Archipiélago, una novela de Inger-Maria Malhke

Miércoles, Noviembre 30th, 2022

La literatura que se escribe en estas tierras fragmentadas no cuenta con demasiadas novelas río que nos narre la vida de varias familias y de paso de la isla que habita a través de sus diferentes generaciones. Es verdad que en los últimos años han ido apareciendo libros bajo esta premisa pero todavía sigue siendo un terreno vedado para la mayoría de los escritores y escritoras de las islas, reacios a escribir historias que requieran además de un enorme esfuerzo de documentación, talento para que los lectores no decaigan su atención en obras que, por norma general, resultan muy generosas en páginas pero poco entusiastas por enganchar el entusiasmo del lector.

Lo ha intentado con resultados más que notables una escritora alemana, Inger-Maria Mahlke con Archipiélago (Vegueta, 2022), novela que recibió el Premio Alemán del Libro 2018, que se trata de un ambicioso y complicado fresco en torno a varias familias tinerfeñas que convergen unas con otras con el paso de los años.

El estilo que ha escogido la escritora para narrar esta especie de crónica de la nada hecha pedazos es el cronológico, solo que al revés. Es decir, la novela comienza en 2015 y finaliza en 1919, un amplio arco temporal (2007, 2000, 1993, 1981, 1975, 1970,1963, 1957-58, 1950, 1944, 1936, 1935, 1929) en el que aparecen y desaparecen las distintas familias que protagonizan este ambicioso retrato político y social tinerfeño, ya que los protagonistas, abuelos, padres e hijos, e hijos, padres y abuelos, proceden de clases sociales diferenciadas.

Ante la enormidad de esta aventura, de esta odisea que es la vida, Inger-Maria Mahlke, consciente de la cantidad de personajes que maneja deja un árbol genealógico al inicio del libro con la idea de que el lector no naufrague en un texto caudaloso, bien escrito y traducido por José Aníbal Campos, traductor cubano que conoce bien las entrañas del monstruo tinerfeño porque habitó en ellas no hace demasiado tiempo, y parte de esa sustancia se refleja en una obra monumental y muy bien documentada pese a que se cuele algún desliz.

Por el libro desfilan el conflicto sahariano, con el que está tan unido sentimentalmente gran parte de la población de las islas; la corrupción urbanística, el frustrado golpe de Estado de febrero de 1981, el control del agua, la Guerra Civil y la represión, franquista, entre otros vientos de la Historia y forma cada año como capítulos de un relato común pero desvertebrado como las islas de un archipiélago.

La intención de la autora no es, sin embargo, perderse en el contexto en el que se ven envuelto los protagonistas pero tampoco cuida demasiado una trama que se dispersa y que no termina de cerrar con la determinación que uno esperaba. Con todo, Archipiélago se merece todos los respetos y algún que otro parabién porque el esfuerzo realizado es titánico y por encima de muchas cosas más, me atrevería a decir que pionero en las letras que se escriben en y sobre este archipiélago abandonado de la mano de los dioses.

A través de las diferentes familias que aparecen en la novela, Inger-Maria Mahlke trata muchos de los temas que han forjado a la capital tinerfeña como ciudad. También retrata con cierta profundidad las relaciones que se producen entre sus vecinos y los visitantes que, episódicamente, recalan en esta isla. Pasa de puntillas por algunos temas de calado en la formación de lo que podríamos denominar entidad tinerfeña pero por otro muestra sin pudor las virtudes y miserias que caracterizan a sus gentes. Lo mejor que hace la autora, en este sentido, es que no juzga a sus personajes, los retrata como lo que son, seres humanos atados a un pasado del que no terminan de liberarse.

Pese a su número páginas, supera las quinientas, y a la estructura con la que se sostiene la obra, es muy recomendable leerla por sus ambiciones, su necesidad de sintetizar la historia en la que se producen los distintos pecados familiares que lastran las vidas de sus protagonistas. Y eso que cuando no iba aún por la mitad pensé que resultaría poco posible que me sumergiera en una novela que hace relato con la ciudad en la que vivo y, al mismo, tiempo, de la isla en la que habito. Se aprecia, además, que la escritora conoce lo que escribe y que pasó largas temporadas en este territorio con seguro de sol pese a que a veces se le cuele alguna reflexión fuera de tono, equivocada porque su mirada no deja de resultar ajena.

