagonista de una popular serie de televisión.

Tony Skios trabajó mucho en España pero no necesariamente demasiado en el cine español. La razón era crematística. Trabajar para fuera se pagaba en dólares mientras que hacerlo en casa no. Además, el cine español de aquellos años era muy pobre, en el oficio se conocía como el que daba de almorzar un bocadillo de anchoas con una botella de cerveza. Esto da una idea de cómo se encontraba entonces la raquítica industria nacional.

A comienzos de los 70 y antes del rodaje d e La luz del fin del mundo, Tony Skios había interpretado a un oficial del ejército boliviano en una serie de televisión sobre Tamara Bunke, la guerrillera que apoyó a Ernesto Che Guevara en su desventura boliviana finales de los años 60.

La serie para televisión no se rodó en Bolivia sino en España aunque fue gracias a este rodaje donde el director de La luz del fin del mundo se fijó en él y lo contrató para el largometraje que significó su debut en el cine.

De aquella experiencia en Cadaqués dice que Salvador Dalí quiso hacerle un retrato “pero me comentaron unas cosas que no me convencieron para que lo hiciera” aunque sí que asistió a algunas de las fiesta que celebró el artista de cuidados bigotes cuyas puntas empapaba en miel para atraer a las moscas y que afirmó categóricamente que “Picasso es comunista. Yo tampoco”.

Respecto a las grandes estrellas que participaron en aquel rodaje recuerda como “un grosero” a Kirk Douglas y un hombre extremadamente correcto a Yul Brynner.

¿De dónde viene Tony Skios?

Se le ocurrió, dice Antonio Rebollo aunque todo los que lo conocen lo llaman Tony, por la pequeña isla griega de Skiros donde rodó el primer corto de su carrera. El nombre le pareció que tenía gancho y se lo apropió quitándole la erre. Durante un tiempo lo confundían en el oficio con un especialista “muy bueno” que se llamaba, precisamente, Skiros.

Los años 70 fueron años muy notables en la carrera cinematográfica de Tony Skios. Rodó prácticamente todo tipo de películas de explotación, lo que incluye terror, espaguetis western, de misterio y policíacas y eróticas, género este último en el que conoció a Jesús Franco y con quien rodaría una decena de largometrajes. Skios cuenta también en su filmografía con un Tarzán, Tarzán y el tesoro Kawana (José Truchado, 1975), en la que trabajaban José Luis Ayestarán, Loreta Tovar, Isabel Luque y Frank Braña (otro grande de los actores de reparto españoles internacionales de aquellos años y hombre que tras retirarse pasó una larga temporada en Gran Canaria). La película se rodó en Costa de Marfil bajo un calor infernal y rodeados de mosquitos pero fueron días, resume, “de aventuras”.

Otra rareza en su filmografía, o uno de esos títulos que pondrían los colmillos largos al mismísimo Quentin Tarantino –reconocido kamikaze de vídeo club– es Bloodbath / El cielo se cae / Las flores del vicio (El cepo) (Silvio Narizzano, 1979) no tanto por lo que cuenta, un grupo de norteamericanos y británicos que se han autoexiliado en un pequeño pueblo español realizan extraños rituales, sino por un reparto en el que se encuentran actores como Carrol Baker, Dennis Hopper y Richard Todd junto a los españoles Imma de Santis y Tony Skios como Simón.

A las órdenes de Ramón Torrado protagoniza Guerreras verdes en 1976, un filme sobre la Guardia Civil con Carmen Sevilla y Sancho Gracia como estrellas. En el filme trabajaba también un actor por el que Skios siente admiración, Agustín González. En esta película aprendió que los actores se motivan cuando escuchan el silencio y dice que, ya desde entonces, a Carmen Sevilla se le hacía muy difícil memorizar sus textos pero si hubo un director con el que trabajó de manera habitual fue Jesús Franco. Diez películas en total y en una de las etapas más productivas del estajanovista cineasta con el que rodó varias películas eróticas con Lina Romay, la compañera sentimental de Franco, como actriz protagonista. Esta situación produjo momentos incómodos “al rodar las escenas en las que tenía que acostarme con ella”, más en unas cintas que contaban con dos versiones, una suave para España y otra explícita para el mercado internacional.

“Jesús Franco fue un tipo fantástico dentro como fuera de rodaje. Era extremadamente amable y correcto y sabía lo que hacía detrás de las cámaras”, explica.

