Archive for Septiembre, 2011

Roger Vadim, un diablo como Dios manda

Miércoles, Septiembre 7th, 2011

Forma parte de la historia del cine pero no por sus películas sino como formidable conquistador de corazones femeninos. Su nombre Roger Vadim Plemiannikov (París, 26 de enero de 1928 – París, 11 de febrero de 2000) y sus larga lista de mujeres Brigitte Bardot, Annette Stroyberg, Catherine Deneuve y Jane Fonda por citar solo algunas de las más conocidas.

¿Le hacemos justicia a Vadim por tan destacable hazaña?

Ni lo sé ni me importa aunque pienso que el cineasta desenfadado y provocador debe de estar pensando aquello de que me quiten lo bailado hallá donde se encuentre. Por si se encuentra en alguna parte.

El caso es que su trabajo ha quedado sepultado por la pesada y fría losa del olvido. Y si bien la pesada y fría losa del olvido tiene su razón de ser, creo que en el caso de Vadim hemos sido excesivamente crueles. Y retorcidos. Y repugnamente creyentes en un solo Dios.

Sus películas marcaron época, y reflejan las inconstancias de una sociedad que hoy, lamento decirlo, continúa siendo igual de impostora y puritana

Vadim creó mitos. Por mucho que le disguste a la explosiva BB, y su cine –marciano, rebelde y audazmente erótico– pide a gritos una urgente recuperación porque tiene su algo.

Supo explotar los sueños más húmedos de la burguesía de su tiempo, y si bien sus títulos más famosos no terminan por estar a la altura, aún conservan un espíritu pop festivo que hace que veamos la vida de otra manera.

Como todo artista que se precie, Roger Vadim fue un impostor con encanto.

Les recomiendo que se lean su autobiografía Memorias del diablo porque entre toda esa compleja red de mentiras y provocaciones que escribe, se esconde un irónico canalla con una lúcida vocación de autor.

Tres títulos claves marcan, a mi juicio, su carrera detrás de las cámaras: Y Dios… creó a la mujer, Si don Juan fuera una mujer y Barbarella.

No se tratan de obras maestras, pero sí de películas que a quien ahora les escribe le marcaron durante un periodo confuso (y alegre por ingenuo) de su existencia en la Tierra.

No he vuelto a ver ni Y Dios… creó a la mujer, ni Si don Juan fuera mujer, pero hace unas semanas volví a envenenarme con Barbarella y descubrí, pese a su largo metraje, destellos de un cineasta que hace de lo camp una obra de referencia.

Y todo ello contando con una sensual y despistadísima Jane Fonda. Puro tebeo hecho cine.

Atrévanse pues con Vadim.

Un diablo como Dios manda.

Saludos, en una imaginaria cama revuelta mientras fumo un cigarrillo, desde este lado del ordenador.

‘Murmullo de hojarasca’, una novela bolero

Martes, Septiembre 6th, 2011

José Luis Correa es un buen narrador de novelas policíacas, género al que ha dedicado hasta ahora cuatro interesantes historias, todas ellas protagonizadas por el detective Ricardo Blanco. Los títulos son Quince días de noviembre, Muerte en abril, Muerte de un violinista y Un rastro de sirena.

Su última novela, titulada Murmullo de hojarasca, forma parte de la nueva colección Generación 21 que con una fe inquebrantable ha puesto en marcha el editor Ánghel Morales con Ediciones Aguere y Ediciones Idea.

La nueva apuesta narrativa de Correa se aparta de los territorios negros y criminales, aunque el pilar a través del cuál gira la acción se trate en su primera parte de una investigación que comienza siendo periodística y la segunda en desvelar el trágico pasado de un misterioso pordiosero.

No se trata de una novela extensa Murmullo de hojarasca, apenas supera las doscientas páginas, y está bien contada aunque no termine de convencerme.

Y no acaba de convencerme por el fondo que esconde el relato, tampoco la voz que ha escogido el autor para contarnos en primera persona lo que pasa. Una periodista que, pese a las necesarias justificaciones que esgrime el escritor, resulta digamos que demasiado masculina.

