Archive for Enero, 2011

Réquiem por ‘Letras Canarias’

Jueves, Enero 6th, 2011

El próximo 16 de enero cierra definitivamente su espacio en la red el portal Letras Canarias.

Las razones –según un e-mail que ha llegado a nuestro correo electrónico– es que su responsable no puede mantenerlo  tras diez años navegando contra viento y marea por el caprichoso océano de Internet.

En todo este tiempo, lamenta su fundador, coordinador y administrador, Antonio García Yedra, “nadie se ha ofrecido a echar una mano o aportar nada que no fuera su propia biografía, salvo tal vez una persona (Teresa Iturriaga) o enviar publicidad gratuita para su negocio. Periodistas, autores, editores, asociaciones, entidades públicas y escuelas literarias lo han usado para hacerse publicidad gratuita, pero nadie en diez años se ha ofrecido para colaborar o aportar ni un uno por ciento de los gastos que a una persona de familia obrera que vive de su esfuerzo personal le suponía.”

García Yedra, que pasará la historia de la cultura canaria por ser el que puso en marcha el primer portal de literatura canaria, explica en su escrito que son demasiadas las frustraciones que ha cosechado a lo largo de estos diez años intentado auditar a los escritores de estas islas. Y denuncia haber sido sometido a un continuado pirateo por parte de entidades que “han plagiado algunas redacciones de las biografías que recoge el diccionario de escritores” cuando él  procuró respetar sus fuentes “usando más de una y sin copiarlas literalmente”.

El portal Letras Canarias se nutría sobre todo por el “altísimo porcentaje de los escritores vivos que enviaron sus biografías” aunque en muchos casos tuvo que a adaptarlas para el formato del diccionario, recuerda.

“Nunca usé la página para mi promoción personal ni distinguí entre los que eran amigos o los que no. Con unos mínimos criterios de calidad, acepté lo poco que me llegaba o trabajé en propuestas ajenas pero no siempre, solo cuando tuve tiempo (ya que algunas sugerencias parecían encargos). Tampoco han querido servirse de esta plataforma gratuita quienes podían haberlo hecho. Ni siquiera ha habido una miserable reseña en los suplementos o las secciones de sitios web de la prensa local en ¡diez años! ¿O acaso creían que iba a hacerles la competencia a sus impresionantes negocios con varias páginas dedicadas a promover esos selectos servicios sexuales de los que comen tantos redactores en tanto que reducen o bien cierran páginas o suplementos culturales? Lo siento y gracias por todo.”

García Yedra advierte con ironía que quien quiera una enciclopedia de escritores canarios “que se compre la del Centro de la Cultura Popular Canaria, que no está nada mal.”

Y concluye que en estos diez años ha invertido de su bolsillo la cantidad de 1.000 euros. “Que Dios o quien sea me lo pague, aunque no creo que lo haga nadie.”

Tras anunciar el fin de Letras Canarias, García Yedra opta por ahorrarse “reflexiones sobre el hecho literario insular que, al parecer, no interesan a nadie, a menos que el adjetivo insular se entienda como individual.

Saludos, a lo cuando un amigo se va algo se pierde en el alma, desde este lado del ordenador.

¿Quién no busca entretenimiento para evadirse de la realidad que lo rodea?

Miércoles, Enero 5th, 2011

La Laguna, Tenerife. Hace 250 años un asesino en serie aterrorizó la ciudad. Hoy… ha vuelto

No creo que haya sido intención la del autor, Mariano Gambín, irrumpir como un elefante por una cacharrería con su primera novela en el estrecho mercado editorial de las islas pero tras leer su Ira Dei. La ira de Dios (primer volumen de lo que será una trilogía) no cabe duda que ha hecho historia en la literatura que se cuece en Canarias por varias razones.

La primera de ellas porque se trata de un libro que se está vendiendo. Es decir, que se ha convertido en un pequeño éxito de ventas en Tenerife y espero que pronto en el resto de las islas porque su autor se toma la novela de aventura y misterio muy en serio y se nota que sabe manejar sus claves con oficio y sensatez.