Tony Skios trabajó también para Pedro Masó en Las colocadas (1972) que fue una de sus primeras películas y un filme donde comparte cartel con actrices como Teresa Gimpera, Tina Sáinz y La Contrahecha. En esta película “hacía de hijo de Gemma Cuervo y Antonio Casas” y como muchas de las cintas de aquellos años, el filme mezcla drama y humor para contar la vida de tres amigas que se han enamorado de tres hombres casados. Una se encuentra en estado y el responsable no quiere saber nada de ella. De este filme, Tony Skios recuerda “la mala leche” de Pedro Masó y que en un día en que La Contrahecha no pudo asistir al rodaje fue el mismo Masó quien le dio la réplica en una toma del filme.

En cuanto a sus incursiones en el espagueti western, Tony Skios trabajó en El desafío de Pancho Villa (Eugenio Martín, 1972), con Telly Savalas haciendo del legendario revolucionario mexicano.

Uno podría pasarse el día escuchando la batería de anécdotas y experiencias que acumula Tony Skios. Y eso que ha llovido desde entonces, cuarenta años que parecen que no son nada pero que son muchos. Comenta que no ha vuelto a ver ninguna de las películas en las que intervino pero sí recuerda los rodajes y cómo conoció a algunos de los grandes del cine norteamericano y europeo de aquellos años.

Casado tres veces y tras ganar “bastante dinero como actor”, a la muerte de Franco en noviembre de 1975 Tony Skios decide dejar el cine y dedicarse a la hostelería. Primero con un pub, el Coco Loco, en Mojácar (Almería) cuando rodaba Bloodbath en la que interpretaba al acompañante de Carrol Baker; luego probó en otros puntos de la costa española como Altea (Alicante) porque en aquellos años “ya no había casi industria del cine en España”.

Viaja primero a Tenerife en 1982, visita La Gomera y de paso por Los Cristianos descubre la terraza que es el negocio que lleva y… hasta ahora.

No se queja. Podía haberle ido peor como sí le pasó a algunos de sus compañeros del cine pero con todo “echo de menos aquello. El estar activo para poder rodar. Lo de pasar de actor a empresario fue un cambio de 90 grados pero muchos de mis compañeros lo están pasando ahora muy mal”.

La nostalgia sin embargo sigue llevándola por dentro. No tanto por los rodajes que dieron como resultado películas que acabaron exhibiéndose en programas dobles de cines de barrio y más tarde en carnaza de vídeo club sino por la gente que conoció. Tony Skios fue un asiduo a la tertulia de Francisco Rabal en el hotel Wellington de Madrid y amigo de dos secundarios del cine de aquel tiempo: Aldo Sambrell y Frank Braña. Recuerda a Samantha Eggar “como una mujer fabulosa” y también a… Eran otros tiempos y otro cine que, como lágrimas en la lluvia, estaba condenado a desaparecer de la memoria cinéfila.

¿Cómo era trabajar en el cine de aquellos años?

“Era muy divertido y pagaban bien”, dice mientras la cámara funde a negro.

Saludos, mil gracias Ginés de Haro Brito, desde este lado del ordenador

Palabras de Dios

Miércoles, Junio 23rd, 2021

Billy Wilder (Sucha, Imperio austrohúngaro, 22 de junio de 1906 – Hollywood, Estados Unidos, 27 de marzo de 2002).

“Del mismo modo que todo el mundo odia a Estados Unidos, todos Estados Unidos odia a Hollywood. Existe el profundo prejuicio de que todos nosotros somos tipos superficiales que ganamos diez mil dólares a la semana y que no pagamos impuestos; que nos tiramos a todas las chicas; que tenemos piscinas dentro y fuera de las casas; que tenemos profesores en casa que dan clase a nuestros hijos de cómo subirse a los árboles; que cada uno de nosotros tiene dieciséis criados y que todos conducimos un Maserati. Pues sí, todo esto es verdad. ¡Aunque os muráis de envidia!”

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SAMUEL GOLDWYN: ¿En qué está trabajando actualmente?

BILLY WILDER:
En mi autobiografía.

SAMUEL GOLDWYN: ¿Y de qué trata?”

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“Cuando en 1958 Stanley Kramer quiso rodar The defiant ones (Fugitivos) y le presentó el guión a Robert Mitchum, éste le dijo:

No pienso actuar en compañía de un negro.