Lo mejor, a mi juicio, de Murmullo de hojarasca es la primera parte de la novela. Está muy bien descrito el ambiente de miseria en el que vive un puñado de parias de la tierra en el parque San Luis (trasunto, se lee en la contraportada del libro, del Parque de Santa Catalina de la capital grancanaria), así como el retrato que ofrece de algunos de sus moradores.

También es reseñable la primera aparición del pordiosero que protagonizará la segunda entrega de la historia, Diego Córdoba, y la inyección de curiosidad que inocula en la periodista y su compañero fotógrafo, casi la misma que despertará entre los lectores.

El problema es que el misterio, con ecos al Rey pescador, que así mismo lo reconoce el autor en la propia novela, no cumple con las expectativas una vez ha sido resuelto.

Pese a todo, Murmullo de hojarasca cuenta con interesantes reflexiones, todas ellas productos de los debates internos y externos que mantiene la protagonista. He aquí uno: “Solo dos o tres de cada cien eligen permanecer al lado de un marido a que no quieren. Al que, incluso, detestan. El resto se echa la manta a la cabeza y lo manda a hacer puñetas. Tiene que ver con el valor. O con la incomodidad. O con la inconveniencia. Los hombres son cobardes, cómodos y convenientes. ¿Prefieren lo malo conocido?

Ni siquiera eso. Simplemente se dejarían cortar un brazo antes que tener que elegir. Prefieren que sean ellas quienes elijan. Y si no les dejan opción, se quedan a vivir con lo malo conocido. Pero le montan un picadero a lo bueno por conocer.”

Pero también frustrados –por tópicos y típicos– como el debate que propone en torno a la prostitución.

Llega a sorprender en este aspecto el extraño moralismo que tiene la periodista protagonista sobre un mundo que necesita ser explorado con la misma libertad (ingenuidad) como el que inicia en su descenso a los infiernos de la pobreza.

Esta disquisición llega a ocupar casi tres páginas de una novela cuyas intenciones, creo, eran otras. Y empaña de una extravagante doctrina un relato que si bien no renuncia a ser moral, parecía que iba a decantarse por una visión de las cosas más coherente y serena.

Con todo, Murmullo de hojarasca es una entretenida novela bolero, una canción de amor desesperada con tintes en ocasiones afortunadamente poéticos: “La calle Zaragoza quedaba a un tiro de piedra del mar. Y a un océano de la de Los Tilos.”

Y un título que araña el retrato de un grupo de marginales que habita en una capital de provincias “sin esperanza dentro de otra sin alma.”

Cruenta descripción, entre otras muchas, que revela a un escritor notable que si sabe limar estilo y centrar objetivos se convertirá en una voz muy a tener en cuenta no solo en la nueva e interesante narrativa canaria, sino la que trasciende fronteras. Esa literatura, cambiando el sentido de las palabras del mismo Correa, que sí tiene esperanza y por lo tanto alma.

 Saludos, va por ti, Piper, desde este lado del ordenador.

‘El rey de Taoro’, un correcto relato de frontera

Lunes, Septiembre 5th, 2011

Curioso el caso de Horst Uden. Nacido en Silesia, Alemania, en 1898 y muerto en 1973, tras la I Guerra Mundial y con tan solo 23 años establece residencia en Málaga, ciudad que a partir de ese momento se convierte en su patria adoptiva.

Hombre de espíritu viajero, recorre más de veinte países de tres continentes y escribe una novela histórica y un libro de leyendas durante su estancia en las islas Canarias en los años cuarenta. Estos libros son El rey de Taoro (1941) y Bajo el drago. Leyendas y tradiciones de las islas Canarias (1946), títulos que recientemente han sido editados al castellano por la editorial Zech.

El rey del Taoro es la crónica de la conquista de Tenerife escrita por un hombre que intentó en todo momento ajustarse a la bibliografía que en su momento existía sobre aquel tiempo.

Entendida así, estamos ante un relato que deja poco margen a la imaginación aunque hay capítulos en los que su autor deja rienda suelta a su cabeza con resultados digamos que interesantes.

Como novela histórica, que tal es su pretensión, El rey de Taoro es un relato bonito y que se lee muy bien pese a su decadente y ampuloso lenguaje poético ya que no reniega de su barniz aventurero.

