Archive for Agosto, 2020

Unos tipos infames

Lunes, Agosto 24th, 2020

La literatura para leer con una sola mano tuvo razón de ser cuando era clandestina. Como género siempre ha estado ahí, aunque su máximo movimiento se produjo a finales del siglo XIX y comienzos del XX, distribuyéndose en las trastiendas de las librerías o pasando de mano en mano va mientras se miraba hacia el otro lado.

El caso es que esta literatura reunió en torno a ella un grupo de aficionados y sorprende –si uno se adentra sin luz y sin guía– por la variedad de historias que cuenta, todas salpimentadas de escenas de sexo, y por el tono con el que están descritas, a veces muy divertido y en otro, por el contrario, extremadamente dramático ya que implica la muerte de algunos de sus protagonistas. La fórmula Eros y Thanatos funciona con la precisión de un reloj suizo en este género condenado por su libertinaje y en el que la mujer (aunque sea un hombre quien escriba) se convierte en el centro de su universo. Como la vida misma.

No obstante, además de sexo si hay un elemento común en toda esta literatura es la celebración del amor, del amor carnal por encima del espiritual y por su retrato en ocasiones logrado de cómo se las gastaban nuestros tatarabuelos. Gente que tal y como están los tiempos parece más libertina, aunque este libertinaje se mantuviera en una clandestinidad digamos que consentida. En este aspecto, resulta curioso observar cómo la literatura erótica, galante, sicalíptica no solo da lecciones de cómo ir a la contra de la moral establecida sino en cómo retratar las pasiones reprimidas y ocultas de una sociedad en continua duermevela que contó, por fortuna, con guerrilleros muy despiertos, sobre todo cuando caía la noche.

La literatura erótica resulta por ello, sea drama o comedia, festiva. Es una celebración de la vida.

La cantidad de títulos es abrumadora y muchos fueron traducidos al español en la legendaria colección La Sonrisa Vertical de Tusquets Editores. Estas líneas no pretenden repasar la amplitud de novelas y relatos que riegan el género, muchos de ellos sin firma, anónimos o rubricados con pseudónimo pero sí llamar la atención sobre cinco obras que se atribuyen a escritores del fuste de Oscar Wilde, Alfred de Musset, E.T.A. Hoffman, Felix Salten y Pierre Mac Orlan.

Y, efectivamente, no hay ningún español aunque este tipo de literatura triunfara también en este país sobre todo a principios del siglo XX para alcanzar su esplendor en la década de los 20 y 30 con la aparición de numerosas novelitas de este signo y distribución clandestina. Entre otros autores, destacaría la aportación del fecundo y sobresaliente escritor Eduardo Zamacois y de José María Carretero Novillo, quien solía firmar con el pseudónimo de El caballero audaz.

No obstante, y volviendo al asunto y sea o no verdad, gusta imaginar que, efectivamente, detrás de estos títulos se encuentran Wilde, Salten, Hoffman, Mac Orlan y de Musset. Cinco gamberros, cinco mosqueteros del vicio y la perversión literaria que tuvieron sus días divertidos pero a los que también se observó, y en ocasiones incluso se condenó, como tipos infames, infames para la gente de ¿bien?

TELENY, ¿Oscar Wilde?

“Mi mayor placer estaba en ver a los hombres bañándose. Me costaba trabajo no acercarme a ellos; me hubiera gustado acariciarlos y besarlos por todos lados. El día que pude ver a uno de ellos desnudo, la impresión fue superior a mí”. (Teleny. Traducción: Alberto Cardín, Laertes S.A. De Ediciones, 1985)

Durante mucho tiempo Teleny se atribuyó a Oscar Wilde pero estudiosos en la obra del escritor rechazan tal idea aunque otros –si bien reconocen que no la escribió– aseguran que al menos echó un vistazo al manuscrito antes de su publicación. Sea o no, Teleny tiene algo de El retrato de Dorian Gray –uno de los personajes, hijo de un general, recuerda al lord Henry Wotton del libro original– y cuenta también con frases de influencia wildeana sobre la vida, la muerte y el arte además de contar una apasionada y demoledora historia de amor entre hombres: el rico heredero Camille des Grieux con el pianista René Teleny en un París decadente de finales de siglo en el que las clases acomodadas gastan a manos llenas sus fortunas en juergas interminables, espectáculos que derivan en orgías y fiesta, fiesta, fiesta.

Literariamente es muy pobre pero su ritmo es trepidante y describe a brochazos el ambiente represor de la época. Dicen que Oscar Wilde se llevó este libro consigo cuando fue conducido a la cárcel de Reading.

GAMIANI, ¿Alfred de Musset?

“Fanny: Os juro que llegué a los quince años completamente inocente, nunca se me había ocurrido pensar en las diferencias que pudiera haber entre los hombres y las mujeres (Gamiani o dos noches de quimera, Alfred de Musset. Traducción: Publicaciones bibliográficas, La Biblioteca Fauno, Barcelona. Colección La sonrisa vertical, Tusquets Editores, 1978)

Gamiani o dos noches de quimera se atribuye a Alfred de Musset, un escritor que disfrutó de éxito en su día pero que hoy es un perfecto olvidado salvo para los que conocen que fue uno de los amantes de la escritora George Sand, escritora que lo fue también de Chopin, pianista y compositor a quien acompañó durante su convalecencia en Mallorca.

Para muchos, entre los que se encuentra Luis García Berlanga, quien afirmó que Gamiani se había convertido en su libro de cabecera durante la adolescencia, Gamiani es una obra singular y casi un objeto de culto entre los aficionados al género.

Cuenta la historia de amor apasionado entre dos mujeres, mujeres que cuentan también sus recuerdos sexuales sin ahorrar ningún tipo de detalles en apenas un centenar de páginas que se leen como un tebeo.

