Archive for the ‘Reflexiones’ Category

Espartaco es tan mono

Viernes, Marzo 27th, 2020

En estos días de confinamiento y gestapo vecinal, rebusco en mi videoteca películas con las que devorar el tiempo. Y sí, soy de esos que no tiene Netflix, ni HBO ni la madre que los parió… Soy de los que por no tener, ni siquiera tiene antena para ver lo que ofrece la televisión de toda la vida, ahora imagino que sumergida en el caos del puto coronavirus.

Tengo una perra, una perra a la que amo con locura y que me mira con asombro porque no entiende nada de lo que está pasando, de porqué diablos se ha roto su rutina de todos los días, pero con todo, se adapta a las circunstancias mientras no me vea tirarme por la ventana.

Esto último es una broma… o no, vaya uno a saber.

Son tiempos extraños por mucho que uno se adapte a esta rareza. A no ver a casi nadie en la calle, a cruzar de acera si alguien viene en sentido contrario (¿podría alguien explicarme por qué son tan estrechas las aceras de la ciudad en la que nací y resido?), a acostumbrarme a coches de la policía y a que me paren y me pregunten que a dónde voy… Pues a mi casa, respondo, donde quiere usted que vaya, hombre de Dios…

A medida que pasan los días siento la tensión en el aire. A veces casi puedo cogerla entre las manos… En mis paseos con Kala, siento que la perra también lo siente porque no agita la cola como hace unas semanas… cuando todo parecía tranquilo.

Parece mentira con que facilidad se desmoronan las cosas. Cruzando la Rambla que antes se llamaba como un general de cuyo nombre no quiero acordarme, escucho a un tipo que pasea a su perro lamentarse de sus escasos ahorros y de que está a punto de no quedarle nada en la cuenta corriente del banco. El tipo no se lo dice a nadie en especial, va dando esos gritos mientras el perro tira de la correa porque quiere mear o cagar.

En una de las viviendas de mi calle alguien toca el violín. No demasiado bien pero siempre es agradable escuchar las notas de este instrumento. En el kiosco en el que voy a comprar el pan suena música soul y felicito al kiosquero por su gusto musical. Casi me dan ganas de hablar con él de todo eso pero detrás de mi hay otros clientes que esperan pacientemente, unos con máscaras y guantes en las manos, su turno.

Estaba ayer, decía, rebuscando en mi videoteca y encontré La rebelión de los simios la cuarta cinta de la serie simia y la primera película que vi de ese planeta al revés que es el nuestro en un cine. Me harté de verla entonces y por supuesto desde entonces estuve del lado de los simios.

Mientras seguía la historia me di cuenta que ahora, no sé cuántos años después, sigo estando con los simios. Y sigo estando porque esta película, que casi es una especie de El club de la lucha, es la historia de una rebelión de los desheredados de la tierra que son los monos en el filme y mucho me temo que en la vida real.

La película se sitúa cronológicamente en un futuro que ya fue, 1991 y en unos Estados Unidos de Norteamérica que ya son, nazis.

En la cinta vemos que se ha erigido en una pequeña plaza un monumento a perros y gastos que fueron exterminados por una especie de coronavirus que afectó solo a las mascotas, lo que llevó al hombre a domesticar como animales de compañía y de paso como esclavos a los simios. En el filme chimpancés y gorilas, los orangutanes no tienen el protagonismo intelectual que adquieren en las otras películas de la serie, sobre todo la primera, El planeta de los simios.

Veo el largometraje bastante tarde, otras obligaciones requieren el concurso de mis modestos esfuerzos, pero no despego la vista de la pantalla pese al sueño. La veo pues hasta que finaliza porque, pese a que me la sé de memoria, me resulta extraordinariamente actual en estos tiempos que corren y eso la hace grande, asombrosamente grande aunque note los fallos de guión y las costuras de su estética futurista pero esas taras son parte de su encanto y si me permiten de su glamour.

La película se toma en serio y la rebelión, el hasta la victoria siempre de los simios, resuena con altavoz y violenta contundencia.