En otras ocasiones, por el contrario, sí que sabe convencer a quien conoce la geografía física pero también humana y sentimental de los habitantes que vivimos en estas islas que forman ese Archipiélago al que pienso que se refiere la escritora: un fresco en el que pesa sobre todos los protagonistas la sombra de una discordia que no han sabido (o no han querido) resolver. Ya se sabe que pueblo chico, infierno grande, aunque la gravedad que arrastran algunos de estos clanes que radiografía a lo largo y ancho de la aventura justifique la mayor parte de las veces sus comportamientos por equivocados que resulten.

Archipiélago forma parte así de una literatura digamos que canaria que se firma con otro acento. Una curiosidad tremendamente atractiva (nos permite conocer cómo nos ven unos ojos que no son de aquí aunque sean medio de aquí) sobre un territorio fragmentado no solo en el mapa físico sino también sentimental de una población en la que todo el mundo, ay, cree que conoce la historia de su vecino. Es decir, sus grandezas y miserias pero sobre todo sus flaquezas. Esas mismas flaquezas de las que parecen que no pueden librarse para mirar al futuro cara a cara tras haber superado los pesos que lo ataban y atan a un pasado que no termina por olvidar ni por supuesto asumir.

Saludos, sin fumar espero a la novela que yo más quiero…, desde este lado del ordenador

Maud Bonneaud-Westerdahl. La creadora surrealista, una biografía de Ángeles Alemán

Martes, Marzo 15th, 2022

El año pasado se celebró el centenario del nacimiento de Maud Westerdahl, una de las grandes olvidadas no solo del mundo del arte que se hace en Canarias sino también en esta Europa hoy tan convulsa, una convulsión que ahora que escribo estas líneas me parece más o menos similar a la que tuvo que sufrir Maud y muchos de sus compatriotas a inicios de la II Guerra Mundial, cuando Francia fue ocupada por el ejército alemán.

Fue precisamente el año pasado cuando se puso en circulación Maud Bonneaud-Westerdahl.. La creadora surrealista (Mercurio Editorial, 2021), de la profesora Ángeles Alemán, investigadora y una escritora con todas sus letras tras leer este libro. Libro que destaca entre otras biografías escritas por el estilo que prima en cada una de sus páginas, la forma en cómo decidió narrar la vida, y también la obra, de esta mujer singular.

Lo primero que llama la atención de Maud Bonneaud-Westerdahl es que se trata de una biografía novelada de la protagonista. Una biografía novelada trufada de atractivas fotografías que además de estar muy bien escrita no pierde nunca el rigor histórico al que la autora del libro, Ángeles Alemán, está sujeto. Este apasionado retrato de una mujer a todas luces excepcional me invita a pensar en ocasiones, mientras avanzaba en su lectura, en las biografías noveladas que nos legó el gran escritor austríaco Stefan Zweig. Algo de ese espíritu –por entender desde dentro al personaje que retrata– se respira en la obra de Alemán, que, consciente que se trata en todo momento de una biografía no cae en la tentación (fácil por otro lado) de “inventar” fragmentos existenciales de su retratada porque este tipo de literatura permite estas licencias. Así, todo lo que se lee en este libro es verdad, solo que una verdad interpretada bajo la forma de una novela aunque no se trate (precisamente porque no “inventa cosas” al no permitirse licencias) de lo que ahora se conoce como novela de no ficción.

Como narra Ángeles Alemán en el libro, concebir esta biografía que parece pero que no está escrita en primera persona tuvo su origen “con un golpe en la cabeza” que sufre la investigadora en un restaurante. “El golpe no había afectado a la lectura ni a la escritura, así que empecé a investigar para un congreso y entonces, casi al azar, abrí un archivo que había guardado dos años atrás. En él había algunas fotografías y unos textos de Maud Westerdahl (Limoges, 1921-Madrid, 1991), a quien habían conocido hacía décadas”.

