Y la nave va
Viernes, Junio 12th, 2009Los que somos de naturaleza depresiva. O inquietante porque según nos sople el viento pasamos del buen humor al más terrible de los vacíos, existe una frase de Nietzche, ese genial fuera de la ley del pensamiento, que venía a decir más o menos que si te asomas al abismo verás tu rostro reflejado. Para evitar que me asalte ese estado de ánimo en estos tiempos de crisis, donde el trabajo se ha convertido en un deber y no en un derecho, y en los que los que todavía trabajan creen sentirse parte de una aristocracia (de papel, añado), me he pertrechado de libros y películas (western sobre todo, como si en estas películas intentara encontrar la raíz de todos mis problemas) para aguantar la tormenta de la desidia y la desesperación.
Los libros que se amontonan en mi mesa de noche son, como casi siempre, de novela policiaca. El poder del perro (que comentaré un día de estos); las dos novelas de Ken Bruen que me recomendó un amable lector en este mismo blog, y que me apresuré a pedir en una de esas librerías donde casi siempre atienden con celeridad los pedidos que les solicito; y Los demonios de Berlín, del español Ignacio del Valle, uno de esos jóvenes escritores que no quieren pasar a la historia de la literatura como un excelente escritor sino como un hábil narrador que conoce muy bien las claves del entretenimiento.
En estos días sin gloria, y mientras el fantasma de la depresión no para de llamar a la puerta de mis ideas, he visto, como apuntaba más arriba, mucho cine. Cine donde actualmente puedo verlo mejor, que es mi santa casa. Así, repasé todos aquellos títulos de la última edición de los Oscar para darme cuenta, una vez más, que el cine americano ya no es lo que era. Aunque todavía encuentre pálpito en su cinematografía.
Me gusta (por su tono crepuscular, de héroes perdedores que no se resignan al fracaso) El luchador, con un monstruoso pero gigantesco Mickey Rourke haciendo de campeón de la lucha libre. Me parece entretenida y algo confusamente moral El lector, y me decepciona brutalmente esa tontería tramposa que responde al nombre de El curioso caso de Benjamin Button (de hecho, y mientras la veo, me pregunto si su director, el más que potable David Fincher es el mismo que firmó las estupendas y oscurísimas Seven, El club de la lucha y Zodiac). También fatiga a mis ojos el visionado de El desafío: Frost contra Nixon, del plúmbeo Ron Howard, filme que adapta la obra de teatro del mismo título y que ofrece una visión de periodismo como sólo saben ofrecerla los americanos: el cuarto poder es incorruptible; hombres y mujeres que son casi fiscales sin título que velan por el buen hacer de las instituciones. Igualito que aquí, pienso con una amarga sonrisa.
Pierdo, por último, el tiempo, con la sencillamente horrorosa Slumdog Millonaire. Un filme que agrede e insulta la poca inteligencia que debe de quedarme en la cabeza.
En cuanto a western, y como ya apunté en mi modesto homenaje al maestro Anthony Mann, me tragó entusiasmado Jubal de Delmer Davis y El último artadecer, un grandioso y hasta lo que sé casi desconocido western primerizo de Robert Aldrich. Más que un western al uso, esta película es una tragedia griega en toda regla. También repesco la cínica y despiadada El día de los tramposos, de Joseph L. Mankiewicz. Y para desajustar tensiones, las Delicias holandesas del canalla Paul Verhoeven, que me sorprende por su frescura y su visión desenfrenada de la vida. Hay más títulos que me han acompañado estas dos últimas semanas que, insisto, han sido raras, raras, raras. A todas ellas (películas, discos, libros), muchas gracias por haberse hecho realidad.
Simultaneo todo este exceso de historias contadas por otros con paseos por un Santa Cruz de Tenerife al que aplasta el calor africano, con ciertas molestias pulmonares por el consumo de tabaco y el polvilo en suspensión que flota en el ambiente y que me recuerda que, geográficamente como nos insisten, pertenecemos al gran continente que tenemos al lado. Me entristece, de todas maneras, comprobar tan pocas novedades en mi ciudad provinciana y chiquita, tan alegre ella de mirarse las miserias del ombligo.
Leo en la prensa que encuentran supuestos restos óseos humanos en el antiguo templo masónico de la calle San Lucas y me digo que ya la hemos liado. Una vez más se escribe sin saber sobre los ritos de tan distinguida y maltratada sociedad en España y ahora también en Canarias. Asisto a preestrenos frustrantes donde me encuentro a la peña de casi siempre, e intento no pensar demasiado en el futuro. Me conozco cuando me asomo al abismo y veo mi rostro reflejado. Son en estos momento, sin embargo, cuando me doy cuenta que leer un libro y contemplar una película me ayuda a salir de lo que ya denomino como mis terrores (o miedos) favoritos. Afortunadamente creo, mientras escribo estas líneas desnudas, que en ocasiones estas drogas colaboran para que siga adelante.
En fin, uno que se ha puesto otra vez serio.
Saludos bastante tarumbas a este lado del ordenador.