Marlon Brando leyó el libro y dijo:

Quiero formar parte del reparto si puedo interpretar el papel del negro.

Y Kirk Douglas, a quien Kramer dio a leer el libro también, le contestó:

Sí, acepto. Con una pequeña condición: quiero interpretar los dos papeles”.

(En la película de Kramer, un blanco y un negro encadenados uno al otro, huyen juntos de la cárcel)

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“Los más importante es tener un buen guión.
Los cineastas no son alquimistas.
No se pueden convertir los excrementos de gallina en chocolate”.

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Thou shalt not bore! Tengo diez mandamientos. Los primeros nueve dicen: ¡No debes aburrir! El décimo dice: tienes que tener derecho al montaje final”.

(Todas las citas están sacadas del libro Nadie es Perfecto, Billy Wilder con Hellmuth Karasen. Traducción: Ana Tortajada, Grijalbo, 1993)

Saludos, oh, la, la, desde este lado del ordenador

Stan Laurel, el flaco

Miércoles, Junio 16th, 2021

Stan Laurel, nombre artístico de Arthur Stanley Jefferson (Ulverston, Lancashire, Reino Unido, 16 de junio de 1890-Los Ángeles, 23 de febrero de 1965) fue durante muchos años la pareja cinematográfica de Oliver Hardy en numerosos cortos y largometrajes que todavía hoy se ven más que con risa boba, con risa sabia porque detrás de los elaborados gags que salpican estos filmes hay un trabajo de cálculo que explica que todavía la mayoría de las situaciones que plantean provoquen no ya la risamaríaluisa sino la carcajada más profunda que no es otra que la que arranca del estómago y sale por la boca como una explosión.

Un boom que contagia al resto que, vale, pueden no conocer a estos dos amigos del alma que no dejan de molestarse en pantalla pero que llega, les llega, sumándose al coro griego de los que, como quien ahora les escribe, siente cuando ve una película protagonizada por estos dos. El Gordo y el Flaco, que es como se conocían en el desgraciado país en el que nací y en el que todavía vivo.

Stan Laurel fue el arquitecto, el hombre que aprovechó la energía atómica que surgía cuando se juntaba con Hardy para crear las escenas cómicas que los hicieron famosos y eternos gracias a ese arte hoy tan devaluado como es el cine.

Y fue tanto su éxito, siempre juntos nunca por separados, que incluso el notable escritor argentino Osvaldo Soriano lo utilizó como protagonista en una novela inolvidable en la que además de rendir homenajes al género policíaco y en concreto a Philip Marlowe, el detective romántico de Raymond Chandler, también tributa emocionado panegírico a Stan Laurel y a un Hollywood que a mi me parece ya no existe.

¿Título del libro? Triste, solitario y final.

Stan Laurel llegó al cine cuando éste se encontraba en pañales y recaló en la ciudad del pecado con otro actor que en aquellos años todavía era un perfecto desconocido, Charles Chaplin. Trabajó también como guionista, creador de gags y lo que le pusieran por delante hasta que un buen día se topó con el hombre de su vida: Oliver Hardy. Luego el productor y director Hal Roach se fijó en estos dos y el resto es Historia. Historia con H mayúscula. A mi me encantan porque me siguen sorprendiendo en Hijos del desierto (1933) así como en Laurel y Hardy, en el oeste (1937), que son películas que tengo la suerte de seguir viendo con las voces originales de ambos porque solían doblar ellos mismos sus películas.

Afortunadamente hay más cortos y largos en sus filmografía que es de esas a las que apenas araña el paso arácnido del tiempo. Les invito a que las vean y a que lloren de la risa porque hay que llorar, sí, pero de alegría. Y eso lo consiguen tanto el gordo y el flaco como el flaco y el gordo.

Contrastado entonces que Stan Laurel fue genio y figura hasta la sepultura me quedó con una frase de las muchas ingeniosas que dio a lo largo de su carrera:

“Si alguno de vosotros llora en mi funeral, no volveré a hablaros jamás”.

Y, así lo aseguran todas las fuentes consultadas, efectivamente no volvió a hablar con nadie más cuando estuvo bajo dos metros bajo tierra.