Quiso así la casualidad, a través de ese golpe fortuito en la cabeza, que Ángeles Alemán acometiera la labor de trabajar un texto que fluye como agua lleva un río y que se lee de un tirón porque se trata de un relato novelado de la vida de una mujer que, pasado el tiempo, parece que fue una avanzada de su tiempo. Una artista ¿o mejor artesana? (los expertos destacan su trabajo en los esmaltes y las joyas) que se codeó con lo más granado del arte de su tiempo y que conoció a tres hombres fundamentales que marcaron su devenir existencial. Tanto, que su posterior trabajo creativo se vio marcado por la sombra alargada de este trío masculino con los que aprendió a ver el mundo con otros ojos. De fondo, pero siempre presente allí donde no llega los chorros de luz, una isla, Tenerife, que Maud conocería tan bien.

André Breton y los canarios (tinerfeños para más señas) Óscar Domínguez y Eduardo Westerdahl ocupan un importante protagonismo en las páginas de esta biografía que al estar narrada como está, no cae en ese estilo estirado, contaminado con innumerables notas, sobre la vida de una mujer que también estuvo marcada por la ausencia de un padre al que las tropas de ocupación alemanas ejecutaron tras hacerlo prisionero bajo la acusación de pertenecer a la resistencia.

Para escribir sobre Maud, Maud Bonneaud, Maud Domínguez y Maud Westerdahl, finalmente, Ángeles Alemán ha trasteado en distintos archivos, visitado personalmente muchos de los lugares en los que estuvo Maud y contemplar la casa en la que residió con su familia en Limoges. El libro bebe mucho, sobre todo para contar los primeros años hasta los años de la guerra, en las memorias “sin importancia” que escribió la artista en un cuaderno con letra apretada y en ocasiones “de muy difícil lectura” que en manos de la investigadora grancanaria se convierte en un precioso material con el que hacerse una idea de cómo pensaba esta mujer. Una mujer imprescindible, por otro lado, para entender el arte en Canarias, ya que su casa se transformó en una especie de oasis intelectual en el que artistas de todo pelaje encontraron refugio para expresar lo que sentían en unos días donde resultaba muy difícil encontrar a iguales que entendieran la potencialidad que estaban cursando creativamente.

El libro forma parte junto a la exposición Maud, c’est la vie, comisariada por Pilar Carreño y que se expone hasta el 27 de abril en TEA Tenerife Espacio de las Artes, de los actos de reconocimiento en torno a la vida y obra de una mujer de notable sensibilidad artística.

Saludos, léanlo, desde este lado del ordenador

La aventura tinerfeña de ‘El pirata negro’

Lunes, Agosto 9th, 2021

Pedro Víctor Debrigode Duggi (Barcelona, 1914 – La Orotava, 1982) está considerado uno de los grandes maestros de la literatura popular en España. Estas revistas se vendían en los estancos y estaban editadas en papel de poca calidad. Son obras que forman parte de la peculiar literatura pulp nacional, aquella que estaba destinada a grandes masas de lectores en unos años donde no existía la televisión.

Los escritores profesionales como Debrigode Duggi eran capaces de escribir varias novelas a la semana protagonizadas por un mismo personaje

De la imaginación del escritor salió una amplia galería de protagonistas que todavía viven en la memoria de quienes lo leyeron. Estos lectores son los que han recuperado en cuidadas ediciones la formidable producción de un narrador a destajo, de un obrero de la novela de aventuras de a tres pesetas.

Entre las criaturas más famosas de Pedro Víctor Debrigode se encuentra El pirata negro, personaje que camufla la identidad de Carlos Lezama, protagonista de 85 novelas, dos de las cuales se desarrollan en Tenerife, concretamente los números 46 y 47, que llevan por titulo Escala en Tenerife y Los negreros. Estas aventuras las firmó con el nombre de Arnaldo Visconti, pseudónimo que utilizaría también para otras series de su creación como El galante aventurero (para los especialistas en Debrigode su mejor serie); Diego Montes y El halcón, entre otras.

Pedro Víctor Debrigode Duggi cultivó géneros como la novela de aventuras, del oeste, ciencia ficción y el policíaco. No es nuestra intención centrarnos en el abundante trabajo literario de un narrador que tuvo que simultanear su labor como escritor con la de traductor sino la de comentar transcurridos más de sesenta años los dos cuadernos que dedicó a la isla en la que recaló en los años 30 y residió hasta su muerte en 1982.