Encontrará el lector, en este sentido, batallas, peleas, combates, también la confrontación de dos mundos: el aborigen y el europeo cuyo final se sabe inevitable.

Uden evita como puede el partidismo, aunque al final se aprecie que sus simpatías están del lado de los perdedores. En este aspecto, el lector iniciado podrá encontrar ecos del mejor Karl May, escritor germano que se hizo famoso por sus novelas del lejano oeste americano sin haber pisado jamás suelo americano.

Destaco a May porque May sintió siempre un reverencial respeto por los indígenas de la nación más poderosa de la tierra. Uno de sus personajes más populares es el indio Winnetou. 

No quiero decir con esto que Uden pinte a los guanches y en concreto al rey de Taoro como una especie de Winnetou, pero cuando el río suena, agua lleva.

El rey de Taoro es una novela digna. Escrita con mucho amor y respeto. Entretendrá además a los que no están muy iniciados en la historia de los primeros pobladores del archipiélago, y quiero creer que también a los que parecen que conocen casi todas las luces y sombras de ese pueblo que hoy se confunde en la leyenda.

El exotismo de El rey de Taoro es que está escrita por un extranjero, quien retrata, reitero que con la precisión de las fuentes históricas a las que tuvo acceso, el capítulo final de un pueblo.

El problema de la novela, como otras tantas que he leído sobre guanches (por generalizar a todos los indígenas de las siete islas) es que le falta pasión y sobre todo personajes vivos. Hombres y mujeres que se muevan porque así lo demanda el curso del relato y no el de la historia.

Con todo, estamos ante una novela curiosa, que no renuncia a la épica guerrera de un bando y del otro. Ejércitos que lideran dos personajes antagónicos –el mencey Bencomo y Alonso Fernández de Lugo– que a su manera resume el dichoso abismo que separa espiritual e intelectualmente a las gentes de este archipiélago desde que se produjeron aquellos hechos cruentos.

Esta ha sido una de las razones por las que he querido leerla y entenderla como una novela del oeste de Karl May. Un relato de frontera.

Solo que indios y vaqueros son guanches y conquistadores castellanos.

Así que a mi juicio, más que una novela histórica, El rey de Taoro es una correcta y rigurosamente ambientada novela de aventuras.

Saludos, continuamos con recomendaciones escobilloneras de ayer y hoy, desde este lado del ordenador.

El Nota que soñaba con fósforos y un bidón de gasolina

Viernes, Septiembre 2nd, 2011

Antes de entrar en el bar se le acaban los fósforos aunque piensa en el bidón de gasolina que ha dejado en casa. Eso lo tranquiliza.

Avanza con pasos largos hasta sentarse en la barra grasienta, donde coge un periódico. Se pone a repasar la cartelera porque todavía no pierde la esperanza de arriesgarse a meterse en un cine y volver a escuchar a Audrey Hepburn cantar Moon River.

Pero las películas que se anuncian no llaman su atención.

Y piensa que lo mejor es ahorrar el dinero e invertirlo en otra cosa.

El domingo, por ejemplo, abre el Rastro de la capital tinerfeña, esa geografía loca y ambulante que se instala en los alrededores del Mercado de Nuestra Señora de África, e igual con suerte encuentra algo interesante.

También puede recorrer las calles de esta capital cada día más sucias. Tan sucias que parece que vuelven a ser tomadas por las cucarachas gigantes que hacía tiempo no veía cuando andaba como un sonámbulo y con la cabeza baja por las ramblas.

Coge el periódico y vuelve a ojear la cartelera mientras se toma un café que le sabe más a cloro que a café.

En los Multicines Renoir-Price estrenan La piel que habito, del tal Pedro Almodóvar. Y niega con la cabeza. Es uno de esos tantos espectadores que todavía se lo piensa mucho antes de entrar a ver una película española. Y más si se trata del tal Almodóvar. Y no porque tenga nada en contra del castellano manchego que triunfa porque el azar es así de extraño.

Tampoco le llama la atención Dinero fácil. Aunque probablemente se trate porque no termina de hallarse con el género policíaco que le viene del frío. Cosas suyas, sin lugar a dudas.

Hay otra cinta, norteamericana. El perfecto anfitrión. Ni idea.