Y ahora les dejo que ya va siendo hora…

Aprovecharé el rato para ver una película de el Gordo y el Flaco y, si hay suerte, morirme de la risa con ellos dos… Claro que, así escrito, “morirme de la risa” parece más un chiste malo. Una bromita a la que falta chicha o limoná y sobre todo la inteligencia de un Stan Laurel, el flaco de El Gordo y el Flaco. Una pareja que, desafiando al mismísimo Sísifo, demostró que una piano puede ser la famosa piedra que se sube para ver como cae por el otro lado de la cuesta, en este caso escalera y vuelta a empezar. Y empezar y empezar porque la vida, ya lo dice la canción, es rodar, rodar y rodar. Y vaya si hizo, hicieron, eso de rodar, rodar y rodar primero el flaco y después el Gordo y el Flaco.

Millones de gracias.

Saludos, me quito el bombín, desde este lado del ordenador

Celebramos el centenario del nacimiento de un príncipe austrohúngaro: Luis García Berlanga

Sábado, Junio 12th, 2021

“Al llegar a mi cuarta película comprobé que en las dos anteriores, por azar, había metido la palabra ‘austrohúngaro’, que ya de por sí es muy rara, y había salido de una manera lúcida en esas películas. Entonces me dije: “Voy a adoptar esta palabra tan divertida que ya ha salido dos veces”, y la adopté como fetiche, como palabra talismán”.

Hace cien años que tal día como hoy vino al mundo uno de los más grandes directores y guionistas del cine español. Su nombre Luis García-Berlanga Martí (Valencia, 12 de junio de 1921-Pozuelo de Alarcón, Madrid, 13 de noviembre de 2010), y a sus obras me remito para que tomen el pulso del trabajo de un hombre que miró la realidad española de su tiempo con una perversa pero a la vez muy divertida mirada crítica.

Fue tanta su agudeza que pudo incluso sortear la censura cuando en este país te censuraban no haciéndote el vacío y apartándote a patadas de la sociedad como ahora sino cuando los censores (los imagino como cuervos, de cuerpos espigados y siempre vestidos de negro) solo buscaban en el celuloide revelado carne desnuda femenina y escenas de amor “subidas de tono”.

Tuve la suerte de encontrarme en tres ocasiones con el director valenciano.Y las tres resultaron experiencias que dejaron una huella honda en la memoria.

La primera fue hace eones, cuando el mundo comenzaba a ser mundo. Me refiero a ese tiempo en el que los dinosaurios dominaban la Tierra: ¡¡¡los 80!!!

Un amigo y quien les escribe quedamos con el cineasta en el Hotel Mencey y allí hablamos aquellos dos adolescentes que apenas recién llevaban pantalones largos con algo parecido a Dios para nosotros, estudiantes de instituto con aficiones cinéfilas. Berlanga nos cogió desde las primeras preguntas. “Tú quieres ser director y tú periodista”, dijo como quien se come una cucharada de arroz caldoso y no se equivocaba el joven. Lo de joven está escrito sin ironía porque en aquel tiempo Berlanga debía de rozar la edad que tengo actualmente… La de un joven, vamos.

Tras esa experiencia y estando en Madrid un día me encontré en el ascensor de un edificio de oficinas de la plaza de España (ese, ese mismo que imaginan) con don Luis pero me dio reparo preguntarle si se acordaba de mi porque estaba seguro que no. El ascensor subía lentamente las plantas y el silencio se podía cortar con una cuchilla. Cuando llegamos a la suya me dio ganas de gritarle: ¡Los jueves, milagro!, pero no lo hice y ya no tuve tiempo cuando las puertas del elevador se cerraron ante mis narices.

La tercera ocasión, ya ejerciendo de periodista, me invitaron a la capital grancanaria porque había un almuerzo con… Berlanga. Recuerdo que llegamos muy tarde por retraso del vuelo y que tanto el cineasta como sus acompañantes ya estaban en las copas cuando llegamos los chicos de la prensa de la isla de enfrente. Tuve tiempo de entrevistarlo, de todas formas, así que el viaje valió la pena aunque me quedara con el estómago vacío.

Como es razonable, no le pregunté si se acordaba de una vez, en Tenerife, que le entrevistaron dos chavales… porque pensé que no se acordaría así que cuando concluimos con la conversación cerré la boca aunque me dieron ganas de gritarle: ¡¡¡Plácido!!! pero tampoco lo hice.