La segunda razón es que estamos ante un título que se deja leer y que entretiene, y la la tercera porque se trata de una novela de género (en este caso una inteligente mezcla de misterio y aventuras con tintes fantásticos) que resulta creíble y atractiva para el lector de las islas porque los escenarios en los que se desarrolla su acción transcurren en su mayor parte en la vieja, fascinante y señorial La Laguna.  Ciudad que gracias al libro de Gambín es más que propable que se convierta a partir de ahora en la capital de los enigmas con sabor histórico de Canarias.

Si bien el lector iniciado en las maniobras del género de la novela de acción pueda reprocharle a Gambín que sus estructura resulte demasiado tradicional y que los personajes que se mueven por la historia sean cortados de una sola pieza, le recomiendo que supere el prejuicio y entienda por principio que está ante una novela muy influenciada por escritores especializados en el género como Clive Cussler, entre otros.

Es decir, narradores a los que solo les importa lo que cuentan.

Esta circunstancia en lo que señala a Gambín como una curiosa rareza en el actual panorama narativo que se escribe desde Canarias, ya que su pretensión es la de meter y despertar la atención del lector con su relato.

Como era de esperar Ira Dei. La ira de Dios ha sido descrita por escritores y lectores acostumbrados a libros serios como una de esas tantas novelas de evasión que encontramos en los aeropuertos. Ya saben, uno de esos volúmenes que adquirimos para no pensar demasiado y con el objetivo que el largo viaje en avión se nos haga más leve. Un libro, en definitiva, que esos escritores serios y rigurosos pero perdidos en sus indescifrables mundos interiores rechaza porque se trata de literatura de consumo. Facilona aunque –oh, sorpresa–  funcione pese a contar con su hostilidad o resignada indiferencia.

No resulta nada fácil contar –como lo cuenta Gambín– una novela de acción y aventuras, y menos si su escenario son de todos conocidos como las calles y plazas laguneras. Pero su correcto manejo de las claves del género y su capacidad para atraer la atención (capítulos cortos que casi siempre terminan con un continuará que te obliga a iniciar la lectura del siguiente) pone de manifiesto que nos encontramos ante un escritor que no quiere ser escritor sino narrador de historias.

Y esa humildad lo engrandece. Humildad y desconcertante espíritu folletinesco bien escrito (sencillo, claro y conciso) que ha encontrado una insólita respuesta en el público.

En las librerías de La Laguna apenas quedan ejemplares de este curioso fenómeno Stieg Larsson con nombre canario, y es más que probable que el efecto boca oreja se contagie también a la capital tinerfeña y al resto de las islas y más allá si logra cruzar la frontera de agua que nos separa del mercado peninsular.

Y es que Ira Dei. La ira de Dios es una pequeña novela sin pretensiones autorales. Uno de esos títulos que contamina por directos y que convence pese a que su final resulte algo apresurado y decepcionante (¿pero qué novela facilona y de consumo cuando llega su final no resulta apresurada y decepcionante?).

El caso es que entretiene. Y en estos tiempos de crisis ¿quién no busca entretenimiento para evadirse de la realidad que lo rodea?

NOTA: Ira Dei. La ira de Dios está publicado en la colección Sólo Thrillers de la editorial Oristán y Gociano.

Saludos, francamente sorprendidos, desde este lado del ordenador.

¿Deberíamos pagar por ver cortos canarios?

Lunes, Enero 3rd, 2011

Me hice esta pregunta el año pasado cuando no pude asistir a la proyección del largometraje independiente La guía del silencio de Cándido Pérez de Armas al llenarse el salón de actos de Tenerife Espacio de las Artes (TEA), lo que obligó entonces a una segunda sesión a la que deseché asistir porque ya no me gusta llegar tarde a casa.

Sí que me pregunté mientras regresaba a mis dominios por las calles de este patético Santa Cruz de Tenerife que muere en soledad ¿cuánto dinero podría haber recaudado el responsable de la cinta si el usuario acostumbrado a ver cortos y largos canarios independientes pagara dos euros por entrada?, ¿o tres euros? que todo es negociable en esta vida.