Los únicos humanos decentes de este filme prosimio son el mentor de César o el Espartaco de los monos, un empresario de circo que se suicida antes de confesar donde se encuentra su pupilo mientras lo tortura la policía fascista; y la mano derecha del gobernador, que es de raza negra.

Hay, en este sentido, similitudes se dice en el documental que viene en los extras, involuntarias con los prejuicios racistas de la Norteamérica de aquellos años, los setenta que fue cuando se realizó y estrenó el filme y que coincidió con revueltas raciales en varias ciudades de ese país.

La cuestión es que, probablemente fruto de este confinamiento, la película adquiere otra dimensión y que la veo con otra mirada que no contradice a la de hace ya un puñado de décadas.

Si tienen la oportunidad les invito a que vean o revean según los casos este largometraje que no desmerece el conjunto de la saga simia. De hecho y puestos a comparar, soy de los que piensa que junto a la primera, la ya inmortal El planeta de los simios, es la mejor de las cinco que se realizaron.

Mientras escribo estas líneas confundo la realidad con la ficción cinematográfica cuando escucho un aviso de la policía nacional por altavoz que recomienda quedarse en casa. Kala se acurruca entre mis pies y me mira pidiéndome que salgamos y me da miedo, sí, miedo, que los vecinos que tengo enfrente me delaten a las autoridades porque saco a la perra a la calle y de paso aprovecho para comprar el pan nuestro de cada día. Ayer cuando la paseaba un vecino no me quitó el ojo desde el balcón y por unos momentos me sentí como el chimpancés César, con ganas de rebelión y pelea. De gritarle cuatro verdades a ese ciudadano que ha asumido la delación como un deber ciudadano.

En La rebelión de los simios, cuando todo el mundo de los humanos se va al carajo, César suelta un discurso probablemente muy poco inspirado pero que a mi, sensible que estoy en mi encierro voluntario, me pone la piel de gallina. César, entre las llamas y el griterío de los suyos proclama que ese y no otro es el verdadero amanecer de los simios…

Me quedé con ganas de soltárselo al vecino gestapo. Arriba, en el cielo, un helicóptero de la Policía Nacional me recordó que la lucha, de momento, no ha comenzado.

Pero es que, ay, Espartaco es tan mono.

Saludos, confinado, desde este lado del rodenador

Tiemblo, luego existo

Viernes, Marzo 20th, 2020

Superé uno de los periodos más tristes de mi vida gracias a las películas de Jerry Lewis. Recuerdo que animé a mi madre a que las viéramos semanas después de que se nos fuera el hombre que más quisimos y respetamos en nuestra vida. No descubro nada nuevo si digo que fue mi padre. Mi padre como mi madre, que fue la mujer que más respeté y quise y que tampoco está ahora conmigo, me enseñaron muchas cosas que descubro ahora mientras me toco la frente, respiro y me vuelvo nostálgico porque soy consciente que cuando esto acabe, porque tendrá que acabar algún día, ya no volveré a ser el mismo. Ya no volveremos a ser los mismos.

Pero contaba que en estos días de confinamiento, con el móvil que no deja de ladrar avisos de whatsap, llamadas de la familia y amigos, he vuelto a recuperar al viejo Jerry. Las sensaciones son las mismas aunque ahora veo algo más allá de las muecas y las caras que ponía el rey de la comedia. Y pienso entonces que Jim Carrey no sería Jim Carrey si no hubiera nacido Lewis, y menciono a Carrey porque quizá sea el más exagerado de los humoristas que se ha inspirado, no mimetizado, en el actor y cineasta que protagonizó y realizó el Profesor Chiflado. El otro dìa, 16 de marzo, celebraba su cumpleaños volviendo a ver El botones, una obra redonda, con un actor y cineasta que sabe lo que hace. Un prodigio de talento inimitable.

