Archive for the ‘Cine de allá’ Category

Dos cabalgan juntos

Martes, Febrero 1st, 2022

Nacieron el mismo día pero en distinto año y distinto estado del mismo país, unos Estados Unidos de Norteamérica que por aquel entonces comenzaba ya a tomar decisiones de alcance global sin que la victoria se le subiera a la cabeza.

Los dos, el actor y el cineasta, solo alcanzaron a trabajar juntos en una película, pero qué película madredelamorhermoso, para los que gustamos de películas que se desarrollan en un continente, África, que por aquellos años todavía era sinónimo de misterio, animales salvajes y tribus que mostraban al hombre blanco no solo la ridiculez de su piel sino también sus pretenciosa civilización, que es esa misma que ha terminado por devorarnos…

A uno le conocieron como el rey sin corona del viejo y añorado Hollywood, y el otro respondía al cariñoso nombre de Jack, aunque sin que por sus venas corriera sangre azul, fue otro de los grandes monarcas de una industria que por aquel entonces fabricaba obras de artes populares sin falsas pretensiones artísticas. Esto último lo apunta Lindsay Anderson, uno de los representantes del free cinema británico y un incondicional seguidor del hombre que fue director, del cineasta con parche en el ojo que solía presentarse allá donde lo invitaran como “Me llamo John Ford y hago western”.

El rey, el tipo de encantadora sonrisa y atractivo bigotito recortado por debajo de la nariz, se trata de Clark Gable y la película en la que los hados quiso unirlos se llamó Mogambo, que sigue siendo una de las cintas de mi vida más que por estos dos, por una pantera negra con formas de mujer que roba (lo siento chicos) literalmente el largometraje al buen Jack y al buen rey: Ava Gadner, pero eso, amigos, es otra historia porque hoy la mirada la fijamos en Gable y Ford. Ford y Gable, dos tipos a los que los hados, ya se dijo, hicieron coincidir para que vinieran al mundo tal día como hoy.

Nació como John Martin Feeney aunque terminamos por conocerlo y reverenciarlo con el nombre de John Ford (Cape Elizabeth, Maine, 1 de febrero de 1894–Palm Desert, California, 31 de agosto de 1973). Rodó, como él mismo dijo, infinidad de western pero también otra clase de películas que respiran unas constantes que son típicamentes de su cine. A mi me gustan mucho Qué verde era mi valle, Las uvas de la ira y El hombre tranquilo, entre otras muchas cintas que, como se dijo, se apartan del género que lo hizo famoso. Famoso por sus western y famoso por lanzar al estrellato a John Wayne, el duque de esa fábrica de sueños que fue Hollywood.

William Clark Gable (Cádiz, Ohio, 1 de febrero de 1901-Los Ángeles, California, 16 de noviembre de 1960), Clark Gable, será recordado durante generaciones por ser Rhett Butler, el jugador, bebedor, mujeriego protagonista de Lo que el viento se llevó, que es esa película que hoy quieren arrojar a la hoguera por racista (que lo es) y en la que intervino en su guión pero sin acreditar Francis Scott Fitgerald, entre otros escritores asalariados a la formidable maquinaria del Hollywood de aquellos años de leche y miel. Leche y miel que se agrió al declararse ese mismo año la II Guerra Mundial.

Al margen de esta epopeya sobre la derrota de los estados confederados durante la Guerra Civil, Gable trabajó en muchas otras películas demostrando al público que hacía igual de bien un papel dramático como cómico. A mi me gusta mucho en comedias como Sucedió una noche y en dramas con aliento crepuscular como la fascinante e incomprendida Vidas rebeldes, donde comparte planos con una de las almas tristes de la ciudad del pecado, Marilyn Monroe…

Pero fue Mogambo, con todas sus letras, el filme que unió al maestro de apellido Ford con el actor de apellido Gable en una película, ya lo he dicho y lo repetiré las veces que haga falta, que me sigue fascinado. Fascinando porque en ella pasea una pantera negra que reconozco como Ava, un elefante real (y no solo por sus orejas) llamado Gable así como una gacela rubia como la cerveza, Grace Kelly.

Mogambo se trataba de una nueva versión de Red Dust, que fue una película dirigida por Victor Fleming, compañero de cacerías de Clark Gable en la vida real, y el director al que contrataron para Lo que el viento se llevó cuando el rey se quejó de que George Cukor era un cineasta que prestaba demasiada atención a las actrices y es esa película de aventuras africanas que se pone como ejemplo para que uno se de cuenta de los disparates de la censura, en este caso la franquista, ya que convirtió a la pareja de recién casados de la película en ¡¡¡hermanos!!!