El escritor nació en Barcelona en 1914 pero años más tarde se trasladaría a Tenerife para hacer el servicio militar que coincidió con el golpe de Estado de julio de 1936. Parte de aquella experiencia la narró en dos novelas claves de su ingente producción y que fue publicada hace unos años con el título de Luchar por algo digno en dos partes: El barco borracho, que se desarrolla en Tenerife los primeros días de la Guerra y en la que describe las condiciones de encierro de los reclusos en los barcos prisión y El espía inocente, en la que narra sus experiencias en el frente peninsular donde es acusado por los nacionales de espía. En este segundo volumen explica las razones, recién terminada la Guerra Civil, de que se dedicara profesionalmente a escribir este tipo de literatura.

Escala en Tenerife y Los Negreros siguen las pautas de otras novelas de la serie de El pirata negro solo que en esta ocasión el mar y las islas del Caribe son sustituidos por la playa de Las Teresitas y la ciudad de La Laguna, que son algunas de las localizaciones en la que se desarrolla la acción, entre el 16 y 17 de marzo de 1711.

Carlos Lezama llega a la isla haciéndose pasar por un pirata vasco, el capitán Ibarguenguoitia, al que tras hundir su navío en alta mar desembarca en Tenerife para asistir a una reunión a la que también están convocados otros tres piratas, uno siciliano, otro catalán y un británico. Los cuatro se reúnen en la casa “de la Guancha” en la que se le invita a que se conviertan en negreros aunque Carlos Lezama y, como descubriremos algunos de los piratas que asisten a esta reunión, rechazan porque desprecian dedicarse al negocio de la esclavitud.

La presencia de un capitán pirata catalán en la banda sirve al autor para describir las diferencias que existían ya en aquel entonces entre los hijos de Cataluña con los del resto del país, sobre todo cuando descubre que más allá de trabajar como negrero lo que en verdad se prepara es un diabólico plan para invadir la isla por tropas extranjeras.

Escribe de Arnau Montané, el capitán pirata de origen catalán: “Varias veces en sus estancias en Cataluña, soldados de Madrid habían impuesto el orden en revueltas suscitadas por catalanes y el ambiente nunca tenía la sincera confraternización que ahí se respiraba.

Empezó a meditar si una invasión a la isla contaría con el apoyo de los isleños. Palideció intensamente, dejando el libro sobre la mesa y llevando con rapidez la diestra al cinto, bajo la casaca…

- No sois catalán si persistís en la idea de imponer por la fuerza un dominio que no ha sido pedido”.

Al desarrollarse la acción en Tenerife, Pedro Víctor Debrigode ofrece un resumen sobre quiénes fueron los primeros pobladores de l m>Usos y costumbres del pueblo guanche y su conquista por los españoles que, sin estar demasiado ajustado a la verdad, confiere de atractivo misterio el pasado de Tenerife.

En estas dos novelas de El pirata negro destaca que Carlos Lezama permanezca en un segundo plano dejando que sean otros sus protagonistas.

Las novelas de El pirata negras están más cerca de Emilio Salgari que de de Robert L. Stevenson. De hecho, El pirata negro le debe más al Corsario negro que a otro personaje literarios que hayan navegado viento en popa, a toda vela bajo la bandera pirata.

Saludos, reedición ya, desde este lado del ordenador

Cuentos y novelas sobra la Gesta del 25 de julio de 1797

Lunes, Julio 26th, 2021

Cuentan que fue Domingo Pérez Minik quien dijo en cierta ocasión que dos de los grandes errores de Canarias fue no dejar entrar a Horacio Nelson en 1797 y dejar escapar a Francisco Franco en 1936.

Ambos momentos, curiosamente, se produjeron en julio, época estival en la que el calor, entiendo, no contribuyó esta vez e a multiplicar la reacción aplatanada que, opinan unos, caracteriza a los habitantes de este territorio. El caso es que entre el 22 y el 25 de julio de 1797 una escuadra británica, formada por nueve barcos bajo el mando del contraalmirante Horacio Nelson, trató de tomar el puerto de Santa Cruz de Tenerife y conquistar esta plaza fuerte.

Se han escrito algunas historias sobre la Guerra Civil en Canarias (la semana pasada dedicamos tres entradas seguidas en este mismo blog para recordar algunas de ellas) también sobre lo que se conoce como la Gesta del 25 de julio, que celebra la victoria contra las fuerzas británicas en 1797 y por la que Santa Cruz de Tenerife recibió el título de Muy Leal, Muy Noble e Invicta Villa, Puerto y Plaza de Santa Cruz de Santiago, convirtiéndose desde ese momento en patrono de la capital chicharrera.