En dìas aciagos como los que vivimos recurro también a los dibujos animados de la Warner porque también me borra cualquier asomo de tristeza que me invada como el puto corona virus invade a mis semejantes. Así que los subo a mi página Facebook con la esperanza de que otros compartan las carcajadas que me asaltan cuando veo cualquier historia protagonizada por el pato Lucas, mi favortio; o Bugs Bunny o el gallo Claudio, entre otros. Recuerdo que esos dibujos los veía con la familia en aquellos años en que la televisión era en blanco y negro y que las risas en mi casa resultaban estruendosas aunque es probable que mi memoria amplifique aquellos buenos ratos que revivo repescando sus episodios. Si uno lo piensa bien, cada corto de estos dibujos animados es el relato de un fracaso. Si quito de la lista a Bugs, que es un canalla simpático, al atolondrado de Porky, al pajarito cursilón Piolín, al Correcaminos y al ratoncito Pérez, aquel que corría como una centella, sus antagonistas como el pobre Silvestre o el Demonio de Tasmania son unos perdedores.

Los capítulos cuentan la historia de sus fracasos. Fracasos como cazadores. Siento más empatía por Silvestre (que es mi segudo personaje favorito de la Warner) que por Piolín. Estoy con el Coyote y no con el Correcaminos (bip bip) y con el pato Lucas y es verdad que con Bugs Bunny, que suele ser un ganador, en su atrápame si puedes con Elmer el cazador.

Cada uno de estos episodios es como el mito de Sísifo. Con o sin marca ACME. Es llegar a la cumbre para que la roca caiga por el lado contrario y vuelta a empezar. El Gordo y el Flaco hicieron su lectura particular en aquella escena en las suben un piano por unas escaleras.

Escribo todo esto porque me estoy escribiendo a mi mismo y quiero y deseo apartar de mi cabeza el viento enfermo que nos sacude a todos por igual. Ese viento que no distingue entre buenos y malos.

En fin, hasta aquí he llegado.

Nos vemos otro día.

Saludos, seamos felices, desde este lado del ordenador.

Se acabó lo que se daba

Miércoles, Marzo 18th, 2020

* Fallece el escritor y político ruso Eduard Limónof, personaje al que conocí a través del libro de Emmanuel Carrere, a quien confieso que sigo desde los tiempos de El adversario aunque su consagración viniera, precisamente, con el retrato que hizo de este excéntrico personaje, fundador del Partido Nacional Bolchevique, emigrado a los Estados Unidos de Norteamérica y guerrero en el conflicto de Los Balcanes. No he vuelto a leer el libro, ni siquiera lo tengo en casa, pero sí que lo he regalado en bastantes ocasiones porque sí que recuerdo que su lectura me resultó apasionante. No sé lo que ocurriría sí lo hiciese hoy. Es probable que me encontrara con otra cosa pero eso no deja de que sienta la ausencia de Limónof. Más en unos tiempos tan raros, raros, raros, como los que vivimos.

* Se habla de Los ojos de la oscuridad, del escritor norteamericano Dean R. Koontz porque en ella predijo, dicen los medios, la dichosa pandemiapandemia que ha envuelto al planeta en esta película de ciencia ficción en la que nos encontramos. Ciencia porque se trata de un virus que nos ha puesto en jaque a todos, y ficción porque no termino de creerme esta situación. Esta rutina diaria que me he impuesto a raíz del Estado de Alarma.

No he leído el libro de Koontz ni creo que lo haga. He leído alguna cosa sueltas, cuentos y si no recuerdo mal alguna novela. También he visto adaptaciones cinematográfica de sus libros pero no termina de convencerme Koontz ni los productos que ha generado.

* En cine se adelantan los estrenos por la red mientras el sector del libro en España anuncia la debacle. Se paraliza el lanzamiento de novedades así que pocas serán las presentaciones cuando todo esto termine por si termina. La pregunta es ¿terminará?

* Mientras paseo a la perra, porque paseo a la perra por las calles de Santa Cruz de Tenerife sin tráfico y apenas peatones, pienso en mis cosas mientras no dejan de llegar mensajes al móvil. Lo siento vibrar dentro del bolsillo porque he terminado de bajar el volumen. Demasiados silbidos, musiquilla electrónica, cosas de esas.