A mi me sigue pareciendo uno de los mejores, si no el mejor, filme de aventuras africanas que salieron de Hollywood, y con esto quiero decir que en mi memoria cinéfila está por encima de La reina de África, Las minas del rey Salomón y Hatari, por citar solo algunas de las más (re)conocidas.

La razón, ya lo dije al principio, Ava, más vital que nunca, pero también al trabajo que desarrollaron juntos un rey y un hombre tranquilo con el que me gustaría cogerme no una sino muchas juergas en la taberna del irlandés, que es esa a la que voy cuando sueño que el cine se reivindicaba como arte popular, alejado de falsas pretensiones artísticas.

Pero… ¿Y las películas que se ruedan y estrenan hoy?, como respondería Rhett Butler, “sencillamente, querida, me importan un bledo”.

En la imagen, John Ford y Clark Gable en una pausa de Mogambo.

Saludos, calima, desde este lado del ordenador

Una visita al callejón de las almas perdidas

Viernes, Enero 28th, 2022

Hacía mucho, demasiado tiempo, que no iba al cine para ver una película en condiciones. En pantalla grande. Sí, yo también he sido víctima de plataformas, aunque recurro bastante también a mi videoteca para volver a ver las películas de siempre, las que han marcado mi vida…

Estoy en el Víctor. Y es miércoles, día del espectador. Acudo a la primera sesión, las de las cinco de la tarde (como los toreros) y me doy cuenta que estoy solo en la sala gigante. Solo en la parte de abajo, que es donde me gusta sentarme en el cine más aristocrático de Canarias.

La película es El callejón de las almas perdidas, que dirige Guillermo del Toro que es un cineasta que, a mi, aquí que ahora nadie me lee, me resulta ni fu ni fa pero la novela que inspira este largometraje, y que dio origen en los años 40 a una extraordinaria película que protagonizó Tyrone Power, me obliga a ver la versión del mexicano…

Guardo un grato recuerdo de la novela, de la que ya escribí hace tiempo, y busco información de su escritor William Lindsay Gresham, que se puso del lado de la II República durante la Guerra Civil que dividió a España, y en la que no pegó un solo tiro porque hizo funciones de médico. Dedica la novela a la poetisa Joy Davidman, la mujer que vivió una bellísima historia de amor hasta su muerte con el escritor británico C.S. Lewis, y que Richard Attemborough reflejó en Tierras de penumbra (1993), en la que Debra Winger hacía, precisamente, el papel de Davidman y Anthony Hopkins el del Lewis.

Cometí el error de leer alguna reseña en torno a la película de Guillermo del Toro, y se escribe así porque las reseñas hay que leerlas nunca antes sino después de ver la película para que no te condicione la experiencia, y un amigo me avisa que le pareció lenta… así que ahí, solo en el patio de butacas, comienzo a ver El callejón de las almas perdidas y me entretiene y convence la versión del mexicano. Admito, incluso, su gusto por la grandilocuencia, por los grandes escenarios artificiales… y me parece que está no bien sino muy bien Bradley Cooper. Kate Blanchet, como siempre y me seducen como siempre también Rooney Mara y Toni Collette.

Mientras veo la película en la sobrecogedora soledad de la sala (yo solo, el único espectador ante la pantalla gigante… subidón de adrenalina, el cine es el cine y todo eso) trituro en mi cerebro las odiosas comparaciones con el filme que protagonizó Tyrone Power y pienso, porque existo no vayan ustedes a creer otra cosa, que William Lindsay Gresham estaría muy orgulloso con esta nueva película que revive en pantalla a sus desgraciada criatura literaria. Un círculo, la historia que narra, un círculo la vida que lleva su protagonista… Primero en el circo de las sombras y luego en ese otro circo de sombras donde habitan los multimillonarios…

Cuentan que el escritor fue comunista pero que tras su experiencia en la guerra española dejó esas ideas para estudiar ocultismo y no sé si algo de Tarot. El Tarot está muy presente en la novela y también en las dos películas que reproducen con imágenes la tragedia de un hombre solo. Solo con sus demonios. Solo ante sí mismo.