Aquellos días de julio y en la por aquel entonces puerto y plaza corrió la sangre mientras sonaban los disparos de los cañones y el de la fusilería. También el combate cuerpo a cuerpo por sus calles estrechas que ha sido reflejado con mayor o menos exactitud histórica por un grupo de escritores que han teñido de épica aquellos días de julio con el fin de grabarlos al rojo vivo en la memoria colectiva de los santacruceros.

En este artículo repasaremos algunos de los cuentos y novelas que se desarrollan antes, durante y después de estos combates que significó una de las primeras derrotas del por aquel entonces contralmirante Nelson. Las historias, la mayor parte de las veces, están narradas desde el puto de vista de los vencedores. Destacan entre los títulos que recuerdan aquellos hechos El fuego de bronce y Entre piratas. El contralmirante Nelson y el general Gutiérrez en las islas Canarias, de Jesús Villanueva y Miguel Ángel Díaz Palarea, dos títulos que sirven además para observar esos días desde dos perspectivas radicalmente diferentes. El el caso de Villanueva con acento puesto en el heroísmo de un pueblo ante el ataque británico y en el de Palarea con una mirada crítica y nada disimulada sobre el papel que jugaron los militares profesionales españoles en aquella batalla.

En clave de humor, Ángel Luis Marrero Delgado relata con milimétrico respeto histórico esos días de julio en las novelas La amenaza de Albión y El leviatán chasqueado mientras que David Galloway se sirve también de aquellos hechos en La cueva de las mil momias. A modo de rareza, en Los apuros de don César, una de las novelas de la serie El Coyote de José Mallorquí, se recuerda que uno de los antepasados del ya legendario personaje se encontró en alta mar con los navíos al mando del contraalmirante Horacio Nelson cuando regresaban a puerto tras la derrota sufrida en Tenerife.

Otras historias que se desarrollan en estas mismas fechas son 1797. Cinco días de julio, de Luis Cola Benítez; 1797. Piratas del Atlántico, de Luis Medina Enciso; Nelson no es bienvenido en Tenerife, de Néstor Pastor Beato.

Por otro lado, Félix Díaz González planteó una original revisión de la Gesta del 25 de julio en la novela Kronos. Viajes por el espacio y por el tiempo en la que alguien hace entrega a los británicos de los planos correctos de Santa Cruz de Tenerife con el fin de que el ataque resulte un éxito ese verano de 1797.

Jesús Villanueva sitúa en estos días algunos de los cuentos que incluye en Ahora, relatos ilustrados por Eduardo González, como son Las lágrimas de María Antonieta, en el que informa que Jean Babtiste Drouet, el maestro de postas que descubrió y mandó a arrestar a Luis XVI en Varennes, el 22 de julio de 1792, fue uno de los franceses que años más tarde lucharían del lado de los españoles contra el ataque británico a las costas de Santa Cruz de Tenerife mientras que En la Nochebuena de 1797 describe cómo debieron de celebrar las fiestas ese año el general Antonio Gutiérrez y Horacio Nelson.

Se hace eco de la batalla de Santa Cruz de Tenerife en las memorias que escribieron dos de los supervivientes de La Medusa, naufragio que dio lugar a un cuadro, La balsa de La Medusa de Théodore Géricault inspirado en los recuerdos escritos años después por Alexandre Corréard y el cirujano Jean Baptiste Henri Savigny, quienes cuando llegan al puerto tinerfeño explican que fue allí y gracias a los franceses donde se derrotó y mutiló a Nelson.