La perra se detiene a mear y defecar, en ese orden, y mientras recojo la mierda con una de esas bolsitas de basura perrunas, se me hace un poco difícil sostener el aparato entre las manos porque llevo guantes para lavar la ropa y una capucha sobre la cabeza. Solo me falta una mascarilla pero en la farmacia ya me dijeron que ‘ay, mi niño, de eso ya no nos queda’. Me da la impresión que la que me atendió lo dijo con un tonillo de ‘olvídese de eso, olvídese…’ y la verdad es que casi me había olvidado salvo cuando comencé a escribir estas líneas.

* En el edificio que habito sé que los vecinos están vivos porque veo luces si me asomo por la noche a la ventana que da al patio interior y escucho la televisión y el olor a café por las mañanas y el de comida al mediodía… Pero no los veo, no están, es como si los que me rodean se hubieran transformados por el puto virus en fantasmas. Pero fantasmas eran antes también, pienso. Y sí, es así, pero me los tropezaba en las escaleras o en el descansillo. Ahora no. No se les ve pero sé que están.

Me pongo a pensar en novelas y cuentos que tratan esto de una pandemia y recuerdo el cuento de Edgar Allan Poe, La máscara de la muerte roja y un novelón de Stephen King que leí con el nombre de La danza de la muerte y más tarde con el de Apocalipsis, una versión ampliada del mismo autor. Recuerdo que me encantó La danza de la muerte pero que no aguanté Apocalipsis, donde responsabiliza a una enfermedad de cómo deja de devastado el mundo que habitan sus protagonistas. Los buenos y los malos. Quizá sea una de las novelas más religiosas del escritor, quien se inspira en El señor de los anillos para dar su versión norteamericana.

* Alguien ha puesto música electrónica a todo trapo en una de las viviendas de la calle. Y no, no se trata de los evangelistas que, antes de la crisis del Covid-19, cantaban canciones loando a Dios los viernes por la tarde y domingos por la mañana. En aquellos días donde uno podía circular libremente por las calles y avenidas de la ciudad, un Santa Cruz de Tenerife que por fin murió de soledad, más de un vecino se había asomado a la ventana para mandar a callar a los feligreses de esa iglesia que dirige un reverendo sudamericano con barriga generosa, pero ahora no hacen lo mismo con ese espontáneo que sacude la calle con ruido más que música electrónica. Solo falta que ponga reguetón aunque la cosa ha ido a peor, como el contagio del bicho, ya que tras el concierto electrónico suena ahora el Lucha canario interpretado por Los Sabandeños. Algún imbécil o imbécila (¿se escribirá así?) incluso se ha puesto a aplaudir en una de las ventanas del edificio de en frente.

* Hablo con la familia y los amigos, consulto facebook y me toco todos los días la frente por si acaso. Tengo a mi lado El Decamerón, libro al que recurro por consejo de Julio Llamazares y aprovecho para terminar con novelas que llevaban cubriéndose de polvo desde hace unos meses. Por las noches me siento a ver películas, unas cuantas que saqué de la Biblioteca no valen mucho la pena aunque cuento con un buen arsenal en mi particular videoteca. Es más que probable que esta noche me vaya al lejano oeste con Río Bravo, que siempre que la veo me pone de buen humor.

Saludos, colorín colorado…, desde este lado del ordenador

Reflexiones de un paseante con perra por La Granja

Jueves, Diciembre 20th, 2018

Por razones que sí vienen al caso últimamente suelo ir casi todos los días al parque La Granja, en Santa Cruz de Tenerife. Se trata de un parque relativamente reciente que cuenta con amplias zonas ajardinadas aunque carece del sabor clásico, a lo jardín botánico que sí posee el otro gran parque de una capital de provincias que puede presumir de contar con amplios espacios verdes en los que perderse o pasear al perro. En mi caso una preciosa perrita a la que la asamblea decidió llamar Kala, que es un nombre bastante corriente con que los humanos identificamos a nuestro, en mi caso, mejor amiga.

No había ido al parque La Granja en los últimos tiempos hasta hace unos pocos meses y he descubierto con visitas que son prácticamente diarias que por ahí desfila todo un ecosistema humano y perruno, eso sin contar con las palomas ni con las ratas que salen de noche. He visto a más de uno de estos bichos bajar por las palmeras como alma que lleva el diablo y tan grandes como putos gatos.