Como a muchos, me imagino, me gusta más el Berlanga de los años 50 y principio de los 60 que rodaba en blanco y negro que el Berlanga a color que vimos en los 70 y tras la Transición. Es decir, que prefiero su Plácido, Los jueves, milagro, El verdugo, Bienvenido, Mr. Marshall, ¡Vivan los novios!, que el de La escopeta nacional, Moros y cristianos, Todos a la cárcel y La vaquilla, que es una fallida aunque entrañable película sobre nuestra Guerra Civil en la que tanto el cineasta como su guionista Rafael Azcona recuperaron un viejo guión con el que reírse de aquella guerra fratricida sin molestar a unos ni a otros.

Si me dieran a elegir qué películas del director salvaría de esa hecatombe mundial que se anuncia está a la vuelta de la esquina, sin pestañear escogería Plácido (¡Siente a un pobre en su mesa!) porque es un retrato feroz de la España de aquel tiempo que todavía no me explico cómo dejó pasar la censura de aquellos años como tampoco hizo con Los jueves, milagro y El verdugo. También añadiría Bienvenido, Mr. Marshall, más por José Isbert y Manolo Morán y por la canción que desde ese entonces no paro de tararear cuando menos me lo espero: americanos vienen a España gordos y sanos...

Me gusta Las escopeta nacional, y me gusta sobre todo observar al gran Luis Escobar, aristócrata en la vida real, como protagonista de esta ácida visión de cómo se hacían negocios en esa España que gobernó un militar que no fue, precisamente, austrohúgaro, pero tengo la sensación que las que rodó después no son lo redondas que uno esperaba de un cineasta como don Luis. Sí que tiene una curiosidad, Tamaño natural, que es como si Berlanga intentara imitar a otro Luis, don Luis Buñuel, en su etapa francesa que no es, la de Buñuel, la mejor de su –estaremos de acuerdo– impresionante filmografía pero sí que es verdad que en esta cinta se reúnen muchas de las constantes del cine berlanguiano, sobre todo su vena erótica.

Como sabrán algunos, su afición por el erotismo lo llevó incluso a dirigir una colección, La sonrisa vertical, sobre esta literatura. Aún conservo varios volúmenes, entre otros Gamiani, atribuida a Alfred de Musset, y en la que Berlanga escribe un prólogo sin desperdicio.

El cine de Berlanga es tan bueno que, significativamente, es clave para entender un buen pedazo de la Historia de España. La de la postguerra y la Transición a la Democracia. Fue además un director de películas corales, protagonizada por una legión de actores, y cuando estaba inspirado un cronista ácido de las realidades de un país que, ya ven, no ha cambiado demasiado con el paso de los años. De alguna manera, la celtiberia profunda continúa ahí, como el dinosaurio de Monterroso, el problema es que hoy nadie tiene el talento de Berlanga y compañía para reflejar con humor las desgracias nacionales. Nadie se ha percatado que reír es la mejor manera de tomarse las cosas en serio. Más en un país tan cainita y de apaga y vámonos como es el que me ha tocado vivir.

En la primera entrevista que mantuve con él, en ese Hotel Mencey que sigue siendo de película y que terminó publicándose muy recortada en la revista Trampolín que editaba en aquel entonces el Instituto Teobaldo Power de la capital tinerfeña, recuerdo que Luis García Berlanga se quejó de que ya no habían actores como los de antes. Comediantes, recuerdo que los llamó.

Imagino que la sombra de Pepe Isbert y Manolo Morán, entre otros, es muy grande así que uno le sigue dando la razón mientras disfruta del enésimo visionado de su cinta más celebrada, El verdugo aunque yo, y sin querer llevar la contraria, reivindique que está muy por encima de ella Plácido, otra de sus comedias amargas y negras. Con Plácido, negrísima.

Cuando llegó al color, Berlanga se soltó el pelo y se volvió más fallero. Lo suyo ahora era el sainete. Lo dijo en aquella interviú del Mencey que todavía conservo en casete. No la he vuelto a escuchar desde entonces, y mira que han llovido años pero me da miedo. Pero no miedo por escuchar al maestro que diseminaba siempre en sus películas lo de austrohúngaro sino por oír las voces de mi amigo y la mía. Sobre todo la mía. Me da pánico no reconocerme que es lo que pasa siempre que uno escucha su propia voz grabada. En este caso, grabada en la noche de los tiempos, cuando los dinosaurios y los austrohúgaros dominaban la tierra.

Saludos, mil gracias, don Luis, desde este lado del ordenador