Archive for the ‘Cine de allá’ Category

Dean Marin, That’s Amore!!!

Lunes, Junio 7th, 2021

Dean Martin (Steubenville, Ohio, 7 de junio de 1917 – Beverly Hills, California, 25 de diciembre de 1995) fue además de un sobrasaliente cantante un notable actor aunque muchos no lo crean. Me remito, para destrozar la leyenda que dice lo contrario, a dos grandes películas que protagonizó en su carrera en el cine: Como un torrente y Río Bravo.

En las dos interpreta a dos personajes radicalmente diferentes, alejados de ese otro yo que construyó para aparecer primero en los escenarios y más tarde en las películas: el de tipo hedonista, simpático y caradura que se metía en el bolsillo tanto a ellos como a ellas.

Si lo ven en Como un torrente descubrirán sin embargo a otro Dean Martin, o Dino como también lo conocían. En esta película olvidada de Vincente Minelli y sirviendo de apoyo a su protagonista, que no es otro que Frank Sinatra, se acostumbrarán a querer a un tahúr que nunca se quita el sombrero de la cabeza salvo… vean la película y lo averiguarán. También descubrirán la capacidad que tiene Shirley McLaine (la única chica del clan Sinatra) de romper el corazón no solo a los dos gigantes que la acompañan (Sinatra y Martin) sino al espectador sobrado, aquel que no llora en el cine.

Decir que Dino (Dean Martin) está en su salsa en Río Bravo es decir muy poco. Interpreta en este gran clásico del cine del oeste a un sheriff que se dedicó a ahogar sus penas en alcohol cuando su chica lo abandonó.

Al lado de John Wayne y Walter Brennan, también de la estrella de rock Ricky Nelson, detendrán a un grupo de vaqueros que, asalto tras asalto a la cárcel donde están cercados los héroes, demostrarán al mundo que en el viejo oeste de Howard Hawks los amigos nunca están solos ante el peligro.

Es tan grande la interpretación de Dino que oscurece la del mismo Wayne como Brennan. Basta observar el temblor de sus manos, como se frota la barbilla. Como mira con ojos de cordero degollado la botella de whiskie que está encima de la barra del saloon. Luego, cómo se reconstruye el personaje, el proceso de redención de un fracasado que andaba perdido hasta que descubrió el camino que debía de transitar… En fin, quién diga que Dino no sabía actuar le recomiendo que vea esta película no una sino varias veces. Bastará, pongo la mano en el fuego, para convencerlo que estaba en un error. Que Dino, además de un prodigioso cantante (Everybody Love Me), fue también un actor prodigioso. Y con un sentido del humor único e intransferible. Nadie soltará diálogos tan descacharrantes por cool como él. Es inimitable por mucho que lo intentara en su versión paródica Jerry Lewis en El profesor chiflado.

Y atención, cuidado, porque Dino fue pareja cinematográfica de Lewis en más de una decena de películas que siguen teniendo su gracia. El payaso tonto que interpreta Jerry con el payaso guapo que interpreta Dino es una combinación que aún resiste el paso del tiempo porque estos dos fueron, son, inmortales.

Miembro honorario del Rat Pack, ese grupo de hedonistas que reunió Sinatra como si fuera una corte, lo colocó con Sammy Davis Jr a la diestra y la siniestra de la estrella que nos enseñó a hacerlo a nuestra manera y los tres, y otros miembros del Rat Pack como el estirado de Peter Lawford, rodaron una serie de películas que sin ser nada del otro mundo sí que tienen mucho de éste como es ver a un grupo de camaradas pasárselo muy bien mientras planifican cómo robar un casino de La Vegas (La cuadrilla de los once), vestir el uniforme azul mientras mantienen la ley y el orden en el viejo oeste (Tres sargentos) o juegan a ser lo que fueron en otras gamberradas cinematográficas donde se fue cimentando el mito de Dean Martin.

Porque aquí donde lo ven, Dino es todo un mito. Una estrella. Un gigante, un tipo que lo mismo hacía de súper agente con licencia para amar como Matt Helm que como parodia de sí mismo en Bésame tonto, una de Billy Wilder si quieren menor pero brutalmente cómica y descarnada. Con esa visión tan poco pudorosa que se tuvo del sexo cuando aún la especie humana no se había idiotizado como ahora…

No, nunca le gustaron The Beatles. Y no, no era un borrachín a pesar de que en sus espectáculos en directo apareciera en pantalla con un vaso de whiskie en las manos. El contenido de ligero color amarillo que baila en el recipiente era zumo de piña. O de manzana, qué más da. Que el público pensara que aquello era alcohol formaba parte del show.