El pasado 28 de diciembre (escogí la fecha porque el Día de los Santos Inocentes de 1895 se exhibió como espectáculo la primera película de los hermanos Lumière) hablaba con los cineastas Joseph Vilageliú y Jairo López cuando volvió a surgir esta cuestión por casualidad.

Para Vilageliú es objetiva: ¿si la gente paga por ver teatro canario porqué no paga también por ver cortos canarios?

Jairo López fue un poco más lejos al apostar que el Gobierno de Canarias crease un circuito de cortometrajes canarios como existe –o existía, la verdad es que ya no lo recuerdo porque esto de la crisis ha borrado tantas cosas de mi cabeza…– con las artes escénicas con el objetivo, defendió, que estas películas pudieran verse en cualquier rincón de las islas y no como pasa ahora: restringidas a festivales y, gracias a los dioses y a la iniciativa de Emilio Ramal, en Tenerife Espacio de las Artes.

A mi juicio, y pese a que sean malos tiempos donde buscar euros en nuestros bolsillo, el espectador debería de pagar por ver cortometrajes canarios lo mismo que paga por un libro canario, una pintura, un concierto o un queso palmero. O un delicioso chorizo de Teror o una quesadilla herreña.

De alguna manera el hecho de pagar obliga a tomarse en serio lo que vas a consumir aunque lo que consumas no resulte finalmente serio.

Pienso, porque me ha dado por pensar, que esa cantidad que se podría recaudar en las exhibiciones contribuiría no para que sus responsables pudieran rodar otro cortometraje pero sí al menos para meterlo en la hucha de futuros proyectos. O para gastárselo en copas en esos pub que ya no admiten a fumadores. O para repartírselo entre los que colaboraron para que ese corto fuera una realidad, aunque tocara a dos o tres euros por cabeza…

La verdad es que no sé si pagando entrada se legitimaría un fenómeno que, como el corto canario, necesita de tanta autoestima, pero sí que estoy seguro que el espectador que no perteneciera al círculo familiar del cineasta no aplaudiría con la generosidad (y también resignación) con la que aplaude cuando observa la mayoría de estos trabajos.

Y ese resignado pero falso entusiasmo –que en ocasiones roza con la inquietante sensación de sentirse estafado– provocaría por el hecho de pagar que los propios cineastas dejaran de ser tan autocomplacientes y presuntamente autorales con el fin de que sus títulos se ganaran la confianza de ese aficionado al que habría que darle 20 Premios Nobel por su interés y constancia en pro del corto que se rueda en Canarias.

De veras creo que recurriendo a este mecanismo de pago todos (realizadores y espectadores) saldríamos ganando aunque mucho me temo que en su contra las exhibiciones de cortos canarios –en ocasiones extenuantemente maratonianas– no se saldarían con los moderados éxitos de público de la actualidad pero ¿quién sabe? probablemente estimularía en el espectador sin lazos de parentezco ni sentimentales con el director a escoger qué trabajos –según sus criterios– les parecerían aceptables y por lo tanto asumir que ese dinero no sería malgastado porque financia un animado, ingenioso y en ocasiones rebelde corto que ahora quiero creer que debe ser canario.

(*) La imagen que acompaña este artículo es  de Paolo Gioli, concretamente de The Perforated Cameraman, 1979.

Saludos, con la mirada triste de Pete Postlethwaite metida en la cabeza, desde este lado del ordenador.

Soy ceniza

Domingo, Enero 2nd, 2011

Lo primero que hicieron los guardias fue estamparme en el pecho una estrella de David de color amarillo en la que se podía leer Fumador. Luego, un doctor con cara de loco y gafas de culo de botella me examinó en la enfermería del hospital para anunciarme lo que temía: “tiene usted cáncer de pulmón. No merece vivir con el resto de personas libres”.

- ¿Libres? – Atiné a preguntar mientras me llevaban a rastras por un largo y estrecho pasillo.