“El comandante decidió enviar un bote a Santa Cruz, una de las principales ciudades de la isla, para conseguir algunas cosas que necesitábamos, tales como filtros y frutas; en consecuencia, durante toda la noche dimos cortas bordadas. A la mañana siguiente costeamos parte de la isla, a la distancia de dos tiros de fusil, y pasamos bajo el cañón de un pequeño fuerte, llamado Fuerte Francés. Uno de nuestros compañeros dio saltos de alegría a la vista de esta pequeña fortificación, que fue erigida en breve tiempo por unos pocos franceses cuando los ingleses, bajo las órdenes del almirante Nelson, intentaron hacerse con la posesión de la colonia. Fue aquí, dijo él, donde una numerosa flota, comandada por uno de los más valientes almirantes de la Armada inglesa, fracasó frente a un puñado de franceses, que se cubrieron de gloria y salvaron Tenerife. Fue ahí donde estos bravos, en un combate largo y enconado, obtuvieron a cañonazos la derrota de este Almirante que perdió allí un brazo y se vio forzado a buscar su salvación en la huida.”

A modo de curiosidad destacaríamos también Tigre 1797, un curioso libro para jóvenes que firman Carlos Miranda y Víctor Bidart, así como la novela gráfica La gesta del 25 de julio de 1797 de Juan Carlos Mora.

En clave satírica, Ramón Ayerra se inspira en esta batalla en uno de los tres relatos que reúne en Plaza Weyler, concretamente el titulado Una misión confidencial, donde narra la extravagante historia de un agente de la Guardia Civil que viene a la isla para desarticular un comando británico que quiere hacerle una trastada al cañón Tigre, el que supuestamente con su metralla cercenó el brazo del contralmirante Horacio Nelson cuando pretendió saquear la plaza aquellos días de julio de 1797.

En el relato, Ramón Ayerra pone en antecedentes al lector de lo que significó aquel hecho histórico para Santa Cruz de Tenerife, mientras el protagonista aprovecha para callejear por la ciudad en busca de los agentes británicos entrando en todos los bares que se encuentra, lo que hará que se coja una melopea de las que hacen época.

Gregorio Duque ubica en 1840 unos de los cuentos de Pequeños homenajes. En concreto el que lleva por título Visita guiada, en el que cuenta la batalla desde la perspectiva de un chicharrero buscavidas que hace de cicerone de un viajero británico empeñado en contemplar las banderas que el pueblo de Tenerife arrebató a la escuadra de Nelson y que entonces estaban depositadas en la Iglesia Matriz de la Concepción.

Desde el lado británico solo conocemos una novela que dé su versión de la batalla. Se trata de Rockingham o un hombre de honor, que se publicó en Gran Bretaña por primera vez en 1840 y de la que se desconoce a día de hoy quien fue su autor. Algunas fuentes afirman que una de las tres hermanas Brönte (Emily, Charlotte y Anne) pero otros, como el investigador tinerfeño José Luis García Pérez, sospechan que fue Philippe Ferdinand Auguste de Rohan-Chabot, conde de Jarnac.

La novela en principio no tendría mayor atractivo para un lector de las islas si no fuera porque en la segunda parte –capítulos primero al tercero– se desarrollan íntegramente en Tenerife, en concreto en el valle de La Orotava, el puerto de la Cruz, y en Santa Cruz, donde el protagonista de la obra, lord Edward Rockingham, un guardiamarina enrolado en la escuadra del contralmirante Horacio Nelson, participa en la batalla por la plaza con catastróficos resultados para los británicos. Y sitio, se relata, donde el protagonista resulta herido y abandonado por sus camaradas.

Rockingham narra también la historia de amor romántico que nace entre el joven marino convaleciente y la mujer que lo cuida, Dolores Almansa, “supuesta sobrina en la novela del general Antonio Gutiérrez”, escribe García Pérez en la introducción del libro.

La novela sitúa al lector en el momento en que es herido el contralmirante Horacio Nelson al pretender desembarcar en la costa santacrucera:

“Nelson se apoyó ligeramente en mi hombro al saltar del bote pero, cuando ya había puesto pie en tierra, pesó de improviso tanto sobre mí que no pude sostenerle. Observé que cambiaba con rapidez su espada de la mano derecha a la izquierda y luego se desplomó en el suelo, aun cuando puse a contribución todas mis fuerzas para impedirlo.

Lleno de temor, miré a Thorthon, quien se encontraba a mi lado.

El almirante está herido –murmuró– y me temo que de gravedad. Tenemos que ayudarle a regresar al bote”.

Una vez trasladan a Nelson al Theseus, se puede leer:

“Apenas acababa de pronunciar estas palabras, cuando, sobre las oscuras olas, detrás de nosotros, se elevó un grito salvaje y penetrante… El grito de muerte de doscientos de nuestros más bravos corazones que, alcanzados por un solo disparo cruel, fueron arrojados a su húmeda tumba.