Está escrita como si de una obra de teatro se tratase y que recuerde fue llevada al cine con resultados muy limitados. Mejor acercarse a este clásico de la literatura erótica a través del libro y no de su versión cinematográfica.

Clásico de la novela galante, algunos estudiosos destacan que Gamiani pertenece “a la línea del movimiento romántico francés de la primera mitad del siglo XIX” y que el mismo de Musset se las leyó de un tirón al resto de miembros de la tertulia de la que formaba parte. No se sabe cómo la recibió tan selecto grupo aunque se puede asegurar sin temor a equivocarse que si lo fue de alguna manera lo fue con mucha alegría.

Historia de una seducción, ¿pero qué literatura erótica que se precie no lo es?, Gamiani se divide en dos grandes bloques en los que el autor teje una compleja y festiva red de placeres hasta llegar a un final radical que describe con arrebato el narrador de la obra, primero mirón y luego partícipe de lo que se cuece en las revueltas sábanas del lecho de la protagonista.



JOSEPHINE MUTZEN. BACHER, ¿Felix Salten?

“Nos miramos a los ojos y mantuvimos la actividad mientras él seguía dictando al grupo. Por fin se interrumpió y me envió a mi sitio. Llamó a la señorita Ferndinger, que acudió a la plataforma. Desde mi asiento, vi como se colocaba entre sus piernas y empezaba a jugar como yo había hecho antes; también el maestro le deslizó la mano bajo el vestido”. (Josephine Mutzen-Bacher, Felix Salten. Traducción: Máximo Loizu. Colección Papeles Secretos, Rocicles, 1979)

Cuesta imaginar que el escritor austríaco Felix Salten se encuentre detrás de Josephine Mutzen-Bacher no solo por el alto contenido sexual que incendian las páginas de este libro sino por la protagonista: una prostituta que en el otoño de su vida escribe sus supuestas memorias en las que detalla con todo lujo de detalles su iniciación al negocio más viejo del mundo.

Novela que sin duda estaría hoy perseguida. O enterrada bajo losas de cemento aglutinado por resentidos morales sin cuento, la lectura de Josephine Mutzen-Bacher resulta perturbadora porque gran parte del libro explica la infancia y juventud de la protagonista. Una infancia salpicada de relaciones sexuales que no deja ningún tipo de trauma en la doncella sino que abre más un apetito fogoso en el espíritu de una señorita que se inicia, ella misma lo explica, siendo una jovencita muy madura para su edad en la ciencia no exacta del amor.

La novelita se atribuye al escritor Felix Salten, escritor que tocó casi todos los palos literarios aunque alcanzó fama y dinero tras la publicación de Bambi, lo que lo encasilló en literatura infantil aunque cuenta con libros para adultos, uno de ellos –supuestamente– al que ahora hacemos referencia aunque no esté muy claro si fue o no quien escribió esta alucinada y políticamente incorrecta memorias galantes.

Felix Salten nunca reconoció ser el autor de Josephine Mutzen-Bacher pero tras su muerte en 1945 –falleció en Suiza huyendo de los nazis– su nombre comenzó a aparecer en las portadas de las ediciones clandestinas que se habían publicado en los años treinta.

Sea o no del creador del delicado cervatillo que se queda huérfano en el bosque, Josephine Mutzen-Bacher muestra un retrato realista de la Viena nocturna de finales del siglo XIX y pese a sus ganas de escandalizar no dejan de ser unas memorias muy singulares dentro de literatura tan memorialística como es las que nos ocupa.

SOR MONIKA, ¿E.T.A. Hoffman?

“Mi padre odiaba absolutamente todo tipo de sentimentalismo, desde el platónico al bucólico. “Ya que”, decía, “no sirve absolutamente para nada; son vapores podridos que se concentran en el estómago gordo y repleto del corazón y que al ser expelidos apestan toda la atmósfera de la alegría humana” (Sor Monika. Documento filantropínico-filantrópico-físico.psíco erótico del Convento Secular de H. en L…, E.T.A. Hoffman. Traducción: Jordi Jané. Colección La sonrisa vertical, Tusquets Editores, 1989)

Escritor romántico alemán adscrito a esa escuela que algunos denominan como el romanticismo negro, E.T.A. Hoffman es autor de una serie de cuentos fantásticos para los que no discurre el tiempo así como de relatos aparentemente infantiles que esconden una segunda lectura que va más allá de la inocencia del párvulo.

Además de escribir, Hoffman es reconocido como dibujante, caricaturista, cantante, compositor y jurista y no es raro encontrar en sus cuentos rasgos que más tarde determinarían la producción de otros grandes escritores del género como Edgar Allan Poe, Gautier e, incluso, Kafka.

Tuvieron que pasar más de ciento cincuenta años para que los expertos se pusieran de acuerdo en dilucidar la paternidad de Sor Monika, novela erótica que se publicó por primera vez en 1815 y que desde ese entonces no ha dejado de reeditarse primero de forma discreta y más tarde abierta y con el nombre –ya sí– de su no confeso autor: E.T.A. Hoffman.

La obra relata las aventuras de la protagonista y su corte de monjas en cinco partes que se leen con vértigo.

Sor Monika. Documento filantropínico-filantrópico-físico.psíco erótico del Convento Secular de H. en L... cuenta, cómo no, los recuerdos de la protagonista a un grupo de devotas, recuerdos que se desarrollan “de la manera más espesa, en un clima de incoherencia voluntaria que es el del ensueño a la vez en un plano fantástico y erótico”, escribe André Pieyre de Mandiargues en el prólogo de la edición de la colección La sonrisa vertical, nº46, Tusquets Editores, 1986.

Para quién les escribe fue un grato descubrimiento esta novela porque conocía a Hoffman a través de sus historias infantiles y fantásticas, escritos en los que incluyo el que inspiraría a Tchaikovski para componer El Cascanueces, la versión musical de un relato que firma un escritor para el que la música era tan (o más) importante que la literatura, así lo sostiene Irene Gracia, quien se inspira en la vida y obra del escritor alemán para su novela Ondina o la ira del fuego.