Apunto dos frades que no vienen al caso pero que hablan del éxito y del fracaso:

“Muchas de mis preocupaciones nunca ocurrieron”, Mark Twain

“La llave del éxito es ir de fracaso en fracaso con entusiasmo”, Winston Churchill.

Y eso es todo.

Por hoy.

Saludos, llueve, desde este lado del ordenador

El trío calavera

Jueves, Enero 20th, 2022

EL BUENO

Si me dijeran que película de Federico Fellini (Rímini, Emilia-Romaña, 20 de enero de 1920-Roma, 31 de octubre de 1993) me llevaría a una isla desierta con todas las condiciones “civilizadas” para hacer más soportable la soledad escogería sin pensármelo dos veces Amarcord, que vi en la noche de los tiempos en el cine Yaiza Borges, que antes fue cine Tenerife y después, cuando los cines pasaron a mayor gloria, un gimnasio y hoy un local vacío y en estado ruinoso. Luego, si me lo permitieran, metería en la mochila sus primeros trabajos, todos ellos realizados en los años 50 (tengo especial querencia por El jinete blanco y Los inútiles, también La Strada y Las noches de Cabiria) y ya de su última etapa, la de a colores, filmes como Amarcord, Satyricon y,a ratos, Roma que, como todo el mundo sabe, es una palabra que al revés se lee en español amor.

Fellini fue antes de cineasta dibujante y un amante del circo así como de la comida, que es un placer, el de la comida, muy mediterráneo, de ese sur de Europa que el norte siempre mirará con extremo recelo.

Dicho esto, salve Fellini porque los que van a vivir te saludan.

EL FEO

No se trata de que José Luis García Muñoz, conocido como José Luis Garci (Madrid, 20 de enero de 1944) sea un tipo feo pero sí que creo que entre el talento del bueno y del malo ocupa un discreto puesto intermedio porque cuenta con algunas películas que además de ser crónicas de ese periodo histórico que unos pocos quieren cargarse como fue la Transición, también recogió el primer Oscar que recibía un cineasta español con un largometraje de producción española (Buñuel lo había recogido antes, pero con una película de nacionalidad francesa) y dirigió y presentó un programa de televisión: Qué grande es el cine, que disfrutamos la plebe en unos años en los que todavía se podía fumar en cualquier parte… Y cómo se fumaba en este espacio.

Tuve la desgracia, y escribo bien, la desgracia de intentar entrevistar a Garci en el Festival de Cine Ecológico que se celebraba entonces en el Puerto de la Cruz, donde iba a presentar Canción de cuna, que es una película que recuerdo demasiado dulce, tanto, que no resulta apta para diabéticos… El señor Garci se mostró bastante grosero así que lo mandé a tomar viento fresco con otras palabras. De esto puede dar fe un amigo y fotógrafo que me acompañó con motivo de aquella interviú que nunca se hizo, pero ya ha pasado el tiempo y digamos que ya no me molesta, no me agita el temperamento.

Cuenta Garci con alguna película destacable. A mi la trilogía del Crack me parece decente y “muy madrileña”. Asignatura pendiente la recordará lo que me queda de vida más por Fiorella Faltoyano que por José Luis Sacristán y aborrezco (y con mucha razón) lo que perpetró en la costosísima súper producción Sangre de mayo, película que supuestamente se inspiraba en algunas de las novelas de la primera (y la mejor) serie de Los episodios nacionales, de don Benito Pérez Galdós, aunque el resultado final le quedó bastante rana. Pobre Gabriel de Araceli, que no haya nadie capaz de…

No he visto Holmes & Watson. Madrid Days, porque le tengo demasiado respeto a las criaturas de Arthur Conan Doyle y disfruté, esa es la palabra, con el Crack cero, un filme con el que hablé largo y tendido con el hoy tristemente desaparecido Javier Muñoz, uno de los guionistas de la película.

Pero si tuviéramos que ovacionar a este ex empleado de banca que un día decidió colgar los manguitos para dedicarse a dar órdenes tras la cámara sería porque fue uno de los guionista (el otro es Antonio Mercero) de La cabina (1972), un mediometraje que dejó sin habla a media Expaña. Mercero y Garci intentaron repetir éxito con otro mediometraje, La Gioconda está triste pero no arañó ni de cerca las sensaciones que provocaron con La cabina en este país de expañolitos que están en el mundo. Como escritor cuenta con un libro sobre el escritor y guionista norteamericano Ray Bradbury y con otros estudios sobre cine, cine y eso que insisten en llamar cine.