- ¿Qué es eso, Thorthon? -inquirió Nisbert.

Creo que el Fox se hunde. Hace un instante que aún estaba junto a nosotros”.

Es muy probable que haya otras historias cuya acción se desarrolle en esos días de julio aunque la verdad es que tras mucho rastrear no hemos encontrado otros títulos salvo los estrictamente históricos: cartas y diarios de algunos de los protagonistas así como artículos en prensa entre los que destaca una referencia escrita por un “sospechoso patriota” que firma como Ángel Guerra. Se trata de un artículo sobre Santa Cruz de Tenerife publicado en el número del 7 de diciembre de 1919 de Blanco y Negro:

“bastaría a su gloria la heroica defensa que hizo el 25 de julio de 1797.”

Estas novelas y relatos describen unos hechos trascendentales para la historia de una isla y por extensión un archipiélago cuya memoria se conserva en la actualidad en el Museo Militar, que custodia además las dos únicas banderas del Imperio Británico capturadas en combate a su armada. La nota singular, como lamenta Villanueva en una reseña publicada en El Cultural, es que no deja de resultar extraño que Santa Cruz de Tenerife haya dedicado una de las calles con más solera al almirante británico que perdió aquí su brazo por la metralla de un cañonazo y una “callejuela de treinta metros” al general español, Antonio Gutiérrez Otero y Santayana, cuyas fuerzas –compuesta de soldados y milicias– terminaron por vencer a quien años más tarde se convertiría en el león de los mares.

Los hechos concluyeron el 25 de julio de 1797 con la rendición de las tropas británicas, la entrega de regalos entre vencedores y vencidos y una carta que conminaba a Nelson a no intentar de nuevo una aventura bélica contra Canarias” .

Saludos, otras voces, otros ámbitos, desde este lado del ordenador

Y si Nelson hubiera vencido…

Miércoles, Octubre 16th, 2019

Si algo hay que reconocer en Félix Díaz González es su constancia y lealtad a un género como el de la ciencia ficción escrito con acento canario.

A semejanza del gaditano Tomás Felipe, que centra sus cuatro novelas publicadas en distintos escenarios de las islas (Gran Canaria, Tenerife y El Hierro) en clave de anticipación y fantástico, Díaz González se ha mantenido más fiel a las constantes de un género que gana seguidores dentro y fuera del archipiélago, y al que ahora se suman escritores veteranos como novatos. Entre los veteranos se encuentran Víctor Conde, pseudónimo de Afredo Moreno Santana, y Leandro Pinto, éste último más escorado hacia los fantástico y terrorífico que lo estrictamente de ciencia ficción.

Hay numerosos subgéneros en el proceloso río de la anticipación. También una legión de escritores a los que en su momento elogió un fantástico escritor fantástico como fue Jorge Luis Borges al prologar la edición en español de Fahrenheit 451. El problema surge cuando el purista del género, que los tiene como cualquier género, pone el grito en el cielo al no creer que Ray Bradbury sea un autor de ciencia ficción por muy futuristas y distópicas que sean algunas de sus obras. Quien les escribe tampoco considera demasiado de ciencia ficción un escritor como Bradbury pero lo mismo le pasa con otros grandes clásicos del género.

En ciencia ficción es posible encontrarse con historias de aventuras espaciales, de telépatas, de contacto con inteligencias extraterrestres, de invasiones alienígenas y de viajes a través del tiempo, entre otros temas.

Kronos. Viajes por el tiempo y por el espacio, la nueva novela de Félix Díaz González se apunta a este último subgénero, dando como resultado una obra curiosa e ingeniosa en muchas de sus partes.

El libro no llega a las doscientas páginas y en él se intercalan varios capítulos sobre diferentes visitas al pasado que protagonizan los tripulantes de Kronos, una nave de pasajeros entre los que se encuentra un canario, natural del Puerto de la Cruz. Los viajes en el tiempo siempre han estado de moda dentro de la literatura de ciencia ficción, H.G. Wells fue uno de los pioneros en dar con una máquina original que transportara a sus ocupantes al futuro. Un futuro bastante triste el que retrata Wells, y en el que presenta como alegoría dos razas humanas: las de los eloi, que viven en un mundo aparentemente feliz, y los morlocks, que moran bajo tierra donde trabajan “aparentemente” para los eloi.