La muerte de uno de sus hijos hizo que Dino se encerrara en su casa durante diez años sumido en una depresión que se mantuvo incluso cuando Sinatra le hizo homenaje y lo reconcilió con Lewis en el escenario.

Ambos, Dino y Jerry se miran a la cara durante un rato que parece eterno y luego se funden en un abrazo mientras se preguntan porqué dejaron de hablarse. Las ovaciones del público no dejan escuchar lo que conversan pero que más da. El caso es que volvían a estar juntos.

Después, Dino regresó a casa y no volvió a salir hasta su muerte. Ese día en que la música murió con permiso de Buddy Holly.

Cuentan que cuando se hizo público su deceso las luces de Las Vegas se apagaron y que durante unos segundos esa inmensa ciudad en medio del desierto del Mojave se sumió en las tinieblas por Dino. El único, el irrepetible, el gigantesco Dean Martin.

That’s amore!

En la imagen, el actor en Río Bravo (Hiward Hawks, 1959)

Saludos, bravo, bravo, bravo, desde este lado del ordenador

Juan Padrón, el mambí

Jueves, Junio 3rd, 2021

Tras el triunfo de la revolución cubana, y como en otros procesos revolucionarios, hubo un periodo de gran actividad artística que puso al país y a sus creadores en la vanguardia de América y también más allá del continente. Este momento de intensa actividad creadora situó a Cuba en el mapa de la cultura y mostró al mundo que no solo de música se alimentaba una nación que, ya entrada la década de los sesenta, se enfrentó abiertamente contra el enemigo del norte: los Estados Unidos de Norteamérica.

Entre las artes que vivieron su particular revolución en aquel periodo de frenética actividad creadora destaca la literatura, la pintura y el cine. Y en cine destaca además la aportación del guionista y dibujante Juan Padrón, una especie de Walt Disney caribeño que insufló –afortunadamente sin la venenosa ni engañosa sensiblería de su homólogo estadounidense– aire fresco a la por aquel entonces aún pionera industria del dibujo animado en Cuba.

Sobre todo este proceso habla el mismo Juan Padrón en Mi vida en Cuba (Reservoir Books, 2021), la autobiografía dibujada (no podía ser de otra manera) de uno de los grandes maestros de la animación latinoamericana.

El relato de su vida está narrado con notable sentido del humor y las ilustraciones que reproducen algunos momentos claves de su vida multiplican si cabe la intensidad de una obra gráfica en la que resulta no muy difícil meterse en ella. La vida de Juan Padrón parece en este sentido la vida de alguno de los simpáticos personajes que salieron de sus lápices ya que incluso los poco momentos desgraciados que relata se observan siempre desde una perspectiva afortunadamente cómica.

¿No fue Boris Vian quien dijo que había que reírse porque era la única manera de tomarse las cosas en serio? Esa reflexión la tomó al pie de la letra Juan Padrón, quien proyectaba contar la gran aventura de su vida en dos libros.

Desgraciadamente, la muerte vino antes por lo que solo se puede disfrutar del primer volumen de unos recuerdos que tienen sobresaliente interés no solo para los aficionados al cine de Juan Padrón sino también para investigadores en la obra de su protagonista así como de los que se preocupan por conocer cómo fueron los primeros años de la revolución cubana (ya fuera del armario al revelar a sus ciudadanos y al planeta su carácter socialista) y la vida cotidiana que se vivía en el país antes y después del intento de invasión por playa Girón de un grupo de exiliados cubanos respaldados por los Estados Unidos de Norteamérica.

Quizá sean estos momentos cotidianos los que más me han interesado de un libro que refleja cómo se adaptaron los cubanos a un sistema radicalmente distinto al que habían conocido. También a entender el largo y laborioso proceso con el que el país fue asumiendo su nueva identidad socialista.