Sea o no, lo que está claro como el agua es que fue un excelente narrador y un escritor con pericia no solo para fantasear con otros mundos sino con el que le tocó en suerte vivir. Por eso, quiero entender que Sor Monika se trata realmente de un libro de su autoría porque en él converge la grandeza de la novela galante, es festiva, alegre, una celebración del sexo por encima de todas las cosas, y la mirada aguda de un hombre adelantado a su tiempo y al nuestro.

MADEMOISELLE DE MUSTELLE Y SUS
AMIGAS, ¿Pierre Mac Orlan

“¡Oh!, aquel precioso trasero bien dibujado por el traje ceñido de la amazona volvía loco a Monsieur Boë, ya que era una fetichista de dicha parte de la anatomía femenina, y sabía rendirle homenaje con caricias que más de una vez hacía sonrojar de vergüenza a quienes se prestaban a ellas”. (Mademoiselle de Mustelle y sus amigas, Pierre Mac Orlan. Traducción: Carmen Artal. Colección La sonrisa vertical, Tusquets Editores, 1990)

Pierre Mac Orlan fue el pseudónimo de Pierre Dumarchais, un escritor francés que desempeñó diferentes oficios a lo largo de su vida, entre otros el de escritor. Su vida aparece reflejada en la mayoría de su obra. Es autor, entre otras, de La bandera, en la que el protagonista, un extranjero, se alista en el Tercio, la Legión española, y El muelle de las brumas, novela que dio origen a una fantástica película dirigida por Marcel Carné en 1938 y con Jean Gabin, Michel Simon y Michèle Morgan como protagonistas.

Mademoiselle de Mustelle y sus amigas fue una de tantas novelas galantes que escribió con pseudónimo para comer y se trata probablemente del texto más divertido de los que hemos comentado porque aquí cabe un poco de todo con el fin de saciar los apetitos del lector más reacio por reprimido.

Escribe Mac Orlan que “los pueblos felices no tienen historia” y anuncia una probable continuación de la novela que ignoro si se produjo.

En definitiva, las piruetas sexuales que se producen a lo largo del texto van, como en los títulos anteriormente reseñados, en continuo ascenso, por lo que se recomienda que se lean sin prejuicios aunque moleste a los censores que hoy juzgan el buen y el mal gusto con independencia de su sexo.

Saludos, a leer que son dos días, desde este lado del ordenador

Ray Bradbury, el hombre ilustrado, cumple 100 años

Sábado, Agosto 22nd, 2020

¿Cómo pueden tocarme estas fantasías y de una manera tan íntima? Toda literatura (me atrevo a contestar) es simbólica; hay unas pocas experiencias fundamentales y es indiferente que un escritor, para transmitirlas, recurra a los “fantástico” o a lo “real”, a Macbeth o a Raskolnikov, a la invasión de Bélgica en agosto de 1914 o a una invasión de Marte. ¿Qué importa la novela, o novelería, de la science-fiction? En este libro de apariencia fantasmagórica, Bradbury ha puesto sus largos domingos vacíos, su tedio americano, su soledad, como los puso Sinclair Lewis en Main Street”.

(Jorge Luis Borges, prólogo de Crónicas marcianas, Ray Bradbury, Ediciones Minotauro, 1979)

Al principio fue el Verbo… o Ray Bradbury (Waukegan, Illinois, 22 de agosto de 1920-Los Ángeles, California, 5 de junio de 2012).

Mis primeras “lecturas serias”, entrecomilladas, claro, se iniciaron de la mano de Ray y como suele suceder con todas las lectura sean serias o no serias que me atrapan, secuestran el corazón y la cabeza, procuré hacerme con todo lo de Bradbury. Hubo de hecho un tiempo en el que caía en mis manos solo obras del autor aunque el joven y el viejo Ray fue un escritor que nunca tuvo edad y si la tuvo esa fue la adolescencia que se despeja de la edad del pavo para comenzar la edad adulta que es la que estropea la fantasía y otras cosas de las que dejó testimonio un escritor de prodigiosa imaginación al que casi todo el mundo intenta imitar con poca fortuna porque es inimitable.

Recuerdo más que charlas, discusiones encendidas con otros lectores de ciencia ficción que me gritaban (esa es la palabra) que Bradbury no era un escritor del género por mucho que desarrollara sus historias en Marte. O que aparecieran cohetes, o que sus personajes viajaran en el tiempo para observar a los dinosaurios procurando no aplastar una flor o un mosquito de aquellas edades no fuera a cambiar el futuro que para ellos era su presente. El caso es que, al margen de aquellas discusiones bizantinas, Ray Bradbury llegó primero que Lovecraft, Salinger pero no de Stevenson y Salgari… a medio camino quedaba Conan Doyle pero esa es otra historia.

Todavía conservo en un lugar privilegiado de mi atestada biblioteca los libros de Bradbury editados por Minotauro cuando Minotauro era Argentina. Las tapas de varios de ellos están a punto de soltarse así como las páginas porque fueron leídos y releídos en un momento muy especial de mi vida. Seguí a Bradbury hasta bien entrado los 90 pero ahora lo hacía más por obligación a un pasado en el que fui feliz devorando sus libros. Libros como Sombras verdes, ballena blanca donde evoca la redacción del guión de Moby Dick junto a John Huston, más preocupado éste en beberse todo el whiskie de Irlanda que es la tierra donde intentan escribir la versión cinematográfica. Y vaya pareja, piensa uno. Un hombre hecho y derecho, Huston, y un un pibe, Bradbury, que no bebe whiskie.

Se trata éste de un libro realmente fantástico y unas memorias literarias en las que se aprende mucho, sobre todo a cómo manejar a nuestros héroes cuando se convierten en carne y hueso, personajes con demasiadas debilidades, debilidades que según Bradbury marcaron la aventura existencial del director de El halcón maltés.