Por razones obvias descarta Manuale d’ amore 3. Razones obvias: no vio la primera ni la segunda así que ni putas ganas por ver la tercera.

Eso le hace pensar en el bidón de gasolina. También en que no tiene cerillas. O fósforos, que lo mismo da.

Continúa explorando la cartelera.

Le gusta el resumen que lee de Betty Ane Waters. Pero no le convence. Probablemente sea porque películas como éstas  las ha visto un millón de veces. Una historia de coraje y superación. De esfuerzo y de creer en la bondades de la justicia. Esas mentiras que nos enseñan para que seamos un poco más idiotas.

Se lleva la mano al bolsillo cuando lee la cartelera de los Multicines Meridiano.

Descarta Animals United. Aunque le gusta el tonillo marxista del título.

Cowboy & Aliens le parece bien si la pilla en deuvedé y la ve en la sospechosa tranquilidad de su casa. Aunque sabe que tendrá que esperar a que se la baje algún colega o alquilarla cuando llegue a los estantes de los últimos videos clubes que aún quedan en activo en la ciudad fantasmal que es Santa Cruz de Tenerife.

Y otra vez la puñetera La piel que habito. Y no. No, gracias.

Le atrae la de dibujos Phineas y Ferb la película: a través de la segunda dimensión, aunque como la última que vio en pantalla grande de este género fue la deliciosa Rango no quiere salir frustrado del cine.

Sigue leyendo la cartelera y descubre una de matanzas que quiere ir de terror: Destino final 5. Como ya vio la primera, sabe que efectivamente no verá las cuatro cintas que se han rodado hasta la fecha a modo de continuación.

Y una españooolada: Lo contrario al amor. No, gracias.

Y una innecesaria puesta al día de Conan el bárbaro. Y él, que quiere demasiado a Robert E. Howard y no se cansa de ver el primer Conan que llevó al cine John Milius, no quiere dejarse estafar por un aspirante a ser mesías del dios Krom.

Sus ojos se topan de pronto con Súper 8mm. Ya la vio. Y debe ser de los tontos que salió del cine con la sonrisa boba, recordando su entrañable adolescencia. De lo que hay en cartel, le parece que debe ser el único título estimable. O al menos de los escasos que no quieren tomarle el pelo.

Y se recuerda a sí mismo que debe comprar fósforos cuando lee La boda de mi mejor amiga Zooloco

Claro que se calma un poco cuando con el dedo llega a una película de súper héroes que se estrenó hace unas semanas: Capitán América: el primer vengador.

La vio y la disfrutó. Tanto, que al llegar a casa cogió los tebeos originales y se dejó llevar con el extravagante dibujo de Jack Kirby. Después releyó los ultraviolentos y disparatados cuadernos del Sargento Furia y se dio cuenta que aún está en este mundo.

Salta la vista asqueado de la cartelera cuando llega a El origen del planeta de los simios.

Y regresa a ella, barajando una vez más la posibilidad de ir al cine con un bidón de gasolina, al leer que se ha estrenado una película sobre Los Pitufos.

¿Qué hacer entonces?

¿Salvar de entre las llamas el Harry Potter y las reliquias de la muerte y los Cars 2?

Termina el café con sabor a cloro, pide una caña de agua con gas y tras eructar en silencio abandona el periódico sobre la barra grasienta del bar. Se va sin dejar propina. Cosas de la crisis.

Camina por las calles mientras observa como las cucarachas gigantes corren como locas al sentir la vibración de sus pisadas.

Las que vuelan parecen que se quedan como planeando en el aire. Solo falta que se pongan a cantar y a bailar como en una película de Esther Williams.

Sigue caminando y se pierde en la escollera del muelle.

Y se da cuenta entonces que no lleva encima ni fósforos ni un bidón de gasolina.

Saludos, el Nota, desde este lado del ordenador.

El tamaño, efectivamente, no importa

Jueves, Septiembre 1st, 2011

El personaje literario de James Bond, al igual que sucede con Sherlock Holmes, ha terminado por devorar el buen nombre de su autor original, Ian Fleming. Y como pasa con Holmes, la mayoría de los aficionados que nos hemos empapado de sus relatos, continuamos detectando en las aventuras –tanto del sagaz detective como en las del agente secreto– que las nuevas  que proponen otros escritores no saben a lo mismo.