Otros de los atractivos de Mi vida en Cuba es conocer cómo era el universo de los caricaturistas cubanos en plena efervescencia revolucionaria. Y descubrir que uno de sus compañeros de trabajo fue un tal Silvio aficionado a tocar la guitarra pero no sé, ya que no se explica, si se trata del cantautor más conocido junto a Pablo Milanés de lo que fue la Nueva Trova Cubana.

Juan Padrón recuerda en sus memorias cómo se las arreglaron para seguir dibujando a medida que la escasez iba extendiéndose por toda el país y el nacimiento de una de sus criaturas más famosas: Elpidio Valdés, el mambí que trae de cabeza al ejército español a finales del siglo XIX. Y el primer personaje de dibujos animados que con acento cubano logró entretener a generaciones de cubanos que hasta ese entonces habían sido sometidos a la tortura de la animación que venía de los países del Bloque del Este.

Juan Padrón cuenta en estos recuerdos con forma de historieta cómo fue su salto al cine, industria a la que aportó otras criaturas felices y legendarias como los vampiros del largometraje animado Vampiros en La Habana, hoy uno de los grandes clásicos del cine cubano aunque en su momento tuvo que sortear la férrea censura revolucionaria impuesta por el régimen castrista.

El libro cuenta con un prólogo de Mauricio Vicent, corresponsal de el diario El País en Cuba, y un hermoso y emocionado epílogo que firma Alberta Durán, esposa de Juan Padrón. En ese texto explica la intención de su marido de continuar con estas memorias justo donde finaliza Mi vida en Cuba aunque ya no podrá ser.

Se trata de un libro muy recomendable no solo para conocedores de la obra del dibujante y guionista sino también para los que buscan explorar la realidad de un país que, como Cuba, sigue ahí, combatiendo a sus enemigos como Elpidio Valdés, el mambí.

Saludos, hasta la victoria ¡siempre!, desde este lado del ordenador

Howard Hawks, el más valiente entre mil

Domingo, Mayo 30th, 2021

Si tuviera que pasar los restos dentro de una película, creo que escogería cualquiera de los títulos que conforman la filmografía de Howard Winchester Hawks (Goshen, 30 de mayo de 1896-Palm Springs, 26 de diciembre de 1977), que como todo el mundo sabe o debería saber, es uno de los más grandes directores del cine norteamericano de todos los tiempos.

Las razones que explican mi especial querencia por el cine del señor Hawks viene de lejos pero digamos que me convenció definitivamente cuando vi por primera vez y en televisión Solo los ángeles tienen alas, que a a mi, particularmente, me parece una de las mejores películas de un hombres que entendía el cine como movimiento. Nada de detenerse, nada de pararse… siempre hacia adelante.

A Howard Hawks se le asocia con una frase que, dicen, pronunció en cierta ocasión: “Tengo diez mandamientos. Los nueve primeros dicen: ¡no debes aburrir!”. Y aburrir lo que se dice nada si uno repasa su, afortunadamente, larga filmografía. Filmografía que está además repleta de obras maestras, de largometrajes que ocupan no ya un espacio privilegiada en mi memoria cinéfila sino en la Historia del Cine.

Viendo las películas de Hawks descubrí muy pronto como Lauren Bacall y Angie Dickinson eran capaces de dejar sin palabras a dos hombres de pies a cabeza como Humphrey Bogart y John Wayne. También que en manos de un cineasta con talento y oficio un tipo como Wayne podía encarnar a héroes de los que mejor alejarse como el que interpreta en Río Rojo y que para mi, es una interpretación muy personal, anuncia el personaje que años después representaría en Centauros del desierto. Es decir, el de un héroe que pese a que nos resulte antipático, entendemos y amamos. Y es que el cine de Hawks está repleto de caracteres masculinos que basculan sobre esta misma premisa además de situar a un grupo de personajes en situaciones límites que logran superar, pese a que alguno de estos hombres muera por el camino, porque la unión hace la fuerza.

Lo hizo así en uno de sus mejores western, Río Bravo, una especie de respuesta a Solo ante el peligro porque no le gustó el filme de Fred Zinnemann. En Río Bravo le ofreció el papel de su vida a un Dean Martin que está a la misma altura que Wayne y Walter Brennan, un sobresaliente secundario que solía aparecer haciendo más o menos el mismo papel de viejo cascarrabias pero con buen corazón en muchas de las películas que dirigió un hombre que hablaba de tú a tú con otros gigantes como John Ford.