Ray Bradbury, que también fue íntimo amigo de otro ilustre Ray, Ray Harryhausen a raíz de una película que despertó en uno sus apetitos literarios y en el otro su entusiasmo por los efectos especiales, King Kong, dejó además de numerosos relatos que aún se mantienen frescos pese al paso del tiempo, un puñado de recopìlatorios que me cambiaron la vida.

Con Bradbury aprendí además que estaba leyendo a un escritor que respetaba toda clase de lectores, fuera creyente o un cretino intelectual porque “mira tú, el mismísimo Jorge Luis Borges” firma el prólogo de la edición en español de Crónicas marcianas, y utiliza una cita de Juan Ramón Jiménez para anticipar el infierno (nunca mejor dicho) que desarrolla en Farenheit 451, “si os dan papel pautado, escribid por el otro lado”. Luego están otras antologías gloriosas como El hombre ilustrado y El país de octubre, entre otras muchas. Tantas, que sus historias se confunden en mi apolillada memoria y no sé si aquel relato del astronauta que flota a la deriva en el espacio exterior junto a otros compañeros y que se acercan peligrosamente a la madre Tierra está en ese libro o en el otro. Lo mismo me pasa con los de los viajeros del tiempo, aquellos en los que, efectivamente, mataban un insecto prehistórico que cambiaba el presente cuando regresaban a él o el del granjero que siega el trigo para descubrir que su guadaña es la de la muerte y las espigas vidas humanas. ¿Qué hacer entonces, continuar segando o detener la tarea porque una de esas espigas puede tratarse de tu mujer, tus hijos, los amigos… tú mismo?

Ray Bradbury tiene todo el derecho del mundo a considerarse un clásico y así lo considero como considero clásico a Theorore Sturgueon, un escritor igual de humanista y al que llegué gracias precisamente al señor Bradbury.

No tuvo demasiada suerte, sin embargo, en sus adaptaciones cinematográficas claro que resulta harto difícil llevar a la pantalla la obra de un escritor que antes que narrador fue poeta aunque escribiera prosa. Sí que destaca entre estos largometrajes Farenheit 451 (Françoise Truffaut, 1966) y no le hago ascos a El hombre ilustrado (Jack Smight, 1969), que es uno de sus libros de relatos más inquietantes pero no termina de funcionar como serie Crónicas marcianas (Michael Anderson, 1980) que, por cierto, se rodó en Canarias como se rodaría en Canarias el único guión que firmó en vida: Moby Dick, y recuerdo con emoción filmes a los que inspiraría como Llegó del más allá (Jack Arnold, 1953) y El monstruo de tiempos remotos (Eugène Lourié, 1953). Por cierto, Mercedes Ortega, una actriz canaria que merece mayor recorrido, aparece en El maravilloso traje de color vainilla (Stuart Gordon, 1998).

Así que si me preguntas por Ray Bradbury solo puedo decir con el corazón en la mano que fue el Verbo en mi iniciación lectora O por lo menos junto a Stevenson de uno de los primeros que me convenció del valor de la lectura.

Más tarde vendrían otros para acompañarme en la fugacidad de la vida pero Ray, el joven y viejo Ray Bradbury fue uno de los primeros. Uno de los primeros en enseñarme que leer, hermanos y hermanas, es un fabuloso remedio para melancólicos.

Saludos, un siglo y parece que fue ayer, desde este lado del ordenador

La llamada de Lovecraft

Jueves, Agosto 20th, 2020

“No hay en el mundo fortuna mayor, creo, que la incapacidad de la mente humana para relacionar entre sí todo lo que hay en ella. Vivimos en una isla de plácida ignorancia, rodeados por los negros mares de lo infinito”.

(La llamada de Cthulhu, H. P. Lovecraft)

Alguien me dijo una vez que los adolescentes que descubrimos a H.P. Lovecraft en los años 80 lo habíamos leído mal pero no era cierto. Los que descubrimos a Lovecraft aquella década lo hicimos demasiado bien. Sus historias más que inspirarnos era un escenario, lo que sabía hacer bien el de Providence era recrear atmósferas y describir el recogimiento de sus protagonistas (solitarios y ratones de bibliotecas, intelectuales algo simplones que vagan bajo un invierno polar…); también presentar batracios con forma humanoide que miran al mar y construir una religión blasfema de la que apenas se sabe nada, y lo que se sabe se conoce gracias a un libro del que tampoco se sabe demasiado salvo fragmentos e invocaciones que despiertan a otros dioses. Dioses monstruosos cuya edad se pierde en la noche de los tiempos…

Más que historias, si Lovecraft logró algo fue dar consistencia a ese mundo, un mundo hostil, que alimentan los miedos de una serie de personajes que o bien mueren o terminan enloqueciendo cuando se encuentran cara a cara con unas criaturas que responden a nombres impronunciables. Uno decía Tulú y el otro Cucultu cuando hablábamos de Cthulhu. El mismo problema suscitaba el árabe loco Abdul Alhazred, el que firma el libro de todos los libros de este universo: El Necronomicón.

La mejor edad para llegar a Lovecraft es la adolescencia, solo a esa edad se puede entender a un tipo como Lovecraft que fue un adolescente toda su vida. Una vida, por cierto, “contra la vida”, eso al menos asegura Michel Houellebecq, quien le dedica un revelador ensayo al escritor.