EL MALO

No es que sea un malo de película pero el caso es que el David Keith Lynch (Missoula, Montana; 20 de enero de 1946) que descubrí hace eones (cine Price, aún lo recuerdo) ha ido declinando con el paso del tiempo.

Me lo encontré por casualidad cuando el Price era un cine de pantalla única con la críptica Cabeza borradora y más tarde, en Madrid, me desarmó con Terciopelo azul que es una de las pocas películas de mi vida que he vuelto a ver dos veces seguidas porque se trataba de una sala de sesión continúa.

Otros títulos de Lynch que me sigue sorprendiendo gratamente son El hombre elefante, Una historia verdadera y Autopista perdida, entre otros, aunque creo que se le ha ido la pinza con sus últimas aportaciones cinematográficas. Proceso parecido me pasó con la serie Twin Peaks, cuya primera temporada consumí como la consumió el resto de este país que ya se nos perdió definitivamente.

Con todo, y porque soy, o mejor fui un modernuqui, un espacio respetable de mi memoria cinéfila lo ocupan las películas de este director, extravagante para unos y muy personal para otros.

Y eso es todo por hoy…

Saludos, se dijo, desde este lado del ordenador

Fernando Fernán Gómez cumple 100 años

Sábado, Agosto 28th, 2021

En mi memoria cinéfila Fernando Fernández Gómez, conocido como Fernando Fernán Gómez (Lima, Perú, 28 de agosto de 1921-Madrid, España, 21 de noviembre de 2007), es aquel actor y cineasta al que conocí en blanco y negro. Ese tipo que se especializó en interpretar a españolitos que vienen al mundo aunque su apariencia física no fuera, precisamente, la de un celtíbero.

Alto para la época en la que hizo carrera en el teatro y cine español –la dura postguerra de una guerra que cargamos casi todos como una cruz–1,80 leo en alguna parte y con el pelo color zanahoria y una narizota que no envidiaría ni el mismo Karl Malden, si algo me llamó y me llama la atención de Fernán Gómezfue y es su vozarrón. El que tuvo de joven, extraño por cantarín y algo ingenuo si quieren y cavernario y hasta antipático cuando las sombras de la vejez se adueñaron de su cuerpo y de su cabeza.

Actor, director, escritor (estupendas sus memorias, también sus obras de teatro), la televisión nunca terminará de pagarle la contribución que hizo al medio, a esa pequeña caja que no resulta tan tonta, con series como El pícaro que, lo que no supo lograr ningún profesor de mi etapa de estudiante, alcanzó el sin par o simpar… que me adentrara en un universo literario que narra la vida del golfo, del truhán, del buscón, del que sale adelante cómo buenamente o malamente puede. Y todo ello narrado con burla, lo que genera risa, que te partas el estómago ante lo miserable que podemos llegar a ser las personas sin distinción de sexos.

Fue protagonista, además, de dos grandes películas de ese cine que llaman español: Domingo de carnaval y El último caballo, a las órdenes de Edgar Neville que fue el gran cineasta de un Madrid castizo que, dudo yo, se pueda uno encontrar actualmente en la capital de España; y de otro puñado de películas entre las que destacaría varias que dirigió el mismo Fernán Gómez como El mundo sigue, que adapta la novela del mismo título de Juan Antonio Zunzunegui, un autor olvidado pero que pide a gritos su recuperación, y filme que fue secuestrado por el régimen para rescatarse cuando falleció aquel general de cuyo nombre no quiero acordarme.

Y El extraño viaje o El viaje a ninguna parte (legendario ya su señoritoooo y su ¡me cago en la madre que pario a los Lumi’ere!) entre otras cintas que dirigió con olfato de cineasta, de tipo que, como el cineasta que interpreta en Vida en sombras (¡gracias Benito!), conoce pero sobre todo ama al cine. El cine como medio de expresión, como lenguaje a través del cual no solo articular historias sino retratar el alma humana. En fin, que no son horas para que me ponga poético pero es que son cien, 100, cien años del nacimiento de uno de los más grandes, si no el más grande, creadores de ese cine que llaman español. Y digo llaman porque durante un tiempo perdió el tino y solo rodaba en inglés.