El parque no se parece al primer parque que conocí. Lo que ahora es una pista de patines antaño fue amplio circo con butacas labradas a su alrededor y en la que los amigos nos reuniamos para beber, fiumar y jugar a la ruleta rusa con un revólver de mixtos que me habìan dejando los Reyes. Los Reyes Magos no los Borbones. Este juego, que consistía en darle vuelta al tambor y esperar a ver a quien le tocaba el mixto, lo habíamos sacado de El cazador, la película de Michael Cimino que a todos los que nos veíamos ahí cuando caía la tarde nos había inmpresionado bastante.

Cosas de adolescentes, no tiene otra lectura.

En la actualidad esa explanada ha terminado por convertirse en un espacio donde los tipos y las tipas hacen virguerías con sus patines o biciletas. He visto además como más de uno se ha estampado en el suelo para levantarse depués con pinta de aquí no ha pasado nada por lo que creo que no son de este mundo ya que su piel es de goma.

El parque La Granja consta de dos grandes zonas acotadas a la que llevar a los perros. Uno es para los grandes, donde suele haber de tanto en tanto broncas caninas y humanas y otro para los pequeños, más civilizados en cuanto a humanos y animales se refiere. El problema de estas zonas que rodea una valla que todavía no está electrificada es que muchos de los perros, entre ellos Kala, no hacen nada. Se sientan junto ai dueño y observan indiferente su alrededor. Por ésta y otras razones, suelto cuando no hay moros en la costa a la perra en el césped que no está vallado mirando a un lado y a otro por si aparece la policía local, que pone multas como si uno fuera narcotraficante.

La fauna humana que se junta en estos espacios de libertad es bastante variopinta y las conversaciones como las mascotas que allí se reúnen es para todos los gustos aunque la conversa suele girar en torno a cuestioners perrunas. Hablar de perros es interesante un rato pero el tema se agota demasiado pronto mientras tu animales se revuelven en el césped, mean y hacen caca o se dedican a hacer hoyos en la tierra. En cuanto a hoyos, mi Kala es toda una experta.

Este ecosistema es bastanta cosmopolita porque además de los canarios con perros se cuenta también con gente de otras nacionalidades como una polaca que parece sacada de un tebeo (o colorín) con su perrito, una bolita de pelo bllanco a la que llama Rambo (es notable el sentido del humor de esta paisana de Juan Pablo II); un rumano que habla italiano y que llama a su animal Gigi y numerosos peninsulares que se quejan, últimamente, que ya no va tanta gente como antes a esa parte del parque. Esa zona sin vallas donde tanto ellos (los perros) como nosotros (los humanos) pasamos el rato entre recogida de heces, un cuidado que viene la poli y mirar al cielo porque ahora pasa el avión de las ocho de la tarde…

Es aventurado decir que esta fauna aún sin catalogar del parque La Granja es como una especie de microcosmos santacrucero pero si a eso sumanos a los humanos que utilizan sus veredas para entrenar o simplemente pasear, entenderían que no vamos muy descaminados.

El parque además es otro por la mañana, sobre todo si luce el sol, y genera (me he dado cuenta) sus propias leyendas. La más comùn es la de asegurar que han envenado a un par de perros en otro parque porque comieron restos que un desaprensivo o desaprensiva dejó bajo un laurel de indias o que hace dos sábado le dieron una paliza a un mariquita que paseaba a las tres de la mañana por la zona menos iluminada de La Granja. Hay otras, y prometo recogerlas porque tiene su no sé qué, historia viva de una ciudad varada en el tiempo porque siempre que llevo a Kala tengo la sensación de que todos los dìas son iguales. Que estoy metido en un bucle en el que me he acomodado con desarmante entusiasmo.