El caso es que tal día como hoy Howard Phillips Lovecraft hubiera celebrado su 130 aniversario. Los que aún profesan su fe, dicen que lo celebra rodeado de amigos y gente a la que admiró en vida como voraz lector (Lovecraft conocía muy bien el género en el que se movía, cuenta con un ensayo de referencia para cualquiera que quiera introducirse en la literatura fantástica y de terror anglosajona) mientras que otros blasfeman. Estos últimos son los que lo leyeron, se convirtieron en fieles y ahora, tras la ruptura, se han vuelto en sus peores enemigo…

… O no tanto, porque el mayor enemigo de Lovecraft como de cualquier escritor son todos aquellos que no lo conocen. Que no saben que tal día como hoy nació un tipo que quiso vivir en el siglo XVIII, que amaba a los gatos y leía novelas inquietantes para pasar el rato que era casi siempre. Escribir lo hacía para malvivir. Y malvivió toda su vida adulta aunque fuera un adolescente atrapado en el cuerpo de un adulto.

No le gustaba el mundo, de hecho estaba “contra el mundo”, escribe también Houellebecq. H.P. Lovecraft tuvo muchos amigos pero fue una amistad que construyó por correspondencia. Luego estaba su afición por la astronomía y su coqueteo (también adolescente) por ideologías que reivindicaban una Norteamérica blanca, libre de negros y otras razas de colores. Dicen quienes lo conocieron que con el tiempo se le fue esta histeria y que desde entonces miró al cielo de otra manera.

¿Entender a Lovecraft?, los que lo leímos siendo adolescente solitarios lo conocemos demasiado. Otra cosa es que intente volver sobre sus texto porque he perdido la inocencia del adolescente, ya no entiendo el idioma en el que escribe. He cometido el pecado, por Cthulhu, de crecer.

Eso no quita el profundo aprecio que siento por su literatura, el agradecimiento que le profeso por tantas y tantas horas sumergido en las profundidades abisales de su obra. De acercarme a ciudades y deidades indescriptibles ya que tenía que ser el lector quien se las imaginara en la cabeza… Fue tanta aquella pasión que edité un fanzine en la noche de los tiempos, Historias Extrañas, que pretendía rendirle modesto homenaje. Más tarde su sumaron otros y la revista, de páginas fotocopiadas, llegó a siete números cuyas portadas e ilustraciones enriqueció Enrique Cichosz, que fue junto a Coriolano González Montañez el tercer mosquetero de aquella aventura que con el tiempo y cierta perspectiva todavía me emociona.

Le debo mucho a H.P. Lovecraft pero si le debo algo sobre todas las cosas es su mirada a un mundo, el adolescente, con cierto recelo y temor. Una invocación a frenar el momento en el que uno deja de ser niño para hacerse mayor. Llegado este día, mejor recordar lo que fuiste cuando aún creías en tantas cosas por inútiles que resultasen.

Así que 130 años después de su venida al mundo solo expresar gracias. Mil gracias, Ech-Pi-El allá donde se encuentre, allá donde more su espíritu, allá donde terminaremos todos si no hay nada cuando cerremos definitivamente los ojos.

Saludos, ogah ogah rhyle, ogah ogah, desde este lado del ordenador

En las entrañas de la Norteamérica profunda

Miércoles, Agosto 19th, 2020

“En prisión, Tucker se había resistido al impulso de pensar en su regreso. Era un hábito peligroso que le hacía bajar la guardia. Había sido testigo de sus consecuencias en otros presos, el paso previo a la desesperación. En cualquier caso, cada pocos meses sucumbía y dejaba que se apoderase de él la fantasía de su regreso triunfal: su mujer elegante y resplandeciente, los niños milagrosamente curados de sus enfermedades, Jo la primera de su clase, Shiny alto y seguro de sí mismo”.

(Noche cerrada, Chris Offutt. Traducción: Javier Lucini, Sajalín editores, 2020)

Esta es la historia de un veterano de la guerra de Corea que regresa a su tierra natal, en Kentucky, se enamora, tiene una familia y se dedica a los negocios sucios para mantenerla. En líneas muy generales esto es lo que cuenta Noche cerrada, un libro del escritor y guionista Chris Offutt, un autor del que no sabía nada y que descubro gracias a una novela que revela a un narrador notable que, a partir de ahora, seguiré con la atención que creo que se merece.

Noche cerrada es una de esas obras donde pasan muchas cosas en apenas doscientas y pico páginas.

Narrada en sentido cronológico y con un protagonista absoluto, Tucker, la narración se desarrolla en los años de 1954, 1964, 1965 y 1971, años que son determinantes para Tucker como para los actores secundarios que lo rodean a lo largo de una historia salpicada de muertes violentas, profundo amor a los suyos y un sentido de la lealtad que ya no se encuentra en la literatura, y mucho menos en la literatura subterránea norteamericana que es aquella que se distingue por su hondura y calidad. También por su salvajismo.

Novela rural, que cuenta la vida de un grupo de personajes que malviven en los montes de Kentucky fabricando alcohol ilegal, lo que da fuerza y consistencia al relato es la naturalidad con la que está descrito el paisaje y como ese mismo paisaje condiciona la vida de quienes lo habitan. También el esfuerzo por seguir adelante pese a las adversidades. La necesidad de plantar cara a lo inevitable. A un destino muy equivocado.

Tiene mucho de existencialista Noche cerrada, un título muy a tener en cuenta si se quiere pasar el rato en otra realidad y en otro territorio. Territorio poblado por salvajes en el sentido más amplio de la palabra. Se nota que Chris Offutt lo conoce y que no lo falsea cuando describe el modo de actuar y de vivir de su protagonista, Tucker, un personaje clave por cómo actúa y por cómo reacciona para tratar de enderezar el camino equivocado.

Que conozca, se han traducido al español tres libros de este escritor norteamericano del sur profundo. Tres libros, uno de ellos de relatos y el otro de carácter autobiográfico, donde el autor persiste en los mismos elementos de siempre. Sabe explotar este conocimiento con un estilo sencillo, ligero cuando debe serlo, y construido con frases cortas a las que no le falta ni le sobra nada.