- ¡Dúchese, que no huela a tabaco!- me ordenó un tipo gordo con el pelo recortado estilo nazi.

Limpio y aseado me llevaron otra vez a rastras por otro largo y estrecho pasillo que olía a fritanga hasta meterme a empujones en una celda donde cuatro presos más me recibieron con los brazos abiertos y la ya eterna pregunta de: “¿no habrá conseguido entrar de contrabando un cigarrito?”

Negué con la cabeza mientras buscaba un rincón en aquel calabozo que olía a meados y vómitos con sabor a nicotina.

- ¿Sabe alguien cuándo nos soltarán?- logré preguntar escupiendo toses de fumador no rehabilitado.

- Se supone que cuando se nos pase el mono.- respondió un tipo viejo, con cara de caballo. Creí reconocerlo pero no supe identificarlo en ese momento.

Permanecimos en la celda como una semana. Nos alimentaban con verduras y frutas frescas pero nada de carne ni pescado, tampoco café, que estaba prohibido.

Cuando salí de la prisión uno de los agentes antes de obligarme a firmar un documento en el que admitía que el trato había sido bueno me dijo que no quería volver a verme por ahí.

- Si te veo.- advirtió.- la próxima vez será peor…

- Vale.- contesté.

- No puede quitarse la estrella que le hemos cocido al abrigo. Deberá siempre de ceder el paso a los no fumadores en la calle y no podrá trabajar hasta que sepamos que, efectivamente, ha dejado de fumar.

- Vale.- respondí.

Tengo recuerdos muy vagos de cómo pasé los tres meses siguientes en ¿libertad? Mi memoria me hace verme dando vueltas como un loco, intentando olvidar el demonio del humo que día sí, día no, daba vueltas por mi cabeza. En mis sueños me imaginaba fumando cigarrillos y llenando ceniceros de colillas. Cuando despertaba, sentía el sabor del añorado tabaco en la boca y también la decepción de descubrir que volvía a recuperar los sentidos anestesiados por el cigarrillo.

Un amigo, para animarme, me dijo que ahora sabría lo que era saborear un buen chuletón. Pero los pocos chuletones que llegué a probar aquellos tristes días me seguían sabiendo igual que cuando fumaba. Eso sí, notaba en falta el cigarrillo que, con el café solo (también prohibido),  fumaba al finalizar un almuerzo o una cena que valiera la pena.

Iba por la calle con mi abrigo cuando intenté ayudar a un pobre hombre a quien estaban golpeando en la calle. Una chusma entusiasmada no dejaba de darle patadas en la cabeza, también en el estómago.

- ¿Qué ocurre? Le pregunté a un curioso que veía el linchamiento.

- Lo han visto fumando.- me dijo el tipo con una diabólica sonrisa. La sonrisa se le congeló en la boca cuando vio la estrella amarilla de David cocida a mi abrigo.

- Circule, drogadicto. Circule… ¡cómo se atreve a hablar con gente decente y sana!

Vi el rostro del tipo al que estaban golpeando y me encontré con cara de caballo.

Al final uno se acostumbra a fumar donde no lo vean. También a llevar esta estrella pegada en el pecho del abrigo y a que te traten como apestado. A lo que no termina uno por acostumbrarse es a preguntar por amigos que como tú llevaban la misma estrella cocida en sus abrigos y que ya no encuentras en la calle.

Un día paseando me detuve delante de una fábrica porque de una chimenea gigantesca salía un humo negro de olor nauseabundo. Como yo, habían otros curiosos mirando aquel extraño fenómeno preguntándose qué diablos estarían quemando. Veo, en mi memoria dispersa, como un policía que pasó a mi lado y reparó en la estrella cocida en el pecho de mi abrigo dijo como quien no quiere la cosa: “al final todo esos son ceniza”.

Ceniza.

Escribo esto antes de formar parte de esa ceniza.

Nunca renuncié a que me quitaran la estrella del pecho.

Soy ceniza.

Saludos, reivindicando mi condición de compulsivo fumador, desde este lado del ordenador.