En el caso de 007 es como si el Martini nos lo sirvieran revuelto y no ligeramente agitado. Ya ven que cosas.

La última novela que recupera a Bond se titula Carta blanca y está firmada por Jeffrey Deaver, un irregular escritor noretamericano de novelas policíacas que no termina de hacer creíble el universo absolutamente increíble del primer y único Bond. Y éste es, precisamente, uno de los mayores defectos de la obra de Deaver. Aunque también hay otros muchos.

Entre esos otros muchos, un argumento poblado de trampas y poco atractivo. Aunque quizá el más llamativo para el aficionado a las novelas de Fleming sea que Bond renuncia a la buena vida por aquello de servir a su graciosa majestad.

Más que por las historias, más que por el personaje, si James Bond continúa siendo un referente en la literatura popular de la segunda mitad del siglo XX es por su radical carácter masculino y hedonista.

En este sentido, los mejores capítulos de Casino Royale, Desde Rusia con amor, Vive o deja morir son aquellos en los que el agente secreto almuerza o cena en restaurantes de lujo extremo, así como sus excéntricas apuestas en salones de juego donde se ganan o se pierden grandes fortunas. También, cómo no, por los romances que mantiene a lo largo de cada uno de sus libros con distintos personajes femeninos que, en contra de lo que sí pasa en las películas, suelen romper por norma general su presuntamente duro corazón de agente con licencia para matar.

Y estos elementos, que son constantes vitales en las historias de Fleming, apenas se mantienen en la Carta blanca de Deaver. Un autor más empeñado en dar credibilidad a un personaje que no pide ser creíble.

La nueva novela de Bond resulta además demasiado voluminosa. Una tendencia, la de los libros que deben superar las cuatrocientas páginas, dirigida a un mercado de lectores betsellerista pero poco o nada aficionado a Bond. Aunque las novelas de Bond fueran, paradójicamente, best seller en su momento.

El caso es que lo que Fleming cuenta en apenas unas doscientas páginas y pico, Deaver lo engorda sin aportar sustancia a la historia. Lo que hace reafirmar a todo bondmaníaco que se precie que eso del tamaño, efectivamente, no importa.

Puestas así las cosas ¿tiene interés la última novela de Bond para los que no nos cansamos de releer las viejas historias de Bond escritas por Fleming?

Solo se me ocurre una contundente respuesta: no.

Y no porque Deaver intente actualizar las aventuras del agente secreto sino porque carece del notable arte de falsificar el estilo de su autor original. De hecho, solo conozco una novela post Fleming que sí supo hacerse pasar por Fleming estando escrita por otro. Me refiero a Coronel Sun de Kingsley Amis bajo el pseudónimo de Robert Markham. Y a ratos, solo a ratos, La esencia del mal, de Sebastian Faulks.

Carta blanca, a mi juicio, resulta así una mala y pesada falsificación. Claro que tampoco funciona bien como puesta al día de 007. Carece, ya decía, del espíritu cool original.

Leyendo la novela de Deaver he tenido la sensación que como el western, James Bond pertenece a unos tiempos donde la batalla que enfrentaban a buenos y malos se libraba con las mismas armas. En estos que vivimos, las cosas ya no son así.

El primer mundo, ese gigante con pies de barro, está más preocupado por hacer la guerra a distancia para derrocar tiranos que hasta el día de ayer eran buenos amigos, que en tomarse un respiro para, además de almorzar muy bien a costa del contribuyente, hacer el amor porque todo guerrero necesita de un merecido descanso.

No se ha dado cuenta Deaver que Bond no es de este mundo. Tampoco se han dado cuenta los herederos de Fleming que el Bond literario pertenece a sus novelas y cuentos. Y que sus novelas y cuentos son un universo fascinante donde todo es posible siempre y cuando aparezca un genio del mal o una organización criminal global capaz de alterar la inestable paz del planeta.

Y entonces, solo entonces, un hombre viudo, solitario y británico será la única alternativa posible para frustrar sus diabólicos planes.

Bond. James Bond.

Un hombre en peligro de extinción.

El resto es mala, una patética falsificación.

Saludos, al servicio de su graciosa majestad, desde este lado del ordenador.