Estén atentos a su poderosísima cinematografía y vuelvan a ver cualquiera de sus películas. Incluso las ñoñas y hoy políticamente incorrectas por el mensaje que transmiten. Si ven éstas, háganlo con la mirada de un espectador de nuestro tiempo y sean conscientes que aquello que observan es el retrato de otro mundo, de otra sociedad, de otro sistema que, concluyan que sí, existió. Yo, por eso, sigo disfrutando y hasta sonriendo con Balarrasa, la historia de un legionario que cambia el color de su uniforme por la sotana negra de un sacerdote, su maravillosa versión de El malvado Carabel y de La venganza de Don Mendo, la primera una novela de otro escritor a reivindicar, Wenceslao Fernández Flórez y la segunda una obra de teatro de Pedro Muñoz Seca, ese ya anciano dramaturgo de derechas al que fusilaron los milicianos en Paracuellos del Jarama y que, cuenta la leyenda, les dijo al pelotón antes de que lo ejecutaran que le podían quitar su dinero, su casa y hasta su familia pero no el miedo “que tengo”.

En fin, las cosas de esta España insólita, negra, que se acostumbró a convivir con el miedo y hasta echarse unas risas con lo que tanto teme.

No me interesa tanto la etapa madura de Fernando Fernán Gómez como actor. Ya no tiene la gracia que sí le percibo en las tanda de largometrajes que rodó durante la dictadura. Pasa, como les pasó a otros grandes del cine nacional como Berlanga, Barden, Paco Rabal, Fernando Rey, entre otros, que se quedaron descolocados. Recuerdo que en cierta ocasión y en una entrevista que mantuve con el director de Plácido éste me dijo que al menos cuando Franco se estrujaban el cerebro cuando escribían los guiones para eludir la censura y eso, digo yo, dio como resultado obras que todavía no me explico cómo dejaron estrenar como la misma Plácido o El verdugo. Fernán Gómez no tuvo esa suerte con El mundo sigue pero ya ven así eran las cosas en aquella España de pandereta que hoy es menos España pero sí algo más pandereta.

Entre las muchas cosas que lamento es no haber podido entrevistarlo. Así que no puedo imaginarme cómo pudo haber sido ese encuentro. Sobre todo cuando la mayoría si hoy lo recuerda no es por su aportación al cine ni al teatro ni a la literatura escrita en español sino por aquel ¡a la mierda! que espetó a un periodista que le tocó digamos que los bajos.

De un plumazo aquella imagen disolvió en el aire la trayectoria de un hombre que aportó tanto a la cultura malherida de este país. Fernán Gómez, el grande, se transformaba de pronto en Fernán Gómez el cabreado, el viejo con mala hostia.

No pensó el abuelo que su país ya no era el mismo que lo vio crecer como hombre y como artista. Que su tierra profunda había dejado de parir a los inolvidables pícaros y buscavidas del pasado para solo reproducir sinvergüenzas sin distinción de sexos. Que un hombre como él, con un corazón tan grande y generoso ya no tenía cabida en un país que se le quedó demasiado pequeño.

Un español con todas sus letras. O un ácrata, también con todas sus letras.

En las imágemes, el actor en El malvado Carabel (Fernando Fernán Gómez, 1956) y El mundo sigue (Fernando Fernán Gómez, 1965)

Saludos, ovación cerrada, desde este lado del ordenador.

Mario Moreno cumple 110 años y Cantinflas, un poquito menos

Jueves, Agosto 12th, 2021

“La ’filosofía’ de la vida es “to be or not to be” que quiere decir “te vi o no te vi”.

“Ahí está el detalle, señor juez, no es lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario”.

“Lo difícil lo hago de inmediato, lo imposible me tardo un poquito más”.

“No sospecho de nadie, pero desconfío de todos”.

“O actuamos como caballeros, o como lo que somos”.

(Cantinflas, filósofo)

Probablemente sean muy pocos los que lo reconozcan por su nombre y apellido, Mario Fortino Alfonso Moreno Reyes (Ciudad de México, 12 de agosto de 1911-Ibidem, 20 de abril de 1993) pero sí les digo que se hizo eterno como Cantinflas, no es que esté seguro, pongo la mano en el fuego (¡ay!) en que más de uno y de dos y de tres sabrá a quien me refiero… Sí, a ese mismo, al cómico mejicano que hizo inmortal el arte de tomarle el pelo a todo el mundo, incluido él mismo.