Leo en algún sitio que Offutt se formó como escritor en talleres que impartió James Salter, entre otros, y quiero encontrar en las páginas de Noche cerrada algún eco que me haga recordar la literatura de Salter pero no encuentro ninguno salvo la precisión en la forma de decir y contar las cosas. Un alumno por lo tanto brillante Offutt, un escritor que aprendió a diseñar su propio universo y a poblarlo de personajes que conoce. Porque conocer es una de las grandes claves de una obra que no suena a impostada sino a auténtica. Un relato potente, que ha sido curtido desde lo más íntimo del corazón para interpretarlo en forma de palabras.

Otras de las características de Noche cerrada además de su cruda y contenida violencia, es que su ternura. La ternura que siente el protagonista hacia su familia, en especial hacia uno de sus hijos que padece de hidrocefalia; hacia el resto de sus hijos y hacia su esposa a la que conoce en casuales pero también extrañas circunstancias. Baste decir que hay un asesinato por medio.

Y es que asesinatos hay varios en esta novela. Y los muertos, por norma general, se lo merecen dentro del extraño código moral que rige a Tucker y ahora también al lector.

El protagonista de Noche cerrada es el héroe y no antihéroe de esta notable novela sobre la soledad, el amor, la vida en común y la familia. Porque familia tienen todos los personajes que aparecen en esta historia con forma de amigos, tíos, primos, abuelos, hermanos… Y son las familias las que deben de resolver sus desavenencias al margen de una ley demasiado remota, cosa de ciudad, que apenas se inmiscuye en la vida de estas comunidades de paletos. En el corazón del bosque la Ley deja que las cosas sigan su curso. Sabe que intervenir sería peor.

Al final de Noche cerrada Chris Offutt ofrece en unos pocos párrafos el destino equivocado que le aguarda a todos los protagonistas vivos que aparecen en el libro. Uno de ellos vio un crimen pero se comprometió a callar la boca porque el tipo que asesinaron “se lo merecía”. No explico las razones de por qué se lo merecía pero les invito a que lean el libro y lo descubran. No resultarán decepcionados.

Otra de las claves de este monumento a la América profunda, endogámica e iletrada, es el lenguaje que emplea el escritor y que conserva mucha de la esencia del original en la traducción de Javier Lucini, en parte el responsable de que este libro me haya llegado tan adentro, que mientras lo leyera no dejara de pensar: caramba, esto que tengo en las manos es dinamita y dinamita de la buena.

Saludos, what all folks!, desde este lado del ordenador

José Luis Cámara: “Me hice periodista para contar historias”

Martes, Agosto 18th, 2020

Relatos desde el purgatorio (Éride ediciones, 2019) recoge un puñado de artículos de opinión y reportajes que el periodista José Luis Cámara (Córdoba, 1977) escribió para Diario de Avisos durante los quince años que trabajó en esta casa. Los temas que se ofrecen en el libro recogen historias que muestran realidades de hondo calado social y muchas de ellas no han perdido actualidad porque esos mismos temas siguen estando ahí.

Tras la publicación del libro de viajes Rumbo a un sueño y la novela La noche más larga en la isla esmeralda, José Luis Cámara está rumiando una nueva novela, trabajo que compagina con el de responsable del departamento de comunicación de Cáritas Diocesana en Tenerife.

- Relatos desde el purgatorio recoge una selección de reportajes y artículos de opinión que resumen una década de trayectoria profesional como periodista. ¿Por qué escogió unos y dejó otros?, ¿qué criterios empleó?

“Es difícil resumir en doscientas páginas una trayectoria profesional de más de quince años. Por eso, cuando me planteé recopilar en un libro algunos de los artículos y reportajes que había publicado, tenía claro que debía hacer una selección de aquellos que más me habían llenado o afectado de algún modo a nivel personal. Yo me hice periodista porque quería contar historias, y ese fue el principal criterio que usé, incluir las historias que, en mi opinión, merecían ser dadas a conocer”.

- Entre otros temas que aborda en el libro escribe sobre transexualidad en menores, inmigración, la prostitución de lujo… ¿qué lecciones saca de estos y otros temas?

“Creo que vivimos en una sociedad un tanto hipócrita, que trata de enmascarar algunos de sus lugares más oscuros, la mayor parte de los cuales pasan desapercibidos en el día a día. Pero eso no significa que no estén ahí, que convivamos con ellos. Y creo que es una lección que deberíamos aprender, porque además cuestiones como la inmigración irregular, la prostitución o la transexualidad en los menores de edad también requieren de medidas políticas y económicas para solucionarse, porque no hablar de ellos no evitará que sigan estando ahí”.

- ¿Son situaciones diferentes pero encuentra algún nexo, si no en todos los textos, sí al menos en algunos de ellos?

“En general, creo que son cuestiones que siempre están de actualidad, que cíclicamente se sitúan en el epicentro informativo. Temas como la corrupción política, las listas de espera sanitarias, los migrantes y refugiados, etc, son temas que vuelven a estar en las portadas de los medios en estos momentos, a pesar de que algunos de esos artículos y reportajes fueran escritos hace ya más de diez años”.

- ¿Hubo alguno que le resultara especialmente difícil de escribir?, ¿por qué?

“Todos los temas que tratan de menores de edad son muy complicados de escribir, especialmente cuando eres padre y tienes hijos que bien podrían ser esos niños y niñas de los que estás hablando en el reportaje. Por ejemplo, contar la historia de una madre que da a luz en un cayuco en medio del mar, o de un niño que con apenas seis o siete años siente que vive en un cuerpo equivocado y quiere cambiar de sexo, son temas que indudablemente te afectan y cuesta mucho escribir sobre ellos”.

- El libro recoge reportajes y artículos de opinión, pero no entrevistas. ¿No le gusta el género o son material que ha dejado para un próximo libro?