Su cine sigue estando igual de vivo que entonces y para muchos es un enorme placer volver a verlo una y otra vez porque conoce sus claves, la manera que tuvo de mover la cámara y de diseñar una escena fuera un remake de sus propias películas (El Dorado/Río Bravo) como una historia original que pedía un director de su temple.

Observen cómo dirige Scarface o Tener y no tener y El sueño eterno. Incluso en musicales como Los caballeros las prefieren rubias y comedias tan chispeantes como La fiera de mi niña o Bola de fuego.

Amigos de sus amigos, Howard Hawks le tendió una mano a William Faulkner para que escribiera guiones y fue en uno de ellos, Tierra de faraones, donde representó al faraón como el general sureño que describió Faulkner en el libreto.

Son demasiadas las películas de Hawks que me han hecho feliz. Probablemente sea porque en su cine, pese a la muerte que casi siempre está presente, la amistad y las mujeres capaces de arrugar a tíos duros como los ya citados Wayne y Bogart, forman una combinación irrepetible por mucho que lo intente su alumno más aventajado, John Carpenter. Carpenter, ahí lo ven, cuenta con varias adaptaciones no oficiales de Hawks y con una que sí lo es. Entre las no oficiales citaría Asalto a las comisaría del distrito 13, una especie de Río Bravo/El Dorado sin el humor de estas dos obras maestras. La que sí es oficial, La cosa, adapta con medios y a colores El enigma de otro mundo que, sí, antes de que salte alguno, no dirige Hawks aunque como dicen los expertos se note su mano alargada en cada uno de los planos que estructuran esta apasionante y apasionada aventura de ciencia ficción en un Ártico de cartón piedra.

Me quedaría el día entero escribiendo sobre uno de mis cineastas favoritos. Uno de esos autores que nunca me fallan pese a que me conozca la mayoría de sus película de cabo a rabo.

Hawks no decepciona. Incluso cuando la muerte rondaba a su alrededor fue capaz de dirigir películas que sin el entusiasmo de las anteriores respiran una visión progresista de la vida y de los hombres y mujeres que la surcan que debería de servir de lección filosófica en nuestras cada días más despistadas universidades.

Por eso, si Wilder es Dios, Hawks debe ser algo así como el espíritu santo… solo que en vez de paloma tiene la de un halcón.

Saludos, salve, desde este lado del ordenador

El honor es un escudo… funerario

Jueves, Mayo 6th, 2021

“–¿Qué es el honor? Aire. Sólo aire. ¿Quién lo obtiene? El que murió el miércoles pasado. ¿Lo siente? Nooo… ¿Es cosa insensible? Sííí, para los muertos. Pero… ¿puede vivir entre los vivos? Nooo… Las malas lenguas no lo permiten, por tanto no quiero saber nada de él. El honor es un escudo… funerario. Éste es mi catecismo”.

Campanadas a medianoche (1965)

George Orson Welles (Kenosha, Wisconsin; 6 de mayo de 1915-Hollywood, California; 10 de octubre de 1985)

La eterna sonrisa de William Holden

Sábado, Abril 17th, 2021

No fue hasta su encuentro con el cineasta Billy Wilder cuando la carrera cinematográfica de William Holden (William Franklin Beedle Jr.; O’Fallon, Illinois, 17 de abril de 1918-Los Ángeles, California, 16 de noviembre de 1981) cambió de tercio. De la noche a la mañana y gracias a su primera colaboración juntos, El crepúsculo de los dioses, William Holden se había especializado en interpretar papeles de chico guapo que reforzaba con una irresistible sonrisa (demonios, qué sonrisa tenía) a la que puso fin al interpretar al guionista sin ideas que se pone a trabajar y a vivir de prestado en la mansión de Norma Desmond, una vieja gloria del cine silente y casi un fantasma en ese cine sonoro que se le ha quedado pequeño.

William Holden volvió a trabajar a las órdenes de Wilder en otras tres películas más. A mi, personalmente, me gusta mucho en Traidor en el infierno, en la que interpreta a un cínico oficial del ejército norteamericano recluido con otros en un campo de prisioneros alemán durante la II Guerra Mundial. También rodaría a las órdenes de Billy Wilder Sabrina (¿verdad que es romántico?) y Fedora, que es otra mirada a la industria del cine del cineasta de origen austrohúngaro, en esta ocasión inspirado por una novela corta del sobresaliente escritor y también actor, Tom Tryon.