El otro dìa me tropecé con un vecino que me dijo que era de Las Palmas de Gran Canaria aunque llevaba tiempo viviendo en Tenerife, primero en La Orotava y luego en La Laguna y ahora en Santa Cruz de Tenerife. Su perro es una cosita estrafalaria, de raza difícil de identificar. Se llama Luna y hace buenas migas con Kala. Mientras observábamos como se perseguían por el céspèd le pregunté por qué en la capital grancanaria llaman parque lo que los chicharreros llamamos plaza y no me supo responder lo que me hace suponer que seguiré con esta duda existencial hasta el fin de los días.

Mientras tanto recorro los senderos del parque que fueron trazados como un laberinto, una bonita metáfora sobre la vida y sobre la muerte y que tal y como están las cosas me enseña que nada es más inútil que la pretensión de volver atrás.

Saludos, brindis al sol, desde este lado del ordenador

Pa ellos solos, como siempre

Miércoles, Diciembre 19th, 2018

Me acerqué a la hoguera y vi cómo estaban quemando los libros. A mi alrededor un grupo de personas se calentaba con el fuego que alimentaban entre otros las obras completas de Francisco de Quevedo y pregunté al vecino que estaba al lado de quién había sido la idea. No supo decirme, eso interpreto porque se encogiò de hombros. En fin, no sabía si estaba en un sueño o de si franqueaba la realidad pero me di cuenta no sé si demasiado tarde que aquellos libros procedían de mi desordenada y caótica biblioteca pero todo era por el bien comùn, me dije para disculparlos y disculparme (es que hacía demasiado frío). Me pregunté la razón de que no hubieran comenzado por los autores canarios.

- Es que la mayoría arden con pasmosa facilidad- me dijo un tipo con gafas de culo de botella y acento de aquí. Al escuchar su voz se me puso la piel de gallina y le pregunté cómo me hablaba si yo no le había dicho nada. Me limité a pensar y aquel oligofrénico con pinta de intelectual de los que van a TEA hizo como una sonrisa que me puso la piel de gallina.

- Chacho-dijo de pronto una voz femenina- deja en paz al caballero.

Entre la masa de gente que había en torno a la hoguera se abrió paso una señora entrada en años como un servidor. Llevaba de una correa a dos perros, una podenca de aspecto noble y un mil leches con pinta de lobo negro más bueno que el pan. Se quedó entre el tipo de las gafas y el otro tipo con gafas, que soy yo, los tres hipnotizados con el dubujo caprichoso de la llamas mientras caía el atardecer y se avecinaba la noche.

- Hace frío.- dijo la tipa de los perros.

Una mano cogiò del montón de libros canarios sendos volúmenes de XXXX, XXX y XX.

- Yo que usté no lo haría.- dije a las sombras que parecian bailar bajo la luz del fuego.

- Es que hace frío.- dijo la plebe. Y por primera vez en esta isla cavernosa comenzó a nevar en la costa. Alguien pegó ujn grito y otra voz dijo que tranquilizaran a la ñora porque era nieve. Una nieve canela, para nada blanca como el suéter que llevaba encima.

- Tira los putos libros, mano.- ladraron a un lado y al otro del corro, cada vez más nutrido de vecinos. La mano invisible obedeció y arrojó a las llamas aquellos libros, añadiendo otro de X, a la hoguera. Hubo un coneto de pelea. Al acercarme me enteré que era porque la individua de la mano anónima no quería desprenderse de un ejemplar de Como un perro rabioso de Alberto Vázquez Figueroa. No sé como terminó la cosa porque en ese momento, cuando los libros de XXXX, XXX, XX y X tocaron las llamas se produjo una explosión que barrió todo a varios metros a la redonda.

Afortunadamente no hubo víctimas mortales pero sí heridos y una noticia que cayò como un mazazo entre todos los que estábamos allí.

- ¡La hoguera se apagó!.- dijo la tipa de los perros.

- Los muy cabrones –razonó el de las gafas con pinta de oligofrénico (¿sería mi reflejo?)– querían el fuego pa ellos solos. Pa ellos solos, como siempre.

Alcé la mirada a la noche para contemplar la media luna y unos copos de nieve me cegaron la visiíon.

- Como siempre, pa ellos solo, pa ellos solo.- decía mi reflejo o el tipo de las gafas con pìnta de oligofrénico.