“Me gusta mucho el género de la entrevista. He hecho cientos de entrevistas a lo largo de mi trayectoria profesional, muchas de ellas a personas interesantísimas. Sin embargo, al trabajar en un periódico de ámbito regional o insular, casi todas las entrevistas estaban muy enfocadas a lo local, y abordaban cuestiones más particulares que genéricas. Por eso, decidí centrarme en los reportajes, que ofrecen una visión más amplia de los temas. Pero no descarto recopilar también en un libro una selección de entrevistas, aunque ello suponga reescribir o adaptar muchas de ellas”

- ¿Qué cree que encontrará el lector en este libro?, ¿y el periodista?

“Como te comentaba, yo me hice periodista para contar historias, para dar a conocer temas que creo que merecen ser contados y publicados. Y eso es lo que pretendo con los lectores que decidan acercarse a mi libro, que conozcan cuestiones que quizá desconocían o que descubran a personas que son extraordinarias, a las que en ocasiones se les niega el espacio que merecen en los medios. En cuanto a los periodistas, creo que sobre todo a los jóvenes que salen de las facultades, les puede servir como guía para conocer cómo es la profesión, cómo se trabaja y cuáles serán algunos de los problemas que se encontrarán. No es, ni mucho menos, un manual para periodistas, pero sí les puede ayudar a situarse y a conocer mejor el mundo de los medios de comunicación”.

- La mayor parte de los textos tienen calado humano, ¿hay alguno en concreto por el que tenga mayor sensibilidad?

“Durante diez años trabajé en las secciones de Política y Sociedad del Diario de Avisos, y casi por obligación me centré durante mucho tiempo en el ámbito de las migraciones. Tuve la oportunidad de viajar a África y conocer la realidad de muchos migrantes, el por qué se juegan la vida para encontrar un futuro mejor. También conocí a muchos refugiados y desplazados por culpa de conflictos armados o por persecución política o religiosa, y he conocido de primera mano cómo trabajan las entidades sociales y del Tercer Sector. No es demagogia, pero a veces olvidamos que lo único que nos diferencia de todas esas personas es una mera cuestión de suerte, la que nosotros tenemos por haber nacido donde hemos nacido”.

- En periodismo ¿es posible ser objetivo o es un mito, una leyenda del oficio?

“No es que sea un mito o una leyenda ser objetivo; simplemente, es una realidad. Los medios, incluidos los públicos, son empresas cuyo único fin son los resultados, y esos resultados pasan por ganar dinero vendiendo periódicos, consiguiendo anunciantes para la radio o logrando que tus programas de televisión tengan las mejores audiencias. Partiendo de esa premisa, y teniendo claro que muchas veces habrá que remar a contracorriente, sí que los periodistas pueden ser objetivos, y siempre deben tratar de contar las cosas como son. Como yo les decía a muchos estudiantes que venían cada verano a hacer prácticas al periódico, esto es como un juego, donde tienes que intentar conseguir que tus temas siempre estén por encima de los intereses particulares de los protagonistas y del medio en el que estás. No se puede conseguir siempre, pero al menos hay que intentarlo”.

- Es autor de un libro de viajes, Rumbo a un sueño; de una novela, La noche más larga en la isla esmeralda, y ahora Relatos desde el purgatorio. ¿Cómo será el próximo libro?

“Me gustaría que el próximo libro fuera otra novela, incluso ya tengo una idea que están empezando a tomar forma. No obstante, será una novela en la que habrá mucho de periodismo, de datos, de fechas, personajes e historias reales, porque creo que los periodistas somos periodistas las 24 horas del día, y eso se nota en todo lo que escribimos, aunque luego sea ficción”.

- ¿Qué visión tiene del periodismo que se escribe actualmente en las islas?, ¿hasta dónde cree que ha cambiado el oficio de comunicar noticias?

“Creo que en Canarias, como en el resto de España, hay muy buenos profesionales de la comunicación, pero hay pocos profesionales en la gestión de los medios. Y eso ha provocado ciertos vicios que sin duda afectan a los propios periodistas, que además fueron golpeados especialmente por la crisis. Hay que conocer bien los medios por dentro para poder juzgar a los profesionales, que en ocasiones realizan su trabajo en unas condiciones realmente lamentables. En cuanto al oficio de comunicar, obviamente también ha cambiado, y lo seguirá haciendo. Por eso, es fundamental educar a los receptores de la información, para que sepan distinguir los buenos productos de los malos; los rigurosos y bien trabajados, de aquellos que no tienen ni pies ni cabeza”.

- ¿Qué reglas considera sagradas dentro del buen periodismo?

“Informar, formar y entretener son los tres principios básicos que se atribuyen a los medios de comunicación en las sociedades contemporáneas. A partir de ahí, creo que el periodista debe, por encima de todo, creer en lo que está haciendo y contar las cosas como son. Es verdad que tendrá que lidiar con muchas cuestiones e intereses, y eso será una batalla constante en la que habrá victorias y derrotas. Pero, al final del día, uno tiene que irse uno a casa satisfecho con el trabajo realizado. No hay más”.

- ¿Y cuál es su opinión del periodismo digital?

“Sin duda, hace ya tiempo que el periodismo digital llegó para quedarse, aunque todavía son pocos los medios digitales que pueden mantenerse, especialmente porque la publicidad y los suscriptores no han llegado al nivel de ingresos que generan en los medios tradicionales. Los medios, en general, deben reinventarse, porque los perfiles de los lectores y de la sociedad están en constante cambio y evolución. Y también las empresas tendrán que apostar por otros modelos y otras formas de hacer periodismo, y ahí los soportes digitales tendrán mucho que decir”.

- ¿Cree que la prensa de papel tiene los días contados?

“Llevo escuchando eso desde que terminé la carrera en 1999. El periódico en papel ha sobrevivido a crisis muy difíciles, en España y en el resto del mundo, y ahí sigue. Como en muchos otros sectores, los tiempos cambian y evolucionan muy deprisa, y será un reto para el periodismo adaptarse y convivir con eso. Pero también se dijo lo mismo de los libros cuando llegó el ebook, y la gente sigue comprando libros en papel. Quizá soy un romántico del papel, pero creo que al menos yo no veré su final”.