Pero fue a partir de El crepúsculo de los dioses cuando los profesionales y el público descubrieron que Holden además de ser un buen chico podía ser un chico malo. O al menos tremendamente individualista capaz de derretir a sus contrarios fueras hombres o mujeres con su, se reitera, desarmante sonrisa.

A partir de ese momento comenzaron a proponerle papeles más atractivos, personajes que prácticamente monopolizan largometrajes como Picnic (donde la química con Kim Novak todavía hace derretir la pantalla); La colina del adiós, Los puentes de Toko-Ri, El mundo de Susie Won y dos cintas, entre otras muchas, que forman parte irrenunciable de mi memoria cinéfila. O esas películas que reviso de tanto en tanto para confirmar qué grande fue el cine. Me refiero, cómo no, a El puente sobre Kwai y Misión de audaces. La primera bajo las órdenes de David Lean y la segunda de John Ford. En ambas cintas, William Holden se mide ante dos actores muy distintos pero igual de grandes en pantalla: Alec Guiness y John Wayne. La sombra de los dos, sin embargo, no oscurece para nada la interpretación de Holden, un tipo que se forjó como actor en el cine. Que aprendió a ser otro gracias al cine.

La carrera del actor dibuja en los años sesenta una filmografía muy irregular aunque tanta sangre, sudor y lágrimas mereció la pena al llegar 1969, año de una de sus grandes películas como de su director, “mi perro hermano indio” Sam Peckinpah.

La película fue Grupo salvaje y los que tuvimos la suerte de verla en un cine (en mi caso de reestreno en el Numancia, en la capital tinerfeña) fue como descubrir a otro actor y a otro cine. No pueden imaginarse lo que me marcó este western que respira todas las constantes de la filmografía pecknpaniana al mismo tiempo que cuenta con uno de los trabajos más maduros y seguros de sí mismos de su protagonista, William Holden.

Grupo salvaje es una historia crepuscular en todo su sentido. Fin de una época, fin de una amistad, ‘desperados’ que se redimen cuando toca rescatar a un compañero… México como otro país, otro mundo. Tierra donde fríos mercenarios pueden retroceder a su infancia… infancia que entre sus juegos incluye observar cómo un escorpión es devorado por un ejército de hormigas (qué metáfora, recórcholis) y, cómo no, la irresistible aunque ahora y más que nunca cansada sonrisa de William Holden

La carrera del actor prosiguió en los años setenta mientras en los mentideros de Hollywood se comentaba a voces el alcoholismo que embargaba al actor. Quienes lo conocieron aseguran, sin embargo, que la ebriedad de Holden resultaba simpática y no la furiosa que le entra a muchos cuando se acostumbran a libar todo el santo día.

En esta década lo pueden ver en Network, que es un filme que no aguanta bien el paso del tiempo; Damien: Omen II, una digna continuación que que no hace olvidar a La profecía, aquella cinta de terror que narraba la llegada del mismísimo Satanás a La Tierra; la ya mencionada Fedora y como secundario de lujo en Ashanti, que se basa en Ébano, una novela de aventuras del tinerfeño Alberto Vázquez Figueroa y El coloso en llamas, entre otras.

Su último trabajo, su testamento como actor, fue S.O.B., siglas que en España tradujeron por aquello de la censura como Sois (h)Onrados Bandidos y que en inglés responde a Son Of a Bitch. Quizá no sea una de las mejores comedias de Blake Edwards, su director, aunque personalmente me sigue gustando esta película pese a que el paso de los años le haya hecho mella. Vaya tallando en su celuloide las cicatrices de la vejez. Todavía recuerdo donde la vi, y si lo recuerdo además de por la cinta es porque fue con alguien muy, pero que muy especial en el Teatro Baudet, hoy un cine desaparecido pero que aún se encuentra cerrado en la por aquel entonces avenida del general Mola, hoy de las Islas Canarias.