Casi nadie sabe de donde sacó el nombre, Cantinflas, que hoy ocupa una entrada en el Diccionario de la Real Academia, y Mario Moreno, el hombre detrás de la máscara, se fue al otro mundo a vacilarse con Dios y los ángeles sin que revelara de dónde salió lo de Cantinflas. Uno dicen que de la expresión “inflas en la cantina” que, al parecer, le hacía mucha gracia a nuestro hombre, pero el debate sigue abierto mientras alimenta el mito de un artista que, de verdad, aquí en la tierra en la que vivo fue toda una estrella (como lo fue internacional) y al que llegamos por las películas que protagonizó. Y es que este caballero de desgarbada figura elevó a obra maestra el arte de la verborrea, de no decir nada hablando mucho, lo mismo que unos que yo conozco aunque estos últimos no tengan maldita la gracia.

Tuve así la suerte de ver muchas de sus películas en pantalla grande. Riéndome cuando era un renacuajo de aquel fulano que soltaba frases absurdas como una ametralladora y ya de adulto (o de Peter Pan con pantalones largos) con el mismo actor interpretando casi siempre al mismo personaje. Personaje que disfruta de plenitud en las películas que rodó en blanco y negro y personaje del que se fue deshaciendo cuando saltó al color donde Cantinflas dejó de ser Cantinflas para convertirse en El padrecito, canciller de la imaginaria república de Los Cocos, profesor y patrullero de la policía mejicana en la que probablemente sea, esta última, una de sus peores películas.

Fue tanta la fama de la que llegó a disfrutar en vida Cantinflas que Mario Moreno tuvo que dejar que dominara su vida a medida que llenaba de dinero sus bolsillos y crecía su influencia. Hizo de Picaporte, el leal compañero de Phileas Fogg en La vuelta al mundo en 80 días, una maravillosa y verniana película repleta de cameos de estrellas de cuando Hollywood era Hollywood y con marcado acento mexicano de Sancho Panza en Don Quijote cabalga de nuevo, película en la que no se despega del caballero de la triste figura, un Fernando Fernán Gómez lanza en ristre contra gigantes con formas de molinos de viento… pero sí por algo lo celebramos quienes crecimos con él son por sus comedias. Comedias que en los últimos tiempos caían en un sentimentalismo que ahora da risa maría luisa pero que en su momento nos tragábamos entre carcajadas, risas locas por cómo decía las cosas aquel mamarracho, ese cantinflas de la vida que fue Cantinflas en pantalla (grande o pequeña) con el fin de poner las cosas del revés. Y una vez puestas, volver a manipularlas para devolverlas a su estado original.

Ese y no otro fue Cantinflas, una de las estrellas más grandes del cine hablado en español. Español mejicano que entendemos casi todos con independencia de donde haya aprendido a hablar este idioma que cruzó y cruza fronteras.

Busquen por la red su inspiradora Por mis pistolas y escuchen si pueden sin que les de la risa Un día con el diablo, en la que desafía al mismísimo Sata, Sata de Satanás.

Como solo alcanzan los grandes humoristas, Cantinflas soltaba chistes como un filósofo suelta ideas. Sus bromas, sus cantinfladas, tienen que entenderse así como piezas de una profundidad extrema, torpedos que van dirigidos a la línea de flotación de nuestra experiencia diaria (tristona) para celebrarla con carcajadas. Ya lo dijo ese escritor francés que sin ser Cantinflas lo imitó sin que se diera: la risa es tomarse en serio las cosas. Por eso Cantinflas, no Mario Moreno, se partió de la risa toda su canallesca vida.

La pregunta es: ¿de quién se reía este vagabundo que por no tener no tenía ni donde caerse muerto? Pues de todos nosotros y, especialmente, de sí mismo que es a lo máximo que puede llegar los hombres sabios, tan sabios como… Cantinflas.

Saludos, viva su excelencia, desde este lado del ordenador

Una bola de fuego

Viernes, Julio 16th, 2021

Cuentan que fue Frank Capra quien le enseñó a Ruby Catherine Stevens (Brooklyn, Nueva York; 16 de julio de 1907-Santa Mónica, California; 20 de enero de 1990), de nombre artístico Barbara Stanwyck, que el secreto de una actriz estaba en su mirada. Y miradas hay muchas en el largometraje más popular que rodó junto al hombre que creyó en el sueño americano: Juan Nadie, una película en la que Barbara además de ser muy bárbara está a la misma altura (aunque no fuera demasiado alta en la vida real) de Gary Cooper.