Mark Twain había jugado también con el viaje en el tiempo, solo que al pasado, en su divertidísima Un yanqui en la corte del rey Arturo y Poul Anderson estableció las bases de un equipo de policía que velara porque lo que conocemos siguiera siendo eso, lo que conocemos de nuestra Historia en La patrulla del tiempo, novela que inspiró la serie de televisión El ministerio del tiempo.

En la novela de Félix Díaz el viaje en el tiempo es resultado de un accidente, accidente que hace que la Kronos salte de época en época provocando turbulencias y cambios radicales en la historia tal y como la conocemos.

El episodio más interesante del libro hace retroceder y avanzar a sus protagonistas. Se tropiezan así con guanches y con la marina británica que navega para atacar la bahía de Santa Cruz de Tenerife.

En este último episodio, alguien hace entrega a los británicos de los planos correctos de la plaza con el fin de que el ataque sea un éxito ese verano de 1789.

Y resulta un éxito por una serie de motivos que invitan a leer la novela.

En otros capítulos, los protagonistas y de su mano el lector, viajará a una capital de provincias que se llama Kingston, antes Santa Cruz de Tenerife. No profundiza sin embargo el escritor en esta realidad alternativa aunque hace un esbozo creíble de algo que no pasó.
El libro contiene otros saltos temporales y cuenta con una misteriosa maleta que sirve a modo de interesante anticipo de un relato original que se bifurca.

Kronos se lee con sumo interés y se agradece que detrás haya un escritor que disemina ideas a medida que avanzan las distintas historias que lo vertebran. La novela se lee con agrado y si tiene alguna pretensión es la siempre agradecida voluntad de entretener.

Saludos, aquí, asándonos al calor de Venus, desde este lado del ordenador

La coproducción canario-chilena Blanco en blanco, premio FIPRESCI en la 76 Mostra de Venecia

Viernes, Septiembre 6th, 2019

La producción canaria-chilena Blanco en blanco de Théo Court, ha obtenido el Premio FIPRESCI de las Secciones Paralelas (al que optaban las películas de Orizzonti y la Semana de la Crítica), en la 76 edición de la Mostra de Venecia.

El Jurado de la Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica ha otorgado el galardón al largometraje por el acercamiento único a un viaje hacia la modernidad y la locura en una parte remota del mundo, que combina el duro retrato de un genocidio con la expresión del alma de un artista. Según su opinión, la película brinda hermosas imágenes y una delicada interpretación de Alfredo Castro.

En el equipo técnico de Blanco en blanco destacan las aportaciones del cineasta canario José Alayón, que compatibiliza su labor de productor con la director de fotografía y que obtuvo el Premio en esa categoría en el Festival de Cine Europeo de Sevilla por La ciudad oculta de Víctor Moreno-; Manuel Muñoz Rivas -director del film premiado en Cinespaña El mar nos mira de lejos y habitual colaborador de cineastas como Mauro Herce-, como responsable del montaje; Carlos E. García, diseñador de sonido de El abrazo de la serpiente de Ciro Guerra y Pájaros de Verano de Ciro Guerra y Cristina Gallego o Ninphomaniac de Lars Von Trier; y Jonay Armas -compositor e intérprete canario, que ha creado una singular partitura-.

Blanco en blanco es una coproducción hispano-chilena entre El Viaje Films (España) y Don Quijote Films (Chile), que cuenta así mismo con la producción asociada de las compañías Filmkundschafter Filmproduktion (Alemania) y Blond Indian Films (Colombia). El film, que en su fase de desarrollo obtuvo el premio Work in Progress otorgado por Euroimage en el Festival de Les Arcs, ha contado además con el apoyo de MEDIA, ICAA -Ministerio de Cultura y Deporte, World Cinema Fund, Gobierno de Canarias y TEA (Tenerife Espacio de las Artes). Su rodaje fue una auténtica proeza, que se desarrolló a lo largo de cuatro semanas y se dividió en dos etapas: una en el frío e inhóspito territorio de Tierra del Fuego (Chile)  y otra, en Tenerife. 

Saludos, ¡Enhorabuena!, desde este lado del ordenador