- ¿Cómo terminó ejerciendo el periodismo social?

“Fue por casualidad. Yo trabajé en periódicos como El Correo de Andalucía, ABC y El Mundo antes de llegar al Diario de Avisos, y siempre había hecho deportes o información local. Cuando llegué al Diario, acababa de marcharse la compañera que hacía temas sociales, especialmente inmigración, porque estaba en pleno auge el fenómeno de las pateras y los cayucos en Canarias. No me dio casi ni tiempo de aterrizar y ya estaba escribiendo noticias, reportajes y entrevistas sobre todas estas cuestiones. Al final, hasta me invitaban a dar conferencias y colaboré en varios manuales como experto en inmigración. Fueron diez años apasionantes, que sin duda me marcaron a nivel personal y profesional” .

Saludos, qué, quién, cuándo, dónde, cómo, por qué…, desde este lado del ordenador

Una historia de frontera

Lunes, Agosto 17th, 2020

Tras No todas las cosas deben tener nombre. Un cuentito del siglo XXI, Iván Vera Martín presenta Los hombres y las libélulas, una novela coral y con aliento épico que revela el temple narrativo de su autor, quien sigue insistiendo en contar historias con agradecido sentido del humor, en ocasiones algo corrosivo, en la que mezcla también dosis surreales para definir una geografía fronteriza que ubica a medio camino entre Norteamérica y Canadá.

No se trata de una novela de género aunque pasen muchas cosas que suelen pasar en las novelas de género porque lo que importa al escritor más que la trama, que se acumulan a lo largo de la novela como las capas de una cebolla, es dotar de consistencia psicológica a los personajes que por ella se mueven. Y la cosa funciona porque esta galería de protagonistas resulta creíble en una geografía que el escritor describe con concisa precisión.

La acción de Los hombres y las libélulas transcurre en Darlington Road, un pueblito que no hace falta apenas describir porque es uno de tantos que hemos visto en películas estadounidenses con cierto aroma rural. Pequeñas comunidades aparentemente tranquilas donde anida y crece una furia arrebatadora que da al traste con el orden hasta ese momento establecido y revela los colores que esconden estos espacios. Un viejo dicho dice que pueblo chico, infierno grande y Darlington Road lo es a su manera porque en sus entrañas late las grandezas pero sobre todo las miserias de sus ciudadanos y de algún foráneo que caiga por ahí.

Se trata de una novela coral a la que se sigue muy fácilmente si el lector está dispuesto a meterse en la piel de sus personajes. Las líneas argumentales están ahí aunque la estrategia se escora a la de contar momentos. Escenas en las que participan los protagonistas del libro. Un libro que mantiene cierta continuidad con No todas las cosas deben tener nombre, aunque más que continuidad sirve para recordar al lector iniciado que ese universo que construye Iván Vera cuenta ya con el suficiente espesor para hacerlo real en una fantasía literaria.

A lo largo de estas páginas sucede un poco de todo, y todo ese todo está muy bien organizado y descrito. Se revela que Iván Vera Machín es además un escritor que prefiere ir al grano antes que marear la perdiz, lo que se agradece en un relato que apenas llega a las 250 páginas. Páginas que atrapan porque cuentas cosas. Al final, las piezas del rompecabeza encajan.

El escritor no es de los que gusta por experimentar, aunque algo tienen en común sus hasta ahora dos libros y es su capacidad para trasladar al lector a otro paisajes, a convivir con personajes que parecen sacados de la Norteamérica más profunda y a sentir con ellos las dinámicas que confunden un poco más sus existencias.

Los hombres y las libélulas
tiene mucho de existencial cuando desparrama a un grupo de hombres y mujeres varados en un espacio donde el frío forma parte de ese mismo paisaje.

Escrita con un estilo que construye con frases cortas y certeras, muy medidas a nuestro juicio, Los hombres y las libélulas se lee con rapidez devoradora aunque sospecho que se trata de esa clase de obras que o gusta o disgusta pero que nunca deja indiferente. Quizá sea éste y no otro uno de los mayores atractivos de un libro que va siempre hacia adelante, sin negar mirar al pasado porque es éste la fuente de la que manarán las turbias circunstancias que plagan el relato. Gustará así a los que gustan de historias aparentemente sencillas que protagonizan personajes aparentemente sencillos. Y se escribe aparentemente porque pese a su aparente sencillez, Los hombres y las libélulas no es una obra sencilla sino, al contrario, uno de esos libros que tras desplegar sus capas acentúa una complejidad que da, no resta, sustancia a la novela.

En cuanto a influencias es interesante tras rastrear en Los hombres y las libélulas su deuda con películas como Fargo (que también transcurre en un estado del norte más norte de los Estados Unidos de Norteamérica, Minesota), novelas escritas por autores como Richard Ford y, sobre todas las cosas, música. Mucha música. La música es, de hecho, un elemento determinante en este libro como lo fue en el primero.

La novela deja patente que Iván Vera Machín es un escritor que se mueve muy bien con los diálogos y son los diálogos por cierto donde se revelan las constantes de los personajes que se aman y mueren en ese apacible pueblecito que no es tan apacible como aparenta. Como sucedía en Blue Velvet, de David Lynch, la otra cara de la villa permanece en tinieblas y solo espera su momento para salir a la luz. Los bomberos mientras tanto saludan a la cámara y los niños juegan en el jardín sin ser conscientes de las sombras que habitan debajo de la tierra. Un mundo incómodo y que no cree en la inocencia aunque ésta palpite en todas partes.

A la espera de su próximo libro, Los hombres y las libélulas y No todas las cosas deben tener nombre, Iván Vera Machín ha sabido construir un universo personal que espero continúe explotando en próximos trabajos. Su universo hace que su lectura sea diferente en unos tiempos que demandan, precisamente, diferencia e imaginación.

Saludos, en el bosque, desde este lado del ordenador