Érase una vez… ¡¡¡No siento las piernas!!!

Miércoles, Diciembre 5th, 2018

Paseaba a la perra cuando me encontré con Sly. Sly es Sylvester Stallone y salía de un bareto de la calle de La Marina cuando amanecía. La perra le soltó cuatro ladridos y el protagonista de Rocky me soltò en un inglés que apestaba a ron de garrafón que iba a darle una patada a la perra si no dejaba de ladrar.

- Así tratamos a los animales de donde vengo.- masculló el tipo, que resultó ser más bajo de lo que me imaginaba. Eso sì, el cuerpo parecía de acero de lo híper musculado que estaba.

- ¿Anabolizantes?.- le pregunté señalando uno de sus bíceps.

- Natural al cien por cien.- hipó Rambo, en un inglés macarrónico que ahora traduzco. A todo esto, la perra continuaba ladróndole.

- No le gusta Rambo.- le dije.- aunque sí algunas de las primeras películas que escribió y no dirigió, me refiero a FIST y Rocky, que sigue siendo una buena película de boxeo.

- ¿Cuálo?

- La primera de Rocky, aunque tengo cierta debilidad por la serie. Eso incluye las otras cuatro. ¿O son ya cinco o seis?

- No me acuerdo.- bostezó mientras se apoyaba en una pared.

- Y ahora Creed.- le dije para que viera que estaba puesto en el asunto.

Sylvester Stallone se inclinó y vomitó una masa color café con leche que apestaba a demonios, así que tuve que hacer pinza con los dedos para taparme la nariz. La perra aprovechó para lanzarse sobre aquella masa ácida y juro por los dioses que humeante. Seguidamente comenzó a lamerla antes de que tirase de la correa para que se dejara de guarradas.

- Tú dejarla, dejarla.- me dijo Sly haciendo poses de boxeador, pero resacoso como estaba daba bastante pena. Movía las piernas y los brazos y en una de éstas se tropezó consigo mismo cayendo sobre el charco de vómito que había dejado.

Kala, mi perra, aprovechó para mearle encima. Sly ni se enteró porque dormía.

- Sly, Sly…- le dije.

- Eh, cómo….- abriò los ojos y me miró un buen rato, intentando averiguar quién coño era.

- Brigitte, Brigitte.- jadeó con rabia. La perra comenzó a lamerle la cara.

- Anímese, carajo.

Stallone se puso en pie apoyándose en mi hombro. Medio se puso decente mirándose en el espejo retrovisor de un coche y me pidió que lo acompañara a su casa que no andaba lejos. Como no tenía nada mejor que hacer y a mi perra si hay algo que le gusta es eso de pasear, aunque la lleve de la correa, comenzamos a caminar los tres mientras la ciudad despertaba.

Sly se puso a cantar y yo le pregunté por Rambo, por qué un sùper soldado tan facha y ferozmente anticiomunista y el por qué de películas tan violentas y todas esas mierdecillas que se escriben para criticar al personaje y al tipo que lo llevó más allá de la novela de David Morrell, Primera sangre, que, como saben quienes la layeron, muere en el libro a manos de su oficial, ese mismo que en la tercera rescata en Afganistán de manos de un destacamento del ejército soviético.

- El único comunista bueno es el comunista muerto.- canturreó Stallone mientras daba eses por la calle de La Marina. Kala, la perra, ladró y se puso de pie, como si con ese gesto intentara que cerrara la boca.

Stallone se derrumbó entonces en el suelo y puso los ojos en blanco.

-Vamos a tomar otra. La arrancadilla, chacho.- dijo en perfecto canario.

No sabía como quitármelo de encima y estaba incómodo porque la gente que salía de las casas rumbo a sus trabajos o la escuela nos miraba con cierta curiosidad aunque no identificaban a la estrella de Hollywood, que volvió a vomitar. Esta vez sobre mis pies.

- Joder, exclamé, ahora sí que no siento las piernas.

Y de repente se hizo la luz.

Saludos, ¿esto qué es?, desde este lado del ordenador