Más tarde trabajaría con cineastas tan solventes y respetables como Howard Hawks, Fritz Lang y Douglas Sirk, que llegó a considerarla como la mejor actriz de su época y razones no le faltaban.

La vida de la actriz no fue demasiado fácil. Nació en el seno de una familia muy pobre y pronto aprendió a buscarse la vida por su cuenta, desempeñando toda clase de oficios. Entre otros el de modelo, que fue el que le abrió las puertas de Hollywood.

De naturaleza volcánica y educada en sitios inimaginables, Barbara Stanwyck fue escalando puestos en la fábrica de sueños gracias a una voluntad de hierro que, a decir de quien la conocieron, nunca le abandonó. Quienes fueron sus amigos la siguen amando con devoción casi religiosa y quienes llegamos a ella gracias al cine mantenemos la misma fe pese a que la actriz no fuera una belleza tipo Hollywood, sino una mujer con un encanto dentro y fuera de ella que arrasaba con todo lo que estuviera a su alcance.

Seguidor de su carrera desde que tengo uso de razón, Stanwyck fue una actriz natural, tanto en su tiempo como el nuestro, y lo mismo se movía en el drama como en la comedia. Nos encanta en Bola de fuego donde más que encarnar a una chica Hawks, convierte a Hawks en un chico de la Stanwyck. Billy Wilder que supo ver lo que llevaba dentro, la contrató como la mujer fatal que enreda a un casi siempre torpe Fred MacMurray en Perdición, un filme que cuenta con guión de Raymond Chandler según la novela de uno de los grandes del género negro y criminal, James M. Cain (El cartero siempre llama dos veces)

Los puristas le critican que no fuera demasiado selectiva con las historias que por contrato le obligaron a rodar pero es que incluso con esas, aunque la película no sea una obra que perdure, merece por ella la pena verse.

No le gustaba hablar de su infancia y fue muy celosa con su vida privada mientras navegaba en ese río lleno de obstáculos que es Hollywood, esa ciudad en la que además de rodar películas era –y probablemente lo sea ahora– una fábrica de chismes.

Le buscaron amantes femeninas como Marlene Dietrich y Joan Crawford pero también masculinos. El primero de ellos, un actor del que ya nadie se acuerda, Frank Fay, procuró hacerle la vida imposible hasta que dijo basta. Más tarde volvería a casarse con Robert Taylor, que era varios años menor que ella –”el chico tiene mucho que aprender y yo tengo mucho que enseñar”– y mucho tiempo después un romance con otro Bob, Robert Wagner, que dijo a quien quisiera escucharle que aquella relación le había dado “autoestima”.

Su filmografía está salpicada de grandes títulos de la Historia del Cine, alguno de ellos western que por la razones que sean no han trascendido como deberían porque están protagonizados por una mujer de armas tomar (nunca mejor dicho). Yo no me perdería por eso Las furias, que es el otro gran western feminista de la Historia del cine junto a Johnny Guitar, cuya protagonista fue, precisamente, una de sus mejores amigas, Joan Crawford, y Cuarenta pistolas, una emocionante película del oeste con soterrado contenido sexual.

William Holden y Marilyn Monroe fueron actores que compartieron sus primeros trabajos con Barbara Stanwyck. El primero no se cansó de repetir que estaría en deuda con ella toda la vida por el cariñoso trato que recibió de la actriz en su primera película como protagonista, Sueños de oro. Marilyn dijo que había sido la única persona amable que encontró “entre los actores de la vieja escuela”.

Los últimos años de su fulgurante carrera terminaron en la televisión donde apareció como estrella especial en culebrones como Los Colby y El pájaro espino. Pero ya no era la misma, la huella de la edad no fue clemente con ella.

No obstante, y si la ven, comprobarán que con todo aún conserva la fuerza que supo transmitir siempre en sus apariciones en pantalla, fuera grande o pequeña. Una bola de fuego que en su caso crece y crece y crece hasta alcanzar proporciones gigantescas y… barbaras como su nombre artístico indica…

Así que… Qué mujer, qué actriz, qué grande fue y sigue siendo Barbara Stanwyck.

En la imagen, la actriz en Perdición (Billy Wilder, 1944)

Saludos, corta, corta, corta, desde este lado del ordenador