La muerte de William Holden en circunstancias muy desgraciadas y que por desgraciadas no me apetece contar, puso fin a una carrera con sus altos y con sus bajos pero reveló también la profesionalidad de un actor que pronto se convirtió en estrella aunque no se sintiera muy cómodo interpretando este papel en la vida real… Es probable que muchos no lo recuerden hoy y que para otros sea uno más en la constelación de gigantes que contribuyeron a forjar el cine americano cuando el cine era eso mismo cine, pero William Holden sigue siendo un caso aparte. Un tipo que hizo prácticamente de todo acompañándolo siempre con su única e irrepetible sonrisa.

Saludos, hip, hip, hip hurrah, desde este lado del ordenador

Claudia Cardinale, la chica de al lado

Jueves, Abril 15th, 2021

Claude Joséphine Rose Cardinale (La Goleta, puerto de Túnez, 15 de abril de 1938), mejor conocida como Claudia Cardinale, es junto a Sophia Loren y Gina Lollobrigida una de las tres grandes estrellas del cine italiano. Su carrera, como las de sus compañeras, tuvo el añadido además de ser internacional, lo que exportó la grandeza de Italia (un país que comenzaba a transitar en democracia tras un poco más de veinte años de fascismo) con la cabeza bien alta gracias, entre otras cosas, a su cine.

No es que fuera una actriz de variados registros pero su belleza magnética, esa sonrisa que desarma y su mirada de ojos castaños obligaba a centrar la atención en una mujer que trabajó a las órdenes de grandes del cine italiano como de fuera de sus fronteras porque seducía tanto dentro como fuera de la pantalla.

Cuenta, y lo creo, que nunca se dejó secuestrar por la fama y la popularidad alcanzada. Y los que la conocieron y conocen coinciden también en apuntar que la base de su éxito se encuentra, más allá de una delicada y tierna belleza, en su extremada sencillez. Fue y sigue siendo una mujer sencilla. Parece de hecho que se ríe de la fama que alcanzó porque sabe, como ese tal Heráclito, que todo fluye y nada permanece.

Al margen de las grandes películas que rodó con Visconti, Fellini y alguno más de ese enorme cine que fue el italiano de los años 40 y 50, a mi personalmente me sedujo Claudia Cardinale en una película pequeña, casi una road movie que se desarrolla por el país con forma de bota titulada La chica de la maleta. Su presencia inunda la pantalla y el personaje que interpreta (háganme el favor y no se la pierdan) logra incluso hacer llorar al corazón más curtido, ese que se cree endurecido bajo el sol. Luego sí, vino El gatopardo, donde brilla tanto o más que Burt Lancaster y Alain Delon (y en la que todo cambia para que no cambie nada) y mucho más tarde el papel de la indómita mujer de Jesús Raza en Los profesionales, que es una obra redonda, maestra, que nadie debería de perderse si es de los que ama y al mismo tiempo aprende con el cine.

Repitió con el western en Hasta que llegó su hora, que es una ópera barroca repleta de tiros, primerísimos primeros planos y paisajes polvorientos en los que Henry Fonda no hace, por una vez, de Henry Fonda y en los que la Cardinale está a su misma altura. No digamos ya de Jason Robards y Charles Bronson.

Coincidió con David Niven en La pantera rosa y el flechazo fue instantáneo. Y no, no es que el caballero británico cayera rendido a sus pies (que también) sino que fue el inicio –como dirían en Casablanca– de una gran amistad que duró hasta la muerte del actor.

Cuenta la actriz con esa sonrisa que desarma que en una ocasión Niven declaró a los periodistas que no dejaban de darle la lata durante el rodaje de la mítica comedia de Blake Edwards que “Claudia, después de los espaguetis, es el mejor invento de los italianos”. Yo me atrevería (ahora que nadie nos lee) a corregir al actor, Claudia es, antes que los espaguetis, el mejor invento de los italianos.

Y se escribe con el corazón.

Y también, aunque menos, la cabeza.

En la galería de imágenes, la actriz en Rufufú (Mario Monicelli, 1958); Rocco y sus hermanos (Luchino Visconti, 1960); La chica de la maleta (Valerio Zurlini, 1961); El gatopardo (Luchino Visconti, 1963); Los profesionales (Richard Brooks, 1966); Hasta que llegó su hora (Sergio Leone, 1969); Fitzcarraldo (Werner Herzog, 1982) y El artista y la modelo (Fernando Trueba, 2012).

Saludos, ¡qué grande era el cine!, desde este lado del ordenador